Creyendo el coronel Marzana que el día amanecería con un golpe decisivo de
parte de los paraguayos, ha tomado sus disposiciones tácticas, tal que estamos
listos para repeler cualquier intento de asalto.
La calma de los paraguayos es sugestiva, ahora no se escucha nada; uno que otro
disparo aislado y una que otra ráfaga de ametralladora que hiende la quietud
del silencio.
El capitán Ustárez sale del fortín con su tropa. La inmensidad del pajonal no
está turbada por ninguna señal del enemigo, pero este oficial, viejo conocedor
de las artimañas del enemigo, no se fía y destaca sus grupos de patrulleros y
satinadores al frente y a los flancos, para evitar una sorpresa de parte de los
pilas. Los muchachos avanzan cautelosos. La vista y el oído atentos, escrutan
el frente y la maraña del monte que circunda el pajonal.
Han avanzado un kilómetro... ¡Silencio absoluto...!
Tan sólo se ve en el límpido cielo, el vuelo de los cuervos que, estimulados
por el olor que despiden los cadáveres paraguayos, se alistan para dar
principio a su macabro festín.
El “Explorador del Chaco” avanza confundido dentro de las líneas de sus
soldados que se han desplegado en pequeños grupos de tiradores. La proximidad
de un pequeño islote de monte, hace que los soldados bolivianos tengan más
cuidado.
Se duplican las medidas de precaución; pero, ¡no ven…! No ven que una fracción
de tropas paraguayas se desplaza por el costado y se va arrastrando hacia la
retaguardia de los nuestros. La pequeña isla de monte que antes estaba
silenciosa, de pronto inicia el tableteo de ametralladoras... Quiere
retroceder, pero, detrás una cortina de fuego hace que se decida romper aquel
nido de ametralladoras que vomita fuego y metralla. Son pocos los nuestros...
La voz de Ustárez hiende el espacio:
— ¡Calar la bayoneta!! ¡¡Al asalto...!! ¡¡Carrera mar…!!
Cuarenta voces lanzan al espacio el grito de guerra:
— ¡Viva Bolivia!! ¡¡Viva Bolivia!!
La embestida con las bayonetas caladas es rápida; pero más rápidos son los
proyectiles que diezman a aquellos valientes que van en pos de la Muerte y de
la Gloria... No han alcanzado en su carrera ni un centenar de metros, cuando he
aquí-que se escucha una voz de angustia:
—i¡Mi Capitán!! —Es la voz del estafeta de Ustárez, que corre hacia su capitán
que ha caído acribillado por balas que le producen graves heridas... Se
sostiene un momento, toma la ametralladora liviana. Ya moribundo se yergue para
dar una última orden:
—¡¡Adelante soldados bolivianos. ..!! ¡Adelante! ¡Viva, viva Bo...livia...! — y
cae de bruces.
Sus manos crispadas aferran el arma que está candente y el estafeta que se ha
acercado, toma a su superior entre sus brazos. Ve que aquel bravo aún puede
hablar. Este entreabre sus ojos y con palabras cortadas exclama:
—¡Tome la liviana... Dispare... Dis...pare… Pron...
Y aquella cabeza valiente y juvenil, cayó en los brazos de su estafeta, para
siempre.
—¡¡Muerto...!! ¡¡Muerto mi Capitán!! —es el grito de rabia del soldado. La
cólera se pinta en el rostro curtido del estafeta y lanza al espacio su grito
de venganza:
—¡¡Ahora verán “pelas” carajos...!! — Y tomando la ametralladora liviana se
pone de pie y dispara... Dispara hasta vaciar el cargador.
Más, los paraguayos que están protegidos dentro del monte, no han dejado de
lanzar sus proyectiles contra ese grupo de soldados que en su frenética
carrera, han sido detenidos por el reguero de plomo que cae sobre los
sobrevivientes... Un disparo... Varios disparos y, una ráfaga de ametralladora,
pone fin a la vida de aquel muchacho heroico y corajudo que quiso vengar la
muerte de su Capitán.
La Parca va sembrando de víctimas el campo y los pocos que quedan, van siendo
muertes uno a uno. Todos, todos han caído, ni uno solo de aquellos valientes se
ha salvado. ¿Ni uno? No. Debía quedar alguno, para contar aquella hazaña .de
leones, de mártires de la Patria. Y ese uno, está herido en las dos piernas;
las tiene rotas. Se arrastra hasta un pequeño hoyo y allí permanece durante
todo el día.
Los “pilas” convencidos de que todos han sido aniquilados, salen de sus
trincheras. Van a comprobar si hay algunos heridos y, si encuentran, los
ensartan con sus bayonetas. De esta manera los rematan.
El soldado del hoyo, ha permanecido con la boca al suelo, hasta que llega la
noche. Arrastrando las dos piernas, soportando los agudos dolores, regresa al
fortín, habiendo tardado dos días en llegar.
Un cronista de guerra del Paraguay, escribe en un diario: “Bolivia se
estremeció íntegramente ante la noticia; dudó y quiso dudar de la veracidad de
la misma. Para ellos, Ustárez era el vencedor de la selva, el baqueano del
Chaco, el más alto exponente del coraje, la audacia y la decisión...” “...para
el capitán Ustárez, el Chaco no tenía misterios, significado las distancias,
obstáculos el monte, venda para los ojos ni tinieblas, agotamiento al cavar, ni
suplicios la sed…” “Año tras año pasó en el Chaco, de fortín en fortín,
husmeando los puestos enemigos, explorando los caminos, descubriendo sendas.
Llegaba en épocas de paz hasta los fortines paraguayos por picadas invisibles,
grabando su nombre en los árboles. Juguetón en el peligro, enfermo de
aventuras, catador de emociones varoniles. Caballero de la época del romanticismo.
Caballero de la capa y espada…”
¡Boquerón!, te dejé un par de horas. Te dejé para ir allí donde se batía el
héroe bravamente y dar cuenta de la hermosura salvaje de su actuación. ¿Para
qué? Para dar cuenta y dar a conocer a generaciones presentes y futuras, que el
ejemplo de Eduardo Abaroa, no ha desaparecido. Para que ellos sepan que en este
Infierno Verde, también han existido muchos..., muchos Eduardo Abaroa, aunque
ellos vivan en el anonimato de sus modestas vidas... Por esto te abandoné. Ahora
vuelto a ti. ¿Cómo te encuentro? Siempre defendiendo el honor Patrio. En ti se
cifra el honor nacional.
¿Defraudarás esa confianza que depositó tu pueblo? ¡No... Nunca...! Preferirás
sucumbir como Ustárez antes que ver tu Pabellón manchado por la ignominia.
Pelea Boquerón! ¡Pelea y lucha como lo has hecho hasta este momento!
Son las dos de la tarde. Ha habido tiempo para servirnos un asado sin sal, de
carne de mulo. Ya no hay víveres y, como hay varios mulos de las piezas de
ametralladoras pesadas, y no habiendo nada que mitigue nuestra hambre
devoradora, acudimos a comer nuestros equinos mestizos... ¡Cuidado, que ellos
también desaparecerán...! ¿No nos comeremos a nuestros enemigos que cazamos...?
¡Cuidado defensores de Boquerón! Vais perdiendo poco a poco las nociones de
civilización... O es que la bestia que guardáis dentro de vosotros ha renacido
con tanta matanza que habéis llevado a cabo en estos días...?
Las tres de la tarde. Fuertes cañonazos resuenan en el espacio. Ahora disparan
y los hacen explotar a “tiempo”; gran cantidad de fragmentos de acero candentes
caen como lluvia dentro del fortín. Nueva modalidad en el curso de los tiros.
Estos fragmentos se esparcen en el aire como cientos de proyectiles, cuya
trayectoria va acompañada por cientos de silbidos a varios tonos. Muchos de
éstos caen dentro de las trincheras; mientras por el pajonal, aprovechan los
pilas para acercarse un poco más a nuestras posiciones; pero, no es posible
permitir esta aproximación que para nosotros es peligrosa. Es entonces que
“Punta Brava”, sacude sus piezas de ametralladoras y esparce el plomo de sus
proyectiles, sembrando el terror entre las filas atacantes. Como resultado,
nuevas bajas... Nuevos cadáveres, decenas de heridos que gimen ante el dolor de
verse mutilados o de ver sus entrañas vaciadas al exterior. ¡Por lo más santo
del cielo! ¿Hasta cuándo será esta mortandad? Da ganas de gritar: ¡¡paraguayos,
no intentéis más...!! ¡¡Ved a vuestros compañeros lo que las balas de los
nuestros ocasiona...!! ¡¡No más, hermanos...!! Las esquirlas de las granadas de
cañón también siembran la muerte dentro de las trincheras bolivianas.
El Regimiento Campos, este glorioso Regimiento cuyo nombre le debe al
sacrificado explorador Don Daniel Campos, ocupa la parte más peligrosa de las
trincheras fortificadas. Es en ese sector donde la furia de los paraguayos ha
concentrado todo el poder de su fuego. Este regimiento legendario, se bate como
un león que defiende a sus cachorros. Cada uno de los que lo componen, es un
Leónidas moderno. El capitán Julio Romero los comanda. Este bravo chuquisaqueño
hace proezas por mantener a raya las incursiones paraguayas, que se han lanzado
por quinta vez; el coraje y la tenacidad de sus hombres, no permiten que ellas
lleguen hasta la proximidad de las posiciones bolivianas; allí no hay ráfagas
de ametralladoras, casi todos son fusileros. Allí están los “cazadores de
pilas”. Cada disparo es una baja con una herida mortal en la misma frente del
paraguayo. Allí no hay disparos “por si acaso”. Todo el frente de este
regimiento está cubierto de cadáveres. Sus bajas son pocas, porque la serenidad
no les ha abandonado; pero, ha caído en plena posición un morterazo. Varios son
los que caen destrozados por la explosión, mientras algunos fragmentos de hierro
vuelan por el espacio, para ir a caer, uno de ellos, en plena boca abierta del
tirador de la pieza. El acero quemante ha penetrado hasta la garganta, es un
manantial de sangre, el soldado no ha perdido siquiera el sentido. Se lleva la
mano a la boca y contempla el líquido rojo que a borbotones fluye de su boca,
sin lengua y casi sin dientes. Va hasta un soldado y le muestra con señas el
daño que le ha producido. Luego lo toma de la mano y lo lleva hasta la pieza,
indicándole con señas que debe entrar en posesión de la ametralladora.
Sale arastras de la trinchera para dirigirse hasta el puesto de sanidad. Allí
los cirujanos no saben lo que le ocurre y no le atienden. ¿Dónde tiene la
herida? Por fin, después de observarle la cavidad bucal, ven allí dentro un
trozo de fierro con aristas que se le ha incrustado rompiéndole parte de la
mandíbula. ¡Cuadro macabro, para hombres que no están acostumbrados a escenas
de esta naturaleza! ¡Dantesco...! ¡Horrible...! ¡Macabro...! Era necesaria una
intervención, y para esto no había tiempo... porque otros de mayores cuidados
entran en ese momento, transportados por los camilleros, y aquél, queda en un
rincón del pahuichi esperando el turno para curar la gravedad de sus heridas.
Es entonces que, desesperado se mete la mano hasta la garganta y dando un
fuerte tirón, consigue extraer la esquirla que lo atormentaba. Luego se pone de
pie, mira a los heridos que tiene delante y lanzando un grito gutural, al igual
que una fiera herida, hace un gesto horrible y sale del puesto de sanidad
tropezando, como un endemoniado que lleva el diablo, dejando tras si, un
reguero de sangre mezclada con saliva. Su carrera es desenfrenada... ¿Dónde va
aquel desdichado, en un momento en que las ráfagas de artillería tronchan
árboles y soldados? ¡Loco...! ¡Se ha vuelto loco! Corre en dirección a las
posiciones, a su trinchera. Una vez allí, se detiene y contempla un cadáver. Es
el cadáver de su compañero que había dejado poco antes. En el fragor del
combate, había caído al pie de su pieza con el pecho destrozado por las balas
enemigas. Contempla el siniestro gesto que se dibuja en el rostro del cadáver
de su amigo y lanza al espacio otro aullido de rabia; toma en sus
ensangrentadas manos la pieza Madsen y sube sobre la tronera de la posición.
Desde allí sin tenderse, firme como una estatua de epopeya manda exterminio en
sus disparos.
Es la tragedia del hombre hecha cólera que lanza a sus enemigos ráfagas de
proyectiles... y, en ellos va su venganza... ¡Venganza santa...! ¡Venganza de
un héroe pronto a sucumbir...! Pues la Muerte que ronda en rosario entre la
maraña del monte, no se deja esperar, y va a su encuentro... Un disparo de
fusil fue suficiente y aquella mole cubierta de sangre, cae pesadamente para no
levantarse más... Ha cumplido con su venganza patriótica...
Otros soldados que habían contemplado la escena llenos de espanto, se le
acercaron y viéndole la cara destrozada por el mortero y las balas recibidas,
quedaron mudos de pena y horror... ¡Patria, ahí está un inmolado a tu sacro
cariño...! ¡Ahí tienes tierra bendita, el holocausto de un indio; de esa raza
de bronce que tú desprecias en tus ciudades...! ¡Ahí el hijo de los Incas que
muere valiente y heroicamente por su Pachamama...! Arguedas, ¡¡Alcides
Arguedas!! ¿Me oyes desde tu tumba?
¡Ahí tienes un representante de tu famosa “Raza de Bronce”...! ¡Ahora, ¿estás
contento? Tú, que hablaste de esa raza, mal o bien, es ésta la muestra que te
presento, en el comportamiento de un indio de nuestro altiplano... ¡Bendito
soldado desconocido; para muchos estás dentro de las páginas de nuestra
Historia; eres un anónimo, como muchos de tu raza...!
¡Nadie sabrá cantarte en esta hora trágica... Pero, un camarada de armas; un
compañero de tus sacrificios, te ofrece su saludo y te dice: —¡¡Pelea raza fuerte...!!
¡¡Pelea corazón de indio que es por tu sagrada Patria, por tu
Pachamama...!!
(Nota: En la mayoría de los libros el apellido del Capitán Víctor
Ustárez aparece como Ustárez con E, pero una aclaración de uno de sus descendientes
actuales señala que la manera correcta de escribir el apellido del célebre capitán
es con I Ustáriz.)
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