Si bien ésta comenzaba el Domingo de Ramos, en Jueves Santo se iniciaba la
liturgia en horas de la mañana, para esto autoridades de la Iglesia y
feligreses se ponían de acuerdo sobre la organización y conmemoración de ella
con fervor y solemnidad.
Callaban todas las campanas, siendo ellas sustituidas por matracas, los fieles
vestían de luto estricto, aun los más pobres lucían un cintillo negro en la
parte superior del brazo.
El fervor, el respeto era total, las damas de esas épocas no dejaban el mantón.
Los caballeros iban de traje oscuro, siempre con sombrero.
Los periódicos traducían este sentimiento en sus primeras páginas, las cuales
estaban dedicadas íntegramente a los pasajes de la Biblia, con recuadros y
estampas de la Pasión de Nuestro Señor, el luto se demostraba en las líneas
negras gruesas que enmarcaban las páginas y artículos.
En Jueves Santo, después de la Misa, se realizaban las visitas a las iglesias
que tenían que ser 14.
Quienes vivían por el “centro” comenzaban la visita en la Iglesia de San Pedro,
para después dirigirse a San Juan de Dios, luego a San Agustín, San Francisco,
la Iglesia del Rosario, La Recoleta, San Sebastián en Churubamba, siguiendo
camino a los Jesuitas a Santo Domingo, El Carmen, La Merced, la Catedral y la
capilla de los Sagrados Corazones. Otra opción era la de la Capilla de las
Recogidas en la Calle Recreo y la del Inglés Católico.
En esas épocas se hacía monumentos de arte en los altares, los cuales eran
decorados con infinidad de luces, flores, oropeles o tules, todo esto enmarcaba
la exposición del Santísimo.
En estas “visitas” la concurrencia invadía cada rincón de las iglesias en orden
y recogimiento, los rezos y cantos eran silenciosos. Se hacía largas filas para
no atropellar y no causar disturbios. Este ambiente lúgubre y tenso que
mostraban los templos esa noche de pesar era ocasionalmente interrumpido por
una voz gangosa salida de ultratumba que decía: “Una limosna para el Santo
entierro de Cristo y soledad de la Virgen María”, a esto contestaba un ruido de
cadenas ya preparadas por lo monaguillos. Estos detalles contribuían a dar una
nota tétrica a esa noche de duelo.
Una costumbre bella de las familias paceñas de antes era reunir a todos sus
miembros para el almuerzo de Jueves Santo. El “menú” de abstinencia para esa
fiesta familiar consistía de 14 platos. Estos son: caldo de arroz blanco;
chupín de camarones; bacalao a la vizcaína; ají de cochayuyo; nogada de
bacalao; queso humacha; carbonada con choclo y queso; ají de tauri; habas pejtu
con choclo y queso; tomatada de trucha del lago; ají de “boguitas” con caya;
ají de huevo con choclo y queso; arroz con leche; dulce con empanadas.
En Viernes Santo en la ciudad se sentía un ambiente de recogimiento general,
las iglesias estaban abiertas al público con sus altares totalmente cubiertos
de telas moradas.
El Sermón de las Tres Horas creaba expectativa, pues los sacerdotes eran
famosos oradores y en competencia se preparaban para ganar los laureles y el
comentario del público. Esos discursos de aquellos curas hacían retumbar las
paredes de los templos con su voz y su palabra, era la “elite” que concurría a
estos sermones. Estaban el Foro Paceño, escritores, grandes eruditos,
periodistas, quienes al día siguiente comentaban la “palabra”, ensalzándola o
haciéndola pedazos.
En Viernes Santo salían dos procesiones principales, la tradicional del Santo
Sepulcro, de La Merced, a la cual asistía toda la sociedad paceña, gobernantes,
magistrados, diplomáticos, tal cual es ahora en la actualidad.
Toda la ciudadanía asistía de luto, las señoras iban cubiertas de mantos
negros, velos y mantillas, solamente mostrando la cara, los caballeros portando
fanales y veladoras. Con imponente devoción los “Caballeros del Santo Sepulcro”
conducían al yacente Nazareno, imagen bellísima que es adorada en la Iglesia de
La Merced; más atrás en impresionante paso, cubierta de flores, tules y llena
de candelabros venía la Madre Dolorosa; su paso lento y triste causaba tristeza
en los corazones. Las mujeres lloraban al verla.
La segunda procesión partía de la Iglesia de San Sebastián, ésta se lucía por
la presencia del artesanado, del pueblo, igualmente todos vestían de luto, las
mujeres cual dolorosas portando las “ofrendas”.
Toda esta “Semana Mayor” las radioemisoras solamente pasaban música sacra.
En Domingo de Resurrección, ya terminados los días de duelo y recogimiento,
toda la ciudadanía vestía nuevamente con sus colores predilectos y por todos
lados de la ciudad se podía escuchar los cohetillos y camaretazos que, según
decían, hacían “reventar” a Judas.
Entre todas estas costumbres está ¡la que ejercían los hombres más
significativos de la sociedad! Durante la Cuaresma y con límite de cupos los
caballeros se inscribían para encerrarse en la Casa de Ejercicios Espirituales
en la Tercera Orden Franciscana, en una especie de “Retiro”.
Asistían a misas, sermones, procesiones, meditaciones, al término del día,
llegada la noche, se encerraban en sus celdas y con silicios se castigaban en
el cuerpo desnudo.
Estos actos de gran devoción eran respetados, no había la menor posibilidad de
burla o comentario.
Así era la Semana Santa de antes, mezcla de devoción, respeto y profundo
recogimiento. Estas costumbres aún constituyen una de las mayores reservas
espirituales de nuestro pueblo.
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