Se vivieron también las masacres de Jesús de Machaca en 1921
en contra de comunarios campesinos y la de Uncía de 1923 que fue la primera
represión sangrienta en la minería privada. Las condiciones económicas
continuaron críticas e igual que Montes, Saavedra apeló al crédito externo con
el famoso y polémico empréstito Nicolaus por 33 millones de dólares que
permitió pagar deuda anterior, reducir el déficit fiscal y culminar obras de
infraestructura como la conclusión del ferrocarril a la Argentina por la vía de
Villazón. Saavedra transfirió ilegalmente la concesión petrolera que en 1920 se
le había dado a Levering, a la Standard Oil, empresa que entre 1922 y 1937
apenas invirtió 17 millones de dólares. El primer pozo se perforó en 1922 y el
primero productivo, el de Bermejo, en 1924.
La estabilidad de la élite gobernante estuvo permanentemente
amenazada por las sublevaciones indígenas. Esta fue una constante en todo el
ciclo oligárquico que tuvo, en la década de los años veinte, manifestaciones
muy significativas.
El primer caso fue el de Jesús de Machaca. Si bien el
trasfondo fue la situación de explotación y expoliación de tierras, el móvil
fue el abuso sostenido del corregidor del pueblo Luis Estrada. Los líderes de
la sublevación fueron Faustino y Marcelino Llanque que lograron movilizar tres
o cuatro mil aimaras. Es de destacar el hecho de que los Llanque eran maestros
(preceptores) rurales, educados para impartir enseñanza a los indios de la
región. El 12 de marzo de 1921 asaltaron el pueblo, quemaron sus principales
casas y terminaron por asesinar a Estrada, su familia y otros trece vecinos, a
los que apedrearon y quemaron. La reacción del gobierno no se hizo esperar.
Saavedra envió un destacamento militar de 1.500 hombres al mando del Cnel.
Vitaliano Ledezma.
La acción represiva incluyó el asesinato de un número no
determinado de comunarios, incluidas mujeres y niños, incendio de casi 130
casas, robo de más de mil cabezas de ganado de distinto tipo y apresamiento de
varios sublevados entre ellos los hermanos Llanque, que fueron condenados a
diez años de cárcel y uno de ellos a la pena capital (muerte). Varios ayllus de
la región que habían participado en la sublevación quedaron tan seriamente
afectados por la hecatombe, que en los meses posteriores se produjo una éxodo
significativo, dejando la zona que había sido arrasada por las tropas.
Pero el levantamiento de mayor envergadura fue el de
Chayanta en 1927 que afectó a los departamentos de Potosí, Chuquisaca, Oruro y
La Paz. Como siempre, los malos tratos, cobros excesivos o ilegales, la amenaza
sobre las tierras de comunidad y la extensión del servicio obligatorio de los nuevos
colonos, fueron elementos para la sublevación que se inició el 25 de Julio cié
1927 en Ocurí. Miles de indios se desplegaron en las serranías de Chayanta y en
varias provincias de los tres departamentos, armados con hondas, piedras y
algunas armas de fuego.
Tal fue la magnitud de las acciones indígenas que el
movimiento duró más de dos meses, forzó a la movilización de varias unidades
del ejército que desbarató y derrotó con dificultades a las masas sublevadas.
Quizás la diferencia notable sea la actitud del Presidente Siles que, en
octubre de 1927, amnistió a los responsables del levantamiento que habían sido
detenidos, rompiendo la tradición de prisión, vejación y muerte para los
alzados que había sido la característica de sus predecesores en el poder.
La masacre minera de Uncía en 1923
Para entender el problema de los trabajadores de la gran
minería del estaño, se debe saber que, hasta las leyes mencionadas, carecían en
absoluto de una legislación que los amparase, así como de medidas mínimas de
seguridad industrial. Si bien es cierto que las grandes empresas contaban con
una infraestructura importante en el sector médico, educativo y recreativo que
el país no había conocido nunca en centros de trabajo (hospitales totalmente
equipados, escuelas y áreas deportivas), las condiciones de trabajo eran
francamente brutales. Las "puntas" de trabajo en interior mina
duraban más de las ocho horas en que se reglamentaron con Saavedra. Los
socavones estaban bajo tierra a temperaturas altísimas, saturados del polvo de
las perforaciones. El esfuerzo físico era muy grande, no sólo por los pesos que
se cargaban sino por la escasez de oxígeno en las galerías sumada a la altura
promedio de las montañas mineras (más de 4.000 mts. s.n.m.). El resultado era
una esperanza de vida por debajo de los 35 años, tuberculosis y silicosis como
enfermedades crónicas de los trabajadores y mutilaciones y muertes frecuentes
por accidente.
Los primeros conflictos en la minería comenzaron con el
siglo. Hay referencias de confrontaciones o huelgas en 1904 en Huanchaca y en
1918 en La Salvadora y Pulacayo.
Pero fue en Uncía donde se produjo el hecho más grave que
los mineros tomaron como punto de partida de su lucha sindical. Uncía era el
centro minero más moderno y equipado de Patiño, contaba con unos 10.000
habitantes. El I2 de Mayo de 1923, se unieron las federaciones de Llallagua y
La Salvadora, creando la Federación Obrera Central de Uncía, liderizada por
Guillermo Gamarra y Ernesto Fernández. A mediados de mayo exigieron la destitución
del gerente Emilio Díaz de nacionalidad chilena, por abusos permanentes y
limitaciones al trabajo sindical.
Ni la empresa ni el gobierno oyeron los pedidos. Se decretó
el estado de sitio y cuatro unidades del ejército llegaron a Uncía. En medio de
las negociaciones, los dirigentes Gamarra y Rivera fueron apresados. La
población se reunió en la plaza principal exigiendo la libertad de los presos y
al anochecer el exasperado mayor José V. Ayoroa disparó y ordenó disparar
contra la multitud, el saldo fueron nueve muertos y cinco heridos de
consideración. La masacre enardeció ánimos y la pacificación requirió varios
días. Más allá de los resultados inmediatos, el movimiento y masacre de Uncía
abrió una brecha en las reivindicaciones obreras bolivianas.
Que tarde.....
ResponderEliminarSi wey
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