CABO MANUEL JESÚS IRIARTE VELAZCO: "LA ORDEN ERA PEGARLE UN TIRO AL MILITAR QUE QUERÍA DERROCAR AL PRESIDENTE SALAMANCA"

Por: Lic. Marco Antonio Flores Nogales - Periodista y presidente de la Sociedad de Historia de la Guerra del Chaco / marcolapatria@hotmail.com / Este articulo apareció publicado en el periódico La Patria el 15 de agosto de 2010.

Cochabamba.-Manuel Jesús Iriarte Velazco, nació un 15 de octubre de 1915, en la población de Tarata, provincia Esteban Arce del departamento de Cochabamba. Pasó su infancia jugando por los campos, corriendo entre medio de los maizales, bebiendo agua dulce del valle.
Por las noches el abrazo de su madre era su lugar preferido y así fue creciendo poco a poco, hasta llegar a su juventud. Pero tenía un don especial, tenía la habilidad de hacer "llorar" al charango, para arrancarle hermosas melodías que alegraban el ambiente.
Un día su padre descubrió que Manuel era quien cada noche tocaba un charango y su reacción fue romper aquel instrumento musical, para evitar que su pequeño hijo vaya por el mal camino en el cual muchos músicos se sumergieron. 
Ese capítulo aún permanece en la memoria de Manuel, pero nunca dejó de tocar el charango y fue perfeccionando día a día su habilidad con las cuerdas.
Así, el año 33, al sonar de las campanas de la guerra, el jovencito tarateño, cargado de su viejo charango, con miedo en el corazón, pero con mucha valentía en el alma se presentó en un cuartel, para al igual que muchos jovencitos bolivianos, partir al campo de batalla.
Ya en la guerra estaban combatiendo sus dos hermanos Juan y Cleto, este último había caído prisionero. Nunca se encontró con ninguno de los dos en los campos de batalla, sólo al regresar al terruño.

ENTREVISTA

¿Cómo se presentó usted para ir a la guerra?

Hubo una concentración de jóvenes en la calle Ayacucho y Heroínas, era una sola calle, ahí había un cuartel. Fuimos obligados a la guerra, mis papas no se opusieron para que vaya a la guerra.
Es entonces yo estaba estudiando en el Colegio Bolívar (Cochabamba) que se encontraba en la calle Sucre. Nos hicieron desocupar y nos llevaron al cuartel para entrar a la guerra.
Yo me encontraba junto con mi primo que era mi menor, él tenía apenas 16 años y yo 17. 
Recuerdo que cuando hacía fila para recibir mi uniforme un sargento, sin motivo alguno, me dio un puñete en la boca del estómago y por el dolor me puse a llorar, entonces vino un suboficial y me preguntó por qué estaba llorando y le conté lo ocurrido.
En un arranque de ira el suboficial fue hasta donde estaba el sargento y le dio varios puñetes en todo el cuerpo, recriminándole por haberme pegado siendo casi un niño.
Después nos dieron nuestros uniformes de combate. Tiempo después partimos hasta Villazón, la frontera con Argentina, pero había muchos espías que informaban todo al Paraguay.
Caminamos siete días hasta llegar a Villamontes, a mí me tuvieron con charango tocando todo tipo de música. Después nos despacharon a varios lugares.
En Villamontes nos encontramos con el tío de mi primo y él le riñó diciendo "carajo, por qué estás aquí, todavía no te toca", porque tenía apenas 16 años, claro que yo tampoco tenía edad para estar en la guerra.

¿Recuerda a que regimiento o destacamento fue incorporado?

Si, en ese lugar apareció en capitán Antonio Seleme, que era de Cliza y escogió a todos los clizeños, para pasar a su batería. De ese modo me quedé en la artillería en la Batería 65, hasta la conclusión de la guerra
Ese momento no sabía el rol que iba a jugar en la guerra, hasta que llegamos a la línea de fuego. A mí me tomaron porque creo que era una buena persona y me designaron la función de ser telefonista y observador de tiro.
En un combate tuvimos que hacer la retirada y nos estábamos quedando rezagados cuatro soldados, porque teníamos que recoger el hilo telefónico y había que envolver en el brazo por la premura del tiempo, pero al final tuvimos que botar todo el material, porque el enemigo se acerca muy rápidamente. Esto ocurrió en Ballivián, de ese lugar retrocedimos mucho terreno.
Teníamos que estar en las zanjas por varios días, muchas veces teníamos que dormir y hacer nuestras necesidades fisiológicas en el mismo lugar, porque no se podía salir para nada, porque el enemigo siempre estaba atento para dispararnos.
Durante el día había mucho tiroteo de ambos lados, de igual forma las piezas de artillería hacían disparos al campo enemigo.

¿Una dificultad en la guerra fue la comida y bebida, sufrió esos problemas?

Nuestra comida era "chaque" que era como una lagua de maíz muy espeso, con eso vivíamos.
Teníamos nomás agua para tomar, traían agua en turriles.
Muchas veces también tomábamos agua podrida, porque en el campo de batalla los animales morían en las lagunas y se descomponían en el agua y no había otro remedio que tomar esa agua que con seguridad era como veneno.
Fue una vida muy arruinada la que llevamos los que fuimos a la guerra.

¿Usted menciona el pasaje de Salamanca, qué nos puede contar al respecto?

Muchos éramos jóvenes y había militares que quisieron derrocar al presidente Daniel Salamanca, cuando le hicieron el corralito de Villamontes. Entonces algunos buenos militares nos dieron la consigna que si algún uniformado venía a las trincheras para que la tropa se sublevara al presidente Salamanca, ya sea un coronel, mayor, teniente o cualquiera, la orden era de matarlo en el acto, la orden era meterle una bala en la cabeza.
Esos malos militares eran considerados como traidores y que estaban a favor del Paraguay.
Por ese motivo, casi entre nosotros, casi nos agarramos a balazos, pero felizmente había conciencia en la tropa para hacer frente a los jefes militares y que la guerra era con el Paraguay.

¿Cómo fue cuando llegó la paz al chaco?

Cuando terminó la guerra (12 de junio de 1935) los paraguayos salieron de sus trincheras y se presentaron ante nosotros, para un abrazo de paz.
Yo me encontraba como encargado de la preparación de alimentos para los soldados, yo era en otras palabras el ranchero. Entonces le digo a mi comandante, un teniente, y le digo que de una vez nos abracemos con los paraguayos, y para eso me iba a subir a una chapapa (árbol donde subían los soldados como centinelas) e iba a gritar a los paraguayos, para que vengan al centro del campo de batalla y entonces nos diéramos en el abrazo de paz.
Me subí al árbol y les grité; "paraguayos nos daremos el abrazo de paz". 
Cuando salieron los paraguayos los vimos muy mal, se estaban cayendo muertos de hambre, no tenían zapatos, por eso brincaban a las hojas de las plantas, para no pisar y lastimarse los pies.

¿Cuál era la situación en la que se encontraban los soldados paraguayos?

Mal, muy mal, ellos nos contaron que estaban muchos días sin comer, no habían probado nada y se estaban muriendo de hambre. Llamamos a los "pilas" (soldado paraguayo) para que vinieran a nuestras trincheras para que les diéramos de comer y ellos salieron corriendo y desesperados vinieron a nuestro lugar.
Los "pilas" estaban muy felices les dimos "rancho" (comida de tropa), les invitamos pan y otras cosas más. Mientras comían se dieron cuenta que los bolivianos habíamos creado zanjas de cuatro metros de profundidad y adentro habían estacas muy afiladas, las zanjas estaba cubiertas por plantas, para que en caso que el enemigo rompa nuestras líneas y se lanzaran al asalto se cayeran a las zanjas y murieran atravesados por los palos.

¿Volvió a su casa al terminar la guerra?

Después de terminada la guerra me quedé más de un año en Villamontes, para ayudar en la instrucción militar para los nuevos soldados. Les enseñaba a los campesinos a utilizar el fusil.
Después de mucho tiempo le pedí permiso a mi comandante para que volviera a Cochabamba, para visitar a mis padres, pero el comandante no quería y me decía que yo era muy útil y que si me daba el permiso para viajar, ya no volvería a Villamontes.
Tuve que convencerlo para el permiso y una vez que estaba de vuelta en Cochabamba, decidí ya no volver más a Villamontes. Llegue a mi casa y me reencontré con mis papas que estaban muy felices por mi regreso a mi hogar, convertido en un hombre que luchó y defendió a su país.

SOLDADO

Pasaron muchos meses, el cabo Manuel Iriarte, regresó a la casa, ahora llevaba consigo un fusil en una mano y en la otra su charango de quebracho que un soldado orureño había construido y regalado.
Las noches en la guerra eran muy largas, especialmente cuando los combates eran intensos. Aquellas noches cuando ambos ejércitos se encontraban cansados y se daban una pequeña tregua para enterrar a los muertos, Manuel sacaba su charango, mientras vigilaba sobre una "chapapa" y recordaba a su Tarata querida, entonces en sus dedos florecían sentimientos y las cuerdas empezaban a llorar cuecas y bailecitos.
Soldados de ambos ejércitos atentos escuchaban dichas melodías, como un preludio que al llegar el primer rayo del sol, la muerte nuevamente rondaría sus trincheras y era cuestión del destino saber si habría otra noche más para un bailecito o cuequita.
Hoy a pocos meses de cumplir 95 años, Manuel tiene el pelo completamente emblanquecido, al igual que su esposa Alicia García Zurita, ambos tienen 65 años de matrimonio, casi un récord para nuestra actualidad, 5 hijos, 11 nietos y 2 bisnietos es la familia de otro valiente benemérito de la Patria que vive en Cochabamba.
Ya no puede tocar el charango, sus dedos perdieron el romance con las cuerdas, pero en su corazón aún se escuchan esas viejas melodías de la guerra, que invitan a bailar a cualquiera, incluso a la muerte, a quién muchas veces le dio una serenata en las negras trincheras de Ballivián.
"Ojalá que nunca más haya una guerra", dijo antes de despedirse y retirarse a descansar, pues la noche había caído sobre la ciudad.

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