Extraído de www.portalsucre.8m.net
“Excelentísimo Señor. El escandaloso hecho, que de orden de
Vuestra Excelencia se trató de executar a cosa de las siete de esta noche, y
que ha comprometido hasta el último extremo la tranquilidad y sosiego de este
leal y fidelísimo vecindario, tiene al Pueblo todo en tal consternación que no
encuentra el Tribunal otro arvitrio para restituirle su antigua tranquilidad,
que el que V. E. en obsequio de ella entregue inmediatamente el mando político
y Militar, como el pueblo lo pide, con firme protexta de no aquietarse hasta
que se verifique. El Tribunal pues, a nombre del Rey, y como eco fiel de estos
generosos avitantes, se lo intima así a V. E., y espera su más puntual
cumplimiento. Dios guarde a V. E. muchos años. Plata 25 de mayo de 1809, a las
once dadas de la noche. Señor Excelentísimo. José de La Iglesia. Josef Agustín
de Ussoz, José Vázquez Ballesteros. El Conde de San Xavier. Excelentísimo Señor
Presidente Don Ramón García Pizarro”.
Ese fue el tenor del primero de los tres oficios que recibió
el presidente Ramón García de León y Pizarro del Tribunal la noche en la que se
gestaría en Sucre el Primer Grito Libertario de América.
Horas antes, en la tarde del jueves 25 de mayo de 1809, el
pueblo de La Plata, hoy Sucre (entonces la capital del distrito de la Audiencia
de Charcas) fue presa de una conmoción. A los gritos de “¡Viva el rey!”,
“¡Traición!” o “¡Mueran los traidores!”, la gente se agolpó en la plaza. Allí,
entre los tiros, gritos y sones de campanas explotó el primer grito libertario,
la revolución.
Cuando la asonada pareció decrecer, a la madrugada del día
siguiente Chuquisaca presentaba otro aspecto. El presidente García Pizarro
había entregado el mando a la Audiencia, el arzobispo Moxó había huido por
miedo a las turbas y un ejército, formado por la gente del pueblo, se reclutaba
con el argumento de defender los derechos del Rey y de la patria. Así, había
terminado el primer acto de la revolución de Charcas.
Según la versión de Estanislao Just Lleó, autor de la tesis
titulada Comienzo de la Independencia en el Alto Perú: Los Sucesos de
Chuquisaca, publicada en 1994, el fenómeno histórico de la revolución en sí no
concluyó con lo acontecido aquella noche en la plaza mayor. Durante siete
meses, hasta la entrada del nuevo presidente, Nieto, Charcas estuvo dirigida
por la Audiencia gobernadora secundada por un grupo de vecinos españoles y
criollos que eran revolucionarios.
“Hubo —relata el historiador de origen español— expresiones
de fe patriótica y manifestaciones de fidelidad a la monarquía española,
lectura y propaganda expuesta en pasquines, libelos, además de las
conversaciones libres de las más exaltadas ideas políticas sobre el
autogobierno y la independencia, intentos de nuevas asonadas, rebeldías ante el
legítimo poder constituido, luchas contra los intendentes de la zona que
obedecían al poder virreinal, persecuciones a vecinos fieles al régimen de
siempre establecido”.
El movimiento revolucionario chuquisaqueño no fue
espontáneo. Fue una obra preparada y resultado de una serie de causas. A un
estado social discriminatorio que era fuente de descontento se sumaron motivos
económicos e ideas surgidas en la Universidad de San Francisco Xavier al calor
de lecturas de las últimas corrientes europeas de pensamiento y los ejemplos de
otras naciones que habían hecho bandera de conceptos tan atractivos como la
libertad y la independencia. A esto se añadió una profunda crisis monárquica en
la metrópoli producida por la invasión napoleónica.
Todo ello hizo caldo de cultivo en el grupo ciudadano
—conformado por intelectuales y descontentos— que llevó adelante la revolución.
Los criollos formados en la Universidad San Francisco Xavier —sedientos de
libertad y cansados de las limitaciones y humillaciones del poder virreinal— ya
tenían preparado el movimiento revolucionario para el 30 de marzo que coincidía
con la festividad de Jueves Santo.
Provocada la insurrección se conseguiría la deposición del
Presidente, e incluso, como se dijo después, la matanza de españoles. Llegada
esa fecha no sucedió nada. “Había quedado sin efecto porque se intimidó el
abogado Don Ventura Salinas”, señala la obra de Just Lleó.
Y amaneció el 24 de mayo lleno de nerviosismo. La gente ya
esperaba los sucesos. El presidente García Pizarro había pasado revista a la
tropa y mandado a preparar todo el tren de artillería. Los oidores y vecinos
revolucionarios se habían reunido varias veces. Se decía también que habían
dormido con guardia y gente armada. Llegada la noche se duplicaron las rondas
para vigilar la tranquilidad ciudadana. El ambiente estaba al máximo
presagiando la tormenta.
La mañana del 25 de mayo de 1809 en Chuquisaca fue
atareadísima tanto para el presidente García Pizarro como para el Real Acuerdo.
Se esperaba de un momento a otro que algo sucediera.
El Presidente, por la mañana, había ordenado al tesorero de
las cajas reales llevarse una fuerte cantidad de onzas de oro fuera del palacio
presidencial y mandó a reforzar su guardia, además, envió a su hijo Agapito a
Potosí con un oficio para el intendente Sanz, pidiendo el despliegue inmediato
de refuerzos militares. Y los oidores no estaban de brazos cruzados. Se reunieron
en el Acuerdo para conocer la vista fiscal con respecto a su petición de
apertura de proceso y deposición del presidente García Pizarro por traición al
Rey Fernando VII.
Los últimos instantes de la tarde, antes de que la noche
llegase, los describía así el abogado Cascón, uno de los consejeros del
presidente García Pizarro: “... acercándose ya la noche expresó su Excelencia
que el golpe se lo iban a dar y que quería adelantar la separación...”. Libró
las órdenes de arresto contra los principales instigadores de la revolución,
entre los que se contaban a los Lemoine, los Zudáñez, los Michel, así como los
franceses Miranda y Sivillat.
Sólo fue arrestado Jaime Zudáñez en su casa, pero esto fue
la chispa que hizo detonar la ya preparada revolución y, por tanto, el
principio de los últimos instantes de García Pizarro en el palacio
presidencial. La noticia de la detención cundió, atizada por su hermana
Mariana, y la gente se fue reuniendo frente a las puertas de la presidencia,
algunas personas se acercaban por curiosidad y otras para actuar porque ya
conocían lo sucedido. Los testimonios hablan de unos 2.000 seres que tomaron la
plaza mayor y presionaron al Presidente hasta lograr su dimisión, además de
obligar al arzobispo Moxó a huir de la ciudad por temor a ser castigado por su
apego a la autoridad mayor.
La llama de la independencia había comenzado a arder justo
en lo que hoy es Sucre. Algunos historiadores, sobre todo extranjeros,
consideran que su influencia fue mínima en América, pero otros aseguran que fue
el ejemplo de liberación que luego siguieron otros pueblos y naciones con los
resultados que hoy se conocen. En todo caso, sí fue muy importante para los
estallidos de rebeldía en las demás ciudades de lo que hoy es Bolivia, sin
olvidar la influencia decisiva de la Universidad San Francisco Xavier en lo que
luego se llamaron las ideas libertadoras y emancipadoras que acabaron con la
colonia. Redacción Sucre
ALGUNOS PROTAGONISTAS
Ramón García de León • Ejerció la presidencia de la
Audiencia de Charcas desde 1797 hasta el 26 de mayo de 1809 en que fue depuesto
y apresado.
José Manuel de Goyeneche • General del ejército español que
nació en Perú. Fue enviado por la Junta de Sevilla para reclamar la adhesión de
las autoridades americanas. También representaba a los intereses franceses y
expansionistas del lado del Brasil.
Benito María de Moxó • Nació en España. Fue Arzobispo de La
Plata, muy culto, desde enero de 1807. Y amigo y consejero del presidente Ramón
García Pizarro. Fue acusado junto a éste por los revolucionarios de querer
“entregar el país a los portugueses”.
Juan Antonio Alvarez • Por su actuación protagónica el 25 de
mayo fue designado Comandante General por la Audiencia Gobernadora. Entonces,
se sumó a la causa de la independencia.
Mariano Michel • Una vez que los oidores y el pueblo
chuquisaqueño consiguieron el derrocamiento de García Pizarro el 25 de mayo de
1809, fueron enviados emisarios a otras ciudades, encargados de promover el
cambio de las autoridades y el reconocimiento de la audiencia gobernadora.
Bernardo Monteagudo fue enviado a Potosí, Alzérreca y Pulido a Cochabamba y
Mariano (Malaco) Michel a La Paz.
Y hay otros personajes más...
A comienzos de ese año, el claustro de la Universidad de San
Francisco Xavier -más conocida como: de "Charcas"- se conmovía por
una seria incidencia. Se le había pedido que emitiera juicio sobre las
aspiraciones -diríamos mejor planteos- de la Infanta Carlota Joaquina, ahora en
la corte portuguesa trasladada al Brasil, que pretendía asumir, como hermana de
Fernando VII, los poderes del reino español envuelto en un conflicto con el
emperador de los franceses.
La universidad informó que el escrito de la Infanta le
parecía subversivo y su dictamen pasó a manos del virrey en Buenos Aires, quien
como respuesta ordenó que la corporación destruyera los documentos relacionados
con esta consulta, cosa que efectuó el Presidente de la Real Audiencia de
Charcas, don Ramón García de León y Pizarro.
El hecho sirvió de detonante, y la reacción contra tal
proceder se produjo de inmediato, pues el claustro y el pueblo de Chuquisaca se
pronunciaron por el alzamiento contra la autoridad. En apoyo de tal idea
Bernardo Monteagudo hizo circular una sátira contra el régimen español, a la
que tituló: "Diálogo de Atahualpa y Fernando VII".
Bueno es advertir que este Monteagudo, quien al decir de
Echagüe, "durante sus años de universidad había estudiado mucha teología y
mucha escolástica, pero preferentemente mucha filosofía revolucionaria",
se convertiría en uno de los líderes del alzamiento contra el presidente
Pizarro.
Recordamos que, en Chuquisaca, por esos días, se producían
otras disputas: la del nombrado Pizarro y el arzobispo Moxo, quien instigado
por el representante de la Junta de Sevilla, brigadier José Manuel de Goyeneche
por un lado y por el otro por la misma Audiencia, los Cabildos secular y
eclesiástico y el pueblo se enfrentó con Pizarro; tal situación, unida a lo
anteriormente relatado proporcionaron el justo pretexto para iniciar el
pronunciamiento, bien manejado por los doctores y la juventud estudiosa
erigidos en ideólogos del mismo.
Entre los líderes de la asonada, además del mencionado
Monteagudo, participaron en ella, Paredes, Lemoine, Fernández, Mercado
Alzérraca, Pulido, los hermanos Zudáñez y otros togados y estudiantes.
El 25 de Mayo de 1809, vista la situación imperante, el
presidente Pizarro consideró que, con algunas medidas, podría detener el
alboroto que se notaba en los claustros, la Audiencia y ya también en las
calles de la ciudad; por de pronto dispuso el arresto de todos los miembros de
la Audiencia, quienes se ocultaron y la orden de prisión sólo se pudo hacer
efectiva en la persona del doctor Jaime Zudáñez.
A todo esto los alzados habían reunido una apreciable
cantidad de pobladores que esperaban el resultado de las negociaciones que el
arzobispo -a pedido de los oidores Ramírez de Loredo y Vázques de Ballesteros-
realizaba ante el presidente Pizarro, para que éste pusiera en libertad al
doctor Zudáñez.
Como la gestión demoraba, penetró en el palacio una
delegación compuesta por el teniente coronel Juan Antonio Alvarez de Arenales,
el alcalde provincial Paredes y el Padre Polanco, quienes manifestaron a
Pizarro y al arzobispo que, para mantener el orden ya bastante alterado y
darles satisfacciones por las medidas que había tomado el primero de los
nombrados, éste debía ordenar que se replegara la artillería mandada a ocupar
posición, y que todas las piezas se pusieran a buen recaudo en el edificio del
Ayuntamiento.
Pizarro, que en el interín había llamado en su ayuda al
Gobernador Intendente de Potosí Francisco de Paula Sanz, consideró que la
situación se le iba de las manos al no poder dominar el tumulto y, como no
tenía noticias de Sanz, cedió a las exigencias de los complotados; mas al
verificarse lo allí pactado, los oficiales leales se negaron a entregar las
armas, y la guardia que acompañaba a Pizarro abrió el fuego sobre la multitud.
Este atentado produjo algunas víctimas y el furor popular se
hizo inmanejable. En minutos los complotados se apoderaron de las piezas de
artillería y las emplazaron en las esquinas aledañas al palacio presidencial,
en tanto que otros revoltosos se hicieron con la pólvora y munición guardada
por las autoridades. El fuego entablado por ambas partes, sólo cesó al saberse
que Pizarro, accediendo a las reiteradas instancias de la Audiencia y el
Cabildo secular, consentía en dimitir. La renuncia se hizo efectiva ya entrada
la noche, siendo aceptada de inmediato, y la Audiencia asumió el mando político
y militar.
Nombró urgentemente comandante general y gobernador de armas
de la provincia de Charcas a Alvarez de Arenales, y éste se apresuró a
restablecer el orden público muy alterado por los disturbios- y a preparar la
defensa de la ciudad, amenazada por la actitud del gobernador de Potosí.
Además Arenales procedió a reorganizar las milicias de
Chuquisaca y Yamparaez; "formó nueve compañías de infantería denominadas
por el oficio que practicaban los individuos que las componían y para cuyo
comando eligió sujetos prestigiosos y conocidamente adictos a la causa de la
independencia, distribuidos así: la compañía de infantería comandada por D.
Joaquín Lemoyne, 2a. de académicos por el Doctor D. Manuel Zudáñez, 3a. de
plateros por D. Juan Manuel Lemoyne, 4a. de tejedores por el capitán Pedro
Carbajal, 5a. de Sastres por D. Toribio Salinas, 6a. de sombrereros por D.
Manuel de Entrambasaguas, 7a. de zapateros por D. Miguel Monteagudo, 8a. de
pintores por D. Diego Ruiz, y 9a. de varios gremios por D. Manuel Corcuera.
"Los contingentes de los Partidos de Cinti, La Laguna y
frontera de Tomina, suministraron excelentes soldados para tres partidas de
caballería ligera y un cuerpo de artillería; los tres primeros fueron puestos
bajo las órdenes de D. Manuel de Sotomayor, de D. Mariano Guzmán y de D.
Nicolás de Larrazabal respectivamente, haciéndose cargo del último el doctor D.
Jaime Zudáñez; otro batallón de pardos y morenos fue organizado independientemente."
Organizadas las tropas, Arenales procedió a reforzar las
defensas de Chuquisaca y a reunir las armas existentes en la ciudad, en Oruro y
otras poblaciones vecinas.
Advertimos que éste levantamiento, pese a ser gestado por
los hombres de toga y los estudiantes, pronto contó en su ejecución con
decidido apoyo popular, lo que está probado por la presencia activa del pueblo
obligando a renunciar a Pizarro, su intervención en el nombramiento de Arenales
y, en fin, por la prontitud con que acudieron a formar los cuerpos de milicias
que, en el término de dos días alcanzaron a sumar casi un millar de hombres.
Es de advertir que, los iniciadores del alzamiento en la
"ciudad de los cuatro nombres" como denominara Gabriel René-Moreno a
Chuquisaca, no se conformaron con el éxito local obtenido, "alentados por
las halagadoras noticias que desde Buenos Aires, La Paz, Cochabamba, Cuzco y
otras ciudades importantes les transmiten sus agentes, sobre la marcha del
movimiento y de las que tomaban conocimiento en Juntas Secretas, resolvieron
enviar emisarios a las Intendencias limítrofes; al Doctor D. Bernardo
Monteagudo se le confió la misión de predisponer los ánimos de los habitantes
de Potosí, y de propagar la semilla revolucionaria en La Paz se encargó con
éxito el doctor Mariano Michel y Mercado. Además Alzérraca y Pulido fueron
enviados a Cochabamba y Mariano Moreno viajó con el mismo objeto a Buenos
Aires.
Como puede inferirse de los párrafos transcriptos, los
sublevados eran conscientes de que, uno de los peligros más grandes que
corrían, fincaba en el posible aislamiento a que se veían sometidos en cuanto
las autoridades alto peruanas reaccionaran, de ahí su premura por difundir sus
ideas y buscar nuevas adhesiones. En este sentido procedían con habilidad.
El alzamiento prosiguió con sus actividades sin encontrar
oposición, hasta que el gobernador .de Potosí, Francisco de Paula Sanz,
designado por el virrey del Río de la Plata para reponer en su cargo al
presidente Pizarro, avanzó con sus tropas al tiempo que ordenaba a los caciques
adictos: Martín Herrera y Chairiri que lo auxiliasen con armas, víveres y sobre
todo con hombres.
Por su parte Arenales siguió organizando la defensa. En ella
colaboró uno de los futuros más notables caudillos altoperuanos, don Manuel
Ascencio Padilla, alcalde pedáneo de la doctrina de Moromoro, quien con las
tropas que pudo reunir en las regiones de Tomina y Chayanta, atacó al cacique
Chairiri -destacado por su crueldad y lo tomó prisionero; los indios
partidarios de la revolución lo degollaron y clavaron su cabeza en una pica.
A Sanz pronto se le unió el general Vicente Nieto nombrado
por el virrey de Buenos Aires para suceder a Pizarro en la Audiencia de
Charcas- y ambos avanzaron sobre la sublevada Chuquisaca, donde entraron tardíamente
y no sin vencer alguna resistencia, el 24 de diciembre de 1809.
Nieto inició una actuación sumaria contra los perturbadores
del orden, y varios de sus cabecillas fueron confinados en distintos lugares
del virreinato. Paralelamente, Nieto ordenó la disolución de las nueve
compañías de criollos, mestizos e indios que movilizara la Audiencia.
Álvarez de Arenales -a quien hasta ese momento no se había
sancionado por su activa participación en la revuelta- contrariado por las
disposiciones de Nieto, solicitó licencia por enfermedad para pasar. a Salta,
donde residía su mujer e hijos; el pedido le fue concedido, sin embargo,
entonces lo detuvieron por su actuación anterior en la revuelta y luego de seis
meses de prisión fue el primero de los revolucionarios de entonces que pasó a
ser confinado en las Casamatas del Callao.
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