Por: José Guillermo Tórrez G. O./ Página Siete, 22 de agosto
de 2016 / Guillermo Torrez es ingeniero geólogo y administrador de
empresas. jgtorrezgo@gmail.com
Hace más de cien años, la producción boliviana de estaño era
insignificante. Las estadísticas hablan de una exportación anual de apenas
trecientas toneladas. En la década de 1891 a 1900 creció a más de 9.000
toneladas anuales. El siglo pasado se puede decir de una industria extractiva
minera del estaño. En aquellos años el precio de la plata era muy superior
al del estaño vendido. Hasta principios del siglo XX la plata era el principal
metal boliviano y su valor sobrepasaba 20 veces el valor del estaño.
Desde el inicio del siglo pasado, el estaño tiene un papel
sumamente importante en nuestra economía nacional, éste metal ha sido nuestra
bendición, y es virtualmente imposible imaginarse qué hubiera sido de Bolivia
sin esta riqueza natural. En las dos primeras décadas del siglo XX nuestra
producción había subido de 3.482 toneladas a 20.811 toneladas anuales y el
precio, término medio, de 18 centavos de dólar a 43 centavos por libra fina.
Sin embargo, estos antecedentes, como suele ocurrir con
cualquier riqueza, resultó ser también la manzana de la discordia, donde se
recuerda que el escritor don Augusto Céspedes lo tildó en su libro El Metal del
Diablo. En 1939 se fundó el Banco Minero como el principal rescatador de éste y
otros minerales. Luego, en 1952, se observó la existencia de tres empresas
grandes que se dedicaban a su explotación, conocidos como los barones del
estaño y que el gobierno del MNR resolvió nacionalizarlas para crear los que
hasta hoy es Comibol. Más tarde, la exportación de minerales encontró severas
críticas y se resolvió fundir el mineral en el país, creando la empresa ENAF
como el único emprendimiento piro-metalúrgico, hasta nuestros días, con Funestaño.
No deja de llamar severamente la atención que, durante la
segunda guerra mundial, Bolivia entregó su producción de estaño a precios
totalmente concesionales como país aliado y exportador a la GSA de EEUU. Para
que posteriormente sea esa horrible Espada de Damocles, que a nombre de sus
reservas estratégicas, perjudicaba constantemente el desarrollo minero del
estaño y el debilitamiento constante a nuestra economía.
Todos estos eventos que se acaban de mencionar han tenido un
fuerte impacto en nuestra vida institucional. Fueron base de nuestra política
interior y exterior en más de un siglo, que nos llevaron a violentos
enfrentamientos en el campo social y político con el resultado de la pérdida de
cientos de vidas humanas de valiosos hombres y mujeres. Sin embargo se debe
admitir que una apreciación honesta demuestra que los verdaderos problemas con
el estaño han sido otros completamente diferentes: fueron la producción y los
precios.
Nuestras minas se están agotando paulatinamente, a pesar de
haber exportado más de tres millones de toneladas de estaño en todo este largo
y dilatado tiempo. Lo que se ha vendido, no volverá más. No conozco manera
alguna para juzgar el futuro, sino a través del pasado. Ya no es un secreto
para nadie que el principal yacimiento, Huanuni, tendrá una vida útil de
producción sólo por unos pocos años más. Por otra parte, se comprueba que ya no
existe una producción, como la de Totoral o de Avicaya, en el cañadón de
Antequera en Oruro. Colquiri, con una producción mínima, nos hace ver un
panorama sombrío sobre esta producción.
La demanda actual de China, India, Corea del Sur, USA
mantienen aún una interesante expectativa de consumo, a pesar de la caída de
los precios a nivel internacional de alrededor de los siete dólares por libra
fina. Se debe pensar que si se usa una materia prima para fines de intercambio,
no se debe creer que la cantidad disponible de esta materia prima crecerá sin
límites. Esta situación nos obliga a pedir una política de exploración,
prospección, investigación y evaluación, especialmente para nuevos yacimientos
de estaño en nuestro territorio.
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