Foto: Agustín Edwards
Ross
Por: MACARENA SEGOVIA / Correo del Sur, 3 de octubre de 2015.
E sta es la historia de cómo Agustín Edwards Ossandón –bisabuelo del actual
dueño de El Mercurio– jugó un rol preponderante de "lobby" político y
empresarial para que se desencadenara la Guerra del Pacífico, la que es
relatada en una biografía desclasificada del dueño de El Mercurio, Agustín
Edwards Eastman, de Víctor Herrero.
"Agustín Edward Ossandón fue el creador de la inmensa fortuna de los
Edwards, pero fue su hijo Agustín Edwards Ross quien catapultó a la millonaria
familia de provincia hacia los más altos círculos del poder político y social
chileno", así describe Víctor Herrero, en su biografía desclasificada del
dueño de El Mercurio, al bisabuelo de Agustín Edwards Eastman y segundo Agustín
de una dinastía que comprendió perfectamente el juego unificado entre el
dinero, la política y los medios de comunicación.
Según el libro, Edwards Ross, "El cucho", fue quien se dio cuenta de
que "el mundo político no solo servía para articular los intereses
económicos de su familia, sino también para ganar prestigio (...) la generación
de los primeros herederos ambicionaba ya no solo riquezas, sino poder".
"En pocos años, este nuevo Agustín Edwards se convertiría en uno de los
principales protagonistas en tres grandes acontecimientos históricos que, hasta
cierto punto, repercuten hasta nuestros días: la Guerra del Pacífico de 1879,
la Guerra Civil de 1891 y la creación de una prensa moderna y con una
influencia nunca antes vista en el país", agrega Herrero.
ROL DESENCADENANTE
Un año después de la muerte de su padre, en 1873, Edwards Ross tuvo un papel
fundamental, hasta "desencadenante" de la Guerra del Pacífico. Ese
año asumió la presidencia de la "Compañía de Salitres y Ferrocarriles de
Antofagasta", de la cual su familia tenía el 42% de las acciones.
"Agustín Ricardo, de veintiún años, envió a un emisario a La Paz para
gestionar con el Gobierno de Bolivia el reconocimiento de los derechos y
concesiones de esa compañía para explorar y exportar salitre en amplias zonas
de la región de Antofagasta que entonces pertenecía al país vecino", lo
que fue concedido, pero nunca ratificado por el Congreso de Bolivia. Luego, en
1878, la Asamblea Constituyente boliviana aprobó sin problemas el
establecimiento de un impuesto de diez centavos al quintal de salitre exportado,
lo que desencadenó la ira de los empresarios chilenos, entre ellos Edwards.
La Compañía de Salitres y Ferrocarriles de Antofagasta se negó a pagar este
impuesto, nueve meses después el prefecto de Antofagasta ordenó la aprehensión
del gerente general de la empresa de Edwards, estando solo dos meses detenidos.
Pero no todo estaba zanjado, en enero de 1879 La Paz aprobó un decreto para
confiscar los bienes de la empresa y anunció el remate de estos, con lo que las
faenas de Salitres y Ferrocarriles de Antofagasta se detuvieron. En paralelo,
el Gobierno chileno de Aníbal Pinto también desplegó sus cartas. Los
empresarios llevaban tiempo presionándolo para que interviniera, aunque un
conflicto fronterizo mantenía la atención de las autoridades nacionales, pero la
posibilidad de un remate de una empresa chilena levantó las alarmas y el
Presidente envió al buque Blanco Encalada a las costas de Caldera. Cuatro días
después, este ancló en Antofagasta.
En paralelo el representante en Chile de Gibbs & Sons –también dueños de la
Compañía de Salitres y Ferrocarriles de Antofagasta– escribió a sus superiores
en Londres, con el objetivo de dar a conocer la estrategia zanjada tras una
reunión de accionistas. En la misiva se recomendaba "gastar algún dinero
para estimular a periodistas en los diarios para que publiquen artículos de
naturaleza patriótica", lo que efectivamente ocurrió –como relata el
libro– y en los diarios El Ferrocarril y Los Tiempos se publicaron textos de
corte nacionalista.
Finalmente la jugada política y militar de Chile llegó, y justo cuando la
Compañía de Salitres y Ferrocarriles iba a ser rematada en Antofagasta (14 de
febrero de 1879) las tropas chilenas desembarcaron en el puerto de dicha
ciudad. De esta forma, Agustín Edwards Ross salvó a su empresa de ser rematada
y fortaleció su poder económico y de manipulación política.
Dos semanas después del arribo en Antofagasta, Bolivia, junto a Perú, declaró
la guerra a Chile, asegura el libro, según el cual, “el conflicto bélico
duraría un poco más de cuatro años y causaría unos catorce mil muertos".
Pero el accionar de Edwards y las conexiones del mundo político con el sector
económico eran evidentes. Según Víctor Herrero, "llama la atención que
tres de los cinco ministros que conformaron el primer gabinete de guerra
chileno eran accionistas minoritarios de la Compañía de Salitres y Ferrocarril
de Antofagasta. Ellos eran Antonio Varas, ministro del Interior; Domingo Santa
María, ministro de Relaciones Exteriores, y Jorge Huneeus, ministro de Justicia".
Otra operación que es develada por el libro es que, pocas semanas después de
que estalló la guerra, apareció ante el notario de Antofagasta el
estadounidense Charles C. Greene, el nuevo gerente de la Compañía de Salitres y
Ferrocarril". ¿El objetivo? Pedir el permiso, a nombre de 21 empleados de
la empresa, ante notario, para explorar yacimientos en la zona ya ocupada por
Chile. Luego fueron inscritas "51 tacas de salitre a nombre de los
empleados", los que no pagaron nada por el procedimiento y que el siguiente
año cedieron sus derechos a la Compañía de Salitres y Ferrocarril, de la cual
Edwards Ross era director.
Treintaiún años después la operación salió a la luz: un civil levantó una
denuncia por posible fraude al fisco, pero este no se hizo parte y, ya en la
Corte Suprema, la Compañía de Salitres y Ferrocarril contrató como abogado a
Luis Barros Borgoño, ex relator de la Corte y quien luego sería Vicepresidente
de la República, el que finalmente hizo que la empresa ganara la demanda, esto
a pesar de las repercusiones mediáticas y de protestas obreras. El fallo era
descrito "como un ejemplo de cómo la oligarquía y el Estado confabulan
para favorecer los intereses de los grandes empresarios", relata la
biografía.
Es a raíz de estas operaciones que "Agustín Edwards Ross sacó dos
lecciones valiosas del conflicto de 1879. La primera era que las guerras
victoriosas son un negocio muy rentable y, la segunda, que la prensa es un
factor clave en formar una opinión pública favorable a los intereses
propios".
El segundo aprendizaje fue fundamental para la política comercial de la familia
Edwards: para generar una real influencia en el país había que mezclar los
intereses políticos con los económicos y la "herramienta crucial para
lograrlo era la prensa", escribe Herrero. Es así como en 1882 Edwards Ross
compró el diario La Época y luego, en 1882 o en 1884 –no está clara la fecha–
compró El Mercurio de Valparaíso.
"Con el término de la Guerra del Pacífico, Agustín Edwards Ross emergía
como una de las figuras más poderosas de Chile. No solo había logrado expandir
la vasta fortuna familiar, sino que ejercía también una enorme influencia
empresarial y política. Los Edwards, que habían hecho fortuna en las inhóspitas
y polvorientas ciudades y pueblos del Norte Chico, se instalaban ahora cada vez
más cerca del centro mismo del poder", señala la biografía desclasificada
del dueño de El Mercurio.
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