LA GUERRA:
"¿Ja...? ¿Cómo? ¡Ahhh!, la guerra", dice, y cerrando sus ojos
abandona la penumbra de su tienda —donde dominan las vitrinas vacías— y entrega
por unos instantes su encogida figura al imperio del recuerdo.
"¡Bienaventurado el que muere! , decíamos en el Chaco. Ése ya no tenía que
despertar con la incertidumbre de saber si iba a encontrar agua o alguito para
comer", masculla Rivero (97), y su cansada voz cobra un inusitado dejo de
rencor.
La crudeza de sus palabras contrasta con el entusiasmo con el que, en 1932, el
entonces reservista de Caballería buscó luchar en la Guerra del Chaco,
conflicto que había estallado semanas antes.
Con frenesí, junto a un centenar de muchachos, Lorenzo se trasladó a La Paz
para reincorporarse al Ejército. Sin embargo, sus pasos fueron encaminados al
Palacio de Gobierno, donde fue destinado a desarrollar la labor de centinela.
"Pagados de Salamanca (entonces Presidente del país) . ¡Vayan a defender
Bolivia!", "nos gritaban", rememora el veterano, quien junto a
otros 32 soldados decidió abandonar su puesto en la plaza Murillo para exigir
en el Estado Mayor el ingreso al Regimiento Junín 18 de Infantería, que se
alistaba para ingresar al Chaco.
Una semana de entrenamiento fue suficiente. A finales de 1932, Lorenzo se
hallaba ya en el frente de operaciones, donde conoció el desgarrador rostro de
la guerra y el impenetrable clima árido que se ensañó, en especial, con los
soldados provenientes del altiplano.
"A mi lado caían muertos mis compañeros: abiertos de par en par por el
\\'dun dun\\', una munición que luego de impactar en el cuerpo volvía a
explosionar. Más allá, otros también caían, pero muertos de sed, de hambre y de
pena", narra, mientras intenta ocultar sus heridas en el brazo y en la
nuca.
Rivero, que permaneció un año en el frente de batalla antes de caer como
prisionero de las fuerzas paraguayas, participó en varios combates. Sus
recuerdos, sin embargo, se estancan en la histórica batalla del Kilómetro 7, de
la cual es considerado un héroe, al igual que todos sus protagonistas.
DE SOLDADO A "ESCLAVO":
Tuvieron que pasar cuatro largos años —de 1932 a 1936— hasta que los hermanos
Rivero pudieron estrechar sus brazos una vez más.
Y es que Lorenzo, junto a un destacamento de 18 soldados, cayó preso en el
combate de Siete Pozos.
"Llevábamos más de seis días sin comer y sin municiones...,
arrastrándonos", rememora el padre de nueve hijos, quien fue vendido por
sus captores a un empresario de cueros español que lo hizo trabajar muy duro a
modo de ayudante.
Así, el balance final de aquellos años no es alentador para el cabo, que pasó
de jugar fútbol en las ruinas de Tiwanaku a matar hombres.
"En el Chaco se fue mi juventud", musita Lorenzo Rivero. No lo dice,
pero esas palabras marcan el final de la entrevista. Y, mientras su cuerpo se
pierde en su ociosa tienda, sus labios dejan escapar una tonada: ´Cuánto amo a
mi patria que metí metralla por defenderla´.
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