20 años después, algunos de los hombres que desviaron el
avión a Salta.
Por: Ricardo Sanjinés Ávila / 8 de marzo de 2015.
E l primer gobierno de la Revolución Nacional (presidente Víctor Paz
Estenssoro), aprobó en 1955 el Código del Petróleo (Davenport), permitiendo la
presencia de empresas extranjeras en la explotación de hidrocarburos. La norma
revirtió el pago de regalías del 11% a los departamentos productores -dispuesta
años antes por el presidente Germán Busch-, centralizándolas en el
Gobierno.
Hernán Siles Zuazo ganó las elecciones de 1956 y tampoco accedió al reclamo
cruceño por esas regalías, pues los gobernantes revolucionarios pensaban que
sólo el Estado centralizado en La Paz sabría administrar tales recursos. Ello
provocó la reacción del pueblo camba.
El Comité Cívico Cruceño estaba cesante por la represión y el reclamo pasó a
manos de los universitarios, destacando el liderazgo de la doctora Elffi
Álbrecht. El universitario paceño Luis Ramírez Mendoza ganó la dirigencia de la
FUL y se conformó un comité de movilización con Roger Mercado, Marcelo
Terceros, Óscar Áñez, Fausto Medrano y otros, la mayoría simpatizantes del
principal partido de oposición, FSB.
Sin embargo, el cerebro de la movilización estaba a mil kilómetros. Era
Humberto Vásquez Machicado, un respetado intelectual, diplomático y escritor,
que en ese momento trabajaba en La Paz como director de la Biblioteca Central
de la UMSA. El Gobierno apeló a la represión contra el reclamo de Santa Cruz.
Presos
El 23 de septiembre se ordena la captura de varios jóvenes, entre ellos el capitán
Saúl Pinto Landívar, quien departe esa mañana en una quermés en la plaza
principal. Una decena de sus amigos decide acompañarlo y todos quedan detenidos
en las celdas del Control Político.
En otros lugares interceptan a Carlos Terceros, Tito Vaca, Alfonso Kreidler,
Heberto Castedo, Rómulo Barrón, Mario Diamond, Luis Quintanilla, Mario Ayala,
Marcelo Vaca Diez, Mario Melgar y otros. Los someten a interrogatorios y
golpizas. Al anochecer, son ya 25 presos sangrantes en una celda de cinco
metros.
El lunes 24 los detenidos suman 35. El desfile escolar llega a la cárcel
política pidiendo la libertad de los detenidos. Capturan a varios estudiantes,
entre ellos Miguel Nieme Hurtado, quien aún no ha cumplido los 15 años, pero
igual lo muelen a patadas, lo mismo que a Rómulo Arana, Hugo Maldonado y Hugo
Cronembold. Al anochecer llevan al coronel Andrés Saucedo, al capitán Mario
Adett Zamora, a Luis Ramírez, Marcelo del Río, Humberto Gutiérrez y
otros.
El martes 25, los presos suman 47. Esa noche, a la luz de velas, una banda de
música toca marchas fúnebres erizando el ambiente. Los familiares agolpados en
los exteriores lloran y ante la presión de madres y hermanas se permite el
ingreso de comida. En una vianda el coronel Saucedo encuentra un revólver Colt
38. Pero conscientes de que los agentes armados de ametralladoras los pueden
exterminar en pocos minutos, nadie quiere tener en sus manos aquella arma que
Tito Vaca ata con un pañuelo en su pierna. Entonces Saucedo y Pinto diseñan un
plan de fuga.
El vuelo
A las cinco de la mañana del miércoles 26 trasladan a los 47 presos hasta la
pista de El Trompillo, donde espera con los motores encendidos el cuatrimotor
DC-4, con la sigla CP-610 del Lloyd Aéreo Boliviano, bautizado con el nombre de
"Sereno Pedro Paniagua”. Los presos y sus custodios abordan el avión.
El capitán Marcelo Estenssoro pide instrucciones para decolar. En la cabina de
mando está el copiloto Hugo Vargas y completan la tripulación el segundo
copiloto Gerardo Zalles, el asistente de vuelo Erwin Beckman y la azafata Aida
Smith. En el primer asiento, junto a la cabina, va el jefe de los agentes del
Control Político, Zoilo Villarroel, llevando consigo una ametralladora. Los 47
presos se abrochan los cinturones. Todos guardan silencio.
En un asiento en la cola del avión va el agente Quispe Lazo, hombre de pocas
pulgas, armado de una Pistam. Cerca de la portezuela está el agente Clovis
Ortiz, también con una metralleta. Hay otros tres agentes armados, todos son
gente ruda. Se escucha entonces la voz de Mario Adett Zamora dirigiéndose al
coronel Andrés Saucedo y la respuesta de éste:
-Camarada, ¿tiene un cigarrillo…?
-No se puede fumar con el avión sobre la pista. Cuando estemos en el aire
espere por lo menos diez minutos para recién fumar, camarada.
La nave carretea y despega rumbo al oeste. El capitán Estenssoro agradece a la
torre de control. El tiempo de vuelo será de dos horas aproximadamente. En el
Aeropuerto de Panagra, en El Alto, aguarda un contingente de Control Político
para trasladar a los presos al campo de concentración de Curahuara de
Carangas.
El avión ha tomado altura. La azafata Aida Smith se dispone a servir café en
unos pequeños vasos de baquelita. Saúl Pinto le pregunta: "¿quién es el
piloto?”. La respuesta lo deja satisfecho. El Hueso Estenssoro es un antiguo
amigo suyo.
Ensayando una sonrisa y en actitud de humildad, el capitán Mario Adett Zamora
se acerca donde está sentado el agente Quispe Lazo.
-¿Me puedo sentar con usted, agente?
-Siga nomás…
A las 6:30, el avión está ya a la altura debida. Mario Adett vuelve a preguntar
a Saucedo en voz alta:
-¿Me invita un cigarro, camarada?
La respuesta es clara y firme:
-Ahora sí, camarada.
El coronel Saucedo se levanta, recibe el revólver Colt 38 que le entrega Tito
Vaca y acercándose al agente Zoilo Villarroel le pone el caño en la sien.
-Si intentás algo, te morís.
Tito Vaca arrebata la ametralladora que Villarroel lleva en las manos y el
capitán Adett Zamora se lanza sobre el agente Quispe Lazo, pero éste
-mostrándose firme- se resiste, intenta rastrillar su arma, los dos hombres
forcejean... En la parte del medio Randolfo Lladó ha tomado del cuello al
agente Clovis Ortíz, reduciéndolo y desarmándolo con la ayuda de Alfonso
Kreidler. Atrás, Quispe y Adett aún luchan. Los demás presos que se percatan de
la situación; se levantan, gritan y atacan a los agentes intermedios, mientras
Adett sigue luchando con Quispe, quien finalmente es reducido con la
participación de Barros y Castedo.
Los agentes del Control Político están a merced de quienes fueron sus víctimas
que se abrazan en señal de victoria. Otros quieren cobrar venganza,
especialmente los flagelados por sus custodios que, demudados, han trocado su
arrogancia en sumisión. Alguien propone "tirar a estos malditos al vacío”,
pero Saúl Pinto los detiene:
-Alto, camaradas, tenemos que demostrar que no somos como ellos…
Unos quieren ir a Chile, pero cruzar el altiplano los expone a que el Gobierno
movilice cazas T-33. La mejor salida es por Argentina. Aún queda la tarea de
convencer al piloto del LAB. La cabina franquea el paso al capitán Pinto.
Estás loco Saúl. Yo no los puedo llevar a la Argentina…
Pero Hueso, nos hemos ganado la libertad.
-La gente está dispuesta a todo…
-¿No te das cuenta de que nos pueden derribar por invadir el espacio aéreo
argentino?
-No nos importa. Si no querés ayudarnos, yo pilotaré la nave…
-Tú no conoces este avión. Nos vamos a matar. En el mejor de los casos, si
conseguimos llegar a la Argentina yo tampoco podré volver a Bolivia y tendré
que asilarme con ustedes. ¿Qué va a ser de mi familia, de mi trabajo…?
Ante la tardanza, el coronel Saucedo y el capitán Adett Zamora ingresan a la
cabina violentamente… Por la radio se pregunta qué está sucediendo;
-CP-610 reporte su situación… ¿Me escucha CP-610? ¿Qué está pasando allí…
Cambio.
En la cabina hay empujones… el copiloto Vargas reacciona y alarga la mano para
extraer una pistola… Estenssoro intenta ponerse de pie pero siente en su
costado el caño de una ametralladora… víctima del nerviosismo suelta la palanca
de mando… ¡el avión se precipita en picada al vacío…! Los pasajeros pierden el
equilibrio, ruedan por el piso, la azafata da gritos… la tragedia es inminente.
Reponiéndose, el capitán Saúl Pinto jala del brazo al piloto Estenssoro, ocupa
su lugar, toma la palanca y estabiliza el aparato a menos de 2.000 metros de
tierra, para luego maniobrar y retomar altura.
Heberto Castedo tranquiliza a la azafata y Saucedo impone el orden. Todos
vuelven a sus asientos. Los agentes, abatidos, van en completo silencio en la
parte de atrás. Nadie los hostiliza. Pinto controla el avión, Mario Diamond ha
tomado el lugar del copiloto. Todos se ponen de pie y entonan el Himno
Nacional. Pinto accede a la sugerencia para que Estenssoro supervise
técnicamente el vuelo.
Pinto no responde a los persistentes llamados de radio desde El Alto y
Cochabamba. A las 7:30, el vuelo del avión del LAB ha traspuesto la frontera
argentina.
-Aquí torre de control de El Alto. Responda CP-610. Cambio…
-Aquí CP-610. La nave está bajo control de Falange Socialista Boliviana. Cambio
y fuera.
-Atención torre de control de Tartagal. Aquí CP-610 del Lloyd Aéreo Boliviano
en vuelo de emergencia, solicitamos permiso para descender. Repito: nave
boliviana en emergencia solicita permiso para descender. Necesito un
comprendido. Cambio.
-Aquí torre Tartagal. Comprendido. ¿Qué tipo de nave está en vuelo? Cambio.
-Gracias Tartagal. Estoy al mando de un DC-4, cuatrimotor. Necesito
instrucciones para descenso. Cambio.
-Negativo CP-610. El aparato es demasiado grande para esta pista. Sugerimos
dirigirse a Salta. Repito: Deben dirigirse a Salta. Cambio.
-Comprendido Tartagal. Nos dirigimos a Salta. Cambio y afuera.
Faltan pocos minutos para las 8:00. La torre de control da instrucciones para
el aterrizaje. Desde la ventanilla se distingue el cartel con la leyenda
"Aeropuerto Internacional El Aibal Salta - República Argentina”. En el
mástil de la torre flamea la bandera celeste y blanco.
Se apagan los motores. Una fracción del Regimiento Quinto de Artillería rodea
el aparato. Por un altavoz piden la presencia del capitán de la nave. Bajan
Saúl Pinto y Marcelo Estenssoro. Pinto informa rápidamente sobre lo sucedido.
Las autoridades se comunican con el Gobierno Federal en Buenos Aires para
informar sobre el extraordinario suceso.
Todavía a bordo, los liberados y sus captores observan que se abre la puerta
del avión para el ingreso de la primera comida caliente que probarán después de
muchos días. "Lloramos por la emoción”, recuerda Miguel Nieme. Los
protagonistas de la audaz operación en el aire ignoran que la noticia se ha
esparcido.
Cuarenta y siete liberados, cinco tripulantes y cinco agentes van descendiendo
de la nave. El comandante de la guarnición de Salta, general Saravia, les da la
bienvenida. Más allá, en el límite enmallado, la población salteña aclama a los
bolivianos. Las escenas son conmovedoras. Los recién llegados llevan en los
rostros las huellas del sufrimiento físico. Están agotados, con los rostros
flacos y la barba sin rasurar. Algunas mujeres lloran al ver a Miguel Nieme, un
colegial de 15 años, que ayuda a otro de la misma edad, Rómulo Arana, herido,
caminando con dificultad. Dos médicos esperan en la terminal para los primeros
auxilios. El Gobierno argentino concede asilo a los 47 bolivianos que se han
salvado de ser encerrados en un campo de concentración. Al mediodía, toda
Bolivia conoce la noticia por una transmisión de Radio Belgrano de Buenos
Aires, que a su vez retransmite la BBC de Londres.
Un récord para Guinness
El suceso registrado sobre los cielos de Bolivia y Argentina el 26 de
septiembre de 1956, constituyó el primer secuestro aéreo con fines políticos de
la historia universal. Dos años después, el 1 de noviembre de 1958, cuando la
guerrilla cubana avanzaba por la Sierra Maestra, Fidel Castro ordenó el
secuestro de un avión Viscount que cubría la ruta Miami-Varadero.
Cuatro hombres armados con pistolas y granadas se desnudaron ante los alarmados
pasajeros para ponerse uniformes con el emblema M-26 e intentaron desviar el
aparato. El piloto se resistió, dispararon sobre él y la nave se desestabilizó
y se precipitó a tierra. Murieron tripulantes, secuestradores y 17 pasajeros,
entre ellos cuatro niños, salvándose de milagro la adolescente Omara
Gonzáles.
Dos meses después Fidel ingresó triunfante en La Habana. La única sobreviviente
del fracasado secuestro era Omara González, entonces de 16 años. Medio siglo
después Omara relató que estando interna en un hospital, después del traumático
secuestro aéreo, recibió una llamada de Castro, intentando justificar la acción
en nombre de la revolución.
Mira, el sabotaje es así, te tocó a ti y te tocó. Yo estoy ahora con una bomba
en un cine y mi mamá llega y está ahí, pues le tocó a ella…
Lo sucedido en Bolivia fue un récord para el Guinness. En años posteriores, el
desvío de aviones a Cuba fue habitual y el atentado del 11 de septiembre de
2001 contra las torres gemelas de Nueva York fue el acto más impactante de esa
práctica, aunque éste resultó repulsivo e inhumano. Por el contrario, la acción
de los jóvenes bolivianos, en 1956, tuvo una causa legítima y decente, no hubo
muertos, heridos ni daños materiales y dejó sólo traumas en el Gobierno al
revelarse los alcances del sistema opresivo vigente entonces en Bolivia. El
presidente Siles acabó cediendo las regalías del 11% y cerró los campos de
concentración.
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