Extracto del periódico abc del Paraguay / Nota
publicada el 31 de Octubre de 2004 / http://www.abc.com.py/edicion-impresa/suplementos/abc-revista/escrutadores-de-secretos-ajenos-793774.html
El gobierno chileno prestaba mucha atención y estaba al
tanto de todos los aprestos bélicos bolivianos, pues desde la guerra del
Pacífico, controlaba todo lo que hacía el gobierno boliviano y que podía
afectarle en un hipotético caso. Estaba enterado de las adquisiciones de armas
(cantidad, calibres, precios, etc.), además de la distribución y estructura de
las guarniciones militares en diversos puntos del territorio boliviano
(cantidad, jefes, oficiales, cantidad de armamentos, hasta de mulos y caballos),
de empréstitos realizados por el gobierno del Altiplano.
A raíz del suceso del fortín Vanguardia, el canciller
chileno había pasado al gobierno paraguayo -por medio del ministro
plenipotenciario paraguayo en Santiago, doctor Vicente Rivarola-, toda la información
de que disponía su gobierno. Esa es la razón por la que una calle asunceña
lleva el nombre del doctor Conrado Ríos Gallardo.
Cuando el doctor Rivarola ejerció funciones diplomáticas en
Buenos Aires, también el gobierno argentino le pasó información confidencial
con respecto de Bolivia. Gracias a la colaboración del gobierno argentino, el
Paraguay conocía los movimientos de tropas bolivianas que venían hacia el
Chaco. El principal informante del doctor Rivarola era el coronel Asdrúbal
Guiñazú, pariente suyo y jefe de Estado Mayor del ministro argentino destacado
en Salta.
Por otras fuentes argentinas, el Paraguay conocía desde un
año antes de iniciadas las hostilidades, que Bolivia carecía de artillería y
sanidad militar, condiciones precarias de las fuerzas destacadas en el Chaco,
condiciones de las vías de comunicación, trabajos de construcción de caminos,
tiempo de viaje entre distintos tramos en auto, además de que los bolivianos
carecían de escuela superior de guerra, etc.; régimen de alimentación de las
tropas, además de la indisciplina que existía en algunas unidades militares.
Sumado a ello, también el gobierno paraguayo pudo conocer que algunos jefes
bolivianos, en vista de lo desfavorable de la situación al inicio de las
hostilidades, dirigieron a su gobierno la conveniencia de pedir la paz con
urgencia, que la guerra dividía en su propio seno al gobierno boliviano, y que
la situación económica no era nada halagüeña.
Por otra parte, según el historiador boliviano Roberto
Querejazu Calvo, un alemán que vivió en el Paraguay más de veinte años, vendió
a Bolivia la información de que estaba actuando en Bolivia una treintena de
espías paraguayos, entre quienes se encontraban el capitán Sosa Gaona, y los
tenientes Antonio Vargas y José Barrios, trabajando con nombres y oficios
supuestos, cuyas actividades fueron neutralizadas por la policía boliviana.
Unos años antes, otro oficial del ejército paraguayo llevó a
cabo una misión confidencial en Bolivia, como muchos otros. Por orden del
presidente Luis Alberto Riart y el ministro de Guerra y Marina, Manlio
Schenoni, allá por 1924, el mayor Arturo Bray fue comisionado para explorar
terreno y vías de comunicación en la zona del Chaco boliviano, entre el río
Pilcomayo y las proximidades de Puertos Suárez, en el río Paraguay.
Para ello, Bray -con el nombre supuesto de Alfredo Brayton,-
entró en territorio boliviano por la provincia argentina de Salta, cruzó hasta
Santa Cruz de la Sierra, yendo a salir en Corumbá, en el Brasil.
"En la ciudad de Embarcación -cuenta Bray- el propio
cónsul de Bolivia -sin sospechar mi auténtica identidad- me hizo entrega de un
pasavante a instancias del jefe de policía de Salta, señor Lucio V. Ortiz, para
el cual llevaba yo una carta de recomendación del senador argentino, señor
Sánchez Bustamante, persona de ponderada gravitación política en la citada
provincia. El nombrado cónsul de Bolivia -Arturo Arenas- me hizo entrega además
de una carta de presentación para el mayor Bernardino Bilbao, comandante de la
zona militar de Yacuiba, en la que me recomendaba como persona de
honorabilidad, que puede transitar libremente por el territorio de su
jurisdicción, pues va con fines comerciales".
Recuerda Bray que "acababa Bolivia de salir de una
revolución, de suerte que no resultaba nada fácil dar con medios de movilidad
ni de conseguir baqueanos ni acompañantes; las mulas -el caballo no sirve para
los terrenos montañosos y las sendas resbaladizas- había que adquirirlas en
cada una de las etapas del trayecto (...) Por irónico que parezca, fueron las
autoridades militares bolivianas las que se mostraron más acogedoras y
cordiales por cooperar en el cumplimiento de la misión que llevaba: en Yacuiba
incluso fui invitado a tomar un copetín en el casino de oficiales, en agasajo
de un supuesto acaudalado estanciero argentino, cuyo ganado se habían llevado
en gran parte los revolucionarios. Claro está que, como quien no quiere la
cosa, no descuidaba ocasión para referirme, con las debidas cautelas, entre mis
camaradas bolivianos a la posibilidad de un conflicto armado con el Paraguay en
un futuro más o menos cercano, del cual -decía yo- se venía hablando tanto. Por
ahí no dejé de recoger impresiones y juicios de algún interés y no escasa
oportunidad".
En aquel informe, Bray informaba que "el peligro
boliviano no era inminente, pero sí real y efectivo"... Corría el año
1924.
En sus memorias, Bray cuenta que, en la preguerra, espiaban
para Bolivia: Antonio Gustavino (Encarnación), el lituano José Antonio Levinsky
(Colonia Independencia), el ruso Andrés Fenech (Cambyreta), Manuel Villalba
(Mbocayaty) y Zulema Méndez, alias "Joaquina" (Asunción), entre
otros.
Por su parte, Aniano Cabrera Gill, citado por el historiador
concepcionero don Juan Samaniego, cuenta que allá por la década de los años 20,
"pululaban por las calles de nuestra ciudad Concepción, andarines con la
mochilla al hombro en estado generalmente andrajoso, con el aparente propósito
de visitar a las autoridades locales, llevando en su maleta un cuadernillo en
el que apuntaban datos de todas ellas, solicitando sus respectivas
firmas". Eran, dice, espías bolivianos.
"Allá por el año 30, mi finado padre tenía una flota de
camiones de cargas que transportaban mercaderías a una población yerbatera y
floreciente llamada Ñu Porä (...) Como es lógico, siempre mi padre necesitaba
mecánicos en su taller de reparación. Un día aparece un señor de porte
distinguido que dice llamarse Lebrino, con ojo postizo, con notable
conocimiento de mecánica, a quien mi padre contrató para dicho servicio.
"Llamaba poderosamente la atención de mi padre que este
señor Lebrino, salía y se dirigía permanentemente hacia el hotel Francés, donde
ya frecuentaban jefes y oficiales que se dirigían al Chaco.
"El estallido de la guerra era inminente, pero lo que
más llamaba la atención de este señor, eran los gastos que hacía en compañía de
jefes y oficiales; de ahí que mi padre, averiguando de dónde provenía tanto
dinero para tanta orgía, pues el sueldo que percibía no justificaba tales
gastos, tal fue su sorpresa cuando le informaron que era el gerente general de
la casa Segundo Antonioli S.A., señor Tubino, el que le proveía dicho dinero,
por encargo de algunas firmas comerciales de Buenos Aires.
"Un día desapareció de la ciudad..."
Parece ser que los informes que proporcionaba este espía,
dieron las bases para el ametrallamiento que sufrió Concepción algún tiempo
después.
Estas y muchas otras historias se cuentan de los espionajes
y contraespionajes en ambos países en conflicto. Con todo, es un tema que aún
no se estudió con detenimiento, pese a haber sucedido hace siete décadas y
forma parte de nuestras historias nacionales.
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