Por: Fernando del Rosal / Este artículo fue publicado en el
periódico La Razón el 30 de agosto de 2015.
El reflejo argenta traslucía la fortuna de su portador,
fortalecido con la moneda su potencial negociador. El peso era la unidad
monetaria de uso legal en todo el imperio español, lo que incluía parte del
norte de América desde la actual Texas (Estados Unidos), el Caribe (Centroamérica);
toda Sudamérica excepto Brasil y las colonias británica, francesa y holandesa;
las Islas Filipinas y una parte importante del continente europeo; amén de las
Islas Canarias (España), junto con las costas africanas occidentales.
Corría el siglo XVI, menos de una centuria después del
descubrimiento del continente americano por el navegante genovés Cristóbal
Colón, al servicio de la Corona de Castilla. Hasta entonces, el peso en
efectivo se acuñaba en Segovia (España), en México, en Perú y también en Potosí,
principal fuente de plata de todo aquel imperio gobernado por la casa de los
Austrias, familia de los monarcas españoles, y su rey Felipe IV a la cabeza.
El virrey Francisco de Toledo, conde de Oropesa, establece
por aquel entonces la Casa de Moneda de Potosí, con el fin de fabricar dinero
metálico para su circulación a partir del Virreinato del Perú y toda América,
además de sus territorios de ultramar. Empieza así la producción de las famosas
monedas de ocho reales o peso español, siendo bautizadas como macuquinas,
palabra de la lengua quechua que significa “hechas a mano”. Esas piezas, por
curioso que parezca hoy, se fabricaban una a una.
La moneda adquiere enorme importancia en Potosí dada la
ingente explotación minera de plata en la región. Es lo más valioso de la
producción que se daba en la localidad hoy en día boliviana. La plata que se
extraía del cerro de la Villa Imperial pasaba por las Cajas Reales, donde los
agentes del rey de España cobraban el 20% del valor en concepto de impuestos.
Éste era el tributo que obtenía el monarca ibérico, propietario absoluto del cerro
potosino.
El metal, procesado en forma de barras, permanecía en parte
en dicha forma y en otra parte pasaba a integrar las monedas en la proporción
estipulada por el uso reglamentado del peso castellano: 93% de plata y 7% de
cobre por cada pieza; 67 reales de efectivo por cada marco de plata que se
fabricaba a tal efecto.
En el siglo XVII ocurre un hecho sin precedentes al ocupar
el cargo de alcalde de Potosí el capitán Francisco Gómez de la Rocha, oriundo
de Extremadura, España, un bizarro soldado aventurero que a fuerza de tentar a
la suerte y aprender a sacar partido del arte del embuste en asuntos
crematísticos forjó una fortuna sin igual en el territorio entonces
perteneciente al Virreinato de Perú.
De la coca a la moneda
El comercio de coca fue su primera ocupación en tierras
potosinas, una mercancía que le proporcionaba su amante india y que le procuró
cuantiosos beneficios, tantos como para plantearse dar el siguiente paso en
busca de mayor riqueza. Con esa premisa adquiere derechos de explotación minera
para obtener rentas, pero la suerte le da la espalda y malogra toda su pequeña
fortuna. Pertinaz, se alista en la milicia que parte por mandato real a sofocar
una rebelión campesina en Chile. El gallardo Gómez de la Rocha marchó como
capitán y regresó a Potosí como héroe de guerra. Sus ínfulas del guerrero
extremeño, adoptado por la que hoy es capital de la provincia Tomás Frías,
crecieron al punto de emprender nuevamente fortuna en el negocio minero, esta
vez con dispar suerte a la precedente.
Empieza a amasar su patrimonio en tiempo escaso y se postula
en el Cabildo Secular potosino, de modo que accede a erigirse en alcalde de la
ciudad de Potosí al amparo de las amistades tejidas con la nobleza del lugar.
Entonces le nació la filantropía, y donaba dinero a la Iglesia Católica,
derrochaba su riqueza en festividades religiosas, vestía ropas de príncipe y se
hacía acompañar de una cohorte de civiles, como el séquito de súbditos de un
monarca.
La trama
El pícaro Gómez de la Rocha comienza a tramar una red comercial
corrupta, cuya piedra angular era el tesorero de la Casa de Moneda del momento,
Bartolomé Hernández, máxima autoridad de dicha institución. También figuraban
en ella personas clave como el corregidor de Potosí, un cargo con plenos
derechos para administrar justicia y comandar fuerzas militares en la región.
El artificio de esta corruptela financiera era la moneda que se acuñaba en
Potosí, que reducía su porcentaje de plata en beneficio del contenido en cobre
e introdujo el efectivo falso entre los flujos de moneda potosina, allá donde
circularan. Para estar en regla, cada pieza debía tener 93 partes de plata y
siete de cobre, mientras que la falsificación estaba integrada de 60 a 70
partes de plata, por 30 o 40 de cobre. Así, la ganancia era considerable.
A este respecto y dado que se tiene constancia de que esta
ingeniería financiera al margen de la ley se extendió durante ocho años, el
historiador peruano Manuel Moreira Pasoldán señala que los miembros del
contubernio contaron con la aquiescencia e incluso colaboración del virrey de
Perú. “No se puede imaginar que una pequeña agrupación no tenga el poder
político de respaldo para realizar un crimen metódicamente durante ese tiempo”,
asevera sobre este punto el historiador y numismático Daniel Oropeza, estudioso
de la historia de la corruptela y autor del libro La Falsificación de la Moneda
en la Villa Imperial de Potosí: siglo XVII (Casa Nacional de Moneda/Fundación
Cultural del Banco Central de Bolivia, 2014), donde se consignan los
tejemanejes que la hilvanan.
La componenda maniobró para producir la cohabitación de la
moneda falsa con la fiel al canon legal desde 1642 hasta 1650 de manera
ininterrumpida. Y las manos que mecieron este ardid fueron las de las máximas
autoridades políticas potosinas.
El rey de España, por entonces Felipe IV, recibía en la
Tesorería de Sevilla todas las remesas de plata potosina provenientes de
ultramar. Desde allí procedía a expedir pagos a las potencias extranjeras que
acusaban su recibo. En el paso de materializar uno de dichos pagos con plata
potosina en Génova, los mercaderes italianos y judíos receptores, asentados en
el lugar, advierten que la moneda no tiene la pureza pertinente.
Entonces salta la alarma y se emiten de manera urgente unas
prohibiciones en los pagarés para que se acepte cualquier tipo de riqueza, sea
de oro o plata, excepto la moneda potosina.
El monarca Felipe IV envía entonces un visitador a Potosí,
Francisco Nestares Marín, un sacerdote proveniente de las filas de la
Inquisición, para que fiscalice el proceso de creación de la moneda potosina.
El rey español informa antes al virrey de Perú, quien, protector con la
confabulación que a él también lo beneficiaba, pone en alerta a los cabecillas
de la trama para que reinstauren la pureza del efectivo potosino en su proceso
de acuñación a la mayor brevedad.
Nestares descubre el fraude de esos ocho años y toma
prisioneras a medio centenar de personas involucradas, entre autoridades del
Cabildo, de la Casa de Moneda y comerciantes enriquecidos con la estafa. La
usura tenía implicaciones prácticamente por toda la ciudad de Potosí. La
mayoría de los acusados acabaría en la horca.
Primera devaluación americana
En este punto aflora a los ojos del visitador el bajo
componente argenta de las macuquinas en circulación. Contrasta el fraude
gracias al obrar de un químico que trae consigo, quien pone a prueba la ilícita
composición de la moneda (los comerciantes y judíos genoveses antes mentados
poseían por su oficio un buen ojo para realizar estos menesteres).
Procede entonces el visitador a devaluar la moneda, de
manera que si la falsa valía ocho reales con una pureza del 60%, ahora su valor
se correlacionaba con un fiel objetivo. La devaluación redujo el valor de cada
pieza en 50%. Multitud de fortunas se aminoraron en esa medida. Fue una
operación que afectaba no solo al Virreinato de Perú (Panamá, Colombia, Perú,
Ecuador, Bolivia, Chile y Argentina hoy día), sino a toda Sudamérica y el
Caribe, por donde circulaba el dinero metálico potosino. Las remesas ya recibidas
en España estuvieron exentas de dicha devaluación, ya que el rey Felipe IV
decretó su fundición y que fueran acuñadas nuevamente en territorio español.
Incluso dos de los cuatro ensayadores encargados de calcular
la pureza de la plata se habían asociado con el corruptor Gómez de la Rocha.
Pese a todo, también las monedas “sanas”, diligentemente verificadas por los
ensayadores honrados, fueron objeto de devaluación. El desprestigio se cernía
sobre la integridad misma de la Casa de Moneda de la Villa Imperial.
Gómez de la Rocha estuvo preso hasta que el visitador
declarara como legal su fortuna y fuera devuelta, dada su naturaleza ilícita.
No fue ése el final deseado por el exalcalde y buscó sobornar a Nestares.
Y es que el visitador, encomendado también para hacer
justicia, acabaría por eliminarlo mediante garrote, una vez que el propio
Nestares estuvo a punto de ser envenenado por una de las esclavas de Gómez de
la Rocha que, puesta al servicio de aquel, trató de atentar contra su vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario