Guillermo Blest Gana (Izquierda) y Anselmo Blanlot Holley
(Derecha)
Este artículo fue tomado de: lamula.pe / https://plumainquieta.lamula.pe/2017/07/16/chile-descubre-en-buenos-aires-el-tratado-de-alianza-defensiva-de-1873-entre-el-peru-bolivia/hubert/
Buenos Aires fue uno
de los lugares donde Chile tomó conocimiento de la existencia del Tratado
de Alianza Defensiva entre el Perú y Bolivia de 1873, ese mismo año.
La historia puede ser definida como la narración de una
cierta relación de hechos que tuvieron lugar en determinado espacio temporal.
Pero no siempre encontramos evidencias incontrovertibles que nos permitan
reconstruir de manera absolutamente fidedigna determinada secuencia de hechos.
Pero a veces llegan a nosotros testimonios, quizá de primera mano aunque no
siempre, que nos permiten ayudar a imaginar cómo pudieron haber acaecido
algunos hechos, sin poder tener una certeza absoluta.
Un buen ejemplo de ello es la narración que el historiador
chileno, Anselmo Blanlot Holley, publicó en uno de los números de Revista
Chilena en 1918 y que recoge el testimonio que él mismo habría escuchado
de boca del diplomático chileno que manifestaba haber averiguado sobre la
existencia del Tratado Secreto de 1873 entre Bolivia y el Perú, siendo
representante diplomático de su país en Buenos Aires el mismo año de la firma
de dicho instrumento: don Guillermo Blest Gana.
Blanlot Holley no nos dice con precisión cuándo Blest Gana le refirió el relato, pero es muy probable que hubiera sido teniendo éste una edad avanzada. Lo que sí nos dice es que hubo otras personas, a quienes señala con nombre propio, que habrían confirmado haber escuchado al diplomático chileno relatar los hechos de manera similar. Una de esas personas mencionadas fue el propio director de Revista Chilena, el historiador chileno Enrique Matta Vial.
El relato de Blanlot Holley
No obstante su extensión, el relato de Blanlot Holley no deja de ser
importante, además de interesante y ameno, debido a su carácter de testimonio
personal y es como sigue:
Un día, en las primeras horas de la mañana, recibió nuestro Ministro anuncio de
visita de uno de sus colegas del Cuerpo Diplomático. Extrañado por lo
desacostumbrado del momento y por la súplica verbal del ocurrente de ser
recibido sin dilación, dio el señor Blest, orden de introducirlo a su
dormitorio.
Penetró hasta allí el señor X., Ministro de …., país vinculado tradicionalmente
a Chile por sentimientos de no interrumpida simpatía.
—Perdóneme usted— dijo a nuestro diplomático; —he pensado en su ayuda para
salir de una situación grave. Sírvanme de excusa, nuestra amistad personal y la
que liga a nuestros respectivos países.
El señor Blest Gana hizo demostraciones de asentimiento.
—Sabe usted— prosiguió el señor X.— que en estos momentos celebra sesiones secretas
el Congreso argentino. Acaban de comunicarme que en esas sesiones se trata de
una confabulación americana en contra de mi Gobierno. Sólo Chile sería excluido
de tal complot, conocidos sus sentimientos de amistad hacia nosotros. Así
también, sólo su representante podría reemplazarme para inquirir lo que en
realidad ocurre, ya que los pasos que yo diera serían espiados y cualquier
movimiento mío aparecería como sospechoso. Discurra usted, amigo mío, por mí;
gestiones el descubrimiento de esa tenebrosa maquinación…
No necesito decirle que si usted se hallara en mi lugar, no vacilaría un
momento en servirlo y en servir a su patria, que amo y admiro.
El señor X., estaba profundamente excitado y conmovido.
Blest Gana aceptó la misión de confianza de su colega, bien convencido de la
sinceridad de sus expresiones de reciprocidad.
Antes de separarse ofreció el señor X. los fondos de su Legación para los
gastos que demandara el descubrimiento de la maquinación.
Echóse nuestro Ministro a discurrir sobre los medios de salir airoso de su
empresa.
Desechó desde luego la idea de sondear a cualesquiera de sus compañeros del
gremio diplomático, de temor a avocarse, sin saberlo, con uno de los
confabulados. Su personal debía ser también motivo de recelos por parte de aquellos
que se hallaran en posesión del secreto, ya que supondrían que, obrando con
lealtad hacia el señor X., dada la estrecha vinculación de sus países, se
apresuraría a imponerlo de lo que pasaba.
Adoptó entonces, después de profundas cavilaciones, un medio ingenioso.
Valiéndose de sus relaciones con personal instruido en el movimiento de las
cuentas bancarias, llegó a inquirir el nombre de varios de los deudores, que
eran a la vez personajes influyentes en la política nacional. Eligió uno de
ellos, en quien se reunían estos tres requisitos: ser miembro del Congreso,
hallarse demandado ejecutivamente por un crédito de veinte mil pesos a favor de
uno de los bancos y cultivar relaciones cordiales de amistad con él.
Requirió esta suma del señor X., canceló el crédito e hizo remitir el documento
pagado al deudor.
No pasaron muchas horas desde que se consumó la operación cuando el favorecido
golpeaba a las puertas de la Legación chilena.
Omito la relación de las expansivas efusiones de agradecimiento, por una parte,
y las protestas amistosas para empequeñecer el servicio prestado, por la otra.
Desviábase ya la conversación de aquel terreno, bien embarazoso para entrambos
interlocutores; cuando el señor Blest Gana que trataba de plantearla en otro
más adecuado a sus fines, notó que el señor A. lo miraba como cohibido por algo
que quisiera comunicarle y como temeroso a la vez de franquearse con él.
Por último, como acallando una lucha interior, el señor A dijo:
—No me juzgue usted mal si vence en mí la naturaleza al deber. Antes quiero ser
infidente a una promesa que ingrato. ¿Sabe usted, amigo don Guillermo, lo que
se discute a estas horas en el Senado argentino?
—No— contestó el señor Blest Gana, asombrado de aquella extraordinaria
coincidencia entre la pregunta que se le hacía y el propósito que tenía entre
manos.
—Se discute una invitación de alianza secreta hecha a la Confederación
Argentina por las repúblicas de Bolivia y el Perú.
—¿Qué carácter tiene esa alianza?
—Es ella defensiva; pero usted comprende que, llegado el caso de un conflicto
entre uno de los pueblos aliados y un tercero, la calificación del casus
foederis es mera fórmula: el conflicto se ha preparado de antemano.
—Perdóneme usted si me siento confundido y no atino a comprender el alcance de
esa trama internacional. ¿Sería… el objetivo de esa alianza?
Y nombró el señor Blest Gana al país que se creía amagado.
—Recuerde usted, —repuso el señor A., penetrando al señor Blest Gana con sus
miradas, —el mapa de América y las cuestiones que dividen a sus países.
Argentina no tiene más que un litigio que la preocupe: el que sustenta con su
vecino de allende los Andes; Bolivia, deja dormir en paz las inextricables
selvas que forman su deslinde oriental, hasta que llegue la hora, remota aún,
de que se creen allí intereses que estimulen las ambiciones y engendren la
discusión de los derechos, pero en cambio suspira por dilatar sus costas en el
Pacífico y por alejar a su vecino del sur hacia los desiertos de Atacama; el
Perú, no tiene vinculaciones en el Atlántico, pero anhela la hegemonía en el
Pacífico, y contempla con miedo la rivalidad en su industria salitrera, brotada
al esfuerzo de capitales y brazos chilenos, más allá de los límites australes
de Tarapacá, más allá todavía de los territorios de Mejillones y
Antofagasta…
El señor Blest Gana se sintió sobrecogido; él, que por ajeno estímulo y con
recursos ajenos, buscaba los peligros que amenazaban a un país amigo, se
hallaba de pronto frente a una conjuración tremenda en contra de su propia
nación.
El mismo día el diplomático señor X. recibía la, para él, fausta nueva.
Empezó entonces el señor Blest Gana a trabajar con ahínco por su propia
cuenta. Decir a lo que se expuso, los sacrificios que de su propio peculio
hizo, —nuestra Legación era pobre y no tenía fondos para gastos secretos, —y
hasta los peligros que corrió, —peligros que habrían cortado su carrera
diplomática, —no sería discreto ni conveniente.
He preferido, por trasparentes que sean las alusiones pecar de candoroso al
hacerlas, antes que llenar con nombres los vacíos.
Al cabo de algunos días el señor Blest Gana conocía el texto del tratado de 6
de Febrero de 1873 y lo transmitía, copiado de su propia letra, al Presidente
de la República, don Federico Errázuriz Zañartu, entregando a su reserva de magistrado
y caballero aquel secreto de estado.
El señor X. era el barón de Araguaya, el ministro plenipotenciario del Brasil,
pero quién habría sido el diputado argentino —el señor A.— cuya deuda bancaria
fuera cancelada por Blest Gana con el dinero brasileño y que, aparentemente, le
habría facilitado una copia del texto del tratado secreto, sigue siendo un
misterio.
Blanlot Holley no da una fecha exacta para estos eventos, pero se desprende del
relato mismo que la visita del ministro brasileño debió tener lugar durante los
mismos días en que sesionaron primero la Cámara de Diputados y luego el Senado
argentino, es decir, a fines de setiembre de 1873. La averiguación misma, luego
de la supuesta cancelación de la deuda el diputado argentino desconocido, no parece
haber sido inmediata y puede haberse producido varios días después.
Comentarios finales
No obstante su carácter cuasi novelesco, este relato no desentona con otras
evidencias disponibles sobre cómo hizo el gobierno chileno para tomar
conocimiento de la existencia del Tratado Secreto de 1873 al poco tiempo de su
suscripción, motivo por cual no merece ser descartado de plano como un
documento históricamente estéril.
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