“Con el tiempo tu gloria crecerá como la sombra cuando el
sol declina", le dijo a Bolívar, Choquehuanca, un indígena del Alto Perú,
doctor de la Universidad de Charcas, cuando el Libertador pisó por primera vez
la Altiplanicie Andina. Y esta frase no fue sólo un bello tropo literario, sino
la visión del futuro de América, en el que la figura de Bolívar se alargaría
hasta cobrar dimensiones sobrehumanas, cuanto más distante se hallara del
momento estelar de su propia vida, hazañosa y recóndita, ensalzada y combatida,
afortunada en los hechos y dolorida en la intimidad del alma, aplaudida por las
multitudes y en medio de ellas solitaria, esperanzada en los albores y
desilusionada en el ocaso, es decir humana, profundamente humana. Cuando el sol
de su existencia declinase, su sombra tutelar se proyectaría en el continente
americano como la efigie de la libertad, de la independencia y del
nacionalismo, y su nombre perduraría en el de toda una nación, reafirmada en su
unidad geográfica e histórica y renacida a su autonomía, en forma de República,
gracias a su espada y a la clarividencia de su visión política.
La Gran Colombia, el Perú y Bolivia fueron los monumentos
políticos labrados por su espada, convertida en cincel de artífice, y así a
Bolívar podríamos llamarlo, además de instaurador de libertades, creador de
naciones. Más las naciones que él creó no fueron obra de voluntaria imposición
y menos del capricho. Bolívar no fundó entes políticos artificiales, sin base
en el pasado y sin el sustento espiritual del suelo que da la heredad patria.
El supo, por el contrario, acomodarse al imperativo geográfico e histórico de
las tierras que pisaba en su larga caminata libertaria, y en las que iba
rompiendo las cadenas de la servidumbre colonial. Su sentido político de
estadista le hizo .comprender la idiosincrasia de los pueblos, el alma que
anida en la tierra, el GENIUS LOCI que diría Franz Tamayo, y que es el espíritu
que alienta en las naciones que han brotado, como el árbol, de las raíces que
se asientan en su propio suelo.
René Moreno, hablando de Chuquisaca, la capital del Alto
Perú (hoy Bolivia), dice: "Bolívar, que era estadista y poeta, pugnó
contra mil obstáculos por visitarla, y la visitó. Entró enemigo de la autonomía
y salió jurándola" (¹). Ciertamente necesitaba Bolívar empaparse del alma
de esa tierra para comprenderla en toda su unidad y conferirle su plena autonomía.
Antes de conocer el territorio de la Audiencia de Charcas, no pensó Bolívar
hacer de él una República independiente. Hombre de derecho, tanto como hombre
de lucha, quiso en la ocasión mantenerse fiel al UTI POSSIDETIS JURIS de 1810,
y afirmó que las provincias, llamadas entonces alto peruanas, debían pertenecer
a la Unión del Río de la Plata.
En efecto, las cuatro provincias, o Intendencias generales,
Chuquisaca, Potosí, La Paz y Santa Cruz de la Sierra, en las que estaban
contenidas Tarija, Atacama, Oruro, Beni, Pando y Cochabamba, habían pertenecido
durante la Colonia al Virreynato del Río de la Plata, pues eran tierras donde
la plata abundaba. Las minas de Porco y sobre todo de Potosí, a las que acudían
desde España y de toda la América española los buscadores de aventura y
fortuna, dieron el nombre de Cuenca de la Plata a los ríos que se originaban en
aquella cordillera. De allí nació el nombre de Argentina para las tierras que
bañaban dichos ríos, sobre todo después de la publicación, en 1602, del poema de
Barco Centenera. Por eso al crearse el Virreynato del Río de la Plata, todo el
territorio de la Audiencia de Charcas pasó a integrarlo.
Estas provincias, que habían sido las primeras, ya en 1809,
en levantarse para lograr su independencia, se hallaban, aun después de
Ayacucho, en poder de las tropas del General Olañeta, pues éste, por
odiosidades con el General La Serna, no se había obligado a aceptar la
capitulación de Ayacucho. Olañeta, militar conservador y absolutista, vio desde
un comienzo con malos ojos el liberalismo de La Serna y no acató su Virreynato,
pues lo consideraba espúreo por originarse en una rebelión armada. Las
hostilidades entre Olañeta y La Serna favorecieron mucho a la campaña de
Bolívar y a las victorias de Junín y Ayacucho. Por eso, tanto Bolívar como
Sucre creyeron, por algún tiempo, llegar a un entendimiento con aquel General,
sobre todo por medio de su sobrino y secretario, el Dr. Casimiro Olañeta,
hombre ducho en componendas y no menos en desconciertos, para obtener la independencia
del Alto Perú de la Monarquía española. Pero pronto se dieron cuenta de que el
General Olañeta era un español de cabeza dura, cerrado en sus principios
monárquicos y que lucharía hasta el fin por mantener los derechos de su muy
amado rey Fernando.
El problema a que esta situación daba lugar no incumbía sólo
al Alto Perú sino a la América toda, puesto que ese foco de resistencia podía
extenderse, si no se lo apagaba pronto, tanto al Perú como a la Argentina. No
le era desconocida a Bolívar la mucha importancia que tenía Potosí por su
población y enormes riquezas, aunque ya bastante mermadas por la larga lucha de
dieciséis años.
Ordenó por lo tanto, que Sucre pasara el Desaguadero con un
fuerte ejército y él mismo decidió hacerse presente en las tierras de Charcas.
En una nota al Gobierno de Colombia, Bolívar decía: "Yo no pretendería
marchar al Alto Perú, si los intereses que allí se ventilan no fuesen de una
alta magnitud. El Potosí es en el día el eje de una inmensa esfera. Toda la
América meridional tiene una parte de su suerte comprometida en aquel
territorio, que puede venir a ser la hoguera que encienda nuevamente la guerra
y la anarquía" (²).
Pero además del peligro de las tropas españolas en el Alto
Perú, se presentaba el problema del futuro de dichas provincias. Aunque éstas
habían pertenecido al Virreynato de Buenos Aires, no manifestaban la menor
voluntad de formar parte de la confederación argentina, pero tampoco querían
anexarse al Perú, anhelando para ellas la total autonomía política.
Sucre se dio pronto cuenta de esta realidad, como lo
manifiesta a Bolívar en una carta fechad, en el Cuzco, en la que le pide
órdenes para tratar de alcanzar alguna solución al arduo problema del porvenir
de aquellos pueblos. En dicha carta le dice, informándole que marcha hacia el
Alto Perú: "sólo pienso pasar tropas colombianas, que serán indiferentes a
los partidos y conservarán el orden. He pedido a V. instrucciones de la
conducta que las tropas nuestras tendrán allá; pero, francamente, le pediré que
sus órdenes me vengan como Libertador de Colombia, ya que V. ha querido hacer
distinción entre su representación como tal y la que tiene como dictador del
Perú. Así, pues, sálveme V. esta distinción mandándome hacer las cosas como
Libertador de Colombia, pues tenemos que trabajar en un país que no es del
Perú, ni parece que quiere ser sino de sí mismo" (³). En otra carta, ya de
Potosí, le decía a Bolívar: "Desde ahora sí le advierto que V. ni nadie,
las une de buena voluntad a Buenos Aires porque hay una horrible aversión a
este vínculo; si V. tiene idea de unirlas, puede decir a Buenos Aires que mande
un fuerte ejército para que lo consigan, pues de otro modo es difícil" (4)
Bolívar se dio cuenta de la gravedad del problema. Intuía,
con su genio político, como ya lo había comprendido Sucre, que la solución
estaba en la total autonomía, pero pensaba que ésta sólo podía venir de un
acuerdo conjunto de los pueblos americanos, como lo dice en nota dirigida al
Gral. Francisco de Paula Santander: "Yo pienso irme dentro de diez o doce
días al Alto Perú a desembrollar aquel caos de intereses complicados que exigen
absolutamente mi presencia. El Alto Perú pertenece de derecho al Río de la
Plata, de hecho a España, de voluntad a la independencia de sus hijos que
quieren su estado aparte, y de pretensión pertenece al Perú que lo ha poseído
antes y lo quiere ahora. Hoy mismo se está tratando en el congreso de esto, y
no sé lo que resuelvan. Yo he dicho mi dictamen a todo el mundo haciendo la
distribución en los mismos términos que arriba quedan indicados. Sucre tiene la
orden de tomar el país por cuenta de la independencia y del ejército
libertador, y creo que el derecho debe ventilarse en la Asamblea del Istmo.
Entregarlo al Río de la Plata es entregarlo al gobierno de la anarquía, y dar
de sentir a los habitantes, a las tropas de Olañeta que actualmente lo poseen,
y que entrarán por algún acuerdo pacífico. Entregarlo al Perú es una violación
del derecho público que hemos establecido, y formar una nueva república, como
los habitantes lo desean, es una innovación de que yo no me quiero encargar y
que sólo pertenece a una asamblea de americanos. El país es igual en recursos a
Guatemala y a Chile; dista infinito de Buenos Aires y poco menos de Lima. El
centro viene a estar a quinientas leguas de una y otra capital, o poco menos,
pero siempre más distante de Buenos Aires. Se dice que el país es hermoso y muy
rico, allá lo veremos, y le escribiré a V. lo que parezca mejor y más
justo" (5).
Hay quienes han acusado a Bolívar de ser voluntarioso y
arbitrario en sus decisiones, pero acá tenemos un ejemplo de prudencia y
sagacidad. Aunque él comprendía que era difícil la incorporación del Alto Perú
a la Argentina por la anarquía en la que ésta se encontraba, que la anexión al
Perú era “una violación al derecho público" establecido por los
libertadores, y que la única solución aconsejable era reconocer su absoluta
independencia acatando el imperativo de la historia, de la geografía y de la
voluntad de los pueblos, Bolívar no quería que esta solución, por buena que
fuera, tuviese lugar por un mandato político de su soberana autoridad. Se daba
cuenta que la creación de una República, por mucho que ésta, como nación,
tuviera sus raíces en una vieja cultura precolombina, y que hubiera gozado de
unidad jurídico-administrativa como Audiencia de Charcas, era un acto de tal
trascendencia política para la América del Sur que sólo un consenso de naciones
podía darle la solidez y permanencia que todo Estado necesita.
Habla en dicha nota de la Asamblea del Istmo, que en su
concepción y adelantándose a su época, debía establecer, en un acuerdo mutuo y
libre, una como Confederación de naciones americanas y al mismo tiempo un
supremo Consejo de justicia internacional que mantuviese la paz y zanjase cualquier
litigio entre esas naciones recién nacidas a la vida de la independencia
política. De haberse realizado el ideal de Bolívar, muchas guerras e
injusticias se habrían evitado en nuestro Continente; los países débiles no
hubieran perdido extensos territorios, y aun alguno sus costas, tomados a la
fuerza por los países mayores; estaríamos más cerca de la comprensión, del
conocimiento mutuo y de la amistad que debiera reinar entre nuestros pueblos,
ya que todos sufrieron el yugo colonial y lucharon hermanados por conquistar su
independencia.
Pero mientras aquellos ideales se abriesen lento campo en la
conciencia de los gobernantes de América, era menester resolver ciertos
problemas atingentes con la nueva realidad a que dio origen la victoria de
Ayacucho, y entre ellos el futuro del extenso y poblado territorio de la
Audiencia de Charcas, El país tenía cerca de dos millones de kilómetros
cuadrados y era, por lo tanto, el tercero en extensión de la América del Sur, y
su población, en 1810, era de 1.200.000 habitantes, poco menos que el Perú, que
tenía 1.400.000, mientras las provincias del Río de la Plata no pasaban de
600.000 habitantes y Chile de 500.000, según se consigna en "La
América" de Lastarria (6). Para anotar su importancia y su progreso
conviene citar también, del mismo libro, la población que dichas naciones
alcanzaron en 1866: el Perú 2.750.000, Bolivia 2.700.000 y la República
Argentina únicamente 1.410.000.
Por otra parte la riqueza argentífera del Cerro de Potosí
era bien conocida en América y en Europa. "¡Vale un Potosí!", le hace
decir Cervantes al Quijote para ponderar un tesoro fabuloso. Los sueños de
opulencia de los conquistadores, que se esfumaron pronto en México y en el
Perú, tuvieron su pleno cumplimiento en Potosí, ciudad a la que acudían
españoles de toda laya, presurosos por salir de pobres, y mitayos que iban a
arrancar la plata del Cerro Rico con lágrimas y dolor, dejando muchas veces la
salud y hasta la propia vida en la faena.
Así Potosí llegó a ser la más populosa ciudad de la
hispanidad en los siglos XVI y XVII, Y los millones de pesos ensayados, que
eran los quintos correspondientes a la corona, conducidos por los galeones de
la época, contribuyeron a la dominación española de los Países Bajos, de las
Dos Sicilias y fueron el señuelo que dio origen a la gestación de la industria
moderna, como lo dice el economista Casto Rojas en sus estudios sobre "El
Cerro Rico de Potosí' , "La opulencia de la Villa Imperial de Carlos V
—escribe— alteró la relación de los valores europeos; puso nuevos y
desconocidos factores económicos en la historia del mundo; contribuyó a la
creación —de la industria moderna con el dinámico aporte de sus capitales;
llegó a convertir "al simple heredero de Castilla en el monarca más
poderoso del universo". Con sus ingentes caudales Potosí alimentó durante
siglos los más locos derroches y las más audaces empresas imperialistas de
España; gracias al Cerro Rico tuvo Felipe II la fuerza financiera bastante para
formar y equipar la "Armada Invencible", Contribuyó, en fin, con una
riqueza fresca y fantástica, dentro de lo relativo de su época, a la gran
evolución humana de la Edad Moderna y del Renacimiento que son los cimientos de
la civilización actual. Aquel milagro de geología y de concentración
argentífera, único en el mundo, merece perpetuarse en la historia económica por
haber creado lo que en justicia de- be llamarse la ERA POTOSINA (7)
El Mariscal Sucre comprendió la importancia de ese país “que
no era del Perú y que no quería ser sino de sí mismo", y al día siguiente
de llegar a La Paz, el 9 de febrero de 1825, firmó el Decreto de convocatoria a
una Asamblea Deliberante para que los diputados de las provincias altoperuanas,
conscientes de su misión y su derecho, como lo habían proclamado los doctores
de la Universidad de Charcas, se dieran el gobierno que su saber, su
experiencia y su conveniencia les dictase. Sólo ellos podían dictaminar si las
provincias charquinas se incorporaban a la Confederación argentina, heredera
del Virreynato de la Plata al que en 1810 pertenecían, o se anexaban al Perú
por su proximidad y los lazos históricos del Incanato, o en fin se declaraban
soberanos y libres. ¿Qué otra cosa mejor se podía hacer que llamar a los
pueblos para que ellos mismos decidieran de su suerte y gobierno?
Sucre no alimentaba ambición alguna y sabía que el ejército
no tenía otro mandato que combatir a Olañeta y poner punto final al dominio de
España en América. Ordenó que las fuerzas colombianas se mantuvieran en
absoluta neutralidad, pero lleno de escrúpulo por el paso que había dado con la
convocatoria, ofició tanto al Gobernador y Capitán General de Buenos Aires,
como al Gobierno del Perú informándoles acerca de ella para que tomaran sus
providencias.
En el oficio al Gobierno argentino, decía: "Tengo el honor
de participar a V. E. que el ejército libertador, después de haber conquistado
la independencia y la paz al Bajo Perú en las batallas de Junín y Ayacucho, ha
pasado el Desaguadero con el objeto de redimir estas provincias del poder
español. —Su E. el Libertador, al prevenirme este movimiento, creyó que al
acercarse el ejército, sería proclamada la independencia en estas provincias
por el general Olañeta, que nos había ofrecido su amistad; y así S. E. excusó
darme otras instrucciones que exigir del general español este paso que
terminaba la guerra. El general Olañeta, negándose a su reunión con nosotros,
ha persistido en sostener la causa del rey, y nos hemos visto obligados a pasar
el Desaguadero y emplear la fuerza para destruirlo y arrancarle el país.
—Libertada la mayor parte de este territorio, y sin un gobierno propio que se
encargue de su dirección, en circunstancias que las Provincias Argentinas no
han aún organizado su gobierno actual, y que el Perú nada dispone respecto de
estos pueblos, he creído de mi deber como americano y como soldado, convocar
una asamblea de estas provincias, que arreglando un gobierno puramente
provisorio, evite las facciones, los partidos y la anarquía, y conserve el
territorio en el mejor orden. Con este objeto he expedido el decreto adjunto,
que es el testimonio generoso de nuestros principios, al cual añado la protesta
solemne de la absoluta neutralidad del ejército libertador en los negocios
domésticos de estas provincias.—Juzgo de mi obligación poner en conocimiento de
los diferentes gobiernos de las Provincias Unidas este paso a que he sido
forzado por las circunstancias, mientras que instalado el gobierno general
argentino, pueda someterse a su consideración, como lo hago ahora al gobierno
del Perú, etc." (8).
El gobierno de Buenos Aires, a la sazón, miraba más a Europa
que a América, y el pueblo porteño mismo, a pesar del "volcán de fiestas y
alegría" que hizo estallar la noticia de la victoria de Ayacucho, a pesar
de las canciones patrióticas y de los desfiles con el retrato de Bolívar, se
hallaba ajeno a los problemas, anhelos e intereses no sólo de las provincias
alto peruanas, sino de las mismas provincias norteñas del Río de la Plata (9).
A pesar de que algunos diputados del Congreso bonaerense
pedían al Gobierno ocuparse del Alto Perú y no perderlo para la Unión, aquel se
hallaba más interesado en entablar negocios con Europa que ocupar su tiempo en
problemas continentales, aunque temía, también por su parte, que la resistencia
de las fuerzas españolas, comandadas por Olañeta, se extendiera fuera de las
provincias de Charcas, amagando el sur y poniendo en peligro la independencia
argentina. Por eso encomendó al Gobernador de Salta, Gral. Juan Antonio Álvarez
de Arenales, pasar al Alto Perú para que "ajuste las convenciones que crea
necesarias con el jefe o jefes que mandan las fuerzas españolas que ocupan las
cuatro provincias hasta el Desaguadero, o con las personas que fuesen
igualmente autorizadas por ellos, sobre la base de que éstas han de quedar en la
más completa libertad para que acuerden lo que más convenga a sus intereses y
gobierno; obligándose como se obliga el ejecutivo nacional a ratificar
inmediatamente, o con la previa autorización del congreso general
constituyente, conforme a la ley fundamental de 23 de enero, todo cuanto en
virtud del presente ajustare y conviniere a su nombre el referido señor
gobernador y capitán general de la provincia de Salta", como reza la nota
firmada por Juan Gregorio Las Heras y Manuel José García (10).
Se ve que al Gobierno de Buenos Aires, más que batir a las
fuerzas de Olañeta le interesaba pactar con ellas, a efecto de asegurarse de
que no invadirían la Argentina. La incorporación del Alto Perú a las Provincias
Unidas no estaba en la mente de aquel gobierno, y la suerte de ese territorio
le tenía un tanto sin cuidado, como lo hace ver muy bien René Moreno en su
"Ayacucho en Buenos Aires"
Otro era el espíritu de Álvarez de Arenales quien guardaba
afecto por las tierras de Charcas y se inquietaba por el destino que correrían
éstas una vez depuesto el gobierno de Olañeta. Arenales había estado en
Chuquisaca, como revolucionario, el 25 de mayo de 1809. Desde entonces combatió
en el distrito de Charcas por la causa patriota. Fue Gobernador de Cochabamba
mientras el ejército de Belgrano ocupaba el Alto Perú, y luego cerca de Santa
Cruz de la Sierra batió a las fuerzas españolas en la célebre batalla de la
Florida, el 25 de mayo de 1814 como curioso recordativo de aquella gloriosa
fecha libertaria. Antes que pactar con Olañeta, o batirlo si no se avenía al
pacto, la intención que llevaba a Arenales al Alto Perú era cooperar con Sucre,
que ya se encontraba en La Paz, para resolver la situación futura de las cuatro
provincias y contribuir en lo posible a su felicidad. Sin tener el menor
conocimiento del Decreto de 9 de febrero, Arenales pensó, lo mismo que lo había
hecho Sucre, que la mayor conveniencia en aquellos momentos era convocar a un
parlamento de representantes del pueblo, para que éstos deliberaran libremente
sobre sus propios destinos. Así lo sugirió al Gobernador y Capitán General de
Buenos Aires, en nota en la que le decía: "Hallándome encargado de pasar a
aquellas provincias, y no pudiendo ser un frío espectador de los desastres que
las amenazan; considerando que, a más de manifestar una conducta del todo
desinteresadas sobre su suerte, y sólo dirigida a evitarles desgracias, sería
un paso honorante para el gobierno de las Provincias Unidas, comprobatorio de
sus miras legales y desinteresadas y capaz de evitar el desorden de
pronunciamientos aislados, invitar las provincias a la reunión de un congreso o
convención de diputados del Alto Perú, bastante numeroso, para que reunido a la
brevedad posible se prenunciasen sobre el futuro destino de dichas provincias, lo
que daría tiempo para que los papeles públicos de ésa discutiesen la materia
con la delicadeza, profundidad y política necesarias a ilustrar la opinión de
dichos pueblos y remover errores y preocupaciones, dando también lugar para
atraer a los diputados de más influjo y lograr una sanción que al paso que,
demarcada con todo el carácter legal, servirá de una irresistible prueba del
modo circunspecto y desinteresado con que se ha mirado la suerte de aquellos
pueblos (11).
Es interesante comprobar la coincidencia de criterio, con
respecto al problema altoperuano, de dos eminentes generales, tan respetables
por su honestidad, su desinterés, como por su alta visión política, uno de
Colombia y otro de la Argentina, Sucre y Arenales. Ambos comprendían que lo único
justo y hacedero en aquellos cruciales momentos era la convocación a una
Asamblea Deliberante para que los propios hijos de esas extensas provincias,
que habían constituido el territorio de la Real Audiencia de Charcas,
decidieran por sí mismos su futuro político.
Sucre no albergaba en su espíritu la menor prevención ni
aspiraba a lograr ningún deliberado propósito. En cambio, parece que Arenales
abrigaba el deseo, muy patriótico por cierto, de que los diputados charquinos
se inclinasen a formar parte de las provincias unidas del Río de la Plata. Sin
embargo, Álvarez de Arenales manifestó su inquebrantable decisión de respetar
la voluntad de los pueblos y acatar y hacer cumplir el voto mayoritario de la
Asamblea a reunirse. En una proclama a los "Habitantes del Alto
Perú", Arenales les decía: "Amigos y compatriotas, los momentos se
acercan de pronunciaros sobre vuestros destinos. Yo respetaré y sostendré, si
lo creyeseis necesario, vuestra completa libertad al efecto. Donde la anarquía,
las pasiones, los intereses atenten contra vuestros derechos y vuestra paz, me
tendréis pronto en vuestro socorro. Y o, y mis bravos compañeros, os merecemos
por vuestra conducta, el plácido nombre de verdaderos hermanos y auxiliares
vuestros; arrojaremos a los tiranos, os veremos libres, y contentos de que lo
seáis, regresaremos a nuestros hogares" (12). Dice también en esa
Proclama: "El estruendo del cañón de la patria os ha dicho desde Junín y
Ayacucho que ya no será un crimen entre vosotros pronunciar aquel delicioso
nombre; que en la nevada cima del Potosí, y en el ameno valle de Cochabamba, en
la opulenta La Paz, como en la culta Chuquisaca, flameará triunfante el
pabellón de la independencia; que las cenizas de pueblos incendiados por la
mano de la barbarie y la sanguinosa huella del carro de los tiranos serán
cubiertas por los dones de libertad, igualdad y demás derechos de los libres; y
que en esa región preciosa, como en toda la tierra de Colón, el comercio, las
artes y las ciencias, harán bajo de gobiernos justos la dicha de mil y mil
generaciones. Un solo déspota osa todavía oprimiros y retardar el goce de
tantas felicidades; pero los héroes de Huamanguilla, por el norte, y los bravos
de Salta, por esta parte, caeremos como impetuosos torrentes sobre ese resto de
miserables, y abatirán sus insignias ominosas o descenderán a la tumba"
(13).
Mas para que las fuerzas de Olañeta cayeran abatidas y el
"déspota" descendiera a la tumba, no fueron necesarios ni los héroes
de Huamanguilla ni los bravos de Salta, pues los propios altoperuanos se
encargaron de aquella faena y de cumplir ese destino. El Coronel Medinacelli,
jefe de las avanzadas de Olañeta, se proclamó por la independencia, cumpliendo
su promesa hecha con anterioridad a Sucre, y cayó con sus tropas sobre las de Olañeta
en Tumusla, cerca de Potosí, el 19 de abril de 1825, batalla con la que terminó
la larga gesta libertaria de la América del sur. "Potosí estaba destinado
a ser el escenario del desenlace de la patriótica epopeya —escribe Sabino
Pinilla—, vinculándose de este modo en el Alto Perú, como honra imperecedera de
sus pueblos, el principio y el fin de la magna contienda, a lo menos por lo que
respecta a la lucha activa y de campo abierto" (14). En efecto, en Potosí
tuvo también lugar la primera victoria de las armas patriotas, el 7 de
noviembre de 1810, en los campos de Suipacha.
El Mariscal Sucre informó desde La Paz, al Ministro de
Guerra del Perú, de la derrota y muerte de Olañeta: "El señor coronel don
Carlos Medina Celi proclamó, con la tropa de su mando, la independencia en
Chichas el 30 de marzo, y el 19 de abril atacó al general Olañeta, buscándolo
en sus posiciones de Vitichi y, habiéndolo encontrado en Tumusla, tuvo el éxito
que se expresa en el parte siguiente: "Al Exmo. Señor Antonio José de
Sucre.- Lleno del mayor júbilo, tomo la pluma para comunicarle el feliz
encuentro que he tenido el día de ayer con el enemigo, general Olañeta y la
división que lo acompañaba; ésta quedó en mi poder, todo el parque e intereses,
lo mismo que el indicado general, quien se halla herido de muerte, a causa de
haberse empeñado en la acción en tales términos que llegó a acontecerle esta
desgracia..." Al concluir ésta, he tenido parte de que el general Olañeta
acaba de expirar" (15). Sucre, como lo hacía siempre, informó también a
Bolívar de este acontecimiento: "Mi parte oficial impondrá a V. de la
muerte y destrucción de Olañeta; ha sucedido conforme le dije a V. que el
Coronel Medina Celi lo entregará vivo o muerto", y me alegro en honra de
este oficial que haya sido tomado en combate. En fin, esto queda ya acabado;
siento que Olañeta haya muerto porque mi interés era tomarlo vivo para
mostrarle cuánto somos generosos" (16).
Por su parte Álvarez de Arenales, en redacción de su
secretario y primer Edecán, dice en nota a la Municipalidad de Potosí: "El
importante suceso de Tumusla ha restituido feliz y gloriosamente a los pueblos
el colmo de sus triunfos y al más completo ejercicio de sus derechos para
discutir y pronunciarse libremente sobre sus propios destinos; tal suceso,
precedido de otros no menos prósperos y brillantes que, en la cima de los Andes
del Perú, han estampado la fama y la gloria de Colombia, inspiran desde luego
los más complacientes regocijos en todo corazón americano; empero los
habitantes de las provincias bajas del Río de la Plata los contemplan con aquel
raro e inexprimible júbilo con que se miran siempre las prosperidades entre
pueblos hermanos, y cuyos mutuos compromisos y deberes en la honrosa contienda
que han sostenido, no pueden menos que sellar la más estrecha y duradera
simpatía" (17) .
Con la acción de Tumusla y la muerte del Gral. Pedro de
Olañeta, quien con temeraria tenacidad levantaba aún los pendones del rey, el
Alto Perú logró su completa libertad, y Potosí, que era el último reducto de
aquellos realistas, fue ganado también para la independencia. En aquellas horas
ya todas las provincias altoperuanas se hallaban libres, pues bastaron los
clarines de Ayacucho para que resonara la libertad en el último pueblo de los
Charcas. Como Sucre iba informándole a Bolívar, desde antes de pasar el
Desaguadero y luego desde La Paz, los guerrilleros altoperuanos y aún las
mismas tropas realistas insubordinándose contra sus jefes, tomaban el gobierno
de las ciudades y proclamaban la independencia.
Cuando Sucre ingresó a La Paz, esta ciudad estaba ya en
poder del guerrillero José Miguel Lanza, a quien Sucre nombró Presidente del
Departamento de la ciudad, como él le informa en nota a Bolívar (18). En
Cochabamba el 12 de enero, los Coroneles Sánchez, Bellota y Plaza lograron que
los escuadrones realistas "Dragones Americanos", "Santa
Victoria" y el batallón "Fernando VII", enarbolaran los pendones
patriotas. En Santa Cruz fue arrestado el Gral. Aguilera por sus mismas tropas,
y en Valle Grande los oficiales Rivas y Antelo se apoderaron del escuadrón
Santa Cruz (19).
El Gral. Aguilera fue uno de los más fanáticos realistas y
crueles guerreros: mató de un sablazo, en la batalla de la Laguna, al
guerrillero Padilla, y en el Pan le hizo cortar la cabeza al Coronel Warnes. A
pesar de que Aguilera era criollo, demostró tal fanatismo monárquico que aun
después de fundada la República, en el gobierno del Mariscal Sucre, levantó
nuevamente los pendones del rey en Santa Cruz de la Sierra, pero tuvo que
internarse al monte ante las tropas enviadas por el Mariscal.
Cuando aún Olañeta se encontraba fuerte en Potosí, la ciudad
de Chuquisaca, "donde la América tuvo el origen de su libertad " son
palabras de Sucre, logró su total independencia el 22 de febrero, por obra de
un escuadrón de dragones de las propias fuerzas de Olañeta, según informa el
Mariscal al Ministro de Guerra del Perú, en nota que dice: "La ciudad de
Chuquisaca, donde la América tuvo el origen de su libertad, fue libre el 22 de
febrero. El coronel don Francisco López, al servicio del general Olañeta, había
convidado los patriotas de aquella ciudad el 22 al mediodía para asistir al
acto espontáneo de la guarnición compuesta de un escuadrón de 180 dragones.
Formado éste en parada, proclamó la independencia y juró las banderas de la
libertad, sin ninguna ocurrencia ni oposición desagradable por parte de nadie.
El gobernador, que había sido arrestado en aquel acto, fue despachado para
donde el general Olañeta" (20).
Si bien todos estos movimientos en procura de la
independencia fueron la secuela de la victoria de Ayacucho, quince años antes
de esta las ciudades del Alto Perú habían sido las primeras en la América
hispana en proclamar los ideales de la libertad y ascender al patíbulo por
aquellos ideales. Bolívar, con alto espíritu, en nota dirigida al Congreso
Constituyente, reconoce que fue el Alto Perú el que inició, en 1809, con el
pensamiento de la Universidad de Charcas y con la sangre de los protomártires
de La Paz, el movimiento de independencia que terminó gloriosamente en
Ayacucho. En ese bello documento, escribe: "Ya que los destinos han
querido que sean los altoperuanos los últimos que en América han entrado en el
dulce movimiento de la libertad, debe consolarles LA GLORIA DE HABER SIDO LOS PRIMEROS
QUE VIERON, DIEZ Y SIETE AÑOS HA, EL CREPÚSCULO QUE DIO PRINCIPIO AL GRAN DIA
DE AYACUCHO" (21).
Las palabras de Bolívar nos dan ocasión para recordar que
cuando en varias ciudades de Hispanoamérica, los revolucionarios de 1810
proclamaban aún el nombre de Fernando VII y hacían la revolución con embozo y
careta, la ciudad de La Paz, ya un año antes, había arrojado la careta y
mostrado la cara, como lo dice Gabriel René Moreno refiriéndose a la gesta del
16 de Julio de 1809: "Se ve que el Alto Perú había sacado la cara cuando
el resto de las Américas comenzó con careta su movimiento de separación en
1810" (22).
Estudiando por menudo y en forma exhaustiva los orígenes de
la independencia americana, René Moreno escribe: “La cara” y la “careta” fueron
en el Alto Perú el año 1809 dos fases, una filosófica y otra jurídica, de una
misma empresa política. En uno y en otro caso, por diferente camino, se venía a
parar, según los doctores, a la independencia americana, independencia con
arreglo al pacto social. En Chuquisaca se arguyó pacto social ajustado por
escrito; en La Paz se invocó el pacto social que según la recta razón sirviera;
siempre de origen a las asociaciones humanas; en La Paz, cuando la
"cara" descubierta del 16 de Julio, independencia perpetua de España
conforme a los principios del CONTRATO SOCIAL. Son los principios realizados
antes de esta teoría por la de Estados Unidos. Son teoría y práctica que
enseñan inapropiable por ninguna familia e inmanente en el pueblo la soberanía,
y la enseñan, según los revolucionarios paceños, inalienable e imprescriptible,
contra el pretendido derecho español de conquista y contra el pontificio regalo
de estas Américas al rey de Castilla hecho por Alejandro VI" (23).
En efecto, los doctores de la Universidad de Charcas
plantearon una doctrina jurídica que fue la base legal del movimiento
independista de la América Hispana. Célebre en toda la Colonia fue esta
Universidad, principalmente por su Facultad de Derecho, a la cual acudían a
doctorarse IN UTROQUE desde Buenos Aires, que carecía de Universidad, y aun
desde Lima, ya que San Marcos brillaba más por sus Facultades de Filosofía y
Teología. Para no citar sino a los más importantes, allí estudiaron los
argentinos Mariano Moreno, Secretario de la Primera Junta bonaerense, Bernardo
Monteagudo, José Castelli y el limeño Mariano Alejo Álvarez.
Habilísimos en el manejo de la dialéctica peripatética, los
doctores de Charcas dieron origen a .un silogismo sustentado en el principio de
que los virreynatos y distritos audienciales de las Américas no pertenecían
como provincias a España, sino únicamente a la corona del rey, como reinos
aparte gobernados por virreyes. Este argumento constituía la premisa mayor del
silogismo, siendo la menor la caducidad de la dinastía borbónica española, por
la abdicación de Carlos IV y de Fernando VII, tanto de sus personas como de sus
descendientes y el no reconocimiento de la legitimidad de José Bonaparte, ya
que "las Américas, siglos atrás, habían ajustado pacto de feudo para ser
vasallos, no de España ni de cualquier señor intruso o fiel que la península o
los partidos de la península quisieran dar a la monarquía, sino sólo del señor
natural de las Españas, que en la fecha (1808) no es sino un ex soberano que se
va lejos, y que se va regalando las Américas a un nuevo dueño, contra lo jurado
por los reyes fundadores de este imperio", como razonaban los más
vehementes jurisperitos de la Academia Carolina, anexa a la Universidad (24) .
El silogismo quedaba, pues, formulado, según René Moreno, en
la forma siguiente: "Premisa Mayor: El vasallaje colonial es tributo
debido no a España sino a la persona del legítimo rey borbónico de España.
Premisa Menor: Es así que nuestro legítimo y recién jurado Rey don Fernando VII
abdicó junto con toda la familia borbónica de España, y ya "no
volverá". Consecuencia: Luego la monarquía está legal y definitivamente
acéfala por vacancia del trono, debe ser desobedecido el rey Bonaparte o
cualquier otro que España quiera darse, deben cesar en sus funciones los actuales
delegados y mandatarios de la extinta autoridad soberana, y deben en este caso
proveer por sí mismas las provincias altas a su propio gobierno supremo"
(25).
Al movimiento del 25 de mayo de 1809 en la ciudad de la
Plata, o Charcas o Chuquisaca o Sucre, como hoy se llama, movimiento fundado en
esta doctrina jurídica, respondió la ciudad de La Paz, levantándose el 16 de
Julio del mismo año. Se destituyó a las autoridades; el Cabildo constituyose en
Gobierno y el pueblo, en Cabildo Abierto, nombró una "Junta Tuitiva"
con amplios poderes legislativos, la que históricamente constituye el primer
Parlamento hispanoamericano. Esta revolución fue francamente autonomista: su
finalidad era alcanzar la absoluta independencia política. Preparada con mucha
antelación, al parecer desde 1805, sus líderes elaboraron un Plan de Gobierno
que contenía 10 puntos. El Plan enunciaba: "como principio, la soberanía
inalienable del pueblo; como objeto, la independencia autónoma; como fin, la
reforma del gobierno y de la sociedad" (26).
La Junta Tuitiva hizo circular una Proclama que, al parecer,
fue redactada por José Antonio Medina, doctorado en la Universidad de Charcas.
Esta Proclama es uno de los documentos más hermosos de toda la literatura
hispanoamericana del período de la Independencia, tanto por el vigor expresivo
de su forma cuanto por el contenido de sus conceptos. Sin embargo, fue poco
difundida en el resto de América, y como creemos que todo americano debe
conocer las fuentes ideológicas de su gran revolución, y esta Proclama es una
de ellas, la reproducimos en el texto de esta importante obra bolivariana:
"Valerosos
habitantes de La Paz: Hasta aquí hemos tolerado una especie de destierro en el
seno mismo de nuestra Patria; hemos visto con indiferencia por más de tres
siglos sometida nuestra primitiva libertad al despotismo y tiranía de un
usurpador injusto que degradándonos de la especie humana nos ha reputado por
salvajes y mirado como esclavos. Hemos guardado un silencio bastante parecido a
la estupidez que se nos atribuye por el inculto español, sufriendo con
tranquilidad que el mérito de los americanos haya sido siempre un presagio
cierto de humillación y ruina. Ya es tiempo, pues, de sacudir yugo tan funesto
a nuestra felicidad como favorable al orgullo nacional del español. Ya es
tiempo de organizar un sistema nuevo de gobierno fundado en los intereses de
nuestra patria altamente deprimida por los intereses de la bastarda política de
Madrid. Ya es tiempo en fin de levantar el estandarte de la libertad en estas desgraciadas
colonias adquiridas sin el menor título y conservadas con la mayor injusticia y
tiranía. Valerosos habitantes de La Paz y de todo el imperio del Perú, revelad
vuestros proyectos para la ejecución, aprovecháos de las circunstancias en que
estamos, no miréis con desdén la felicidad de nuestro pueblo, ni perdáis jamás
de vista la unión que debe reinar en todos para ser en adelante tan felices
como desgraciados hasta el presente" (27) .
Con excepción del Dr. Antonio Medina, que era sacerdote,
todos los demás miembros de la Junta Tuitiva fueron condenados a la horca,
después de In largo proceso. La sentencia, firmada por el brigadier José Manuel
de Goyeneche, decía que "asaltaron a fuerza abierta la noche del 16 de
Julio al Cuartel de Veteranos, apoderándose de las armas, depusieron del
Gobierno al Sr. Gobernador Intendente y al Ilustrísimo Sr. Obispo, removieron a
los Sub-Delegados de los Partidos y a los demás empleados legítimamente
constituidos, subrogaron otros de su facción aparentes para sus reprobados
fines, eligieron nuevo Gobierno con el título de Junta Representativa de
Tuición, y adoptaron el escandaloso Plan de diez capítulos que atacaba las
reglas de la Soberanía, conspiraba destruir el legítimo Gobierno, e inducían
(a) la independencia" (28). El patíbulo se levantó en la Plaza de Armas de
La Paz el 29 de enero de 1810. Don Pedro Domingo Murillo, Presidente de la
Junta Tuitiva, dijo antes de morir, ya sobre el patíbulo: "No apagarán la
tea que he encendido" (29).
Por lo demás estos movimientos de Chuquisaca y de La Paz, no
fueron sino el comienzo de una larga guerra de guerrillas que duró dieciséis
años y conmovió a todo el territorio de la Audiencia de Charcas. Las fuerzas
españolas comandadas por el Brigadier de Goyeneche y luego por los generales
Pezuela y La Serna —elevados luego al Virreynato del Perú— se concentraron en
las provincias Altas y persiguieron con tenaz denuedo y crueldad a los grupos
de guerrilleros que hacían su aparición por todas partes. En Chuquisaca, Manuel
Ascencio Padilla y Juana Azurduy de Padilla; en Cochabamba, Esteban Arze y
Guzmán Quitón; en La Paz, José Miguel Lanza y el cura Ildefonso de las Muñecas;
en Santa Cruz, Ignacio Warnes y Álvarez de Arenales, el vencedor de La Florida;
en Tarija, Eustaquio Méndez y Manuel Uriondo, para no citar sino a los más
célebres. La Junta Gobernadora de Buenos Aires mandó cuatro ejércitos para
auxiliar a los patriotas altoperuanos. Lamentablemente aquellos ejércitos
fueron derrotados, uno a uno, por las fuerzas realistas, no quedando sino los
grupos de guerrilleros que combatieron hasta el final.
Bolívar conocía esta gesta heroica de las provincias de la
Audiencia de Charcas, y sabía que ellas merecían, más que nadie, lograr su
plena independencia y su Gobierno autónomo, pero por un escrúpulo legal y
temiendo que lo tildaran de arbitrario, no quería que la convocatoria a una
Asamblea Deliberante, que significaba ya "un acto de soberanía",
emanase de su autoridad ni de la del General en Jefe del Ejército Libertador que
estaba sujeta a la de él. Por eso, Bolívar, al tener conocimiento del Decreto
de 9 de febrero, le escribía a Sucre: " Ni V., ni yo, ni el Congreso mismo
del Perú, ni el de Colombia, podemos romper y violar la base del derecho
público que tenemos reconocido en América. Esta base es, que los gobiernos
republicanos se fundan entre los límites de los antiguos virreynatos,
capitanías generales o presidencias, como la de Chile. El Alto Perú es una
dependencia del Virreynato de Buenos Aires, dependencia inmediata como la de
Quito de Santa Fe". Le manifestaba, además, que la sola convocatoria al
Congreso era "un acto de soberanía ", que no estaba entre las
atribuciones de Sucre, cuya autoridad era únicamente la de General en Jefe del
Ejército Libertador, y que no podía "decidir de una operación que es
legislativa" (30).
La Asamblea Deliberante del Alto Perú, según el Decreto de 9
de febrero (31), debía reunirse el 29 de abril en la ciudad de Oruro, pero la
guerra con Olañeta, que ocupaba a la sazón las provincias de Chuquisaca y
Potosí, no hicieron posible la elección de diputados, y cuando Sucre recibió la
carta de Bolívar resolvió dar largas al asunto hasta saber la última decisión
del Libertador. La Carta conmovió el delicado y sensible espíritu de Sucre. Se
vio desautorizado por el hombre a quien más admiraba y a quien más quería.
Sintió haber obrado con precipitación; haber cometido quizá un error. Pero
sabía que en el fondo Bolívar estaría de acuerdo con que la Asamblea se
reuniera, pues había partido de él, del Libertador, la idea de convocarla, como
Sucre le hace recuerdo en su carta de respuesta. En ella le dice que el recibo
de aquella carta le ha causado "un gran disgusto", pero no contra
Bolívar sino contra él mismo, porque veía que "he cometido un error tan
involuntario, que mi solo objeto fue cumplir las intenciones de V. Mil veces he
pedido a V. instrucciones respecto del Alto Perú y se me han negado, dejándome
en abandono; en este estado yo tuve presente que en una conversación en Yacán
(pueblo cerca de Yanahuanca) me dijo V. que su intención para salir de las
dificultades del Alto Perú era convocar una asamblea de estas provincias"
(32).
Posiblemente éste era el pensamiento íntimo de Bolívar, pero
en aquellos momentos se hallaba presionado por mil encontrados intereses, tanto
los del Río de la Plata, que podían reclamar con derecho el territorio de la
Audiencia de Charcas, cuanto las pretensiones del propio Perú, “que lo ha
poseído antes y lo quiere ahora", como le decía en carta a Santander.
No era fácil, sin duda, conocer los secretos designios de
Bolívar, que se mostraba, en veces, bastante sibilino, ya que por encima de la
política ' menuda de los pueblos, él proyectaba una política de más alto vuelo.
Esta era, lo sabemos, la unión de todos los países hispanoamericanos en una
sola gran nación. Bolívar, como todo genio, tenía mucho de soñador y de poeta.
Sucre, en cambio, era menos soñador y, por lo tanto, más realista. Comprendía
que era necesario organizar políticamente el Alto Perú antes de dejar el
ejército y volver a su país, como era su deseo. Estaba empeñado en tal
designio, pero no se atrevía a tomar decisiones sin el consentimiento de
Bolívar. La autorización para que se reuniera la Asamblea, felizmente no tardó
en llegar.
Cuando Bolívar supo el dictamen del Gobierno de Buenos
Aires, de dejar a las provincias altoperuanas "en la más completa libertad
para que acuerden lo que más convenga a sus intereses y gobierno" (33), y
como el Congreso del Perú se había manifestado en acuerdo y conformidad con
esta política, se apresuró a dictar el Decreto de 16 de mayo que, en sus
considerandos, dice "Que el soberano congreso del Perú ha manifestado en
sus sesiones el más grande desprendimiento en todo lo relativo a su propia
política y a la de sus vecinos" y "que su resolución de 23 de febrero
del presente año manifiesta explícitamente el respeto que profesa a los
derechos de la república del Río de la Plata y provincias del Alto Perú",
y en el artículo primero, expresa: "Las provincias del Alto Perú, antes
españolas, se reunirán conforme al decreto del gran mariscal de Ayacucho, en
una asamblea general para expresar libremente en ella su voluntad sobre sus
intereses y gobierno, conforme al deseo del poder ejecutivo de las provincias
unidas del Río de la Plata y de las mismas dichas provincias" (34).
Bolívar como político era en extremo sagaz, como arrebatado
y drástico había sido en la guerra. Viéndose el dirimidor de la política de
casi toda Sur América, no le gustaba que lo mirasen como autoritario e
imperioso; deseaba armonizar la voluntad y aspiraciones de los pueblos,
"conciliar todo lo que era conciliable" y no herir la susceptibilidad
de los gobiernos. El esperaba que, sin violencia, se cumplieran sus altas
finalidades, las que no eran siempre compatibles con los intereses de los
partidos y con las ambiciones de los hombres. En carta a Sucre, enviándole el
Decreto de referencia, le decía: "V. verá por él que concilio todo lo que
es conciliable entre intereses y extremos opuestos. No creo que de ningún modo
me puedan culpar los pretendientes al Alto Perú; porque sostengo, por una
parte, el decreto del congreso peruano, y adhiero, por otra, a la voluntad del
gobierno de Buenos Aires. Por supuesto, dejo en libertad al Alto Perú para que
exprese libremente su voluntad... No debo dejar de declarar a V. francamente,
que yo no me creo autorizado para dar este decreto y que solamente la fuerza de
las circunstancias me lo arrancaran, por no dejar mal puesta la conducta de V.;
por complacer al Alto Perú; Por acceder al Río de la Plata; por mostrar la
liberalidad del congreso del Perú, y por poner a cubierto mi reputación de
amante de la soberanía popular y de las instituciones más libres" (35).
En esta carta Bolívar revela su profundo sentido
democrático, y su respeto por la voluntad de los pueblos, ya que era manifiesto
el deseo del Alto Perú de constituirse en nación independiente. No oculta sin
embargo sus escrúpulos de orden legal, pues no se siente con facultades
legislativas como para convocar a una Asamblea y fundar un nuevo Estado. Por
eso deja bien en claro que toma ese camino no por su arbitraria voluntad, sino
por circunstancias que lo obligan, y que no son tanto las que anota, como otras
de mayor peso que ya se manifestaban para él. Estas eran, a no dudarlo, las fuerzas
imperativas de la geografía y de la historia.
Bolívar al acercarse al Alto Perú, iba comprendiendo que esa
tierra milenaria del Kollasuyo, que después fue Audiencia de Charcas,
constituía una unidad geográfica, como lo diremos adelante, y que estaba
llamada a desempeñar una importante función política por su ubicación entre la
Argentina y el Perú. Bolívar sabía también de su pasado, de la cultura que
emanaba de la Universidad de Charcas, de las riquezas argentíferas del cerro de
Potosí, y sobre todo de su larga lucha libertaria que arrancaba de los primeros
gritos de independencia que se habían escuchado en América.
Recordando la gesta heroica de las provincias altoperuanas,
Bolívar quiso terminar en ellas su largo recorrido libertario desde Venezuela,
atravesando Colombia, Ecuador, Perú hasta llegar al territorio que debía
constituir la nueva nación que llevara su nombre. El había jurado en el monte
Sacro de Roma libertar la América del sur, y quizás en lo alto de aquel célebre
cerro pensó en llegar hasta otro cerro célebre, el de Potosí, que había dado
tantas riquezas y con las riquezas tanto poder a España. El debía destruir ese
poder en América, en una lucha larga, encendida, sin desmayos, sufriendo la
amargura de las derrotas, la incomprensión de los hombres y hasta la traición
de muchos de los suyos, pero saboreando también el placer de los triunfos, la
aclamación de los pueblos y la noble fidelidad de hombres de la integridad
moral de un Sucre, a quien había enviado al Alto Perú antes de él, y con cuya
ayuda debía poner las bases de la nueva nación.
Pero con un profundo sentido democrático, él no quería
hacerse presente hasta que los hijos de aquellas tierras regadas por la sangre
de años de lucha, reunidos en Asamblea Deliberante, decidieran por sí mismos de
su suerte y construyeran su destino. Por eso, en la citada carta a Sucre, le
dice también: "Para dejar en plena libertad a esas provincias de obrar sin
coacción, he determinado no ir al Alto Perú sino dentro de dos meses
cumplidos... Así, para cuando yo llegue al Alto Perú, la asamblea habrá
decidido las cuestiones que ella misma se proponga sobre sus INTERESES Y
GOBIERNO, como dice el general Arenales. Esta debe ser la base de sus
deliberaciones para no dejar derecho al Río de la Plata para que nos impute
ninguna usurpación o inmisión en sus negocios nacionales, pues, francamente
hablando, nosotros no tenemos derecho para introducir ninguna cuestión en esa
asamblea que pueda producir un principio fundamental para sus instituciones.
Por lo mismo, V. ponga en ejecución el decreto de hoy, mandando que se reúna
inmediatamente en un lugar dado, que V. señalará, la asamblea general. El lugar
de la asamblea debe estar despejado de tropas del ejército libertador, a veinte
leguas en contorno; ningún militar se encontrará en todo el ámbito señalado; un
juez civil mandará dicho lugar, y, por supuesto, V. estará lo más lejos que
pueda; pero de ningún modo deberá V. abandonar el territorio del Alto Perú,
porque su mando le está enteramente cometido" (36).
La Asamblea General se reunió en Chuquisaca ellO de julio de
1825, como se le comunicó al Libertador en nota firmada por su Presidente José
Mariano Serrano y por sus Secretarios Angel Mariano Moscoso y José Ignacio de
San Ginés. En dicha nota le dicen que la Asamblea “En los transportes de su
gozo, bendijo mil veces el nombre famoso de V. E., por cuyo heroico esfuerzo e
inefables sacrificios el aire que respiramos es ya un elemento de paz, de
libertad, de esperanza y de dicha. Recordó con entusiasmo que la espada de V.
E., exterminando tiranos viles, derroca un edificio construí do sobre
injusticias, para que se levanten otros, cimentados en bases razonables, en que
respire la humanidad hollada y abrumada" (37).
Bolívar recibió con suma satisfacción el anuncio de la
reunión de la Asamblea, y así lo expresa en su nota de respuesta, que tiene la
emoción y la belleza que su pluma cobraba cuando era el fiel reflejo de sus
verdaderos sentimientos. En ella hace patente que los altoperuanos eran
"bien dignos" de lograr su independencia por haber sido los primeros
en aspirar y luchar por ella: "Al nacer esos dignos ciudadanos a la vida
política —dice—, mi corazón palpita de gozo; porque veo que, en un solo día, el
mundo liberal se ha aumentado con un millón de hombres. Bien dignos eran
ciertamente los hijos de la Plata y de La Paz de representar en el orden
político y de hacer uso de sus derechos, antes sumergidos en el abismo de una
esclavitud inmemorial. Ya que los destinos han querido que sean los
altoperuanos los últimos que en América han entrado en el dulce movimiento de
la libertad, debe consolarles LA GLORIA DE HABER SIDO LOS PRIMEROS QUE VIERON,
DIEZ Y SIETE AÑOS HA, EL CREPÚSCULO QUE DIO PRINCIPIO AL GRAN DIA DE
AYACUCHO". Y refiriéndose a las esperanzas que la Asamblea ponía en él,
dice: "La bondad de esa asamblea me humilla, no encontrando en mí esas
potencias que requiere la salud de una sociedad naciente; mas, cualesquiera
sean mis facultades y talentos, me emplearé todo entero en servicio del Alto
Perú; porque no puedo burlar la confianza de un pueblo generoso que me cree
digno de ella. El Alto Perú debe contar con mi espada y con mi corazón: no
tengo más que ofrecer" (38)
La Asamblea General, reunida en Chuquisaca, decidió que las
provincias altoperuanas no formarían parte de la Unión del Río de la Plata ni
se anexarían al Perú. Resolvieron constituir un nuevo Estado, y quisieron que
llevara el nombre del Libertador, porque ese Estado había nacido bajo su égida
y a la sombra de los lauros de Junín y Ayacucho. Por eso acordaron los
asambleístas firmar el Acta de Independencia y la creación del nuevo Gobierno,
el 6 de Agosto de 1825, o sea en el aniversario de la batalla de Junín.
Pero este nuevo Estado no era una fundación artificial,
fruto de un Decreto o de la resolución de una Asamblea, sino la plasmación
jurídico-política de una nación ya milenaria, que fue la nación kolla. Ella se
originó en las alturas, valles, quebradas y llanos del Macizo Andino y tuvo su
primer núcleo político-religioso en Tiwanaku, llamado en sus primeros tiempos
WIÑAY MARCA, o sea ciudad eterna. Esta unidad geográfico-cultural constituyó
más tarde el Kollasuyo de los Inkas, o sea una de las cuatro regiones —o Suyos—
en las que estaba dividido el Imperio: Cuntinsuyo, Antisuyo, Chinchasuyo y
Kollasuyo, "las que eran tan diversas entre sí —según escribe el
historiador peruano Cúneo Vidal— como lo son en la actualidad Portugal, España,
Francia e Italia, dentro del amplio jirón de la raza latina" (39).
La Audiencia de Charcas fue como una reviviscencia del
antiguo imperio kollana, cuyo centro se desplazó más al sur. En la época fueron
la Plata y Potosí las ciudades que se hicieron célebres por su cultura
universitaria, por su riqueza argentífera y por la administración y gobierno de
la Audiencia. La Plata o Chuquisaca, la capital altoperuana fue, después de
Urna, el centro intelectual más importante de la América del sur. La
Universidad de San Francisco Javier y la Academia Carolina cobraron fama porque
en ellas se debatían las concepciones de la filosofía política y del derecho,
llegando a dar cima —como ya lo dijimos— a una doctrina jurídica que fue la
base ideológica de la independencia americana.
Bolivia, además de sus definidos caracteres culturales e
históricos, posee también una unidad geográfica que no fue, sin duda, extraña a
la visión de Bolívar cuando éste atravesó sus valles y sus montañas en una
larga caminata, visitando sus viejas ciudades como La Paz, Oruro, Potosí,
Chuquisaca y Cochabamba, para citarlas en el orden de su recorrido. Entonces, y
sólo entonces, se afirmó en su espíritu la idea, que lo aguijaba
dubitativamente, de su plena independencia. Por eso dice René Moreno que
Bolívar entró a Charcas enemigo de su autonomía, y salió jurándola.
La unidad geográfica de Bolivia, a despecho de quienes
sostienen lo contrario, ha sido demostrada por el geopolítico español Badía
Malagrida en su libro sobre el factor geográfico de la política suramericana.
Cuando se pregunta "si existe una unidad geográfica característicamente boliviana",
afirma resueltamente que sí. "Colocados en este plano —escribe contestando
a su pregunta— y en virtud de los datos geológicos y orográficos anteriormente
aducidos, podemos convenir en una afirmación básica, a saber: que el Macizo montañoso
de Bolivia reúne en sí mismo características suficientes para ser considerado
como una unidad geográfica propiamente dicha". "Pero obsérvese bien
—añade— que nos referimos al Macizo boliviano íntegramente, como un sector de
la Cordillera Andina, tan individualizado por sus rasgos estructurales como la
barrera chilena y las mesetas peruanas, y, en este sentido, claro está que no
podemos sancionar la segregación de las comarcas de Arica, Tarapacá y Atacama
por cuyo borde circula la línea generatriz del sistema andino. El país
geográfico de Bolivia, a despecho de la arbitraria participación política que
lo mantiene fraccionado, se prolonga hasta el Pacífico, y con esto dejamos
apuntada la esencia geográfica de aquel gran pleito que perturbó la paz de
aquellos pueblos" (40).
Además, por la situación que Bolivia ocupa en el corazón del
Continente, el investigador español le asigna un gran papel en la política de
Sur América: "La función estructural del Macizo Boliviano —dice— es la de
articular las dos fracciones del sistema andino, otorgándole una visible unidad
de conjunto. Las consecuencias socio-geográficas de este hecho pueden ser muy
significativas si con él coinciden en igual sentido los rasgos climatológicos
de aquellas regiones. En tal caso, podría afirmarse que el territorio de
Bolivia sería el nexo unificador de los países del Pacífico. En su seno se
produciría el contacto entre las repúblicas vecinas de Chile y el Perú, y
además, merced a su privilegiada situación continental, facilitaría las
comunicaciones del Perú con el Plata y de Chile con el Brasil" (41).
Bolívar, que poseía una profunda mirada para comprender a
los hombres y a los pueblos, que estaba dotado, como todo genio, de esa
intuición que hace captar de inmediato lo que para otros es objeto de larga
aplicación y estudio, tan pronto como llegó al Alto Perú se dio cuenta, como
llevamos dicho, de esta realidad. Vio que el nuevo Estado que surgía por obra
de sus victorias, era ya una nación de vieja historia, de grandes riquezas
naturales y que, pese a la diversidad de sus paisajes, de sus climas y de sus
tierras, constituía una unidad geográfica, cuyo núcleo es el macizo boliviano,
del que, como la verde falda de una montaña, desciende la línea de su perfil
hasta los llanos, pasando por las quebradas y los valles. Y vislumbró un futuro
promisor. Advirtió que esa nación que llevaría su nombre, y que era la hija de
su gloria, estaba llamada a grandes destinos, pues debía ser el centro de unión
y relación de las demás naciones sudamericanas, el camino de la comprensión y
la cooperación entre ellas. Su proyecto ensoñado de la unificación de las
naciones de hispanoamérica cobraba ahora, vista desde el corazón del
continente, una nueva faz, sin duda más moderna y más realista. No era ya la
unidad política lo importante, sino la unidad espiritual de estos pueblos, la
necesidad de vincular su economía y su cultura, de cooperarse en sus trabajos,
de ayudar a la realización de sus ideales, de impulsar su desarrollo y su
progreso, en una palabra, de comprenderse y de hermanarse.
Por eso Bolívar no insiste ya en la unión de Charcas con la
Argentina o con el Perú. Acepta el deseo de aquel pueblo de mantenerse autónomo
y le confiere plenos poderes para su Independencia. Y no insiste ya en su viejo
proyecto, porque ha concebido otra unión, más permanente y hacedera, y es la
hermandad de pueblos que, sin perder su carácter nacional, marchen unidos hacia
un futuro que hará de la América Latina un gran continente, un continente donde
el hombre pueda vivir, pensar y crear con plena libertad.
Pero quizás, éste era siempre, en el fondo, el ideal de
Bolívar, ya que vemos que en 1815 había pensado que Latinoamérica podía
dividirse en muchas repúblicas, mas lo que había que esperar era que estuviesen
unidas por sus ideales democráticos y por su mutua cooperación en el camino del
progreso. Así en una de las cartas de Jamaica había escrito: "N. de Pradt
ha dividido sabiamente a la América en quince a diez y siete estados
independientes entre sí, gobernados por otros tantos monarcas. Estoy de acuerdo
en lo primero, pues la América comporta la creación de diez y siete naciones;
en cuanto a lo segundo, aunque es más fácil conseguirlo es menos útil, y así no
soy de opinión de las monarquías americanas. He aquí mis razones: el interés
bien entendido de una república se circunscribe en la esfera de su
conservación, prosperidad y gloria. No ejerciendo la libertad imperio, porque
es precisamente su opuesto, ningún estímulo exita a los republicanos a extender
los términos de su nación, en detrimento de sus propios medios, con el único
objeto de hacer participar a sus vecinos de una constitución liberal. Ningún
derecho adquieren, ninguna ventaja sacan venciéndolos... El distintivo de las
pequeñas repúblicas es la permanencia, el de las grandes es vario; pero siempre
se inclina al imperio. Casi todas las primeras han tenido una larga duración;
de las segundas sólo Roma se mantuvo algunos siglos, pero fue porque era
república la capital y no lo era el resto de sus dominios, que se gobernaban por
leyes e instituciones diferentes" (42).
En esta misma carta, Bolívar expone su gran proyecto de una
organización de naciones americanas que sólo más de un siglo después se ha
hecho posible con la O.E.A. Pero las ideas de Bolívar van mucho más allá que lo
logrado hasta ahora por esta Organización. En esa carta dice que sería “idea
grandiosa formar de todo el Nuevo Mundo una sola nación con un solo vínculo que
ligue sus partes entre sí y con el todo, ya que tiene un sólo origen, una
lengua, unas costumbres y una religión". Mas comprende que este ideal es
imposible "porque climas remotos, situaciones diversas, intereses
opuestos, caracteres desemejantes dividen a la América", y concibe
entonces la posibilidad de un organismo internacional formado por representantes
de las diversas naciones para que ellas pudieran tratar de sus altos intereses
y pudieran defenderlos, en libre diálogo, de las ambiciones de países más
poderosos y más ricos. "¡Qué bello sería que el istmo de Panamá fuese para
nosotros lo que el de Corinto para los griegos! " —exclama. Ojalá que
algún día tengamos la fortuna de instalar allí un augusto congreso de los
representantes de las repúblicas, reinos e imperios a tratar y discutir sobre
los altos intereses de la paz y de la guerra con las naciones de las otras tres
partes del mundo" (43).
Acá se esboza ya el proyecto, que bullía en su espíritu, de
lo que iba a ser el Congreso de Panamá, y cuyas nobles finalidades se expresan
en la nota que, en diciembre de 1824, pasó Bolívar desde Lima a los Gobiernos
de las repúblicas de Colombia, México, Río de la Plata, Chile y Guatemala. En
ella les dice: "Después de quince años de sacrificios consagrados a la
libertad de América por obtener el sistema de garantías que, en paz y guerra,
sea el escudo de nuestro nuevo destino, es tiempo ya que los intereses y las
relaciones que unen entre sí a las repúblicas americanas, antes colonias
españolas, tengan una base fundamental que eternice, si es posible, la duración
de estos gobiernos", para lo cual invita a la reunión "en el Istmo de
Panamá u otro punto elegible a pluralidad" de "una asamblea de
plenipotenciarios de cada estado que nos sirva de consejo en los grandes
conflictos, de punto de contacto en los peligros comunes, de fiel intérprete en
los tratados públicos cuando ocurran dificultades, y de conciliador, en fin, de
nuestras diferencias" (44)). Acá se manifiestan las metas ideales a las
que debiera aspirar la América Latina para mantener un verdadero espíritu de
unión y de mutua cooperación. Creemos que la O.E.A. para cumplir sus altos
fines no podría hacer nada mejor que inspirarse en el pensamiento de Bolívar.
Genial idea fue, ciertamente, la de proponer la reunión de
un Congreso Internacional de las ex -colonias de España, tanto para cooperarse
en su desenvolvimiento económico, social y cultural, cuanto para defenderse de
los imperialismos que en aquella época tenían carácter político, como el de la
Santa Alianza, y que en nuestros tiempos adquieren mas bien carácter económico.
La visión bolivariana de una América unida por la comprensión de sus mutuos
intereses, de sus ideales, de sus necesidades, de sus aspiraciones de
desarrollo y de progreso, una América que marche unida a la conquista de un
espíritu y de un estilo de vida y creación artística que den un sello propio a
su cultura, aún no se ha cumplido todavía. Los egoísmos nacionales impiden la
mirada comprensiva a las ajenas necesidades, y así la riqueza y el progreso no
marchan muy parejos en nuestro continente. Sin embargo se han dado ya los primeros
pasos, con el Pacto de Cartagena y con la ALAC, para seguir por la vía
americanista que trazó Bolívar.
Bolívar nos enseñó a mirar por encima de nuestras fronteras
ya tratar de comprender a todos los hombres y conllevar sus aspiraciones y
designios de vida, progreso y libertad, por lo menos de quienes, hablando
nuestro idioma y creyendo en nuestro Dios, sufrieron el yugo colonial y
consiguieron su libertad con cruentos sacrificios. Bolívar no se contentó con
liberar su patria, quiso luchar también por la libertad de otros pueblos, quiso
combatir en lejanas tierras y convivir con extrañas gentes. No hay quizás otro
ejemplo de parejo altruismo, en tiempos en que los hombres se afanaban en
obtener para sí mismos, para sus ciudades, sus villas, sus corregimientos la
anhelada independencia, y se formaban grupos aislados de revolucionarios y
guerrilleros para crear pequeñas juntas de gobierno, republiquetas, según se
dieron en llamar, corno la "Patria Boba" de la Nueva Granada o la
"Patria Vieja" de Santiago de Chile. En la época sólo un hombre
soñaba con extender la libertad desde el Orinoco hasta las cabeceras del Río de
la Plata y llegar al lejano Potosí a plantar en su cima el estandarte de la
independencia americana. Y ya lo embargaba la visión de una América unida, de
una América en la que los pueblos extendieran sus brazos para estrecharse
mutuamente. Y nada revela mejor la grandeza y amplitud del alma de Bolívar que
esta proyección hacia el futuro de un ideal que algún día tendrá su pleno
cumplimiento.
El se había prometido no llegar al Alto Perú hasta que la
Asamblea deliberase y decidiese sobre su destino. Al tener conocimiento de que
el 6 Agosto se había firmado el Acta de Independencia y fundación del nuevo
Estado (45), resolvió hacerse presente en aquellos pueblos que habían sido los
primeros en levantarse por la Libertad y los últimos en conseguir su
Independencia, como el propio Bolívar lo manifestara. Bordeando el lago Titicaca
se encaminó a la ciudad de La Paz. Al pasar la raya que divide el Bajo del Alto
Perú, don Domingo Choquehuanca, doctorado en la Universidad de Charcas, y de
pura raza indígena, lo recibió con palabras que merecen recordarse por la
concisa fuerza y belleza de su expresión. El discurso fue pronunciado en lengua
aymara y traducido por él mismo para que Bolívar lo entendiera:
“Quiso Dios formar de
salvajes un Imperio y creó a Manco Kapac. Pecó su raza y lanzó a Pizarro.
Después de tres siglos de expiación tuvo piedad de la América y os ha creado a
vos. Sois, pues, el hombre de un designio providencial; nada de lo hecho atrás
se parece a lo que habéis hecho. Para que alguien pudiera imitaros, sería
menester que quedara un mundo por liberar. Habéis fundado tres repúblicas que,
en el inmenso progreso a que están llamadas, elevarán vuestra estatua a donde
ninguna ha llegado. Con los siglos crecerá vuestra gloria, como crece la sombra
cuando el sol declina" (46).
Bolívar llegó a La Paz el 18 de agosto de 1825, juntamente
con Sucre que había viajado hasta Zepita para acompañarlo en su travesía a
través de estos pueblos, y con los generales Córdova y Miller entre muchos
otros. Generoso de entusiasmo fue el recibimiento que se le prodigó. El
guerrillero Miguel García Lanza, que había liberado la ciudad de las fuerzas de
Olañeta, y doña Vicenta Juaristi Eguino, que tanto contribuyera en favor de la
lucha libertaria, desde 1809, le entregaron la llave de oro de la ciudad. La
satisfacción de Bolívar se refleja en la carta que escribió a Santander: “ Ayer
he llegado a esta patriótica ciudad y he sido recibido, como era natural, con
mil demostraciones de bondades y agradecimientos... Hoy he recibido una acta de
la asamblea del Alto Perú, que se declara independiente y toma el nombre de
BOLÍVAR y la capital SUCRE y 1.000.000 de pesos de recompensa al ejército,
después de mil otras cosas honoríficas a nosotros. El día de Junín se ha
declarado independiente esta nación y república independiente. ¡Qué hermoso
nacimiento entre Junín y Boyacá! Parece engendrado este estado por el
matrimonio de estas dos repúblicas. V. debe imaginar si yo debo defender este
hijo precioso de mi gloria y de Colombia... Amigo, estas cosas lo alimentan a
uno para poder llegar al término de su carrera. Aunque yo no soy ambicioso, no
puedo menos de ser sensible a tales demostraciones de bondad y de lisonja.
Bastantes me han injuriado, luego parece justo que algunos me alaben, habiendo
hecho yo lo que he podido por el bien de los hombres y de los buenos
principios" (47).
Dos representantes de la Asamblea, los doctores Olañeta y
Mendizábal, se hicieron presentes en La Paz, para manifestarle la admiración y
el agradecimiento de la Asamblea por su obra libertaria. Además, le hicieron
conocer que, por decisión de ésta, el Libertador ejercería el poder ejecutivo
mientras residiera en el territorio de la República, la cual, por la misma ley,
llevaría su nombre" (48).
Bolívar se informó también de las Instrucciones que la
Asamblea había dado a sus Representantes y que contemplaban las necesidades
inmediatas y básicas para la organización y futuro desarrollo de la República.
La primera decía: "La Legación hará el más grande y poderoso esfuerzo con
S.E. para lograr de su generoso y paternal carácter una promesa y seguridad de
que empleará sus esfuerzos, valimiento y poderoso influjo con el Bajo Perú para
que la línea divisoria de uno y otro Estado se fije de modo que tirándola del
Desaguadero a la costa, Arica venga a quedar en el territorio de la República, que
hará las indemnizaciones necesarias por su parte" (49). Era evidente, para
los propios fundadores de Bolivia, que esta nación necesitaría del puerto de
Arica para su progreso económico y la plena autonomía de su tráfico comercial.
El puerto de Arica, funda- do por orden del Virrey Toledo para embarcar por él
la plata que producía el cerro de Potosí, sirvió desde entonces y sirve ahora,
por su situación geográfica, a las exportaciones e importaciones de Bolivia. El
territorio boliviano es el hinterland del puerto de Arica y del litoral de
Tarapacá y Atacama.
Otra de las Instrucciones decía: "Rogar al general
Bolívar, oficialmente, para que interponga sus respetos con el Gobierno de
Colombia, a efecto de que consienta en la permanencia del gran Mariscal de Ayacucho
por algunos años en esta República, con el carácter y representación que la
Asamblea tuviese por conveniente investirle. Que en caso de que S. E. consienta
en lo anterior, la Legación lo anuncie al gran Mariscal de Ayacucho,
suplicándole que por su parte no se niegue, mientras se consolide el orden y
tome estabilidad el Gobierno" (50).
Bolívar manifestose gratamente impresionado por el
patriotismo y el espíritu cívico de los bolivianos que habían dado cima a la
erección de un nuevo Estado, el cual era, evidentemente, obra de su espada y de
su gloria, puesto que sin las victorias de Junín y de Ayacucho no habría sido
posible aquella erección, y no se habría llegado a feliz término sin su
consentimiento y sin su voluntad. Tomando, empero, una actitud de reserva y
prudencia, manifestó que "para la consolidación de la libertad e
independencia del Alto Perú, era de necesidad comunicar el pronunciamiento de 6
de Agosto a la República bajo peruana y negociar con ella su reconocimiento
antes de sancionarle” y que "respecto a los derechos de la Argentina era
igualmente indispensable obtener el mismo pronunciamiento, a causa de haber
sido reconocida aquella República por los gabinetes de San James y Washington
con todo el territorio de su antigua demarcación" (51).
Refiriéndose al pedido de que el Mariscal Sucre permaneciera
por algunos años en Bolivia, dijo que esperaba con fundamento que el Gobierno
de Colombia "se esmerara en complacer al pueblo que ha honrado tan
distinguidamente a dos de sus hijos". Sucre, por su parte, aceptó también,
manifestando "los ardientes deseos que le animan de contribuir en lo
posible a la felicidad y dicha de Bolivia" (52). Consecuencia de este
pedido y de la aceptación del Mariscal, fue la ley del Congreso Constituyente
de Bolivia, reunido el 25 de mayo de 1826, por la que se nombraba a Antonio
José de Sucre, Presidente de la República.
De La Paz, Bolívar y su comitiva viajaron a Oruro. Luego de
permanecer algunos días en esta ciudad partieron para Potosí, ciudad que tanto
deseaba conocer el Libertador, y cuyo célebre cerro debía simbolizar para él el
término glorioso de su trayectoria. "Cuando el Libertador llegó a avistar
clara y distintamente el tan celebrado Cerro de Potosí —cuenta el Gral. Miller—
las banderas del Perú, Buenos Aires, Chile y Colombia tremolaron repentinamente
en la cúspide. Al entrar en la Villa votaron fuego en lo alto del cerro
veintiuna camaretas, cuyo estruendo de cada una era igual al que hicieran seis
cañones de veinte y cuatro disparados a la vez" (53).
Pronto quiso Bolívar subir a la cúspide de aquel cerro para
hincar en sus rocas argentíferas la bandera de la libertad como signo de que
había cumplido el juramento que hizo en el monte Sacro de Roma de libertar la
América y de que su obra de independencia se hallaba ya cumplida. Siguiendo al
Gral. Miller, escribe Sabino Pinilla: "Subió al argentífero cerro en
compañía del general Sucre y de su estado mayor, y en la cumbre de él, con una
bandera de Colombia en la mano, arrebatado de efusión, dijo: "La gloria de
haber conducido a estas frías regiones nuestros estandartes de libertad, deja
en la nada los tesoros inmensos de los Andes que están a nuestros pies".
Así realizó Bolívar aquel ensueño profético lanzado a orillas del Orinoco,
cuando en medio de su tormentosa carrera y de inauditos desastres dijo a sus
camaradas: "Llevaremos nuestras armas triunfantes hasta las cimas del
Potosí" (54).
De Potosí, Bolívar se dirigió u la capital de la República,
la antigua sede de la Audiencia de Charcas, del Arzobispado de la Plata y de la
Universidad de Chuquisaca, que pronto llevaría el nombre de Sucre como homenaje
al gran Mariscal. Poco tiempo estuvo Bolívar en Bolivia, ya que después de
visitar Cochabamba, se ausentó el 1° de enero de 1826 para el Perú. Pensaba
volver y aun residir largo tiempo en Bolivia, no solamente para poner las bases
constitucionales de la nueva nación, sino porque, desde este corazón de la
América meridional, creía que mejor podía servir a las f demás naciones, tanto
del norte como del sur, cuando éstas necesitasen de su brazo y de su consejo.
No aspiraba Bolívar, como lo sostiene Madariaga, a un
omnímodo poder político ni a una se- dentaria corona (55). Quería ser el genio
protector de la libertad de América, de su paz y de su independencia, pero
lejos de su gobierno. Viviendo en el corazón del continente, pensaba que le
sería fácil acudir presuroso, a la cabeza de un gran ejército, cuando en alguna
nación o en algún pueblo la libertad se hallara en peligro. Soñaba con
atravesar las pampas argentinas para ayudar a Buenos Aires en sus dificultades
con la banda oriental; proyectaba libertar al Chiloé, que todavía permanecía
subyugado, y concebía, llegar quizás a México, si esta nación era invadida por
fuerzas españolas, y aun continuar su travesía hasta Cuba para liberar la isla
de sus dominadores. Estos ensoñados proyectos están contenidos en una carta a
Santander: “Si por allá no hay peligros urgentes —escribe Bolívar—, diga V. a
mis amigos, que serán los interesados en llamarme, que yo ya he hecho bastante
por Colombia, pero que haré infinitamente más si me dejan en libertad de obrar
como yo juzgo que conviene... Para nada sirvo en el interior de Colombia,
porque de un momento a otro puedo ser envuelto en una facción; en tanto que
quedándome fuera, a la cabeza de un grande ejército, me hallo fuera de alcance
del peligro y amenazo por consiguiente con una fuerza formidable a los partidos
criminales. Cuente V. siempre y en todo caso con 20.000 hombres a volar a donde
los llame la salud de la patria. César en las Galias amenazaba a Roma, yo en
Bolivia amenazo a todos los conspiradores de la América y salvo por
consiguiente a todas las repúblicas... Crea V. que Chiloé y Chile se perderán
para siempre sin mí... En La Habana dicen que hay 10 a 12.000 hombres, que
pueden ir sobre Méjico. Ojalá hicieran esta locura para que perdieran Méjico y
La Habana a la vez. En caso que tal suceda, ofrezca V. 6.000 colombianos del
sur y 4.000 peruanos, que yo llevaría inmediatamente a donde el peligro los
llamase... (El Gral. Alvear) dice que sin mí su patria vacilará largo tiempo y
que, exceptuando cuatro individuos, el gobierno, como el pueblo, me desea como
un ángel de protección. Chile y Buenos Aires están en un caso igual y ambos me
desean ardientemente. Por lo mismo V. puede imaginarse cuántos atractivos
tienen para mí estos beneficios por hacer a pueblos hermanos y beneméritos y
cuyos gobiernos han querido desacreditarme por el terror que me tienen; de
suerte que V. debe hacer los mayores esfuerzos para que la gloria de Colombia
no quede incompleta y se me permita ser el regulador de toda la América
meridional" (56).
Estos sueños no llegaron a realizarse, y Bolívar nunca
volvió a Bolivia. En el breve tiempo que permaneció en su territorio —cuatro
meses y medio— realizó empero una gran labor, tanto en el terreno educacional
como en el campo social. Varios decretos favorecieron a los indios, que en la
Colonia se hallaban atados a la MITA, ley de prestación de trabajo, como al
pago de fuertes gabelas. Se abolieron para ellos muchas de las contribuciones
que antes se cobraban en forma arbitraria. Se decretó la propiedad para los
campesinos de las tierras de comunidad, y se extinguió el título de autoridad
de los caciques "como contrario a los principios de igualdad". Por
otro decreto se prohibió todo servicio personal obligatorio a los indios,
"sin precedente contrato libre, así como cualquier otro gravamen que no
corresponda a los demás ciudadanos" (57).
Bolívar se ocupó también en propulsar la educación pública,
y puso a la cabeza de ella, como Director General, a su maestro Simón
Rodríguez. Mas la extraña índole de éste, sus métodos roussaunianos y las
desinteligencias con Sucre malograron la obra educativa. Sin embargo, por orden
de Bolívar, se fundaron colegios primarios en todas las capitales de
Departamento, y escuelas para huérfanos. Se estableció un colegio de ciencias y
artes en la capital de la República y un colegio militar, y acatando otra
disposición, el seminario de Chuquisaca se convirtió en el colegio general de
ordenandos de toda la República. En materia económica, prescribió que
revertieran al Estado todas las minas derrumbadas, aguadas o abandonadas y tuvo
el proyecto de venderlas o alquilarlas a empresas extranjeras para hacer frente
a las necesidades públicas (58).
Pero su obra de mayor importancia fue la Constitución que le
habían solicitado los miembros de la Asamblea. El cariño que ya nacía en
Bolívar por esta nación que llevaba su nombre, se significó en esa morosa labor
que le demandó sin duda largas horas de estudio y meditación. El proyecto de
esta célebre ley fundamental, conocida como la "constitución
bolivariana", fue enviado al Congreso Constituyente, desde Lima, el 25 de
mayo de 1826 con un extenso discurso en el que explica los fundamentos y
finalidades de ese cuerpo de ley.
No es este el lugar para hacer un análisis del carácter y
contenido de esta constitución que establece una presidencia vitalicia y otorga
al presidente la facultad de nombrar a su sucesor, dándole así un derecho muy
cercano del hereditario. Sin embargo es parlamentaria y no presidencialista. Se
nota, en su contenido y finalidades, la influencia de Montesquieu, quien
pensaba que un gobierno democrático era el mejor en teoría, pero que el más
llevadero en la práctica era la monarquía constitucional. Mas una monarquía,
como la inglesa, en la que el rey reine pero no gobierne.
Bolívar quiso hacer algo parecido con su presidencia
vitalicia, cuya finalidad no era otra que dar solidez y aún perennidad a las
instituciones y al gobierno para que la República no fuese presa de la
anarquía. Mas para que tampoco degenerara en tiranía tal gobierno, la ley
restringía en gran manera las atribuciones del primer Magistrado. “El
Presidente de Bolivia —decía Bolívar en su explicación al Congreso
Constituyente— está privado de todas las influencias: no nombra a los
Magistrados, los jueces ni las dignidades eclesiásticas, por pequeñas que sean.
Esta disminución de poder no la ha sufrido todavía ningún gobierno bien
constituido: ella añade trabas sobre trabas a la autoridad de un Jefe que
hallará siempre a todo el pueblo dominado por los que ejercen las funciones más
importantes de la sociedad. Los sacerdotes mandan en las conciencias, los
Jueces en la propiedad, el honor y la vida, y los Magistrados en todos los
actos públicos. No debiendo éstos sino al pueblo sus dignidades, su gloria y su
fortuna, no puede el Presidente esperar complicarlos en sus miras ambiciosas.
Si a esta consideración se agregan las que naturalmente nacen de las oposiciones
generales que encuentra un Gobierno democrático en todos los momentos de su
administración, parece que hay derecho para estar cierto de que la usurpación
del Poder público dista más de este Gobierno que de ningún otro" (59).
Bolívar temía tanto el despotismo de los gobiernos como el
desorden que producen las turbas desbordadas y el espíritu de fronda que
origina la lucha de los caudillos. “La tiranía y la anarquía —escribía Bolívar—
forman un inmenso océano de opresión, que rodea a una pequeña isla de libertad,
embatida permanentemente por la violencia de las olas y de los huracanes que la
arrastran sin cesar a sumergirla... Son dos monstruosos enemigos que
recíprocamente se combaten, y ambos os atacarán a la vez", dice a los
legisladores bolivianos (60).
En este bello y emotivo discurso, expresa su profundo
reconocimiento por la decisión de los Representantes del pueblo al dar a la
nueva nación el nombre de Bolivia, esa Bolivia que significa para él "un
amor desenfrenado de libertad". "La entrada de un nuevo estado en la
sociedad de los demás —escribe Bolívar— es un motivo de júbilo para el género
humano, porque se aumenta la gran familia de los pueblos. ¡Cuál, pues, debe ser
el de los fundadores! —¡Y el mío!— viéndome igualado con el más célebre de los
antiguos— ¡el Padre de la ciudad eterna! — Esta gloria pertenece de derecho a
los creadores de las naciones, que, siendo sus primeros bienhechores, han
debido recibir recompensas inmortales; mas la mía, además de inmortal tiene el
mérito de ser gratuita por no merecida. ¿Dónde está la república, dónde la
ciudad que yo he fundado? Vuestra munificencia, dedicándome una nación, se ha
adelantado a todos mis servicios, y es infinitamente superior a cuantos bienes
pueden hacemos los hombres. Mi desesperación se aumenta al contemplar la
inmensidad de vuestro premio, porque después de haber agotado los talentos, las
virtudes, el genio mismo del más grande de los héroes, todavía sería yo indigno
de merecer el nombre que habéis querido daros, ¡el mío! ¡Hablaré yo de
gratitud, cuando ella no alcanzará jamás a expresar ni débilmente lo que
experimento por vuestra bondad que, como la de Dios, pasa todos los límites!
Sí: sólo Dios tenía potestad para llamar a esa tierra Bolivia. .. ¿Qué quiere
decir Bolivia? Un amor desenfrenado de libertad, que al recibirla vuestro
arrobo, no vio nada que fuera igual a su valor. No hallando vuestra embriaguez
una demostración adecuada a la vehemencia de sus sentimientos, arrancó vuestro
nombre, y dio el mío a todas vuestras generaciones. Esto que es inaudito en la
historia de los siglos, lo es aún más en la de los desprendimientos sublimes.
Tal rasgo mostrará a los tiempos que están en el pensamiento del Eterno, lo que
anhelábais, la posesión de vuestros derechos, que es la posesión de ejercer las
virtudes políticas, de adquirir los talentos luminosos, y el goce de ser
hombres. Este rasgo, repito, probará que vosotros erais acreedores a obtener la
gran bendición del cielo —la Soberanía del Pueblo— única autoridad legítima de
las naciones" (61).
Mas no es únicamente el anhelo de gloria lo que anima a
Bolívar a fundar Bolivia. El ve que esta nación, por otra parte milenaria,
constituirá el fiel de la balanza en la política suramericana; que colocada
entre la Argentina y el Perú, entre Chile y el Brasil, deberá ser el nexo y el
vínculo de unión y de relaciones culturales y comerciales entre estas naciones
y aun entre Colombia con la Argentina y con Chile. El comprendió que la unidad
sólo sería posible manteniendo un equilibrio de fuerzas económico políticas, y
que Bolivia, asentada en el corazón del continente, realizaría ese equilibrio.
La unión de naciones que soñara Bolívar no necesita,
ciertamente, ser política. Será una unión en vista de una meta futura: el logro
de la prosperidad y de la plena libertad para todas las naciones
latinoamericanas; una unión de esfuerzos, de intereses y de mutua cooperación
para abrir la senda del desarrollo y del progreso. Y este futuro, que hoy se
nos muestra promisor, tendrá siempre en Bolívar su sombra protectora. La
solidaridad americana es una idea de Bolívar. El hombre de la gloria y de las
batallas, fue también un hombre de pensamiento y de geniales concepciones. Sí,
ha sido tanto con su pluma como con su espada que abatió la servidumbre y conquistó
la libertad; que exterminó injusticias y dictó leyes, que derribó imperios y
creó naciones.
Bolívar fue el padre de Bolivia, y ella la hija de su
gloria.
NOTAS
1.- Gabriel René Moreno: "Ultimas días coloniales en el
Alto Perú". La Paz .1970, pág. 34.
2.- La nota es de 7 de febrero de 1825. Ver Gabriel René
Moreno: "Ayacucho en Buenos Aires" en "Bolivia y Perú. Notas
Históricas y Bibliográficas". Santiago de Chile -1905.
3.- La carta es de 8 de enero de 1825. Ibid.
4.- Carta de 4 de abril de 1825. Ver Vicente Lecuna:
"Documentos referentes a la creación de Bolivia". Caracas -1924, t.
1, pág. 147.
5.- La nota está fechada en Lima a 18 de febrero. Ibid. t.
1, pág. 98.
6.- Ver José Victorino Lastarria: "La América".
Gante 1867, pág. 445.
7.- Casto Rojas: "El Cerro Rico de Potosí", en
Revista Kollasuyo, N° 5. La Paz -1939, pág. 18.
8.- El oficio es de 20 de febrero. V.L. obra citada, t. 1,
pág. 104.
9.- Ver G.R.M.: "Ayacucho en Buenos Aires", obra
citada.
10.- La nota es de 8 de febrero. V .L. obra citada, t. 1,
pág. 94.
11.- La nota es de 4 de abril. Ibid. t. 1, pág. 146.
12.- La Proclama es de 30 de marzo. Ibid. t. 1, pág. 142.
13.- Ibid. t. 1, pág. 141.
14.- Sabino Pinilla: "La Creación de Bolivia".
Editorial América. Madrid, pág. 115.
15.- La nota es de 3 de abril. V.L. obra citada, t. 1, pág.
143.
16.- Ibid. t. 1, pág. 144.
17.- Ibid. t. 1, pág. 158. 18.- La nota es de 20 de marzo.
Ibid. t. 1, pág. 135.
19.- Iníorme de Sucre al Ministro de Guerra del Perú de 2 de
mayo de 1825. Ibid. t. 1, pág. 115.
20.- La nota está fechada en La Paz el 3 de marzo. Ibid. T.
l, pág. 120.
21.- La nota es de 3 de agosto. Ibid. t. 1, pág. 278.
22.- G.R.M. "Mariano Alejo Álvarez y el silogismo
altoperuano de 1808", en "Bolivia y Perú. Más Notas Históricas y
Bibliográficas". Santiago de Chile –1905, pág. 30.
23.- Ibid., pág. 37.
24.- Ver G.R.M. "Ultimos días coloniales en el Alto
Perú" y del mismo autor: "Mariano Alejo Alvarez", obras citadas.
Ver además: Roberto Prudencio R. "Las bases jurídica y filosófica de la
revolución de 1809" en revista Kollasuyo N° 81 de septiembre de 1972.
25.- G.R.M., obras citadas. ,
26.- Ver: "Documentos para la Historia de la Revolución
de 1809". Ed. Alcaldía Municipal. La paz -1954, vol. 3.
27.- G.R.M.: "Mariano Alejo Álvarez, etc.", pág.
79. Se conservan unas tres copias de la época con algunas diferencias en el
texto. Una en el Archivo de Buenos Aires en el cuerpo del Proceso que se siguió
a los revolucionarios de La Paz.
28.- Ver: Manuel María Pjnto: "La Revolución de la
Intendencia de La Paz". Ed. Alcaldía Municipal. La Paz 1953, pág. CCLXIV
de los Documentos.
29.- Ver: Valentín Abecia Baldivieso: "Adiciones
documentadas sobre Pedro Domingo Murillo". La Paz -1972, pág. 20.
30.- Vicente Lecuna, obra citada, t. 1, pág. 105. La carta
está fechada en Lima a 21 de febrero de 1825, pero Sucre la recibió el 4 de
abril cuando se encontraba en Potosí. 31.- El Decreto en el t. 1, pág. 94 de la
citada obra de Vicente Lecuna.
32.- La carta de Sucre es de 4 de abril. Ibid. t. 1, pág.
147.
33.- Instrucciones de Juan Gregorio Las Heras a Juan Antonio
de Arenales. Ibid. t. 1, pág. 94.
34.- El Decreto se halla en la pág. 220 del t. 1, de la obra
citada.
35.- La carta es de 15 de mayo, datada en Arequipa. Ibid. t.
1, pág 214.
36.- Ibid., pág. 215.
37.- La nota es de 19 de julio, datada en Chuquisaca. Ibid.
t. 1, pág. 273.
38.- La nota es de Lampa de 3 de agosto. Ibid. t. 1, pág.
278.
39.- "Boletín de la Sociedad Geográfica de La Paz, N°
59. La Paz 1931 donde se reproduce el original publicado en Lima en 1911.
40.- Badía Malagrida: "El Factor geográfico de la
Política Suramericana", Madrid -1946.
41.- Ibid.
42.- Simón Bolívar: ';Escritos Políticos". Alianza
Editorial. Madrid -] 971, pág. 77. .
43.- La carta es de 6 de septiembre de 1815, datada en
Kingston. Ibid. pág 81.
44.- Ibid. págs. 143 -144. 45.- La trascripción del Acta se
halla en la página 202 del t. 1, de V. L., obra citada.
46.- Ver Alcldes Arguedas: "La Fundación de la
República". La Paz -1920, pág. 294. Sobre Choquehuanca puede consultarse
también: Evaristo San Cristoval: "Apéndice al Diccionario Histórico del
Perú". Lima -1935, t. 1, pág. 28.
47.- La carta es de La Paz a 17 de agosto. V.L. obra citada.
t. 1, pág. 312.
48.- Ver Sabino Pinilla, obra citada, pág. 217. La ley a la
que se refirieron los representantes de la Asamblea es de 11 de agosto, y se
registra en la página 304, de V.L., obra citada.
49.- Sabino Pinilla, obra citada, pág. 221.
50.- Ibid. pág. 221.
51.- Ibid. pág. 222.
52.- Ibid. pág. 222. 53.- John Miller: "Memorias del
General Miller". Londres- 1829, t. 2, pág. 272.
54.- Sabino Pinilla, obra citada, pág. 235. Bolívar subió al
cerro de Potosí el 26 de octubre de 1825.
55.- Salvador de Madariaga: "Bolívar". México
-1951, t. 2, págs. 309 y siguientes.
56.- La carta está fechada en Chuquisaca a 11 de noviembre
de 1825. V.L., obra citada, t. 1, pág. 411.
57.- S.P., obra citada, pág. 252.
58.- Ibid. pág. 250.
59.- "Discurso al Congreso Constituyente de
Bolivia" en V. L.; obra citada, t. 2, pág. 311.
60.- Ibid. pág. 312.
61.- Ibid. pág. 322.
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