ABNEGACIÓN Y ESMERO DE LA AMBULANCIA BOLIVIANA EN LA BATALLA DE TACNA

El Reglamento Orgánico para el Servicio Sanitario General del Ejército Boliviano de Operaciones en el Perú, elaborado por el doctor Zenón Dalence, dio origen a la Sanidad Militar durante la Guerra del Pacífico. Así lo afirma Gregorio Mendizábal en su “Historia de la Salud Pública en Bolivia”. Según el mismo, se denominaban Ambulancias a los hospitales en campaña y a los servicios temporales transportables que seguían a las tropas en los campos de batalla para atender a los heridos y tenían como fundamento a la Convención de Ginebra de 1864.
El Reglamento de Dalence -que se promulgó tres meses antes de la batalla de Tacna- determinaba el uniforme de diario y de parada que debía llevar el personal del servicio sanitario, así como las funciones de los miembros de la Junta Directiva. De acuerdo al mismo, los heridos debían ser atendidos inmediatamente y llevados a Tacna con las ambulancias móviles. Quince días antes de la batalla de Tacna, se realizó la revista del Servicio Sanitario y se designó al personal que afrontaría las emergencias en campaña. La plana mayor estaba constituida por los cinco miembros de la Junta Directiva. El Jefe Mayor era el médico Zenón Dalence que tenía bajo su mando a 15 facultativos y cirujanos, 48 camilleros en la ambulancia sedentaria, a Vicenta Paredes Mier como Inspectora de Cocina, Ignacia Zeballos como hermana de ambulancia y a ocho inválidos del combate de Tarapacá como vigilantes.
El uniforme de médicos y practicantes era un terno negro con una cruz roja en el brazo y en la gorra, mientras que el de la tropa era blanco de jerga con una cruz roja también en el brazo y la gorra. La Ambulancia Boliviana estaba conformada por dos compañías, cada una con su corneta, y 50 hombres que cargaban 25 camillas colgadas al cuello.
Por Orden General del 10 y 14 de mayo de 1880, Zenón Dalence movilizó a sus dos compañías de ambulancias. La primera la destinó en calidad de volante al campo de Tocopilla y luego a la Meseta de Alto de la Alianza, quedando la segunda en Tacna para prestar servicio de ambulancia sedentaria. En su “Informe Histórico del Servicio Prestado por el Cuerpo de Ambulancias desde su creación en Tacna hasta la repatriación de su última sección de heridos”, Dalence relata la participación de las ambulancias en la Guerra del Pacífico. Este documento fue presentado al Gobierno de Bolivia y a la Cruz Roja Internacional.
Aquel 26 de mayo de 1879, los 125 hombres que portaban una cruz roja en el brazo y la gorra, libraron una lucha diferente en los campos del Alto de la Alianza. Su misión fue la de salvar vidas. Los médicos, practicantes y la tropa de la Ambulancia Boliviana cumplieron su deber de una manera extraordinaria.
El teniente 1º, Manuel Celaries, en su diario titulado “Recuerdos de la campaña del Pacífico”17 los describe de la siguiente forma:
“Director: Zenón Dalence, orureño, trigueño, gordo, alto, de bigote. Médicos:Doctores Abelardo Rodríguez,Donato y Constantino Doria Medina, Venancio Chávez, Demetrio Moscozo, Bailón Mercado, Francisco Carvajal,Jaime Osorio,Cariaga,Cueto y muchos practicantes que alcanzaban un total de 22.Tenían banderas blancas con cruz roja”.
En la descripción de Celaries, dos mujeres se destacan por su coraje, humanitarismo y valentía a la hora de atender a los heridos: Ignacia Zeballos y Vicenta Paredes Mier. La primera era cruceña y era llamada “la madre de los soldados”; ha sido considerada como la iniciadora de la Cruz Roja Boliviana. Celaries la retrata como “una mujer alta, gorda, vieja, con su delantal y cruz roja en el brazo, con sombrero grande de paja en forma de paraguas (alias La tabaco) de una voz gruesa”. La segunda, Vicenta Paredes Mier, desarrolló diferentes actividades en el ejército, habiéndose destacado por el cuidado que brindó a los heridos. El siguiente es un reporte oficial del Ejército boliviano que destaca su labor.
“Del Informe Histórico del servicio prestado por el cuerpo de Ambulancias del Ejército boliviano, desde su creación hasta la repatriación de su última sección de heridos, presentado al comité de la Asociación Internacional de la Cruz Roja de Ginebra. (Antofagasta (Bolivia) 23 de marzo de 1972).
“La inspección de la lencería, de la cocina y la del aseo general fue encomendada a la espontánea colaboración de algunas señoras que compartieron, hasta el fin, la ardua tarea de asistir a los heridos después de la derrota.
Adjunta a esta sección, sirvió, desde la organización de las ambulancias, una señora modesta, sagaz y comedida llamada Vicente Paredes Mier, natural de Tocopilla, de cuarenta y cinco a cincuenta años de edad. Cuando se nos presentó, solicitando un puesto en el servicio de nuestros enfermos, en el hospital de la Legión, nos manifestó que no tenía pariente alguno; y que no pudiendo vivir en nuestro Litoral, en medio de los enemigos de su patria, había preferido abandonar el hogar e ir al lado del ejército, para seguirlo en la campaña y tener siquiera el placer de alcanzar un vaso de agua a sus compatriotas en el campo de batalla. Aceptamos su oficiosidad encargándoles una sección del servicio manual. Más tarde, cuando salimos al campo, antes del combate del 26, reiteró su ofrecimiento de seguir al ejército, del que la disuadimos, haciéndole ver lo embarazoso que sería para ella la movilidad frecuente en que podía estar aquel, y la idéntica significación que tenía, moralmente, el servicio que quería prestar en el campo de batalla con el que podía continuar prestando a nuestros enfermos y nuestros heridos. No accedió a nuestras observaciones y desempeñó su rol con abnegación en el campo de batalla.
Un rasgo de conducta que la recomienda de una manera sobresaliente, aparte de la asiduidad, cariño y prodigiosidad con que ha cuidado a nuestros heridos, hasta el día de partida de la última sección de nuestra ambulancia general, es haberse desprendido de su cama en los primeros días después del combate, para repartirla entre los heridos que se hallaban faltos de ella y pasar las noches, silenciosas, por más de un mes, sobre una ligera estera. La recomienda el desinterés con que ha prestado sus servicios, resignándose al pequeño pre de tropa que se le había asignado en nuestro presupuesto, a pesar de carecer de un vestuario medianamente decente. La recomienda, en fin, el último rasgo de su desprendimiento; haberse marchado nuevamente a su pobre casita de Tocopilla, después de haber cumplido concienzudamente, el deber que se había propuesto llevar para con sus compatriotas y cuando creía que sus servicios no eran ya necesarios, sin esperar la gratitud de una sola familia, de los heridos y enfermos, que había cuidado con tanta abnegación y esmero”.

Fuente: Historia de la Cruz Roja Boliviana 1917 – 2007.
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