UN DRAMÁTICO EPISODIO AERONÁUTICO DE LA POST-GUERRA DEL CHACO


Raúl Rivero Adríazola, Editado para la web por JRO, 14 de Agosto de 2016 / extracto de aviacionboliviana.net

Hace poco más de dos años el escritor cochabambino Raúl Rivero Adríazola presentó una agradable novela histórica ambientada entre el fin de la Guerra del Chaco y la caída del gobierno de Villarroel, Memorias Bajo Fuego narra hechos clave de ese periodo a través de la memoria -a veces imperfecta- de un militar fundador de RADEPA, el Mayor Carlos Zabalaga Ponce de León, en ese entonces colaborador cercano Cnl. Gualberto Villarroel.
Entre varios episodios dignos de interés [1] figuran algunos que son particularmente llamativos porque involucran a personajes del mundo de la aviación boliviana y hechos aeronáuticos que en la época traspasaron fácilmente fronteras políticas, económicas y sociales; aventuras tal vez, pie de página para historiadores tradicionales, pero sin duda interesantes para el público especializado.

A continuación reproduzco uno de esos episodios, sucedido el 13 de Junio de 1946, que sirve de importante antecedente a los dramáticos hechos que acaecerían poco después; y otros similares que se repetirían trágicamente durante la llamada “Guerra Civil de 1949” y la Revolución Nacional de 1952. En el contexto estrictamente histórico esta sería la primera mención a un bombardeo aéreo a la ciudad de La Paz. [2]:
" Parte Cuatro (…)
Habiendo retornado de Estados Unidos los cuatro[3] aviadores militares becados por el gobierno para hacer un curso de especialización en la Sexta Flota Aérea que lograron culminar con éxito el mismo, se reintegraron a sus funciones militares y al poco tiempo, uno de ellos, el Teniente Erick Rios Bridoux, pidió audiencia con el primer mandatario, la que le fue concedida unas semanas después.
Ya frente al Cnl. Villarroel, que estaba acompañado por su Ministro de Defensa Celestino Pinto, el oficial expresó su seria molestia porque varias logias militares habían tomado el control del Ejército, obligando a la afiliación de una de ellas para poder ascender u obtener mejores destinos.
Rios Bridoux dijo que él había rechazado vehementemente esas imposiciones y se presentaba ante el Presidente de la República para denunciarlas, llegando al extremo de afirmar que de no acabarse con esta anómala situación él y quienes pensaban igual se verían obligados a levantarse en armas.
Tratando de calmar al exaltado, Villarroel le aseguró que no creía que el Ejército haya caído en manos de esas logias, las que, de existir en su seno, serían aisladas y sin poder de influencia. Terminó la audiencia afirmando que: “No puedo imaginar que mis queridos oficiales estén en contra de este gobierno y la revolución social que ha emprendido. Así que, Teniente, deje de lado sus temores y diga a quienes creen como usted que sus carreras militares están aseguradas, evitando cometer alguna torpeza que luego vayan a lamentar”.

Cuando Pinto retornó a su despacho, comentó la insólita entrevista con sus asistentes Ramallo y Zabalaga, quienes no pudieron dejar de expresar su desconcierto y pedir al ministro que eleve la alerta de insurrección en el Ejército, a lo que Pinto respondió que no veía como un puñado de oficiales de baja graduación y para más, de la pequeña Brigada Aérea, pudiesen ocasionar un golpe de estado en toda regla. Sin quedar convencidos ante el optimismo de su superior, los dos oficiales abandonaron el despacho y fue Ramallo el que en tono irónico dijo a su camarada:
“´Puñado de oficiales´ ¡bah! Creo que Celestino se olvida que en diciembre de 1943 fuimos también ´sólo un puñado de oficiales´ los que volteamos al Gral. Peñaranda. De todos modos, hubiera querido ver la cara de Pinto y Villarroel el momento que Rios Bridoux les prevenía sobre las logias, siendo ambos masones y miembros de la logia Mariscal Santa Cruz y además de nuestra Orden” (RADEPA).
“Tienes razón en tus previsiones y sabes cómo me molesta acordarme de esas espurias filiaciones, que la Orden impedía en sus inicios. Pero, mejor será dormir con un ojo abierto, pues no me sorprendería que la rosca olfatee ese descontento y busque utilizarlo para dividir al Ejército , que bastante fraccionado ya está.”
No pasaría mucho tiempo para que la advertencia de Zabalaga se hiciera realidad.
(…)
La fría y despejada mañana del 13 de junio, mientras se dirigía a pie a su despacho en el Ministerio de Defensa – como el ministro Pinto se encontraba de visita oficial en Argentina para la transmisión de mando en ese país (Gral. Perón)-, el Mayor Zabalaga llegaba más temprano, a fin de conocer las novedades a primera hora- al escuchar el rugido de motor de un avión alzo la vista al cielo e intrigado vio que de este caía un objeto, el que habría hecho impacto en pleno centro de la ciudad; a poco más, caía otro objeto y el avión giraba tomando altura.
Apurando el paso llegó a su despacho y llamó por teléfono al palacio presidencial, para saber si pasaba algo extraordinario. Le contestó el responsable de prevención, informándole que parecía que algunos militares se habían sublevado, por lo que Villarroel había convocado a su despacho al ministro de Gobierno Nogales – quien además ocupaba el cargo interno de Defensa-, siguió comentándole que casualmente llegó al palacio el ministro Monroy Block, quien también se apresuró a unirse a sus colegas en la reunión con el primer mandatario.
(…)
Informado que el avión avistado intentó bombardear el palacio presidencial y la alcaldía pero que gracias a Dios las bombas que lanzó no explotaron, el Presidente pidió esperar la llegada del General Arenas, para saber la real extensión de la rebelión.
Sabiendo que lo pero sería perder tiempo en tales momentos, el recién llegado exhortó a sus oyentes a que salieran a frenar la insurrección antes de que pueda tomar cuerpo, propuso que mientras esperaban la llegada del Gral. Arenas, el ministro Nogales y él se ofrecían subir a El Alto y ver como acabar con los aviadores insurrectos. Estando todos de acuerdo, incluso Monroy Block se ofreció a acompañar al ministro de Gobierno, Zabalaga salió velozmente al aeropuerto en una motocicleta de la brigada motorizada, que encontró en el garaje al lado del vehículo presidencial.
Forzando lo más posible a la máquina, el mayor subió la empinada y sinuosa ruta, pasando a muy pocos vehículos que hacían el trayecto, entre ellos vio que dos autos llevaban un grupo de militantes del Movimiento Nacionalista Revolucionario, que gritaban mueras contra los golpistas, por lo que dedujo que la noticia ya había corrido y los aliados civiles del gobierno no se quedaban de brazos cruzados.
Al llegar a la Base Aérea escuchó disparos, por lo que dejó la moto cerca de la entrada a edificio terminal – en el que divisó extrañado la presencia de dos autobuses de la empresa “PANAGRA” estacionados y vacíos; sacando y martillando su revólver, se acercó cautelosamente en dirección a los hangares.
Asomándose al borde del edificio pudo ver que dos oficiales –que poco después se identificarían como los Capitanes de Aviación Juan Moreira Mostajo y Desiderio Carrasco Valverde, -quienes pertenecían al tercer círculo [4] de la Orden- intimaban a la rendición a un grupo de militares y civiles atrincherados tras unos vehículos y materiales de construcción, a un costado de la pista; observando con más atención, apreció que en el grupo de militares leales al gobierno se habían producido un par de bajas.
Dando un disparo al aire se dio a conocer y pidió parte a los oficiales, quienes sin dejar sus puestos y a los gritos se apresuraron a confirmarle que trataban de acabar con unos rebeldes que habían tomado horas antes la Base Aérea y proclamando una revolución. Levantando más la voz, Zabalaga hizo creer a los atrincherados que venía con más tropas, por lo que les repitió la orden de rendición. Al escucharlo, pronto los asaltantes tiraban sus armas y salían con las manos en alto.
Al tiempo que la tropa leal desarmaba a los insurrectos y los llevaba detenidos a la oficina de guardia de la terminal, acercándose con precaución y siempre empuñando su arma lista para disparar, el Mayor recibió el correspondiente informe de los dos Capitanes, que se resumía a lo siguiente: A las seis de la mañana llegaron a la Base Aérea dos autobuses que traían desde La Paz a un grupo de civiles armados, los que con ayuda de algunos oficiales y soldados, lograron reducir a la guardia. Mientras se producía la refriega el Teniente Rios Bridoux sacó del hangar una nave y pronto se elevó con rumbo la hoyada.
Al sentir los disparos, el jefe de guardia salió de su dormitorio y pronto reunió a los soldados que se negaron a secundar a los golpistas, dirigiéndose en apronte a la terminal; al verlos llegar, los sublevados y sus cómplices civiles abandonaron el edificio tomado y se parapetaron en el sitio en que los encontró a su llegada el Mayor Zabalaga, respondiendo a los disparos y causando tres muertes entre los defensores, a la vez que sufrían seis bajas en sus filas.

Con el ruido de los disparos a sus espaldas y por orden de su superior, un soldado había llamado al domicilio del comandante de la Base Aérea, el Cap. Juan Moreira, quien recibió el parte de lo que sucedía y no demoró en salir ruibo a El Alto. Moreira informó a Zabalaga lo que pasó después:
“Como en el camino se descompuso mi vehículo hice parar un camión arenero y en el llegué a la Base. Improvisé con mi pañuelo una bandera blanca y me acerqué al sitio de la refriega; al verme, cesaron los disparos y me encaminé hacia donde se habían parapetado los rebeldes. Mientras caminaba les reflexioné para que se rindieran, haciéndoles notar que como ellos eran en su mayoría civiles, llevaban las de perder ante nosotros, soldados entrenados para matar.”
Tratando de acallar al Capitán, un Teniente ordenó un par de veces al soldado que manejaba la única ametralladora pesada que tenían los agresores, disparar contra el comandante de la Base, pero éste se negó a hacerlo, por lo que Moreira lo desafió: “¡Dispara tú, pues carajo! ¡No te escudes en un subalterno!”.
Desde los atrincherados se levantó la voz de un civil, quien exclamó que no estaban para parlamentar, sino para derrocar al tiránico gobierno de Villarroel y acto seguido disparó una ráfaga al aire, obligando a Moreira a tirarse al piso y arrastrarse hasta alcanzar el sitio defendido por los leales, pues comenzó un nutrido intercambio de disparos. Esta escaramuza duró más de una hora y media, hasta que la oportuna llegada del Mayor Zabalaga acabó con ella.
Mientras se retiraban a los muertos –comprobándose con sorpresa que uno de ellos era periodista del diario La Razón quien rechazó la intimación de Moreira esa mañana- y a tiempo que se trasladaba a los heridos a la terminal de pasajeros, donde recibirían los primeros auxilios por parte de un cabo de sanidad, los oficiales vieron al avión de Rios Bridoux sobrevolar la Base a baja altura; inmediatamente, Zabalaga ordenó que un grupo se encargase de vigilar a los detenidos y otro a su mando saliese a la pista a reducir al aviador rebelde. Mientras se cumplían estas instrucciones, la nave se acercó y tomó pista.
Al dirigirse hacia la plataforma de la Base Aérea [5], Zabalaga y los que o acompañaban observaron con creciente estupor que el avión carreteaba hacia ellos como intentando embestirlos, por lo que el Mayor ordenó a sus hombres preparar sus armas. Mientras eso hacía, la nave de pronto se salió de la pista y sin perder mucha velocidad se acercó a los hangares militares; al llegar al frente de ellos, el piloto salió como una tromba de su cabina de mando y dando un salto cayó a tierra, para luego correr hacia la única nave que permanecía fuera de los hangares, trepar a ella y ponerla en marcha.
Al ver aquello, Zabalaga corrió haciendo fuego de su revólver, a lo que siguió una serie de ráfagas disparadas por los soldados y militantes que venían detrás de él. Sin embargo y a pesar de recibir más de un impacto en alas y fuselaje, el avión tomó velocidad y pronto decoló para perderse hacia el poniente –luego se sabría que Rios Bridoux aterrizó al otro lado de la frontera y pidió asilo en el Perú.
Al comprobar que la presa se le escapaba, el Mayor lanzó una maldición al aire y ordenó dejar de disparar, parándose para recuperar el resuello. En ese momento salió del hangar un hombre que fue recibido con una lluvia de balas por parte de los nerviosos acompañantes del frustrado oficial.
Saltando prestamente tras un turril, el blanco humano comenzó a dar gritos pidiendo que no le disparen; pronto dos soldados se le abalanzaron e inmovilizaron, llevándole prestamente hacia uno de los muros de la terminal. Al constatar con horror que quienes hace poco respondían a su mando estaban preparándose para fusilar al prisionero, inmediatamente Zabalaga se acercó al grupo y ordenó bajen sus armas, para luego preguntar al empavorecido sujeto que hacía en el hangar.
Sintiendo que volvía de milagro a la vida y con voz entrecortada por el miedo, respondió que su nombre era David Prado [6] y que esa mañana había sido llevado por el Coronel Humberto Illanes, el Teniente Rios Bridoux y otros dos oficiales hasta ese sitio, con la orden de montar bombas y ametralladoras al avión. Continuó diciendo:
“Como soy militante del MNR pronto comprendí que esos querían iniciar una revolución contra el gobierno y mi partido, por lo que me preocupé de mantener puestos los seguros de las bombas, para que no estallen; también es quité varias piezas a las ametralladoras, así que están inutilizadas. Una vez que acabé de cargar los armamentos y de poner combustible a la aeronave, oí que atacaban la terminal así que decidí refugiarme en el hangar hasta ver que todo había pasado.”
Prado también aclaró que era leal a Villarroel por haber servido a sus órdenes, pasando luego a agradecer al Mayor Zabalaga por salvarle la vida, recibiendo de éste las correspondientes felicitaciones por su iniciativa, que evitó que en la plaza Murillo y en el atrio de la Alcaldía Municipal, sitios donde cayeron las bombas lanzadas por el aviador rebelde, se produjeran víctimas fatales.
(…)
Acápite aeronáutico: ¿Y qué avión fue?
Como nota final a este dramático episodio sería conocer cuales fueron los aviones utilizados en este terrorífico pero inefectivo bombardeo y en la evasión del aviador rebelde hacia el Perú, tenemos la siguiente teoría:
Según nuestros datos, cuando Villarroel asumió el poder en 1943 la Aviación Militar Boliviana (que aún no era una Fuerza Aérea independiente) contaba con escasos aviones en servicio, no más de 20 en todos los tipos. La aviación de combate se componía de tan sólo dos Curtiss CW-19R All Metal operativos, cinco CW-22N (SNC-1) y dos biplanos Cyclone Falcon de la Guerra del Chaco.
En Cochabamba y especialmente Santa Cruz, donde se situaba la escuela de aviación y la misión aérea estadounidense, se encontraban los únicos tres T-6 (NA-16) Texan existentes en ese momento (traídos en 1941), junto a otros aviones de entrenamiento que tampoco llevaban armamento.
La situación mejoró sustancialmente con la puesta en vigencia de los programas de asistencia militar estadounidense durante la Segunda Guerra Mundial, dando lugar a que entre Mayo del ´43 y Junio del ´46 llegaran a nuestro país unos 24 AT-6C-10-NT y AT-6D Texans de los que la mitad eran artillados de fábrica, se recibió una cantidad similar de entrenadores Vultee BT-13. Para entonces, los tres T-6 de la US Army Air Mission también fueron transferidos oficialmente al Cuerpo de Aviación del Ejército de Bolivia.
Revisando esos datos y las posibilidades reales de la época es muy probable que el avión empleado por el Tte. Rios Bridoux para realizar su ataque fuese uno de los Curtiss Wright CW-19R “All Metal” operativos, probablemente el numerado 118 ó 120.
Respecto al avión que usó para evadirse al Perú, ahí la historia también es interesante, ya que según el libro de Dan Hagedorn Texans and Harvards in Latin America, uno de los tres aviones Texan T-6 transferidos a Bolivia por la Misión Aérea Estadounidense, apareció “misteriosamente” registrado bajo matrícula civil peruana OB-AAS-115 el 26 de Diciembre de 1947.
Tiempo después, el 30 de Septiembre del ´48, este avión fue revendido para eventualmente pasar a poder del Sr. Paul Buehler quien finalmente lo re-exportó a Estados Unidos el 29 de Febrero de 1952, posiblemente para su mantenimiento y re-venta, tal vez a la misma Fuerza Aérea Peruana.
Notablemente, otros historiadores han responsabilizado a una cantidad mayor de aviadores en el intento de golpe del 13 de Junio, incluyendo a varios oficiales superiores, aseverando que habrían sido cuatro pilotos en al menos dos aeronaves quienes realizaron el bombardeo y que todos habrían fugado al Perú.
Tal extremo se cita en el libro Villarroel y el Atisbo de la Revolución Nacional (PDF) icon_openwid. Por otra parte, Don Agusto “Chueco” Céspedes también tuvo que decir sobre el mismo evento en El Presidente Colgado (PDF) icon_openwidcubriendo con su peculiar estilo otros aspectos del cuartelazo, y de paso dando juzgando una desmedida importancia a la prensa de la época, dentro del marco de la “guerra mediática” de la cual él también fue parte.
Con este paréntesis concluye este relato sobre episodios y aviadores que marcaron huella en nuestra historia. Respecto al entonces Teniente Erick Rios Bridoux, la vida de este polémico aviador aún no ha sido escrita por lo que aún no sabemos en que momento y bajo que condiciones regresó a Bolivia pero si es un hecho que poco después estaba de vuelta en el país para los sucesos de 1949.

Notas del editor al texto original:
1.- En el libro se tocan temas como la vida en los campos de concentración paraguayos, la conspiración RADEPISTA, el espionaje inglés, americano y alemán, el uso de tanques italianos en el golpe a Villarroel, infuencias nazis, etc.
2.- Hay que notar que esta no fue la primera vez que se bombardeó a una población civil boliviana –esa “hazaña” le corresponde a la entonces enemiga Fuerza Aérea Paraguaya; lamentablemente tampoco fue ni la última ni la más dañina ocasión que esta aberración sucedería.
3.- El libro menciona que 24 becarios tuvieron que retornar antes de tiempo, al no superar las pruebas iniciales -incluyendo el idioma, pero no hemos podido verificar este extremo. Otros oficiales participes en este suceso, del lado de Villarroel, también estudiaron en USA.
4.- Según Roberto Querejazu Calvo en su libro Llallagua “Historia de una Montaña” las unidades de RADEPA eran compuestas por células de 7 miembros, los reclutas ingresaban a las Primeras células, los de Segundas tenían rol de vigilancia, los de categoría superior o Terceras eran la cabeza y consejo directivo. La logia extendió su adoctrinamiento a civiles bajo la organización “Caballeros de Bolivia” pero restringía su dirección a militares. En diciembre de 1943 contaba con 2 Tte. coroneles (recién ascendidos), 28 mayores, 23 capitanes y 2 tenientes, de sus 55 miembros 49 eran ex Prisioneros de Guerra, su núcleo eran alumnos de la Escuela de Guerra en CBBA (entonces con profesores de la Misión Italiana simpatizantes al Fascismo de Mussolini), todos sus miembros eran apenas 5% de la oficialidad del Ejército. Esta clasificación parece no cuadrar con la que presenta Rivero. 
5.- Estos edificios están a unos 600 metros de la ex terminal de pasajeros de PANAGRA.
6.- El autor se refiere al Sr. David Prado como “soldado”, aunque por la tarea desempeñada probablemente era Sargento o Suboficial; mínimanente Cabo Armero, ya que en esos tiempos el Servicio Militar era de dos años, pudiendo un recluta de la aviación militar llegar a ser un técnico apropiadamente capacitado.


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