H ace treinta años que murió y aún no se termina de conocer
a Noel Kempff Mercado. Ha quedado claro que la muerte violenta de este
naturalista en la serranía de Huanchaca, a manos de un par de narcotraficantes,
sacudió a una sociedad cruceña genuflexa ante la ostentación del dinero fácil y
sucio.
Su familia espera que este 5 de septiembre, cuando se
cumplen 30 años de su muerte, sea una de las últimas veces en las que se
rememora su asesinato. Ellos prefieren recordar la vida y obra de este hombre,
nacido el 27 de febrero de 1924, que archivó su profesión de contador y se
dedicó a observar y aprender de la naturaleza.
Una de sus primeras relaciones con la biología vinieron de
su padre, un médico alemán que migró poco antes de la Primera Guerra Mundial.
Muchos conocimientos sobre salud y medicamentos pasaron de padre a hijo. Noel
ya era un treintañero cuando Pedro Zabala tenía 15 años y llegó hasta la
propiedad de Kempff acompañando a su tío y a una prima que sufría de constantes
dolores de estómago. Todo ocurría en medio de los mangales, el escaso ganado,
los bueyes, sembradíos y colmenas de Buen Retiro, la propiedad que en la que
vivía el investigador, hasta donde llegaban los pacientes a preguntar cómo
podían aliviarse. Las hierbas y remedios caseros que recetaba funcionaban muy
bien. El día que llegaron Pedro, su tío Julio y su prima, en medio de un surazo
con lluvia, don Noel vio que no se trataba del estómago. Sabía que se trataba
de una pulmonía, así que solo le inyectó un calmante y dispuso su carretón para
que Julio Soliz lleve a la muchacha a Santa Cruz. También le dio dinero, porque
el padre estaba corto de fondos. “Era un médico ese señor”, cuenta Pedro
Zabala, que hoy tiene una veterinaria. Su voz de 77 años se llena de orgullo:
“Era mi amigo”.
VIBORITAS Y ANIMALITOS
Don Noel era el tío favorito del médico Mario Saucedo. Le
regalaba animalitos y Mario llevaba a sus clases de colegio viboritas y otros
animales que disecaba. El sobrino quedó encantado con la biología y decidió
estudiar Medicina porque en esa época, “la biología no tenía espacio en nuestro
medio”, cuenta.
Mario Saucedo ya era médico cuando supo del asesinato, pero
no pudo ir para reconocer el cuerpo. Cuando lo trajeron a Santa Cruz, pusieron
el féretro en una de las piezas delanteras de su casa, en la calle. La casa
estaba recién comprada, así que don Noel solo pasó en ella diez días. Entre los
primeros en llegar a su funeral estuvieron los trabajadores de Buen Retiro. El
trato que recibían en la propiedad lo hizo muy querido. Cada mozo tenía su casa
de teja y ladrillos, cuando lo común era que las tuvieran de motacú. Tenían una
parcela en la que sembraban para su consumo y cuando no había trabajo en las
colmenas, quedaban libres. “No pensaba en lucrar solo. Trataba bien a su
gente”, recuerda Pedro. Y claro, había una escuela.
Buen Retiro era una granja múltiple. Además de los cultivos
previsibles (maíz, frejol, frutas), había una laguna para peces. También sembró
cúrcuma (conocida como palillo) y publicó un manual que indica detalladamente en
qué época debe ser sembrada y cosechada esta especia, cuántas clases de cúrcuma
hay y cuál es la mejor forma de prepararla. Actualmente, la cúrcuma es objeto
de numerosos estudios científicos por sus propiedades antinflamatorias y
antidepresivas.
“YA ESTÁ DESPIERTO”
Cerca ya de su última expedición, sus cinco hijos escuchaban
cada día el despertador habitual: el chorro de agua de la ducha que se daba su
padre. A las seis de la mañana estaba con su taza de café en la mano y listo
para irse a trabajar.
Esa disciplina fue su herramienta para crear el Zoológico de
Fauna Sudamericana, el Jardín Botánico y para arborizar varios lugares de la
ciudad. Disciplina y entrega al conocimiento. Don Noel era referente en fauna y
flora para varias instituciones. A mediados de los 70 lo contactó el
investigador Antonio Krapovickas, autoridad de la investigación agronómica en
Argentina. Se reunieron a investigar el manicillo y acabaron descubriendo 13
variedades nuevas.
Se contactaba regularmente con el Instituto Butantan, de
Brasil, donde se fabrica el 80% de los sueros y vacunas que se usan en ese
país. El interés consistía en identificar los ofidios
Uno de los aspectos poco conocidos era su manejo de hierbas
medicinales. La gente acudía a él para curar sus enfermedades
que don Noel observaba. Tiene una publicación dedicada a las
serpientes. Su última salida en la ciudad fue una caminata al Centro de Apoyo
Forestal. Ahí estaban los españoles de la Estación Biológica de Doñana (España)
, que investiga la formación de la biodiversidad.
La meseta de Huanchaca es demasiado atractiva para los
científicos. Los investigadores suponían que en lo alto tenía que haber algunos
animales diferentes (además de flora endémica) porque no es posible salir de
ella por la altura del farallón.
Todas estas hipótesis impulsa- ban la expedición a
Huanchaca, en la que él era el personaje clave. La Estación Biológica Doñana
envió a esa fatal expedición -entre otros- al experto en peces Vicente
Castelló.
Al retornar a su casa desde el Centro de Apoyo Forestal, don
Noel se encontró con la procesión de San Roque. Los españoles le regalaron una
caña de pescar, así que acompañó por un buen tramo a la procesión, llevando la
caña, que se parece al cayado que porta la efigie y al que llevan los
feligreses. “Deben pensar que soy muy devoto de San Roque”, comentó. Todos
sabían en su casa que era ateo, aunque las discusiones religiosas estuvieron
siempre más que en un segundo plano. Claro, de vez en cuando, deslizaba ante
sus hijos algún comentario para hacerlos pensar.
Después del asesinato y durante la misa de nueve días, no
faltó un personaje pintoresco y perturbado que comenzó a gritar “¡Para qué le
rezan!¡Él era ateo!”. Cuando le preguntaban por qué no acompañaba a su esposa a
misa, respondía que iría a sus 65 años. Nadie sabe si lo decía en serio o en
broma.
En lugar de discursos, manifestaba sus enseñanzas con
pequeños actos.
Uno. Cuando nació Tania Isabel, su última hija, su esposa
estaba emocionada porque por fin tendría un cochecito para pasear a la niña.
Don Noel se opuso a comprarlo, porque no quería establecer ninguna diferencia
entre sus hijos y los de sus trabajadores de Buen Retiro.
Dos. Cierto día llegó a su casa y, ceñudo, le dijo a su hija
Lorena: “La vi manejando. Quise alcanzarla y no pude. Se cruzó en el camino de
un micro. ¡No puede hacer eso! Ellos son más que usted y tienen el privilegio
de pasar”. Así aprendieron todos a frenar en cada esquina y a permitir el paso
de quienes usan el No hacía muchos discursos. Mostraba su pensamiento con
actos. Le gustaba transmitir sus conocimientos transporte público.
Tres. Cierta tarde, un amigo le llevó una revista sobre
naturaleza editada en Sudáfrica. Era una publicación con información
interesante y hermosas fotografías.
- “Tenés que suscribirte a esta revista”, le sugirió el
amigo.
- “No puedo suscribirme a una publicación de un Gobierno que
apoya el apartheid”, respondió. Sus hijos nunca lo vieron cansado ni lo
escucharon quejarse de que había demasiado por hacer, o de que estaba
desganado. Lo estimulaban la pasión que despertaba en su mente inquieta el
trabajo de campo, el esfuerzo intelectual y el trabajo de investigación.
Si no estaba respondiendo cartas a algún centro de
investigación internacional, para clasificar algunos ofidios, estaba
recolectando información acerca de las aves.
Tiene un completo mapa de Bolivia en el que se muestra
cuáles son las aves más representativas de cada región. Describe minuciosamente
la forma del cuerpo, del pico, de la cabeza, de las patas y las alas de cada
espécimen que observaba. También resume sus hábitos de alimentación, la época
en que anidan y los lugares que prefieren para hacerlo.
No solo describía a las aves. También grababa su canto.
Usaba una grabadora Nakamichi, que tenía tres micrófonos dirigibles y tres
cabezales para grabar.
Con ese avanzado aparato logró captar el raro canto del
jilguerito pandino. Hay grabaciones de ese pajarito realizadas en Brasil, pero
se trata de sonidos sueltos; en cambio, el que consiguió don Noel “es un
verdadero concierto”, según cuenta Francisco, su hijo.
Para conseguir el canto del jilguerito pandino, que vive en
las zonas castañeras, viajó hasta Puerto Rico, en Pando. A ese lugar del norte
de Bolivia, a 60 kilómetros de la frontera con Brasil, eran confinados los
dirigentes díscolos a ciertos gobiernos. El premio de ese prolongado viaje fue
una larga ‘conversación’ entre los jilgueritos.
LAS ÚLTIMAS GRABACIONES
El día de su muerte grabó el canto de algunas perdices en la
pampa. En la avioneta Cessna, en la que viajaban don Noel, el investigador
español Vicente Castelló, Juan Cochamanidis (el piloto) y Franklin Parada (el
guía), también estaba la avanzada grabadora Nakamichi. Los asesinos quemaron el
aparato.
El único sobreviviente fue el español, que corrió al monte,
se internó a un sendero y para protegerse salió de él. Intentó caminar, pero se
enredó en medio de los garabatás. Oyó tres disparos, que abatieron al piloto, y
contuvo la respiración. Se quedó inmóvil durante más de una hora y empezó a
escuchar que usaban un machete para entrar al bosque. Los perros que llevaban
los asesinos rodearon los garabatás (por las espinas los animales no entran al
garabatal). El ruido del machete se movía a su alrededor. Finalmente, los
asesinos se fueron y él quedó atrapado entre la vegetación. Al día siguiente
fue rescatado.
Tenía sus pasiones fijas. Recitaba a Pablo Neruda y a Man
Césped, el chuquisaqueño. Quería ver florida a la ciudad en Navidad, así que
plantó, a finales de los 60, varios ejemplares de momoqui, el único árbol que
florece en esa época. En la avenida Cañoto, en la plaza del Estudiante, en la
calle de la Mansión puede verse la amarilla alegría navideña de estos
corpulentos árboles.
Pocas cosas lo sacaban de su talante tranquilo. La
corrupción era una de ellas. Las injusticias. “Esos ricos fáciles”, decía, con
rabia. Si encontraba a alguien interesado en sus temas, pasaba horas hablando.
Tenía pasión por transmitir su conocimiento.
Hablaba de manejo racional de recursos cuando el concepto
‘desarrollo sostenible’ aún no había sido creado. Sentó las bases de las áreas
protegidas en el país. Si hoy viera cómo se deforesta y se aplica un modelo de
producción extractivista, volvería a repetir las palabras que dirigió a los
asesinos cuando el guía Franklin Parada recibió una ráfaga de balas: “Pero
señores, no hagan eso”.
Su existencia fecunda transcurrió entre plantas, abejas,
aves y mamíferos. En su tumba resuenan las palabras de Man Césped que siempre
repetía: “Madre Naturaleza, vuélveme árbol... y en la silenciosa poesía del
paisaje, en vez de pensamientos daré flores”
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