Por: Ramiro Duchén Condarco / Periodista e investigador. Coordinador del
Ministerio de Comunicación.
Antes de tomar el Palacio Quemado, Belzu como todos los militares de la época
no fue ajeno a los cuartelazos y participó, también, en numerosas asonadas golpistas
y en su gobierno sufrió como ningún otro, los efectos de este mal. Sus
adversarios políticos no le dieron un momento de tregua en su afán de sacarlo
del gobierno... Sin embargo de ello, este caudillo dejó el Palacio cuando se
cansó de gobernar y develar las interminables conspiraciones de sus enemigos
políticos y de casta.
Humberto Vázquez Machicado describe de este modo el perfil militar del Mahoma
boliviano:
"La subida del General Manuel Isidoro Belzu al poder en virtud del triunfo
militar de Yamparáez, significa un jalón decisivo y sumamente interesante y
hasta hoy muy discutido en nuestra historia. Al tomar Belzu el gobierno, no era
un desconocido el que aparecía en los campos de la política boliviana; aunque
de humilde origen, el joven caudillo habíase ya distinguido entre los jefes
militares del país; su coraje, sus condiciones de mando y su carácter dominador
habíanle conquistado la voluntad y la obediencia ciega de sus soldados; estas
mismas condiciones, a más de su retraimiento natural, unido a su sobriedad y
morigeración de costumbres en medio de un militarismo atrozmente vicioso, le
garantizaban el respeto y consideración de sus camaradas, quienes
intuitivamente, algo excepcional y fuera de lo corriente veían en él".
Ese militar, que no era ningún desconocido cuando se hizo cargo de los destinos
del país, se había
ganado la amistad, confianza y simpatía de las masas populares urbanas y
rurales durante toda su carrera en la milicia, dado que, dondequiera que iba,
socorría a los necesitados, compartía sus penas y amarguras, aminoraba, como
podía, el sufrimiento de los campesinos, renegaba de los abusos cometidos
contra éstos con las exacciones de que eran cotidianas víctimas ... En esos
años iniciales tomó conciencia que la única manera de ayudarles efectivamente
era desde el poder, para lo cual, había que acceder a él, y la única forma de
hacerlo, era conspirando... En los campos de Yamparáez, estuvieron con él,
pues, sectores de las masas populares con las que interactuó desde temprana
edad, en sus andanzas por los más distantes parajes del territorio nacional,
llevado por sus funciones militares, unas veces, otras, escapando de sus
persecutores... en esta última situación siempre encontró seguro cobijo, cuando
la desgracia lo perseguía, en las chozas altiplánicas delaimara...
Antes de ingresar a esbozar un sucinto análisis de la administración
gubernamental de Manuel Isidoro Belzu, conviene referirse brevemente a un
atributo esencial de su personalidad que lo caracterizó y diferenció de sus
oponentes en las lides políticas del siglo XIX: su carisma.
En términos de Max Weber, el líder que ejerce sobre sus seguidores una
dominación carismática, se distingue por ser poseedor de cualidades
extraordinarias (sobrehumanas) y de un poder magnético de los que se vale para
imponer la fuerza de su personalidad a sus adeptos.
Precisamente, la personalidad de Belzu, según se infiere de la lectura de los
acontecimientos históricos que se suceden bajo su administración gubernativa,
se hallaba, en la realidad de los hechos dotada de la «gracia» de un «poder»
magnético de una «cualidad extraordinaria», es decir, de un carisma que la
hacía subyugante, y que tenía la virtud de atraer hacia sí el apoyo decidido de
las masas convencidas de su sino mesiánico.
Para ilustrar de manera sintética esta aseveración, acudiremos a dos ejemplos concretos.
El primero, citado por Humberto Vázquez Machicado:
«...Los indios estaban convencidos de que Belzu tenía poder sobre los elementos
de la naturaleza, y se cuenta que en cierta época de sequía, fueron a pedirle
'que hiciera llover'. Lo extraordinario fue que habiendo aparecido Belzu en el
lugar de la sequía, llovió efectivamente, por una feliz casualidad».
El otro, relacionado con el atentado que sufrió en el Prado de Sucre el 6 de
septiembre de 1851 a manos de Agustín Morales y otros conjurados, del cual
salió casi ileso, con ligeras heridas en los pómulos y en la cabeza. Una vez
recuperado hizo edificar, en el sitio del atentado, una rotonda, en señal de
agradecimiento a la Divina Providencia por cuidar la vida de su elegido, y a la
cual agradeció todo el pueblo, que tenía fe ciega en Belzu y en su poder
sobrenatural.
Sucesos como estos son parte del reconocimiento y la corroboración del carisma,
que influyen efectivamente sobre su validez, y, por lo tanto, actúan como
reforzadores del mismo.
Belzu, en sus intervenciones en la política boliviana nunca fue despreciado por
sus seguidores, sino más bien, constantemente recibió muestras de adhesión y
solidaridad que lo mantuvieron en el privilegiado sitial que ocupó en la las
lides políticas del periodo en que le tocó actuar sin mayores sobresaltos.
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