Por: Carlos D. Mesa / Publicado
en el periódico Sol De Pando
el 22 de junio de 2015
La Guerra del Chaco fue el resultado de la propia
creación de las nuevas naciones americanas después de la independencia. La gran
mayoría de los nuevos estados tenían varias delimitaciones que en estos nuevos
territorios no habían quedado claramente definidas, marcando una gran
complejidad fronteriza. Dos de nuestras cinco fronteras se delimitaron por la
vía de arreglos pacíficos, las otras tres fueron producto de enfrentamientos
bélicos.
En 1879 fuimos invadidos por Chile, el país con el
que nuestros límites geográficos eran más claros e inequívocos. El objetivo del
invasor no fue definir por las armas frontera alguna, sino, por el contrario,
apropiarse de territorios ajenos a sabiendas de que no eran suyos y a sabiendas
de que contenían inmensos recursos naturales. En el periodo 1899-1903 fueron
también las inmensas riquezas de caucho las que motivaron el amago de secesión de
Plácido de Castro y la intervención calculada del Brasil del Barón de Río
Branco, que terminaron con un Tratado que delimitó la frontera bilateral con
Brasil en claro perjuicio de Bolivia.
La guerra con el Paraguay tuvo como punto de
partida histórico un problema de límites cuya base eran las pretensiones
desmesuradas de ambos países. Para Bolivia los papeles coloniales le daban
derechos hasta el vértice de los ríos Pilcomayo y Paraguay, es decir una
frontera teórica que llegaba hasta la orilla opuesta donde se asentaba su
capital, Asunción. Para Paraguay los títulos coloniales le daban derecho a
reivindicar soberanía hasta una de las orillas del río Parapetí en las
inmediaciones de Camiri. Sobre esa lógica fue imposible un acuerdo, a pesar de
los varios tratados bilaterales que intentaron resolver la cuestión durante el
siglo XIX y principios del XX.
Muchos historiadores afirman que la guerra del
Chaco fue promovida por las petroleras Standard Oil y Royal Dutch Shell, en
virtud de las riquezas petroleras alojadas en el territorio en disputa. Fue una
de las razones, pero no la más importante. Las riquezas probadas de Bolivia en
los años veinte del siglo pasado eran simplemente insignificantes; los niveles
de producción de la Standard en Bolivia, en comparación a su producción en
otros países equivalía literalmente a cero. La potencialidad de riquezas en la
zona en disputa era interesante pero no fabulosa. De hecho, las reservas de gas
que Bolivia encontró en la región son económicamente significativas pero no
espectaculares ni de rango mundial. Esta realidad no desestima la influencia de
las petroleras (baste recordar el contrabando de petróleo boliviano que hizo la
Standard por la vía de su empresa hermana en la Argentina), pero no se puede
asumir como la razón fundamental de la guerra.
Tampoco se pueden desechar los intereses argentinos
(menciono a título de ejemplo al grupo Casado) y sus inversiones en el
territorio disputado, lo que inclinó a la Argentina a respaldar al Paraguay y
llevó a Carlos Saavedra Lamas –que, irónicamente ganó por sus gestiones en la
guerra, el premio Nobel de La Paz- a una mediación claramente escorada del lado
paraguayo.
Pero quizás la motivación más evidente y peor
encarada desde el punto de vista de la estrategia militar, fue la de obtener
–tras la perdida del acceso soberano al Pacífico- una salida efectiva al
Atlántico conquistando un espacio significativo de las orillas del Río
Paraguay. Lograr ese objetivo justificaba más que ninguna otra cosa la
iniciativa militar. En los hechos, sin embargo, la mayor parte de las acciones
de guerra se volcaron al oeste, en las proximidades del Pilcomayo.
A Daniel Salamanca, el presidente boliviano de
entonces, le paso algo muy parecido que al gran Tlatoani y Sacerdote Moctezuma
en la Conquista. Mezcló las razones prácticas y los hechos objetivos, con
cuestiones éticas y filosóficas. Al mandatario lo traicionó su gran envergadura
intelectual y espiritual. Para Salamanca la guerra era una prueba metafísica
que Bolivia debía afrontar, un imperativo de redención, un encuentro inevitable
con el destino. En su visión La historia amarga del país debía redimirse en el
Chaco. Es curioso, pero un hombre con un sentido tan hondo de la racionalidad,
acabó dominado por una mirada trágica de la historia. A pesar de ello se
debatió en las dudas retratadas por la famosa frase de “pisar fuerte en el
Chaco”, con los esfuerzos desesperados por lograr una solución diplomática
después de los primeros episodios militares entre los que se cuenta la
inolvidable epopeya de Boquerón, página gigante de la historia militar de
Bolivia.
Ochenta años después lo positivo es que no quedaron
heridas entre paraguayos y bolivianos, que Bolivia preservó sus riquezas de
hidrocarburos y que la salida al Atlántico es –aún insuficiente- una realidad
tangible.
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