— Guerra del Chaco —
«NUESTRAS BATERÍAS DE ACOMPAÑAMIENTO, PROTEGIDAS POR LAS PIEZAS DE GRUESO
CALIBRE, HACÍAN SU AGOSTO, DISPARANDO SOBRE LAS FILAS DEL ENEMIGO
DIRECTAMENTE... TODAS LAS ARMAS RUGÍAN EN TORNO DE LA INFANTERÍA ADVERSARIA.
LAS GRANADAS DE NUESTRA ARTILLERÍA SILBABAN ENCIMA DE LOS PARAGUAYOS Y CAÍAN
LEVANTANDO SURTIDORES DE TIERRA MEZCLADA CON CUERPOS QUE SE AGITABAN EN SU
ÚLTIMO ESPASMO…»
A las 5 de la madrugada del día 16 de febrero del año 1935 se desencadenó el
infierno. Fue, como si un mazo gigantesco, enorme, de astronómico tamaño,
golpeara la tierra brutalmente amenazando hundirla.
El estruendo de los cañones, disparando miles de granadas sonaba como si fuera
la explosión definitiva del planeta. Pese a las grandes pérdidas sufridas por
los paraguayos, dejando el campo cubierto de cadáveres y heridos, dejando
clavados en las estacas y alambradas a los tenaces mártires del deber, dejando
colmadas las fosas con muertos y heridos en macabra mixtura.
El Comando de Cuerpo tenía prevista esa situación y fue así que el glorioso
Regimiento 33 de Inf. al mando de su valeroso Jefe, Salustio Selaya, recibió la
orden de contener al enemigo en su peligrosa penetración en profundidad.
El Grupo de artillería de la Segunda División, comandado por el Capitán Ricardo
Ríos Rosell, apoyó la labor de ese Regimiento, deshaciendo el ataque con fuegos
concentrados de todas sus baterías; disparando todo el día sobre las tropas que
con tanto sacrificio habían hecho su penetración en el bolsón de la
muerte.
Al medio día, nuevas y más potentes unidades salían del bosque y sobrepasando
lo que fue nuestra primera línea, corrían en auxilio de los que se hallaban
metidos en el bolsón de 1.000 metros de frente por 700 de profundidad y allí
caían bajo el implacable fuego de nuestros soldados. Las tropas de refuerzo se
lanzaban contra nuestras posiciones gritando y aullando ferozmente, mientras
sus armas vomitaban balas y muerte sin interrupción.
Nuestras baterías de acompañamiento, protegidas por las piezas de grueso
calibre, “hacían su agosto”, disparando sobre las filas compactas del enemigo
directamente. Todas las armas rugían en torno de la infantería adversaria. Las
granadas de nuestra artillería silbaban encima de los paraguayos y caían
levantando surtidores de tierra mezclada con cuerpos que se agitaban en su
último espasmo; las tropas que seguían reforzando a las de asalto, caían
fatalmente en ese infierno, caldeado. (Cnel. A. Peñaranda Esprella).
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