Fuente: BOQUERON, Diario de Campaña de Antonio Arzabe. // Foto 1) Víctor Ustariz y Sbtte. Guzmán (izq.) durante su
detención por la patrulla del Tte. Cristaldo. // Foto 2): Oruro oficiales
en el Regimiento Modelo conocido (Camacho de Oruro) en 1934 antes de partir al
chaco. / Fotografía del señor Maurice Cazorla Murillo publicado en el grupo
APRENDIENDO DE LA GUERRA DEL CHACO (1932-1935)
Otro día de pugna del fuego enemigo... “Los paraguayos procedían ahora con
prudencia, aunque denotaban estar fuertemente reforzados. La experiencia
trágica de los primeros y confiados asaltos, les había sugerido una modalidad
de acción más lenta, pero menos sacrificada”... (“La Guerra del Chaco”, Cnl. Aquiles
Vergara Vicuña) “Apenas clarea, truenan artillería y morteros. El enorme
efectivo del enemigo, les permite rebasar y cerrar el contorno de nuestras
posiciones que no tienen sino un perímetro de mil doscientos metros. Los pilas
han cortado los hilos telefónicos que nos comunicaban con Yucra.
Organizan ataque tras ataque. Sin embargo, los regimientos “General Aquino,”
“Lomas Valentinas” y “2 de Mayo” no han podido reconquistar Boquerón...”
“Horas seis. Vuela un avión nuestro sobre el fortín. Deja caer un mensaje
lastrado. Es una proclama del general Quintanilla. Junto a ella hay una orden
que dice: 11—IX—32. Hrs. 15.30... “El enemigo se encuentra en mal pie. El
Destacamento Peñaranda atacará al enemigo que sitia Boquerón. Esta noche
enviaré víveres y municiones. El Presidente de la República, el Comandante del
Cuerpo de Ejército y el de División, felicitan por segunda vez a los heroicos
defensores del “VERDUN” boliviano. Sosténganse diez días, que el Primer Cuerpo
de Ejército romperá el sitio de Boquerón. Fdo. Gral. Quintanilla”.
“Esta noche enviaré municiones y víveres...” ¿Lo hará mediante los arcángeles
del cielo? “sosténganse diez días más...” Tendrá planeado algún golpe
estratégico para aprovechar esos diez días?... Y mi General, ¿en qué pie se
encuentra?... (“Boquerón”, My. Taborga) “...Sin lugar a dudarlo, el mensaje de
referencia es virilmente hermoso; pero, el planteamiento que hace en él su
autor, de la situación militar (dos mil bolivianos contra cinco o seis mil
paraguayos) descontando las unidades escalonadas a retaguardia y listas para
entrar en acción en un escenario como en el Chaco, tan propenso para el
desbordamiento de las alas en función de la superioridad numérica, para caer
sobre las rutas de aprovisionamiento, a la espalda del dispositivo rebasado,
ahorra todo comentario sobre su valor real en el plano de los hechos
tangibles...” (“La Guerra del Chaco”, Cnl. Aquiles Vergara)
Diez días más... No se dan cuenta de la situación verdadera de nuestro fortín y
de sus hombres que la defienden... Cada minuto que pasa, cada hora que
transcurre, es un nuevo episodio trágico que vive Boquerón. Sin víveres, con el
estómago que se pega al espinazo, la disentería que se presenta con sus
tentáculos de desesperación y muerte, sin armas adecuadas para nuestro
sostenimiento en las trincheras, el agua que escasea, con más de setenta
heridos casi sin curación, con la gangrena que amorata las heridas de nuestros
soldados... se nos pide “diez días más de resistencia.” Con las condiciones
anotadas, se necesita ser inhumanos para ordenar lo anterior. Es no conocer el
límite de la fortaleza del hombre...
¡Sucumbiremos...! ¡Sucumbiremos ante el enemigo o ante los elementos de la
guerra que se aprontan ante nosotros con todos los horrores…!
Ahora se reinicia el combate. Los paraguayos buscan los lugares débiles. Pero,
aunque pocos son los defensores, el fuego cruzado de nuestras ametralladoras,
no permite la aproximación de las huestes paraguayas. Donde quiera que ataquen,
allí está un soldado boliviano empuñando su fusil y haciendo que el enemigo
muerda el suelo que osa invadir.
¡Boquerón...! ¡Boquerón...! ¡Qué sino el tuyo! ¡Cómo el dios de la guerra te
había destinado para que seas la tumba de una generación de hombres
valientes...! ¡Boquerón...! ¡Cómo suena tu nombre…! Tragas a los hombres de dos
razas dignas de mejor suerte y que ahora se destrozan sedientos de sangre y de
metralla... ¡Gobiernos de Bolivia y Paraguay, esperad... Esperad, la hora de
las reparaciones ya vendrá y... ¡Ay de ti Salamanca...! ¡Ay de ti Ayala...! ¡Ay
de vosotros...!
Los puestos de vigilancia están listos para dar la alarma correspondiente.
Al tronar de las metrallas, el sol se oculta en el horizonte como avergonzado
de tanta carnicería. El manto de la noche se cierne sobre la tragedia chaqueña
mientras los cerebros de los jefes militares trabajan para causar más víctimas
al día siguiente.
De pronto, la oscuridad de la noche ha sido rasgada por una luminosidad verde
que inunda la selva chaqueña... ¡Señales!
¡Señales desde Yucra! Es el grito de los nuestros, y en efecto, las tropas
bolivianas, ante la imposibilidad de romper el cerco de fuego, hacen señales
con disparos luminosos indicando la proximidad de tropas bolivianas. El
pesimismo que invade nuestros espíritus, ya no deja creer en milagros. Sin
embargo, esperamos. ¡Quién sabe si llegarán...! ¡Quién sabe...!
Son las nueve de la noche. Se escuchan murmullos dentro del monte. Son palabras
en quechua. Nuestros soldados se aprestan a disparar sus armas, pero, una voz
sonora rasga el silencio:
—Cuidado compañeros bolivianos. No disparen, somos compatriotas…
Los de la trinchera, recelosos de un ardid paraguayo, responden:
—i¡Alto!! o hacemos fuego... ¡Avance uno para ser reconocido!
Es aquí que se vislumbra en la oscuridad, la figura de un oficial boliviano.
—¿Quién vive? —pregunta el de la trinchera.
—Capitán Víctor Ustárez, Oficial del Ejército de Bolivia —responde la voz
altanera.
—¡Mi capitán! —exclama el soldado lleno de emoción y luego pregunta: —¿Cómo
pudo pasar y burlar al enemigo?
En vez de responder, llama con sonido gutural, parecido al de un lobo de la
selva, y al momento se presentan cuarenta soldados. Son los heroicos
“Satinadores del Chaco Boliviano”. Son aquellos que sorprendían a los
paraguayos con sus audaces incursiones. De sus actos eran testigos las
poblaciones de Casado, Isla Poí, Punta de Rieles y Puerto Sastre. Aquí se
encuentran los muchachos, orgullo del Ejército de Bolivia, con su capitán
Víctor Ustárez, el indómito, el invencible, el verdadero representante de la
heroicidad del Ejército del Chaco... Pronto se dirigen dentro del fortín y se
presentan gallardamente al Comandante Marzana.
Es la primera vez que éste ve al “satinador número uno” de los bosques
chaqueños. Lo observa, como se ve a un animal raro. De pronto Marzana le
extiende la mano y se juntan en un abrazo lleno de sugerencias. Aquí, el
Comandante, el Héroe de Boquerón; allí el héroe de los tiempos heroicos del
Chaco... Dos formas de valentía: uno razonador y el otro, todo ímpetu de
juventud. Osadía del fuerte; del conocedor de la maraña chaqueña frente a la
serenidad apacible de los años... Quedan los dos; mientras los soldados sumidos
en las trincheras, cuentan las peripecias que pasaron para llegar hasta allí.
Son las doce de la noche, una ráfaga de ametralladora es la señal para que en
torno al fortín Boquerón se inflame nuevamente el fuego del enemigo. Relámpagos
de luz iluminan el cielo cada cuatro segundos.
Las siluetas de los árboles se transforman en espectros movibles que parecen
abrazarnos. Noche tempestuosa, donde mil rayos rasgan el espacio con sus
relámpagos siniestros. ¡Noche terrible...! ¡Noche fatal...! ¡Noche del Chaco…!,
como expresara Juana de Ibarbourou.
Las huestes paraguayas atacan. Atacan por todos los lados.
Los soldados no atinan dónde disparar; sólo dirigen sus fusiles hacia la
luminosidad que producen los disparos enemigos: Arrecia el fuego en toda su
intensidad. Los fusiles se ponen quemantes hay algunos cuyos cañones han
reventado como una rosa. Los hombros de los tiradores se han entumecido y los
oídos empiezan a sangrar... ¡Tanta explosión de los shrapnells! No hay sitio de
un metro cuadrado que no tenga un embudo... ¡Boquerón hierve...! Las ramas de
los árboles todos tronchados, sin hojas, sin ramas que les hagan parecer
vegetales. Troncos desnudos como postes de telégrafos; mas... ¿y los heridos?,
¡pobres de ellos...!
Los muertos son transportados desde las trincheras. Los cúmulos de tierra, van
aumentando... Estos son la última morada para ellos. Ni un hálito de esperanza
hacia la vida. Esta, se va alejando, porque las probabilidades también se van
perdiendo...
Las ametralladoras y la fusilería enemiga son sentidas a pocos metros de
distancia de las posiciones. Varias han sido las formas humanas que han llegado
hasta nuestras posiciones, pero, disparos certeros o el garrotazo con la culata
de un fusil, han hecho que aquel cuerpo osado cayese dentro de nuestras
posiciones. Ahora el despojo servirá de parapeto, de apoyo, para el fusil del
boliviano. Una nube densa, en su viaje por el infinito, deja al descubierto la
luna. Esta, ilumina con su claridad pálida dando forma a los seres que se
encuentran en las proximidades. Los pilas presienten el peligro, pero ya es
tarde. Los tiradores bolivianos empuñan las ametralladoras Madsen, Colt,
Vickers, y un reguero de proyectiles siembra la desolación... ¡Carnicería! ¡Más
que carnicería...! Ayes de dolor, gritos de desesperación. Las tropas
paraguayas se levantan
presurosas y corren, vuelan por el pajonal buscando protección... ¡Difícil!
Pues, el monte está lejos y las balas son rápidas e inexorables. Unos caen en
la huida y otros prefieren quedarse en el mismo lugar... donde caerán luego,
uno a uno.
“Ha sido un asalto contra el sector del coronel Luis A. Cuenca. Fue a
estrellarse una y otra vez contra la alerta y fogueada defensa, distinguiéndose
por su coraje y serenidad en las órdenes de rechazo, el subteniente Clemente
Inofuentes”. (“Boquerón”, My. Taborga).
Ahora pasa la noche. El fracaso de esta nueva tentativa ha ocasionado la muerte
de un centenar de paraguayos. Nosotros no podemos salir a recogerlos para
dispensarles una sepultura digna a aquellos seres que yacen boca arriba, con
los cráneos destrozados; pero sí, podemos acercarnos para extraerles su
munición que empieza a hacernos falta, o el agua, o algo que guardaban para
comer, que apetecemos ansiosamente.
En el puesto de Comando están el capitán Ustárez y varios oficiales. Han
extendido un mapa de la región y lo estudian. Los dedos del Comandante pasan
sobre el pergamino extendido en rústica tabla que hace de mesa. El capitán
Ustárez observa y hace consideraciones. Discuten la situación y por fin, parece
que terminaran el debate. El capitán Ustárez se levanta presuroso, sale y se
dirige hacia las trincheras donde se encuentran sus soldados. Imparte una
orden, la misma que es trasmitida hombre por hombre, llegando a conocimiento de
todos... El capitán Ustárez y sus soldados saldrán del reducto
con la misión de romper el cerco y dar oportunidad a las tropas de Yucra para
que ellos puedan entrar dentro del fortín y procurar el reaprovisionamiento.
Saldrán aprovechando la oscuridad de la noche. Pero... ¿Llegarán a cumplir su
cometido?
Sólo Dios sabe lo que depara el mañana... Ese mañana que en estas circunstancias
se presenta en forma difusa, que es incógnita para el combatiente que tiene la
vida en juego a cada minuto y cada segundo. “Mañana”... Suena a una cosa hueca,
incoherente, desconocida...
Mientras tanto, las trincheras, húmedas por la sangre generosa vertida por sus
defensores, tienen un momento de reposo...
Las cabezas de los combatientes se inclinan vencidas por el sueño ocasionado
por tantas noches pasadas en vigilia, bajo el tronar de las explosiones y el
incesante traqueteo de las, metrallas.
¡Duerme Boquerón...! ¡Qué mañana, ese mañana inconmensurable, qué será de ti;
mientras tanto descansa y ojalá que tu sueño se funda de una vez por todas con
la Muerte que todo lo consume y lo acaba! ¡Duerme Boquerón...! ¡Duerme...!
(Nota: En la mayoría de los libros el apellido del Capitán Víctor
Ustárez aparece como Ustárez con E, pero una aclaración de uno de sus descendientes
actuales señala que la manera correcta de escribir el apellido del célebre capitán
es con I Ustáriz.)
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- EN
REALIDAD, ¿CUÁNTOS MILES DE CIUDADANOS ARGENTINOS FUERON RECLUTADOS PARA EL
EJÉRCITO PARAGUAYO?
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