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EL PALACIO QUE EL “REY DEL ESTAÑO” CONSTRUYÓ Y DE GAULLE ESTRENÓ

Foto: La residencia de Patiño en Cochabamba en obras (1920).


Quién diría que luego de que Simón Iturri Patiño, el “Rey del Estaño” boliviano y en su momento uno de los hombres más ricos del mundo, invirtiera 12 años y un monto millonario aún no precisado en la construcción de su palacio en Cochabamba, fuera el expresidente francés Charles de Gaulle quien lo estrenara.
En 1964, el expresidente francés y héroe de la Segunda Guerra Mundial Charles de Gaulle llegó a Bolivia como parte de una gira latinoamericana para divulgar una posición contraria a la tendencia bipolar de la Guerra Fría.
Se entrevistó en la ciudad de Cochabamba con el entonces presidente boliviano Víctor Paz Estenssoro y en la noche pernoctó en el dormitorio del palacio del empresario minero Simón I. Patiño, sin quizás saber que era la primera y hasta ahora la única persona que durmió en la cama que el “Rey del Estaño” nunca estrenó.
Actualmente la cama ya no se exhibe en el palacio, pero como todo en él fue hecho a medida de Patiño, que tenía una estatura mediana, por lo que para cubrir los 1,92 metros de De Gaulle, debió añadirse una extensión a la cama, como relata Alberto Salazar, actual jefe de mantenimiento del palacio y el empleado más antiguo con 45 años de trabajo en la hoy Fundación Patiño.
Abelino Nogales, el pintor y retratista potosino, reflejó en óleo la imagen de un Patiño con aires de emperador y de una elevada estatura, un claro contraste con la realidad y con De Gaulle, el constructor de la derrota de Adolf Hitler, durante la Segunda Guerra Mundial.
El mandatario francés protagonizó una gira que comenzó en México, el 16 de marzo de 1964, con un pensamiento alejado de Washington y Moscú, y recorrió Buenos Aires (Argentina), Santiago (Chile) y Cochabamba (Bolivia).
“Estamos en el siglo en que América Latina, encaminada hacia la prosperidad, el poder y la influencia verá el día que anunció Bolívar, solemnemente, el ‘Día de América’, porque ninguna fuerza humana podrá retrasar el curso de la naturaleza”, expresó en uno de sus mensajes.
Desde Buenos Aires, en el ocaso de su vida, Patiño proyectaba el viaje final al palacio, rodeado de frondosos árboles, todos importados, y jardines de césped, flores multicolores y arbustos bien cuidados, pero el deseo fue interrumpido por su muerte repentina.
Salazar, uno de los celosos custodios de la casa y sus alrededores, no acepta de buen agrado una insistente pregunta cuando los periodistas vuelven a mostrarse escépticos al dudar que tan millonaria propiedad no fuera visitada por su propietario.

UNA MANSIÓN ECLÉCTICA

La historia de Simón Iturri Patiño (1860-1947) es tan ecléctica como su casa: una mezcla de sacrificio, fortuna y majestuosidad. En su momento cumbre, la empresa Patiño Mines, se valoraba en 50 millones de dólares a fines de la década de 1920 y su poder le permitió expandirse hasta Inglaterra, Estados Unidos, Alemania y Malasia.
Fue por ello nombrado el Rey del Estaño, luego de explotar una de las mayores vetas del mineral en el norte potosino, mina que nombró como La Salvadora. A decir del pensador boliviano Sergio Almaraz, “el nombre de Patiño representa tanto para el estaño como el de Ford para la industria del automóvil”.
El palacio fue construido en el ocaso de la vida del empresario, a inicios del siglo XX, prevista precisamente para ser su última morada. Está edificada sobre una superficie de dos hectáreas, en la zona de Queru Queru, al norte de la ciudad cochabambina.
Comenzó a levantarse en 1915 y se terminó en 1927, con la intervención de más de 40 artistas franceses e italianos, bajo la dirección de Eugéne Bliault, responsable del diseño. Los mármoles y maderas preciosas fueron importados del extranjero.
Destaca en sus ambientes la conjunción de estilos, con elementos de diferentes épocas y culturas. El mensaje de bienvenida es “Amor al trabajo, respeto a la ley”.

El ingreso presenta forma circular neoclásica, con elementos renacentistas.

Los jardines imaginados y diseñados por especialistas japoneses. Incluye senderos empedrados, una pequeña laguna central con una estatua de una ninfa de inspiración clásica con las tres gracias de la fuente frente al palacio.
Simón I. Patiño, nació en Santiváñez, tuvo un origen humilde. De joven fue empleado de una casa comercial en la ciudad de Cochabamba. En 1894 se traladó a Oruro y su interés por la actividad minera despertó un año después. Estableció una sociedad con los responsables de La Salvadora, la que luego le dio fortuna. En 1889 se casó con doña Albina Rodríguez Ocampo. Ella tenía 16 años y él 29. En 1897, Patiño compra La Salvadora, vivía en una diminuta cabaña. Trabajaba con solo cuatro hectáreas, sin maquinaria a motor, sin más herramientas que taladros manuales, martillos, picos y una chancadora a mano para moler el mineral. Los trozos de mineral, separados también a mano, iban en llamas por tres o cuatro días para llegar hasta Challapata, la más cercana estación ferroviaria.
La lingüista Carola Pozo Cortez escribe que, su esposa comprendiendo la penosa tarea de don Simón, decide ir a vivir a su lado con sus hijos. Vende las pocas joyas que posee para pagar salarios atrasados y sostener la explotación de la mina. Ante este gesto el Barón del Estaño promete construirle algún día un palacio en su honor.

EL SELLO DE ALBINA Y SIMÓN

El escritorio es el primer ambiente en el ingreso de la casa. Destaca una réplica del escritorio de Napoleón Bonaparte, con zócalos de madera e incrustaciones en metal y lámparas de cristal de roca en forma de araña. El piso está cubierto con el primer parquet que llegó de Europa a Bolivia.
En la biblioteca resaltan obras incunables, es decir impresos con tipos móviles anteriores a la aparición de la imprenta, de las que ya son difíciles de leer los títulos, pero se cuentan al menos 10 tomos de la historia de Perú.
El salón principal está dedicado a las reuniones familiares. Al medio está una gran mesa de madera, con sillas de tapiz dorado. Una chimenea destaca en el centro de mármol de Carrara, y un cuadro que reproduce una de las obras de Rubens, además de un medallón de la inicial de la “P” de Patiño.
En el segundo piso, conectado al salón principal con un escalón hecho de madera traída de Líbano, se encuentra un pasillo que es una réplica de otro que se halla en la Capilla Sixtina. En las paredes laterales se encuentran incrustados dos espejos de Viena dando a la sala la sensación de que es interminable. Todo el techo lleva imágenes de ángeles.
En el comedor se impone una chimenea de mármol y dos retratos con las figuras de Simón I. Patiño y su esposa Albina. También un gobelino, un tapiz parisino que se calcula que es una de las piezas más valiosas de la casa con un valor de un cuarto de millón de dólares y que representa el Rapto de Yanira (esposa de Hércules) por el Centauro, una obra de Guido Reni. Los retratos son de autoría del maestro potosino Abelino Nogales.
A continuación está la sala de juegos diseñada en estilo árabe morisco, tiene una mesa original de billar y el segundo de los pianos de la casa.
En la fachada destaca el escudo heráldico de la familia flanqueado con dos pilares de mármol.
En los jardines se imponen especies de árboles de la época, como aquel arbusto que sobrevivió a la bomba atómica en Japón, denominado Ginkgo Biloba.

CARRETERA RECHAZADA

En su tiempo Patiño ofreció construir la carretera de cuatro carriles desde Cochabamba hasta Pairumani, y puso como condición que la avenida llevara su nombre, sin embargo ni las autoridades ni la población lo permitieron.
Pese a ese rechazo, Simón I. Patiño hizo construir en el fondo del patio seis duchas destinadas al uso de todos los vecinos de la zona norte o la gente que quisiera. Hoy este espacio fue convertido en un teatro al aire libre.
Los muebles, cortinas, mármol y el techo, llevan los sellos de las iniciales de Simón I. Patiño (SIP) y de Albina Patiño (AP). Las cortinas de los ambientes principales están bordadas finamente con el nombre de la dueña del palacio.

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