Foto: Daniel Salamanca aterriza en Villamontes, lo acompañan
sus asesores y el Alto Mando Militar. /
Ensayo de: Roberto Querejazu Calvo (*)
I. Preludio
La Guerra Mundial de 1914 a 19818, que envolvió a treinta naciones y causó diez
millones de muertos entre los combatientes, diez millones más entre los civiles
por hambre y enfermedades y veinte millones de heridos, causó tan profunda
impresión en el corazón humano, que las potencias vencedoras se prometieron a
sí mismas que nunca más se produciría otro conflicto bélico internacional en el
mundo, y con tan laudable propósito organizaron la Liga de las Naciones como un
tribunal supremo encargado de solucionar por medios pacíficos toda controversia
entre países que surgiese en el futuro.
Cuando esa gran esperanza de la humanidad tenía vencida poco
más de una década, dos países jóvenes de Sud América, nacidos a la vida
republicana nada más de un siglo antes y que trataban de sobreponerse al atraso
y la pobreza, se enfrentaron en una cruenta gerra, que duró tres años, y
tronchó la vida de cien mil de sus habitantes que estaban en la flor de su
edad.
La guerra del Chaco, más que ninguna otra, nunca debió
producirse. Resultaba una aberración que dos repúblicas hermanas, débiles en
todo sentido, que no se conocían, pues no tenían vinculaciones de ninguna
naturaleza, excepto el intercambio protocolar de misiones diplomáticas, cayesen
en la tragedia de enfrentar a sus juventudes en una lucha sin cuartel. Y todo
por definir cual debía se su frontera común sobre un territorio desértico y
espinoso cuya propiedad total reclamaba uno y otro, Bolivia hasta la
confluencia de los ríos Pilcomayo y Paraguay y el Paraguay hasta el río
Parapetí.
Bolivia envió a Asunción en diferentes oportunidades, a
importantes personalidades para proponer al gobierno del Paraguay la
subscripción de un tratado por el cual se dividiese el Chaco equitativamente/
como el Paraguay no aceptase una transacción y prefiriese más bien ir tomando
posesión del territorio disputado colocando puestos militares cada vez más
avanzados, Bolivia se vio forzada a hacer lo mismo desde su lado. Los llamados
fortines se fueron aproximando peligrosamente y se produjeron choques de
patrullas.
Tropas paraguayas atacaron el fortín boliviana Vanguardia
(diciembre de 1928) y tomaron prisioneros a quienes lo guarnecían, acusándolos
de haber estado ocupando territorio de su país. Como represalia el gobierno
boliviano de Hernando Siles ordenó que se tomase el fortín paraguayo Boquerón.
Se estuvo al borde de una guerra. Intervido la diplomacia mediante una comisión
de delegados de cinco países americanos reunidos en Washington y después de
estudiar el problema determinaron que el Paraguay reconstruyese y devolviera a
Bolivia el fortín Vanguardia, y Bolivia devolviese al Paraguay el fortín
Boquerón, disposiciones que tanto uno como el otro de país aceptaron y
cumplieron.
En las elecciones generales de 1930, resultó elegido
Presidente de la República don Daniel Salamanca, de 63 años. Desde 30 años
antes, su principal actividad era la política como diputado o senador. Fue en
el Paralamento que su enteca figura creció hasta alcanzar relieve nacional como
orador de palabra ceñida, elegante y académica. En las tres décadas como
parlamentario, fustigó y criticó a los gobiernos de turno por sus errores
políticos, el despilfarro de los fondos públicos, la desmoralización
administrativa. Los criticó también por no prestar la debida atención al
problema de delimitación de fronteras con el Paraguay o que la prestasen con
insuficiente energía. Dijo en público en cierta ocasión:
"Así como los hombres que han pecado deben someterse a
una prueba de fuego para salvar sus almas en la vida eterna, así los países
como el nuestro, que han cometido errores de política interna y externa, deben
someterse a otra prueba de fuego, que en nuestro caso no puede ser sino un
conflicto con el Paraguay".
Pero su belicismo se apaciguó cuando asumió el mando de la
república y se dió cuenta de que la aguda crisis económica que la aquejaba
hacía imposible asumir actitudes de fuerza frente al vecino del sudeste para
obligarlo a aceptar un tratado de límites. El diario paceño "La
Razón" comentó:
"El erario nacional se debate en la más espantosa
miseria, con fuertes deudas dentro y fuera de la república, con las fuentes de
ingresos en constante disminución… El gobierno ha emprendido una política de la
más estricta economía, al extremo de que Salamanca gasta de su dinero
particular en banquetes oficiales y los ministros no tienen chofer ni gasolina
para sus autos".
Empero, Salamanca decidio atajar el avance de los puestos
militares del país vecino en el Chaco por la única alternativa opuesta al
empleo de las armas, poner una barrera de fortines bolivianos en los límites
del territorio todavía no ocupado por los fortines paraguayos. La falta de
dinero la solucionó obteniendo un préstamo del millonario Símon Patiño. El
Ejército recibió la misión de ejecutar un "Plan de Penetración" y se
puso a ejecutarlo con mucho entusiasmo. Existían ya fortines bolivianos en el
sur del Chaco, que arrancaban desde el río Pilcomayo hacia el norte, y otros
desde las cercanías del río Paraguay hacia el sur. Solamente faltaba colocar
nuevos puestos militares en el centro, la zona más seca del Chaco, uniendo los
del norte con los del sur, para que la cadena de contención a la penetración
paraguaya tuviese todos sus eslabones enganchados.
Un oficial boliviano (Mayor Oscar Moscoso), voló en un avión
piloteado por el comandante de la pequeña fuerza aérea, para estudiar desde el
aire por donde podía hacerse el enlace de los fortines en proyecto. Tuvo una
sorpresa mayúscula al avistar una laguna en medio de la completa sequedad de
esa zona. Agua en el desierto! Era un milagro!
Aunque Moscoso, en su informe, dió cuenta de que a la vera
de las aguas había divisado dos o tres casuchas y esto hacía suponer que el
lugar estaba ocupado por alguna tropa paraguaya, el Estado Mayor del Ejército
boliviano ordenó que Moscoso, comandando una fracción del Regimiento Lanza,
marchase desde el fortín Camacho y "ocupase" (reivindique) la laguna.
Así lo hizo el 15 de junio de 1932, desalojando a tiros a seis soldados
paraguayos que estaban en las casuchas y huyeron despavoridos ante el
sorpresivo ataque boliviano.
El gobierno del Paraguay pudo acusar a Bolivia ante el mundo
de haberle arrebatado por la fuerza de las armas una laguna que su ejército
había descubierto un año antes, a cuyas orillas tenía unas construcciones con
el nombre de fortín Mariscal López.
Pero prefirió callarse y preparar en secreto su rescate.
Fracasó en un primer intento el 29 de junio más lo consiguió el 15 de julio con
un destacamento de 300 hombres que desalojaron a tiros a Moscoso y los 150
soldados que componían su fuerza, luego de un combate de dos días.
El presidente Salamanca, en cuanto supo que el Mayor Moscoso
había tomado posesión de la laguna atacando a los paraguayos que la
custodiaban, temió que ello precipitase una guerra para la que Bolivia no
estaba preparada. Ordenó que Moscoso y su tropa abandonasen el lugar. El Estado
Mayor, que veía en las aguas de la laguna (llamada Pitiantuta por los
paraguayos y que Moscoso bautizó como laguna Chuquisaca) un recurso
indispensable para cumplir con el "Plan de Penetración" insistió en que
se la retuviese.
Las poblaciones de Bolivia nada supieron de lo que había
venido ocurriendo en el Chaco hasta el 16 de julio (1932), fecha en que llegó a
La Paz un telegrama que daba cuenta del combate de ese día, en el que murieron
un suboficial y tres soldados.
Se dió al público como si se tratase de un ataque paraguayo
al fortín boliviano Mariscal Santa Cruz (nombre que el Mayor Moscoso había
puesto al campamento provisional donde se instaló, al norte de la laguna).
La población de La Paz, creyendo que el Paraguay había
cometido una alevosa agresión contra la soberanía nacional (como la del fortín
Vanguardia), salió a las calles en ruidosa manifestación, pidiendo a gritos que
se suspendiesen los festejos de las efemérides departamental y que el gobierno
vengase el traicionero zarpazo del jaguar guaraní.
El presidente Salamanca sabía muy bien que por imprudencia
del Estado Mayor había sido Bolivia la que agredió la soberanía paraguaya al
apoderarse de la laguna Pitiantuta y que el ataque al supuesto fortín Mariscal
Santa Cruz fue una natural reacción del país vecino. No obstante, no creyó
conveniente aclarar esa situación, prefirió que las poblaciones mantuviesen su
falsa creencia y se dejó arrastrar por la corriente de la furia popular,
posiblemente para no poner en peligro la estabilidad de su gobierno. Desde los
balcones del Palacio dijo al numeroso público que colmaba la Plaza Murillo:
"Si una nación no reacciona ante los ultrajes que le
infieren, no merece ser nación, y si un gobierno no cumple con su deber, no
merece ser gobierno…Os invito a jurar que nos sacrificaremos todos en defensa
de la patria…de su honor y de su territorio".
Consecuentemente con esas palabras, ordenó que la División
del Ejército que se encontraba en el Chaco, atacase y tomase los más avanzados
fortines que el Paraguay tenía allí: Toledo, Corrales y Boquerón, como
represalia por la "agresión" sufrida por la nación en la laguna
Chuquisaca y el fortín Mariscal Santa Cruz. Las reducidas guarniciones paraguayas
que estaban en esos fortines fueron sorprendidas por los ataques de las tropas
bolivianas y los abandonaron haciendo breve resistencia en Boquerón.
Cundió la alarma en las cancillerías de los países vecinos,
en la de Estados Unidos y en la Liga de las Naciones. Se ejerció presión para
que los dos países en conflicto arreglasen sus diferencias mediante una
negociación diplomática. El gobierno del Paraguay declaró que antes de entrar
en cualquier tratativa era indispensable que Bolivia devolviese Toledo,
Corrales y Boquerón. Todo el mes de agosto (1932), el cable vibró de un punto a
otro de América tratando de concertar un avenimiento.
El Paraguay mantuvo su exigencia. El presidente Salamanca
negó toda devolución queriendo llegar a la mesa de negociaciones con la ventaja
de que Bolivia tuviese en su poder, como rehenes, esos tres puntos militares
paraguayos.
Ante la obstinada negativa boliviana y cediendo a la presión
de la opinión pública de su país, el gobierno de Asunción dispuso la
movilización de todos los hombre de 19 a 50 años, concentrando varios miles en
el Chaco para recuperar los fortines detentados por Bolivia.
Al amanecer del 9 de septiembre de 1932, dos divisiones del
ejército paraguayo, con un total de 5.000 combatientes, se lanzaron al asalto
para recuperar el fortín Boquerón.
Los 500 ocupantes bolivianos, comandados por el Teniente
Coronel Manuel Marzana, en los 40 días que estaban ya allí, cavaron trincheras,
tendieron alambre con púas, abrieron campos de tiro, construyeron nidos de
ametralladoras e hicieron otros aprestos defensivos. Contivieron el aslato
paraguayo con una cortina de fuego que diezmó las filas enemigas y las hizo
retroceder desmoralizadas, pues habían entrado en la refriega seguras de
obtener una rápida y fácil victoria.
El jefe paraguayo, Tnte. Cnl. José Félix Estigarribia
decidió cambiar de táctica, rendir a los defensores de Boquerón por el hambre y
la sed, rodeando el fortín con sus tropas, para que no recibiesen recursos de
ninguna clase, al mismo tiempo que se los sometía a un constante fuego de
fusiles, ametralladoras y cañones.
El comando de todas las tropas bolivianas del Chaco, cuya
sede estaba en el fortín Muños, ordenó que otras fuerzas operasen desde fuera
para hacer llegar munición y víveres a los sitiados. Solamente lo pudieron
hacer dos fracciones, que consiguieron abrir brechas en el despliegue contrario
e ingresaron a Boquerón con un poco de munición y víveres. Comandó una de esas
fracciones el capitán Víctor Ustáriz, famoso por sus hazañas de exploración en
las vastas zonas del Chaco, burlando la vigilancia paraguaya, antes de la
guerra. Una vez dentro de Boquerón, Ustáriz se ofreció al Teniente Coronel
Marzana para hacer una salida y constatar cuanta fuerza tenían los paraguayos
en determinado sector. Lo hizo acompañado de unos pocos soldados. Hasta un
diario de Asunción comentó su valerosa acción, que le costó la vida:
"Encontrando cerrados todos los caminos que le eran tan
familiares, no trepidó en atropellar. Personalmente manejaba una ametralladora
liviana y murió en su ley, combatiendo cara a cara. Herido de muerte en el
pecho y el vientre, cayó sobre su arma besándola como se besa una cruz".
El Tnte. Cnel. Estigarribia pidió refuerzos para terminar la
batalla que, contrariamente a todos sus cálculos, duraba más de una semana. Sus
fuerzas se incrementaron a 7.500 hombres, que incluían a los cadetes de la
Escuela Militar de Asunción, 24 cañones, 8 morteros y 5 aviones. Ordenó que el
17 de septiembre se atacase Boquerón con asaltos por todos los costados.
Marzana y sus 500 bravos resistieron con admirable entereza
la lluvia tonante de los proyectiles y rechazaron impertérritos a quienes se
lanzaron a la conquista de sus trincheras, causando, otra vez, gran mortandad
en los regimientos paraguayos. Pero la vida dentro del fortín entró en un
período crítico. En un galpón, tendidos en el suelo, se apiñaban más de 60
heridos. Su número amuntaba día a día. Los dos médicos no podían hacer otra
cosa que prestarles apoyo moral. Las drogas, las gasas, el algodón y los
desinfectantes estaban agotados. La munición y los víveres volvían a escasear.
Pilotos bolivianos trataban de aprovisionar a los sitiados desde el aire, pero
con resultados insignificantes. Volvaban sus aviones a prudencial altura, a fin
de evitar el fuego de los paraguayos y muchos de los paquetes que lanzaban
caían fuera del perímetro ocupado por sus compatriotas encerrados.
Uno a uno se mató a los mulos de la compañia de
ametralladoras para alimentar a los 3 jefes, los oficiales y la tropa. En las
noches, los soldados de Marzana se arrastraban hasta donde habían visto caer
muertos a sus adversarios y los despojaban de su caramañola de agua y sus
balas. Uno de los dos pozos que existían en el fortín lo destrozó una bomba. El
otro estaba a la vista de los francotiradores paraguayos y los bolivianos sólo
podían acercarse a él bajo el abrigo de la oscuridad nocturna. A su vera yacín
varios cadáveres.
La resistencia de Marzana y sus destacamentos comenzó a
cometarse en el exterior. Un diario de Buenos Aires dijo a sus lectores:
"En Boquerón están escribiendo unos pocos soldados
bolivianos la más bella página del heroísmo americano. Contados centenares de
hombre luchan desde hace quince días con solamente contra enemigos mucho más
numerosos, sino contra el hambre y la sed que les han impuesto los sitiadores.
Antes de rendirse prefieren la muerte".
Los defensores de Boquerón disminuían jornada tras jornada y
estaban en el límite de sus fuerzas, mientras tanto los atacantes aumentaban su
número con refuerzos frescos y sobrepasaban la cifra de 10.000.
La presión paraguaya siguió intensa. Estigarribia señaló el
26 de septiembre como fecha para un nuevo y decisivo ataque. El regimiento
Itororó llegó a ocupar unos metros de las zanjas bolivianas, más fuer rechazado
con un contraataque. En él murieron los oficiales bolivianos Capitán Luis
Rivero Sánchez y Teniente Luis Reynolds Eguía, más varios soldados.
Estigarribia determinó que sus fuerzas se reorganizasen y
volviesen al ataque el 28. Desde el comienzo de la batalla sus bajas pasaban de
3.000 entre muertos y heridos. Pensó que si no reconquistaba el fortín de una
vez, tendría que aceptar la derrota y retroceder con todo su ejército.
Un avión dejó caer un mensaje para los defensores de
Boquerón enviado por el Comando de Muñoz: "Diez días más y la victoria será
nuestra". El Teniente Coronel Marzana convocó al agujero que le servía de
refugio a los jefes y oficiales. Todos mostraban la huella dejada por 19 días y
19 noches de tensión nerviosa, vigilias, escasez de alimentos y de agua. La
munición estaba agotada. Era imposible cumplir con el pedido de los superiores.
Si se producían nuevos asaltos enemigos, no se podría contenerlos. Pero no
cabía una rendición. Tantos sacrificios, tantos sufrimientos, tanto heroísmo de
los combatientes no podía terminar de ese modo. La única alternativa sería una
honrosa capitulación pedida al jefe enemigo y si él no la aceptaba, hacer
frente a un nuevo ataque con la punta de las bayonetas, aunque, dada la inmensa
superioridad numérica del adversario, ello significase la muerte de todos. Se
resolvió que al despuntar el nuevo día, se pediría una momentánea tregua para
que dos oficiales saliesen y fuesen hasta el comando de Estigarribia a pedirle
recibiese al teniente coronel Marzana para negociar la capitulación. El jefe
boliviano ofrecería abandonar Boquerón con su destacamento, pero a condición de
que se les permitiese ir a reunirse con sus camaradas de la retaguardia,
llevando a sus compañeros heridos y portando sus armas.
Al amanecer del 29 de septiembre, en las trincheras bolivianas
se mostraron algunos trapos blancos y se gritó que se quería tregua. Los
paraguayos que, silenciosamente se habían aproximado durante la noche para su
ataque decisivo, dieron otra interpretación a los lienzos blancos. Creyendo que
eran señale de rendición. Lanzando gritos de júbilo se precipitaron en carrera
sobre el fortín, rodearon a los sorprendidos bolivianos y los tomaron
prisioneros. Un oficial paraguayo hizo esta descripción en un libro:
"La entrada triunfal de nuestras tropas en el histórico
Boquerón fue empañada por la vista de la espantosa tragedia de sus defensores:
20 oficiales y 446 soldados (incluyendo heridos), en el último extremo de la
miseria humana. Por todas partes cadáveres y escombros. En un galpón oscuro,
cubiertos con harapos, mugre, sangre, estiércol y gusanos, se revolcaban más de
cien moribundos, sin curación, sin vendas y sin agua".
Cuando Marzana y su heroica hueste, trasladados a Asunción,
ingresaron a pie en la capital, fueron observados con silenciosa admiración por
una inmensa multitud. El presidente de la república, Eusebio Ayala, en un
discurso en el que se refirió al triunfo paraguayo, tributó un noble homenaje a
los vencidos. Dijo: "Los oficiales y soldados bolivianos que se
batieron en Boquerón y son nuestros prisioneros, se comportaron con tal bravura
y coraje, que merecen todo nuestro respeto".
A su retorno a Bolivia, en 1936, un año después de
concluida la guerra, el coronel Manuel Marzana, al ser requerido a hacer
declaraciones por un órgano periodístico, manifestó simplemente: "No
hicimos sino cumplir nuestro deber".
El gobierno boliviano, el comando militar y las poblaciones
de la retaguardia, que fueron recibiendo con mucho orgullo las noticias de la
heroica resistencia de los defensores de Boquerón, cayeron en un gran
desaliento al saber que habían sido hechos prisioneros. Se produjo una
manifestación popular contra el gobierno en la ciudad de La Paz. En el
Parlamento se pidió que se cambiase al jefe del Ejército y que en su reemplazo
se llamase al general Hans Kundt, un militar alemán que había estado antes en
Bolivia y organizó la fuerza armada inculcándose una férrea disciplina.
Se produjo también desmoralización entre los combatientes
del Chaco. Cuatro de los ocho regimientos que estuvieron combatiendo desde
fuera de Boquerón, tratando de auxiliar a los sitiados, escaparon hacia otros
fortines y los otros cuatro no pudieron contener a los 15.000 paraguayos que
siguieron avanzando adueñándose de los fortines bolivianos Acre y Alihuatá.
El coronel Enrique Peñaranda y el teniente coronel
Bernardino Bilbao Rioja consiguieron restablecer la moral y desplegaron sus
tropas en trincheras cavadas al borde de un largo pajonal que tomó el nombre de
Campo Jordán. Los paraguayos se apostaron al otro lado y durante los meses de
octubre, noviembre y diciembre de 1932, se produjeron ataques de uno y otro
lado, duelos de artillerías y hasta algunos encuentros de aviones.
Mediante una hábil maniobra, los regimientos bolivianos
flanquearon el despliegue paraguayo y reconquistaron el fortín Alihuatá,
forzando las fuerzas paraguayas de Campo Jordán a retroceder y parapetarse
delante del fortín Gondra.
Cuando Hans Kundt llegó a Bolivia a hacerse cargo de la
conducción del Ejército y se entrevistó con Salamanca, el presidente la dijo:
"Bolivia debe ganar esta guerra, señor general. Me aterra pensar en las
consecuencias de una derrota". Respondió el militar alemán: "Si
hay justicia divina y todavía hay justicia humana, la victoria será
nuestra".
Kundt se decidió por una ofensiva general de todas las
fuerzas bolivianas del Chaco. Dió especial importancia a la conquista del
fortín paraguayo Nanawa, pensando que con ello dividiría en dos a las fuerzas
enemigas, penetraría en su retaguardia, y podría derrotarlas por separado.
El coronel José Félix Estigarribia, comandante paraguayo,
supo de las intencione del general Kundt por noticias que le llegaron de Buenos
Aires. Preparó la defensa de Nanawa con trincheras profundas, protección de
troncos, alambradas con púas, minas explosivas y 2.500 combatientes.
En el lado boliviano, Kundt asumió personalmente la
dirección del ataque. El 20 de enero (1933), lanzó sus tropas al asalto, luego
de un bombardeo de artillería y algunos aviones. No pudo alcanzar su objetivo,
pese al derroche de valor de los atacantes que sufrieron muchas bajas.
Kundt, con el tesón típico de su raza, y para salvar su
prestigio mellado con el fracaso del 20 de enero, resolvió acumular más
combatientes y más pertrechos bélicos, a fin de dar una segunda batalla contra
Nanawa. Tardó cinco meses en los preparativos, lapso en el que, de acuerdo a
sus órdenes el resto de los regimientos bolivianos estuvieron luchando por
defender o tomar los fortines Gondra, Alihuatá, Corrales, Toledo y Fernández.
El 4 de julio de 1933, operó con 9.500 oficiales y soldados,
4 pequeños tanques, 4 lanza-llamas, numerosos cañones y 12 aviones en su
segundo ataque sobre Nanawa. Los paraguayos, que eran 9.000 y que habían
mejorado aún más sus aprestos defensivos resistieron el poderoso ataque,
retrocediendo sólo en uno de los extremos de su despliegue, donde un pequeño
sector de sus trincheras fue ocupado por bolivianos, más estos, fueron
contraatacados, murieron todos y los restantes volvieron a su punto de partida.
Hubo gran derroche de valor en atacantes y defensores, con una sangría terrible
en el lado boliviano. Estigarribia, en su libro de Memorias, que escribió
después de la guerra, recordó esta batalla manifestando:
"El 4 de julio, después de una intensa preparación de
artillería que duró una hora, los bolivianos se lanzaron al asalto y avanzaron
resueltamente. Aviones enemigos, volando bajo, lanzaron poderosas bombas y
dispararon sus ametralladoras. En algunos sectores se llegó a la lucha cuerpo a
cuerpo. El 14 inspeccione personalmente el campo y fui testigo del espectáculo
más macabro que he visto en mi vida. En el sector en el que los bolivianos
habían roto nuestra línea e hicieron su más profunda penetración en nuestro
sistema defensivo, fragmentos de brazos y piernas cercenados por la artillería
colgaban todavia de los árbole. En un lugar, habían caído abrazados un soldado
paraguayo y un boliviano luchando furiosamente cuerpo a cuerpo. Como el campo
estaba sembrado de cádaveres bolivianos, tuvieron que quemarse. Fueron
amontonados y rociados con kerossene, el fuego se mantenía, pero cuando este
combustible se terminó, quedó un espantoso apiñamiento de carne a medio quemar
que despedia un olor insoportable. El soldado boliviano peleó valerosamente,
pero no podía alcanzar lo imposible. Y lo imposible era lo que Kundt quería
alcanzar con sus ataque frontales contra los fuertes parapetos paraguayos de
Nanawa".
Las bajas bolivianas se calcularon en 2.000 entre muertos,
heridos y prisioneros, incluyendo muchos oficiales. Los paraguayos muertos
fueron 159 y los heridos 400.
Los choques a orillas de la laguna Pitantuta y luego la
batalla de Boquerón, alarmaron al mundo entero. La paz mundial que se creía
definitivamente establecida con la lección aprendida en la tremenda carnicería
de la guerra de 1914 a 1918, estaba siendo violada por dos naciones
sudamericanas que peleaban a sangre y fuego por definir cual sería dueña de un
territirio que era extenso, pero que por su extrema sequedad valía poco.
A quienes más les preocupaba el caso era a los gobiernos de
América, particularmente al de EE.UU, por su condición de líder en el
continente, y a los de Argentina, Brasil, Chile y Uruguay por su vecindad al
conflicto.
La liga de las Naciones, a la que correspondía buscar
solución a todo problema internacional, prefirió que los esfuerzos
pacificadores los realizasen esas naciones, reservando ella su intervención
para la situación extrema de que ellas no lograsen sus propósitos.
Los esfuerzos pacificadores se embrollaron por una rivalidad
entre los dimplomáticos de los EE.UU y el canciller de la Argentina. Los
norteamericanos consideraban que ellos debían ser quienes dirigiesen esos
esfuerzos mediante una Comisión de Neutrales que ya "resolvió
exítosamente" el problema boliviano-paraguayo de 1928. El canciller
argentino, Carlos Saavedra Lamás, era un hombre ambicioso y dominador. Creyó
que nadie mejor que él podía hacer la paz en la guerra que envolvía a dos
países vecinos del suyo. Pensaba, además que si lo conseguía, ganaría mucho
prestigio internacional la Argentina y el también personalmente. Logró hacer
fracasar los intentos de la Comisión de Neutrales de Washington, y que Brasil,
Chile y Uruguay aceptasen acompañar a la Argentina como países pacificadores al
compás de la batuta que él manejaba.
Nadie, ni los gobiernos, ni los comandos militares, ni las
poblaciones de las dos naciones enfrentadas, ni las cancillerías extranjeras,
ni la opinión pública mundial, cryó que la guerra en el Chaco podía ser otra
cosa que unos pocos choques sin mayor derramamiento de sangre y que todo se
arreglaría en pocas semanas. Todos suponían que, tanto Bolivia como el
Paraguay, eran demasiado débiles en la población y recursos económicos para ir
más allá de simples gestos de belicosidad, que la reflexión y el sentido común
prevalecerían en la conciencia de sus respectivos gobernantes y que harían las
paces antes que sacrificar a sus juventudes en una guerra fratrucuda. Pero en
la batalla de Boquerón corrió mucha sangre y los ánimos de bolivianos y
paraguayos, se exacerbaron incitando a nuevas matanzas.
Por otra parte, en ese entonces, el Paraguay era un país
satélite de la Argentina. Capitales argentinos eran dueños de las principales
industrias del Paraguay. El ochenta por ciento del comercio importador y
exportador del Paraguay se hacía en barcos argentinos. El principal ferrocarril
internacional que tenía el Paraguay tenía un tercio de sus líneas en territorio
propio y dos tercios en territorio argentino. No es pues de extrañar que al
comenzar la guerra, el Paraguay pidiese socorro a la Argentina y este país le
ofreciese un secreto pero decidido apoyo. Según un informe del embajador
paraguayo en Buenos Aires a su gobierno, el presidente Argentino, Agustín P.
Justo le dijo: "El Paraguay no saldrá de ninguna manera disminuido de
esta guerra".
Un incipiente espionaje montado por la Embajada de Bolivia
en Argentina, hacía saber periódicamente al gobierno de La Paz cómo la
Argentina ayudaba al Paraguay durante la guerra con gasolina, víveres, armas,
munición, dinero y aun con asesoramiento militar, proclamando a todos los
vientos que era una nación estrictamente neutral. Debido a esos informes de su
embajada, el presidente Salamanca tenía total desconfianza en las proposiciones
de paz en que estaba envuelta la Argentina y las fue rechazando
sistemáticamente. Esta fue una de las principales razones para que la guerra
durase hasta que se produjo un cambio en el gobierno de Bolivia y el nuevo
mandatario y sus colaboradores cayeran en la trampa de la falsa neutralidad
argentina.
Mientras políticos y diplomáticos seguían con sus devaneos
buscando la paz para el Chaco, las juventudes de Bolivia y el Paraguay seguían
acribillándose a balazos a través de la maraña y el bosque.
Tal vez nunca en la historia de los conflictos internacionales
estuvo la naturaleza humana sometida por tanto tiempo a un esfuerzo tan penoso
como el que se exigió a los combatientes de la Guerra del Chaco. Sed y hambre,
calor de más de 40 grados a la sombra y el intenso frío al soplar los vientos
del sur. Disentería, avitaminosis y paludismo sumados al peligro de las
alimañas, fusiles y ametralladoras acechando en la maraña. Durmiento sin más
protección que una frazada, haciendo marchas forzadas bajo el azote de un sol
canicular o lluvias torrenciales, combatiendo sin relevo, reducidos al
denominador común más bajo en la escala humana, sirvendo de carne de cañon en
los errores de comandos ineptos.
A los sufrimientos físicos se sumaban penosas impresiones
morales. He aquí como un soldado anotó en su diario de campaña su llegada al
Chaco y su primera participación en un combate:
"Durante meses nos hicieron caminar más de cien leguas,
en pleno invierno, desde nuestra ciudad natal, por las heladas planicies de la
altipampa. Al llegar a Tarija, nos embarcaron como leños en varios camiones y
fuimos metidos al horno del Chaco en un ininterrumpido y frenético viaje que
duró cuatro días. Creímos que tanto apuro era para lanzarnos a la hoguera de la
primera línea, pero nos dejaron ocho días en el fortín Murguía. Allí llegó el
regimiento Campos. Nos hicieron formar dos hileras, frente a frente. Los
soldados del Campos, héroes de cien combates, parecían viejos, cargando sobre
sus espaldas una eternidad de sufrimientos. Con las ropas desgarradas, las
caras curtidas por la interperie, con la mirada como indiferente a todo lo que
los rodeaba. Frente a ellos, nosotros parecíamos niños acicalados en nuestros
uniformes nuevos. Limpios e ineberbes, con los ojos abiertos a todas las
sorpresas. Avergonzados de nuestra timidez, nuestra limpieza y nuestra
inexperiencia. Y fuimos mezclados con los veteranos, rellenando los claros de
la gloriosa unidad.
El día menos pensado, subimos a otros camiones y nos
llevaron al camino de Alihuatá a Arce. Bajamos de los vehículos. Luego de
avanzar cautelosamente por el camino, al sentir los disparos que recibía la
patrulla que había sido destacada como vanguardia, nos ordenaron desplegarnos
en el bosque. Nos instaron a seguir avanzando en medio de los árboles.
Súbitamente, la selva se llenó de disparos, como latigazos de fuego que
buscaban a sus víctimas. Quisimos tendernos, pero los oficiales gritaron: 'Al
asalto! Viva Bolivia!'. Corrimos disparando. Algunos caían en posturas
grotescas, igual que muñecos a los que se les había terminado la cuerda. Otros
lloraban. Otros se ocultaban detrás de los árboles. Tan repentinamente como
comenzó, cesó la lucha. Nos dijeron que los paraguayos habían retrocedido. No
vi ninguno, ni vivo ni muerto.
Esa noche fui al puesto de socorro en busca de Julio, que
fue herido. No estaba allí. Lo habían evacuado al hospital de Alihuatá.
Quedaban otros heridos que no pudieron ser transportados. Una fogata alumbraba
la escena. Un veterano del Campos tenía la cabeza íntegramente envuelta en
vendas. Apoyado al pie de un árbol, silencioso, silencioso, parecía un fantasma
de la noche. A otro, un disparo le había perforado las dos mejillas y su rostro
estaba hinchado, dándole la apariencia de un monstruo. Estaba sentado sobre un
cajón y no apartaba la vista de las llamas. El indiecito Quispe tenía una
carcaza en el estómago. Estaba tendido de espaldas sobre una camilla y gemía
lastimosamente llamando a su madre: 'Mamay, mamitay!'. Benjamín Castro había
enloquecido de terror. No tenía ni un rasguño, pero su cerebro estaba hecho
trizas por las impresiones del día. Caminaba sin sosiego, alrededor de la
fogata, como huyendo, pero sin apartarse de la luz".
Asimismo, en la retaguardia, sufrían grandes penas morales
los familiares de los combatientes, especialmente las madres, sabiendo por los
heridos que volvían del Chaco cuan dura y peligrosa era la existencia de sus
seres queridos.
Sufría el Presidente de la República. Uno de sus hijos murió
en el Chaco. El 6 de agosto de 1933 cumpliendo con la obligación constitucional
de dar cuenta al Congreso lo sucedido en el país desde el año anterior, leyó un
mensaje. El escritor Moíses Alcázar, que entonces era empleado de la Cámara de
Diputados, describió en un libro este hecho del que fue testigo presencial:
"El hombre símbolo, el ídolo de ayer está acosado. Los
contrastes militares estimulan la angustia popular y todos se sienten
decepcionados porque han perdido la fe en Salamanca. Una enconada oposición lo
combate dentro y fuera del parlamento. Se lo acusa de ser el único responsable
de la situación bélica en el Chaco. Para el hombre que ansiaba la victoria, que
busca por todos los medios la reivindicación de la grandeza de la patria, el
cuadro de sacrificio, de inmolación y también de fracaso, es como la muerte por
tormento, lenta y dolorosa. Y su espíritu rezuma amargura. Su palabra se
escucha con recogimiento. Después de una hora de lectura de su mensaje, ingresa
al último capítulo, al de la guerra… El nudo de la emoción le sube a la
garganta y su voz se hace más lenta y temblorosa…y ya no puede más. En los ojos
del extraordinario luchador rompe abundosa la vena del llanto. Por primera vez
en su vida de político, deja a los demás la insuperable congoja de su espíritu.
Sus enemigos dijeron que las lágrimas del presidente fueron como las de un moro
en Granada 'lloró como mujer lo que no supo defender como hombre'. Sus
partidarios las calificaron de 'lágrimas de santo', lágrimas de impotencia del
hombre que no pudo evitar el desastre de su patria, lágrimas de vergüenza ante
la falla nacional, lágrimas de dolor ante el derrumbe de sus ideales de
patriota y gobernante".
El mismo, años antes, había descrito en una colección de sus
pensamientos lo que es el llanto en la edad avanzada: "Las lágrimas
empobrecidas del viejo que corren lentamente por la faz arrugada y van a
depositar su amargura en los mismos labios del que llora".
En Septiembre de 1933, fuerzas paraguayas rodearon y se
llevaron cautivos a los componentes de dos unidades bolivianas que estaban
desplegadas , peligrosamente aisladas, delante del fortín Alihuatá.
Alentado con estos triunfos, el jefe paraguayo Estibarribia
decidió reoconquistar el fortín Alihuatá, que ya lo tomó su ejército después de
la batalla de Boquerón y lo perdió a los pocos meses.
Por su parte, el general Kundt no quiso que su prestigio
sufriese más errosones y tomó la decisión de que Alihuatá se defendería a todo
trance. Sacó regimientos de otros sectores para reforzar la Novena División,
que defendía ese fortín.
La batalla, que iba a ser la más trascendental de la guerra
por su duración y el cambio de situaciones que provocó, comenzó el 23 de
octubre y sólo concluyó 49 días más tarde, el 11 de diciembre de 1933.
Los paraguayos comenzaron con poderosos asaltos que los
bolivianos resisitieron y rechazaron con el mismo coraje que demostraron sus
compatriotas en Boquerón y Campo Jordán. Un soldado boliviano, en carta a su
enamorada, hizo este relato:
" El enemigo nos ataca todos los días. Se le hace
muchas bajas. Se siente muy mal olor. Los pilar no pueden retirar los cadáveres
de quienes mueren al tratar de llegar a nuestras trincheras. Es necesario que
sepas todo lo que me pasa aquí, para que cuando regrese no te extrañez al
comprobar que el niño iluso y romántico que se separó de tu lado, ya no es el
mismo. Es necesario que tú y todos los de retaguardia sepan cómo esta guerra
nos está afectando física y moralmente, para que a nuestra vuelta no nos reciban
como a extraños. Anteayer ocurrió algo horrible. Los paraguayos seguían
insistiendo en romper nuestra línea y nosotros en defenderla. Poco antes del
atardecer, atacaron otra vez más. Yo estaba en un agujero armado con una
ametralladora liviana. De pronto oí gritos y vi sombras de color verde oivo que
avanzaban ocultándose detrás de los árboles. Disparé mi arma y la volvía a
cargar. Vi nítida la silueta de un soldado paraguayo que se lanzaba en carera
llevando un fusil en una mano y una granada en la otra. Estaba muy cerca. Cerré
los ojos y apreté el disparador de mi ametralladora, sintiendo como se sacudía
en mis brazos en su siniestra carcajada de medio minuto. Cuando miré nuevamente
hacia adelante, un grito de terror se ahogó en mi garganta. Allí a pocos pasos,
estaba tendido el soldado enemigo convulsionándose con los estertores de la
agonía. Su brazo derecho había quedado extendido (posiblemente al lanzar la
granada) y su mano, con el índice apuntándome, me señalaba con un gesto de
acusación: 'Tú, tú me mataste!'. Caí de rodillas sollozando, pero el miedo me
hizo incorporar de nuevo, obligándome a no apartar la vista de aquel sitio y de
aquella mano que me señalaba implacablemente, pero el terror me paralizaba.
Sentí fiebre. Los ojos velados del muerto me parecían dos ascuas que me
quemaban las entrañas. La mano crispada, con el índice extendido, me parecía a
ratos una tarántula pálida y gigantesca que iba a saltar sobre mi garaganta.
Fue una noche de horror. No sé cuantas horas pasé velando a mi víctima, rezabdo
y llorando por el muerto… y por mí. Le pedí perdón y le repetí una y cien
veces: 'Yo no te maté, te mató la guerra!'. Posiblemente mi angustia acabó
agotándome y caí desfallecido. Cuando desperté, estaba amaneciendo. Creí que
todo lo sucedido no había sido sino una pesadilla. Me incorporé temblando y
atisbé por entre los troncos de mi refugio. El muerto seguía allí, en la misma
postura, con su brazo derecho extendido, pero con gran suspiro de alivio noté
que su mano ya no me acusaba, sino que más bien, me hacía un gesto de
perdón".
En vista de los asaltos y presión frontal de todo el mes de
noviembre (1933) no lograban fracturar el despliegue boliviano para abrir un
camino hacia Alihuatá, el jefe paraguayo cambió de táctica. Sacando más
contingentes de otros sectores, fue sobrepasando la línea contraria por su
costado izquierdo y logró apoderarse de los caminos que la Novena División
tenía en su retaguardia y la comunicaban con el fortín Saavedra. Por decisión
de su comandante, esta gran unidad boliviana, en vez de atropellar a los paraguayos
y desalojarlos de esos caminos, prefirió escurrirse hacia su costado derecho,
donde estaba la Cuarta División, abandonando Alihuatá, fortín por el que se
había luchado tanto.
Fuerzas paraguayas de Gondra atacaron a la Cuarta División,
que sólo tenía 1.200 hombres, irrumpieron por el boquete abierto y se
precipitaron hacia Campo Vía, un extenso pajonal, donde tomarn contacto con sus
compatriotar que habían hecho el rodeo por el otro costado. La Novena y Cuarta
División bolivianas quedaron cercadas. Kundt, desde el fortín Muños, donde
tenía su comando, ordenó por radio que se saliese del encierro a cualquier
costo. Unicamente logró salir el regimiento Lanza. Se lanzó al asalto a las 3
de la tarde del 10 de diciembre de 1933, rompío el cerco paraguayo y logró
escapar, aunque perdiendo entre mueros y heridos más de la mitad de su
efectivo. El regimiento 41 quiso seguir el ejemplo del Lanza y también se lanzó
al asalto, al día siguiente, en el mismo sector, que los paraguayos habían
reforzado, razón por la que sufrió una gran sangría sin lograr su intento.
Los comandantes de las dos divisiones bolivianas decidieron
aceptar las proposiciones de que se rindieran que les hizo llegar uno de los
jefes paraguayos, debido al completo agotamiento de sus oficiales y soldados
que desde tres días antes carecían completamente de agua y víveres.
Cayeron prisioneros como resultado de la batalla de Alihuatá
o cerco de Campo Vía, 7.500 hombres entre jefes, oficiales y soldados, con todo
su armamento. El presidente Salamanca destituyó al General Hans Kundt de
comandante del Ejército en Campaña y nombró al coronel Enrique Peñaranda, un
militar que venía teniendo muy buena actuación y a quien ascendió a General.
La continuación de la guerra por más de año y medio,
constituía un serio desprestigio para una entidad internacional que había sido
creada para evitar toda conflagración bélica. No se había hecho realidad la
esperanza de que los países americanos detuvviesen la locura fratricida.
Decidió tomar el problema en sus manos. Organizó una comisión de cinco miembros
para que viajase a Asunción y La Paz, discutiese con los respectivos gobiernos
y les presntase una poposición de arreglo.
El presidente del Paraguay, Eusebio Ayala, creyó que con la
victoria obtenida por el ejército de su país en Alihuatá y Campo Vía y la
rendición de dos de las tres divisones que Bolivia tenía en el Chaco, a este
país no le quedaba otro recurso que aceptar la paz en las condiciones que impusies
el vencedor. Como primer paso para llegar a este objetivo, mediante un
cablegrama dirigido a los comisionados de la Liga que se encontraban en La Paz,
propuso un armisticio de 10 días y la reunión en Buenos Aires de representantes
de las repúblicas beligerantes.
El gobierno del señor Salamanca aceptó el armisticio, pero
no con la idea de discutir un acauerdo de paz en las cirunstancias tan
desfavorablesen que se encontraba el país, sino para tener tiempo de formar un
nuevo Ejército con el cual poder continuar la lucha.
Los comisionados de la Liga, que también estuvieron en
Asunción, se dieron cuenta de que los puntos de vista de las naciones
beligerantes, no eran coincidentes. Propusieron que el armisticio de los 10
días se prolongase hasta el 14 de enero de 1934, a fin de poder tener más
tiempo de seguir sus negociacione. Bolivia aceptó, pero el Paraguay no. El
gobierno de Asunción se enteró de que Bolivia estaba haciendo pedidos de armas
a Inglaterra y a los EE.UU. Comprendió que su proposición del armisticio fue un
grave error, que solamente estaba sirviendo para que su adversario se alistase
febrilmente para proseguir la pelea.
Los comisionados de la Liga retornaron decepcionados a
Ginebra. En su informe a la organización manifestaron que la guerra del Chaco
iba a continuar por el empecinamiento del Paraguay, que no aceptó que el
armisticio se prolongara.
Y la guerra continuó. En el transcurso del primer año y
medio, Bolivia había movilizado 77.000 hombres que tenían de 19 a 33 años, de
los cuales 16.000 murieron, 31.000 fueron evacuados por heridas o enfermedades,
10.000 cayeron prisioneros, 6.000 trabajaban en puestos de retaguardia y 6.000
habían desertado, quedando solamente 7.000 en el Chaco, cansados y maltrechos,
pero con su ánimo todavía enhiesto.
Para formar el nuevo Ejército, el gobierno llamó bajo
banderas a quienes iban a cumplir 20 años y a los de 34 a 37. Con ellos y los
7.000 que estaban en el Chaco, organizó otros regimientos con un total de
15.200 combatientes, bien dotados de armamento comprado en los Estados Unidos,
inglaterra y Checoslovaquia. Se aumentó la artillería y la aviación.
El nuevo comando, jefaturizado por el general Enrique
Peñaranda, que se rodeó de un frondoso Estado Mayor, forzado por las circunstancias,
se decidió por un profundo retroceso de todas las fuerzas. Fueron abandonados
varios de los fortines cuya fundación y defensa costó tantos esfuerzos y
sacrificios desde décadas antes. Una primera línea se cio en peligro de ser
rebasada por el enemigo y hubo que organizarla todavía más atrás, partiendo del
río Pilcomayo delante del inportante fortín Ballivián.
En abril de 1934, el presidente Salamanca, acompañado de dos
ministros hizo su primera visita al Chaco. Llegó hasta las trincheras que estaban
delante de Ballivián. Su magra y ascética figura, vestida con traje oscuro y
tocada con un sombrero negro, fue observada con mucha curiosidad por los
soldados.
Sus relacones con el general Peñaranda y otros jefes no eran
cordiales, debido a que el presidente, no teniendo confianza en su capacidad
profesional, se inmiscuía en custiones castrenses que los militares
consideraban que debían ser de su exclusiva responsabilidad. En los encuentros
que tuvo con los miembros del comando en Ballivián, sus relaciones se
atirantaron aún más.
El comando paraguayo inició una maniobra para salir con dos
divisiones detrás de Ballivián y copar a todos los defensores de este fortín.
La aviación boliviana descubrió el camino que se estaba construyendo con tal
propósito. El comando boliviano preparó una contramaniobra. A fines de mayo de
1934, se dió la batalla de Cañada Strongest en la que el ejércio boliviano
capturó 67 oficiales y 400 soldados paraguayos, más 1.500 fusiles, 80
ametralladoras y 10 camiones.
Estigarribia cambió entonces su presión a otro sector, en
busca del río Parapetí y la zona petrolera de Bolivia. La noticia de que los
paraguayos se estaban acercando a una región tan importante para Bolivia,
alarmó al gobierno y a la población. Salamanca volvió al Chaco. Manifestó a los
jefes su profunda preocupación y que consideraba que la situación estaba al
borde de la ruina. El comando se comprometió a rechazar los avances paraguayos.
Lo efectuó con un fuerte destacamento que mediante tres maniobras de rodeo, estuvo
a punto de capturar muchos prisioneros, pero los paraguayos lograron esquivar
los abrazos. Solo se capturó a 500, con todo su armamento y munición.
Don Daniel Salamanca quiso volver al Chaco a cambiar a
colaboradores del general Peñaranda, a quienes consideraba inspiradores de los
insolentes telegramas que recibía firmados por aquel jefe. El general Peñaranda
fue a su encuentro hasta Tarija, pues tuvo el temor de que si llegaba hasta la
sede del comando, se produjesen acciones de hecho en contra del mandatario. Los
dos personajes se reunieron en las oficinas de la Prefectura de Tarija. Su
diálogo degeneró convirtiéndose e un airado intercambio de reproches. Un hijo
del presidente intervino en defensa de su progenitor. EL mismo lo contó en un
artículo de prensa: "Desenfundando mi pistola y al mismo tiempo que
oprimía el arma contra el abdomen del general, le dije: So carajo, si usted no
respeta al Presidente de la República, yo le voy a enseñar a respetar a mi
padre". Intervinieron otras personas que estaban presentes y apaciguaron
los ánimos. Salamanca regresó a La Paz y Peñaranda al Chaco.
El combatiente en las trincheras, ignoraba que la conducción
civil y la conducción militar de la cuasa por la que él se jugaba la vida día a
día con tanta abnegación, no actuaban de común acuerdo, sino peligrosamente
divididas, y seguía cumpliendo su deber estoicamente.
La actuación del ejército paraguayo en esta segunda etapa de
la contienda, muy alejado de sus centros de aprovisionamiento, estaba agotando
sus energías. El presidente Ayala, que contrariamente a lo que pasaba en el
lado boliviano, mantenía relaciones de perfecta armonía y cordialidad con su
comandante en jefe, hizo una más de sus frecuentes visitas al Chaco y le
recomendó al general Estigarribia que provocase una batalla que definiese de
una vez por todas la victoria a favor de su país.
Estigarribia planeó copar a una división boliviana que
estaba en el centro del despliegue adversario, a fin de abrir una puerta por la
que pudiese penetrar hasta Villamontes, importante población que era el corazón
de la actividad bélica enemiga. Si Bolivia perdía Villamontes, no podría
continuar la guerra y se vería obligada a pedir la paz.
La operación de rodeo se cumplió encontrándose los dos
brazos de la maniobra paraguaya cerca del fortín El Carmen, detrás de la
división boliviana, cuyos integrantes cayeron prisioneros en número de 4.000,
más vencidos por el agotamiento y la sed que por los ataques enemigos. Un
médico paraguayo que estuvo allí, hizo la siguiente descripción:
"El teatro del cerco de El Carmen, no podía ser más
desolado. Bosques en formación, con arbustos raquíticos de hojas chicas ya
espinosas. En este panorama triste y hostil, estaban agrupados los cercados.
Reinaba la desesperación. Todos tenían el semblante desencajado, la mirada
ausente, las pupilas dilatadas, los ojos hundidos, los labios secos y agrietados.
La gran mayoría sufría alucinaciones. Algunos se desnudaban, cavaban con las
manos hoyos profundos, otros gateaban yendo de un lugar a otro. Reñían por
tomar el orín de algunos que orinaban. Hasta ahora guardo en mi retina vivos
esos cuadros fantásticos que mi torpe pluma no puede describir. Sólo la lluvia
podía salvar a esos desgraciados y el cielo fue avaro".
Estigarribia dispuso el envío de camiones con turriles
llenos de agua para socorrerlos. Comentó en sus Memorias:
"Cuando llegaron los primeros vehículos, la multitud
enardecida se lanzó sobre los turriles en una confusión infernal y el agua fue
derramada, son poderse usar por causa del tumulto. Los choferes y guardias
tuvieron que hacer disparos al aire para imponer el orden. Transportamos a los
prisioneros apresuradamente hacia la retaguardia en camiones. Algunos estaban
tan débiles que con los movimientos del vehículo, caían al camino de donde no
podían ser recogidos. Nuestros choferes declararon que no les era posible
detenerse, porque perdían tiempo reembarcando a los caídos y el resto moría en
el intervalo. De esta manera, el camino se llenó de una horrenda línea de
cadáveres, por kilómetros y kilómetros, unos muertos de sed y otros aplastados
por los camiones que venían detrás".
Los paraguayos no consiguieron penetrar hasta Villamontes
una vez abierta la puerta de El Carmen porque los bolivianos formaron otra
línea de contención en circunstancias de gran apuro, pero que supo resistir. El
fortín Ballivián tuvo que ser incendiado y abandonado y sus defensores
retroceder hasta 12 kilómetros delante de Villamontes.
El Presidente Salamanca decidió cambiar al general Peñaranda
como Comandante en Jefe del Ejército en Campaña, por otro militar que le
inspirase confianza. Con este propósito viajó hasta Villamontes el 2 de
diciembre de 1934 allí dictó la orden correspondiente.
Peñaranda y sus inmediatos colaboradores, con otros jefes,
resolvieron no aceptar la decisión presidencial y más bien obligarlo a dejar la
jefatura del Estado. Hicieron transportar tropas desde la línea de fuego y con
ellas rodearon el edificio donde estaba alojado el mandatario, al amanecer del
27. Poco más tarde, Peñaranda, acompañado de otros militares entró en el jardín
y dió órdenes para que se apresase a todos los miembros de la comitiva
presidencial.
Se presentó al presidente un papel en el que estaba
redactada su renuncia, La firmó cambiando una sola palabra, como aliviado de
que se quitase de sus débiles espaldas la pesada cruz de la presidencia y se
apartase de sus labios el cáliz lleno de amargura que había estado bebiendo
desde que comenzó la guerra.
Mediante telegramas dirigidos a La Paz, los militares
pidieron al Vicepresidente de la República, señor Luis Tejada Sorzano, que se
hiciese cargo del gobierno.
Las dos divisiones bolivianas que en septiembre a noviembre
de 1934 hicieron retroceder a las fuerzas paraguayas que se habían acercado a
Carandaití y el río Parapetí y las empujaron hasta un poco más allá del fortín
Picuiba, se atrincheraron aquí a la espera de refuerzos que les permitiesen
seguir con su ofensiva. Los paraguayos, al constatar que estaban lejos de su
base y aislados, les prepararon una contramaniobra. Por uno de los costados de
su despliegue, hicieron una audaz penetración y llegaron al fortín Yrindagüe
donde estaban los pozos de agua de donde se proveían de este elemento las dos
divisiones bolivianas. Estas, tuvieron que abandonar Picuiba y retrocedes. Su
marcha fue penosísima debido a la escesiva calor de esos días (8 y 9 de
diciembre).
En el curso del 9 de diciembre, los soldados y oficiales,
que el día anterior habían cubierto con grandes dificultades los 30 kilómetros
que mediaban entre las trincheras desde Picuiba y el Cruce, siguieron su lento
avance con destino al siguiente fortín boliviano donde encontrarían agua, bajo
un sol abrasador y sobre terreno arenoso y candente que hacia difícil la
progresión. La ruta se fue cubriendo con un rosario de hombres a quienes el
agotamiento acababa por rendir y buscaban como alivio la mezquina sombra de una
raquítica arboleda. El drama fue creciendo conforme a la canícula se tornaba
más despiadada. Aquellos que conservaban algo de energía, caminaban arrastrando
los pies, con la fisonomía contraída po un rictus de dolor. A los muchos
muertos por insolación y sed, fueron agregándose los suicidas que no pudiendo
resistir los sufrimientos, les ponían fin apoyando el caño del fusil contra el
pecho, la boca o la sien y apretaban el disparador en medio del silencioso
desfile de sus camaradas. Otros arañaban desesperadamente la arena buscando
algún tubérclo jugoso y morían en ese esfuerzo, quedando semienterrados de
cabeza.
El mismo médico paraguayo que estuvo en El Carmen, pasó al
sector de Picuiba también describio lo que vio aquí: "En pequeños
grupos de dos, cuatro o diez hombres, se habían agrupado bajo los arbustos que
bordeaban el camino en demanda de su sombra protectora. Allí esperaron y
encontraron la muerte más espantosa que se puede concebir. Estaban semidesnudos,
con sus rostros enjutos con una mueca momificada de desesperación, espanto y
dolor".
Ninguna acción de la guerra tuvo tanta repercusión moral en
Bolivia como la retirada de Picuiba. Las pérdidas en El Carmen fueron mayores,
pero el pueblo no conoció la espantosa tragedia de los prisioneros. En cambio,
los sobrevivientes de Picuiba, pudieron relatar el martirio propio y el de sus
camaradas fallecidos. La opinión pública se horrorizó ante la magnitud del
holocausto. De los 5.000 hombres que integraban las dos divisiones bolivianas,
quedaron el camino, para siempre, alrededor de 1.600.
Todo el Ejército Boliviano tuvo que hacer otro retroceso. En
su ala derecha hasta cerca de Villamontes, en el centro a los contrafuertes de
la cordillera de Agueragüe y en la izquierda detrás del río Parapetí. Los
paraguayos se apostaron en la otra orilla de este río y se apoderaron de
algunas poblaciones civiles como Capirenda, Carandaití y Santa Fé. Quisieron
subir a los contrafuertes de la cordillera andina para apoderarse de los pozos
petrolíferos de Ñancoraiza y Camiri, pero fueron rechazados sangrientamente. El
soldado paraguayo en la zona montañosa se sentía tan desorientado como lo había
estado el soldado boliviano en la selva. Encaramado en su hábitat natural, el
"repete" boliviano, actuando en territorio que le era muy familiar,
pudo tomar revancha de las jugadas que le hizo el "pila" paraguayo en
la maraña del llano.
Los paraguayos cruzaron el río Parapetí y lograron
apoderarse de la población de Charagua, poniendo en peligro a la no muy lejana
ciudad de Santa Cruz. Reaccionó la división boliviana que había retrocedido en
ese sector y recuperó Charagua a los dos días empujando a los paraguayos hasta
el otro lado del río Parapetí.
El Estado Mayor de la República Argentina que,
periódicamente hacía estudios sobre la situación bélica en el Chaco para hacer
llegar sus conclusiones y recomendaciones al comano paraguayo, a fines de 1934
aconsejó que otra vez se buscase la conquista de Villamontes, porque solamente
la caída de este centro neurálgico de la actividad bélica boliviana podía
determinar la conclusión de la guerra a favor del Paraguay.
El general José Felíx Estigarribia compartía ese criterio y
lanzó sus tropas contra Villamontes en varios asaltos frontales. El comando
boliviano, por su parte, comprendía que la pérdida de Villamontes sería una
derrota de consecuencias definitivas en contra de Bolivia, preparó su defensa
con trincheras profundas, alambradas, estacadas de púas, fuertes reductos de
ametralladoras, jalonamientos de distancias para los disparos de artillería y
otros aprestos. Todos los ataques paraguayos fueron rechazados.
El presidente Tejada Sorzano, como una de las primeras
medidas de su gobierno, hizo un llamamiento general a las armas a todos los
bolivianos que tenían de 19 a 50 años. Gracias a ello, el Ejército Boliviano
llegó a contar con 45.000 combatientes, distribuidos en 35 regimientos. El
ejército paraguayo tenía 30.000 a esta altura de la guerra.
Confiado en la fimre estabilidad de los sistemas defensivos
de Villamontes, el comando boliviano se decidió por una ofensiva en los otros
sectores, para aprovechar la superioridad númerica y de pertrechos bélicos,
incluyendo artillería y aviación.
En el centro, regimientos bolivianos dejaron los
contrafuertes de los Andes y bajaron al llano para atacar y hacer retroceder a
los paraguayos, a fin de alejar el peligro que amenzaba a la zona petrolífera.
En el costado izquierdo, también se operó ofensivamente,
rescatándose Charagua, obligando a los enemigos a retroceder más allá del río
Parapetí.
Con las dos operaciones, que duraron 40 días de continuo
batallar (abril y mayo de 1935), el Ejército Boliviano recuperó 100 kilómetros
cuadrados de territorio, pero a un costo de un 20 por ciento de sus efectivos.
Cundió un gran temor en el gobierno y comando paraguayos. Su
ejército estaba en el último extremo de sus energías. Lejos de sus centros de
aprovisionamiento, sufriendo toda clase de privaciones, sobretodo de alimentos.
Su continuaba la ofensiva boliviana, tendría que retroceder quien sabe hasta
donde, quizás perdiendo todo el territorio que se había conquistado a costa de
tanta sangre.
Existía, además, otro factor negativo en el campo de la
diplomacia. La situación del Paraguay se estaba tornando muy desfavorable a
raíz del informe que presentó la comisión que visitó a los gobiernos de los
países beligerantes, en sentido de que la guerra continuaba después de
diciembre de 1933, cuando se presentaron tantas perspectivas de paz, por culpa
del Paraguay, que se negó a aceptar la prolongación del cese de hostilidades
pactado entonces. Por razón de tal informe, correspondía que la organización
aplicase contra el Paraguay un embargo de armas y sanciones económicas en la
reunión que iba a celebrar a fines de mayo (1935). El desprestigio del Paraguay
en la Liga de las Naciones se contagiaba a la República Argentinam que era
protectora de los intereses de su pupilo en esa entidad.
Al comenzar la guerra, el petróleo no estuvo en las
consideraciones de los gobiernos o comandos, porque nadie creía que existiese
ese producto en el territorio en disputa. Solamente, cuando el ejército paraguayo
avanzó hasta los faldíos de la cordillera en cuyos contrafuertes, Bolivia tenía
en explotación (por medio de una empresa norteamericana) carios pozos de oro
negro, se despertó la codicia por él, no sólo en el Paraguay, sino en la
Argentina. Este segundo país necesitaba petróleo para sus industrias y si el
Paraguay se hacía dueño de los pozos bolivianos, podría pagarle con oro negro
toda la ayuda que le estaba prestando en gasolina, víveres, armas, munición,
dinero y aun asesoramiento militar.
La contraofensiva boliviana de abril y mayo de 1935, al
alejar a las fuerzas paraguayas de la zona petrolífera, derrumbó esa ilusión.
Ante tantos factores negativos, los gobiernos de Asunción y Buenos Aires,
llegaron a la conclusión que no cabía sino poner fin a la guerra y pronto, para
que el ejército paraguayo no perdiese más terreno. La cancillería argentina
consiguió la ayuda de su homóloca de Chile y cada una envió a uno de sus
funcionarios a la capital paraguaya y boliviana, respectivamente, con nuevas
proposiciones de paz.
A Bolivia le convenía que el asunto se siguiese tratando en
Ginebra, en la Liga de las Naciones, donde el Paraguay iba a ser castigado con
sanciones. Sin embargo, el Presidente de la República y sus ministros,
aceptaron la intervención argentino-chilena. Eran miebros del Partido Liberal,
que nunca había sido partidario de la guerra (y muy propenso a la entrega). En
consecuencia, no tuvieron escrúpulos para inclinarse por la terminación del
conflicto armado.
La Liga de las Naciones, para la que el problema del Chaco
era algo muy complicado y lejano, que le era difícil entender y más difícil
resolver, se alegró que la acción pacificadora volviese a manos de países
americanos y se olvidó de las sanciones que tenía que aplicar contra el
Paraguay.
El gobierno argentino invitó a los cancilleres de Bolivia y
el Paraguay a que viajasen a Buenos Aires para discutir las proposiciones
presentadas en La Paz y Asunción. El canciller de Bolivia, doctor Tomás Manuel
Elío, viajó acompañado de una frondosa delegación. Las instrucciones que llevó
fueron en sentido de que se aceptase la cesación de hostilidades en el Chaco
siempre que se obtuviesen suficientes garantías de que el problema de fondo, o
sea, la delimitación de fronteras entre Bolivia y Paraguay. Se haría por medio
de un arbitraje de la Corte Internacional de Justicia de La Haya. Se pensaba
que este tribunal fallaría salomónicamente, es decir dividiendo el Chaco en dos
mitades y así Bolivia recuperaría (parte) de lo que perdió en la lucha armada.
En Buenos Aires, el canciller argentino, Carlos Saavedra
Lamás, logró convencer al doctor Elío de que firmase un pacto de cesación de
fuegos, prometiéndole que se llegaría al arbitraje en una conferencia de paz
que se reuniría una vez concluida la guerra. Elío firmó el documento en
cuestión. En él quedó resuelto que el 14 de junio de 1935 a las 12 en punto del
día, cesarían los fuegos en el Chaco.
La noticia de que los cancilleres boliviano y paraguayo
habían acordado el cese de fuegos en el Chaco, colmó de alegría todos los
corazones, tanto en las poblaciones civiles de una y otra república, como de
los acupantes de las trincheras. El espíritu de los guerreros se alivianó con
la ilusión de que muy pronto iba a tener fin su miserable destierro en la
inhóspita selca. La sonrisa y el canto asomó a sus bocas. Pero el ansia de un
pronto retorno al lejano hogar se mezvlaba con el temor de que una bala
traicionera pusiese fin a sus vidas en esos últimos días de peligros.
Tanto el comando boliviano como el paraguayo, dictaron
órdenes para que sus respectivos combatientes cesasen de usar sus armas al
llegar a las 12 en punto del día señalado en el pacto de tregua. Los relojes de
jefes y oficiales fueron sincronizados.
El comando boliviano, ordenó también que duarnte la última
media hora de la guerra, todos los combatientes disparasen sus armas. La
intención era hacer una demostración del potencial del Ejército, a fin de
fortalecer la posición de la delegación que estaba en Buenos Aires e iba a discutir
las condiciones en que se firmaría el tratado de paz.
Durante 30 minutos, desde las once y media, hasta las doce,
todos los fusiles, ametralladoras y cañones comitaron fuego con un gran
derroche de proyectiles. Los paraguayos creyeron que los bolivianos, en vez de
hacer las paces, se les venían encima detrás de una cortina de balas.
Respondieron con todas sus armas para detener ese supuesto peligro. Durante esa
media hora, desde las orillas del Pilcomayo hasta el otro extremo de las
trincheras cerca de Parapetí, se produjo lo que ha debido ser el combate de
fuegos más general y más intenso de toda la guerra. Era el adiós de las armas a
Marte, el dios de la guerra.
A las 12 en punto, a los tres años menos un día de inicio de
las hostilidades a orillas de la laguna Pitiantuta, el tronar de las armas se
acalló subitamente. Un silencio que parecía todavía más extraño por el
contraste del estruendo de la media hora inmediatamente anterior, inundó la
selva y anonadó al soldado.
El combatiente tuvo la impresión de haber ingresado de golpe
a un mundo extraño. Era un sentimiento mezcla de asombreo, sosiego y temor, que
poco a poco se transformó en franca alegría, vítores a la paz y gracias al
cielo. En el campo paraguayo se produjeron iguales manifestaciones. En uno y
otro frente, los cuerpos se incorporaron sobre el borde de las trincheras y los
ojos de paraguayos y bolivianos trataron de descubrirse a través de la maraña.
Estaba terminantemente prohibido parlamentar con el
adversario. No obstante, en algunos puntos los oficiales no pudieron resistir
la tentación de conocer de cerca al enemigo con el que había peleado a ciegas.
Tal ocurrió, por ejemplo, en el sector del camino Villamontes-boyuibe. Luego de
concertar a voces una entrevista en el terreno intermedio, los oficiales del
regimiento boliviano Santa Cruz y de las baterías vecinas, salieron de sus
trincheras y avanzaron por el camino. Simultáneamente, salieron de las
trincheras paraguayas el comandante y los oficiales del regimeinto Toledo.
Ambos grupos avanzaron lentamente hasta colocarse frente a frente. Luego de
saludarse militarmente, se estrecharon las manos. La frialdad de los primeros
momentos, no tardó en trocarse en franca camaradería. Se comentó la guerra como
si hubiera sido un evento deportivo. Grupos de soldados, que habían seguido a
sus oficialer, confraternizaron también entre sí. Se tomaron fotografías.
Parecía increíble que hasta una hora antes, la misión de
unos y otros, hubiera sido la de acribillarse a balazos, a través de la maraña.
La comprensión y camaradería surgidas tan espontáneamente donde quiera que se
encontraron excombatientes bolivianos y paraguayos, a partir de ese momento,
demostró que se habían enfrentado en una guerra sin odio, entre pueblos que no
se conocían. Demostró lo absurdo y fratricida de la guerra del Chaco, lo
absurdo y fratricida de todas las guerras. Era el primer y extraordinario caso
en la historia de la humanidad en que dos pueblos iniciaron franca y noble
amistad desde el primer momento en que se vieron frente a frente, no obstante
que para llegar a esa confluencia de sus destinos, se hubieran acercado
ametrallándose a ciegas durante tres años, lacerándose despiadadamente hasta
quedar exánimes.
Una comisión militar neutral, viajó al Chaci y luego de
visitar Carandaití, donde estaba el comando del general Estigarribia y
Villamonter, sede del comando boliviano, comprobó el cese de fuegos, hizo
colocar postes de quebracho o guayacán al centro de la faja que separó las
trincheras y propició encuentros entre los integrantes de los comandos
adversarios. Los generales Peñaranda y Estigarribia se invitaron mutuamente
ágapes de confraternidad en la que ellos mismos y sus acompañantes
intercambiaron brindis y abrazos.
El balance del esfuerzo humano realizado por Bolivia y el
Paraguay en la guerra, arrojó estas cifras:
Paraguay: Movilizó: 150.000 hombres.
Empleó en puestos de retaguardia: 10.000
Cayeron prisioneros: 2.500
Murieron: 40.000
Bolivia: Movilizó: 200.000 hombres.
Empleó en puestos de retaguardia: 30.000
Cayeron prisioneros: 25.000
Murieron: 50.000
Se lee en las últimas páginas del diario de campaña de un
sargento:
"Al subir al camión que nos iba a sacar del Chaco,
sentí lo que no hubiera creído posible unos días antes, pena de abandonar el
que fuera nuestro destierro en un infierno, con mezclar de temor por lo
incierto del porvenir. Pena de dejar la vida de campaña en la que convivió con
conpatriotas con los que se estableció una camaradería muy especial con hondas
raíces de comprensión y fraternidad.
Temor ante lo que nos reservaba el mañana ¿Acaso tanto
tiempo de vivir como fieras en el bosque nos había hecho olvidar nuestros
hábitos civilizados? ¿Podríamos readaptarnos a los convencionalismos sociales,
reanudar la vida que interrumpimos al ser movilizados? ¿Sabría la política
encauzar debidamente la conciencia nacionalista nacida de la convivencia
íntima, bajo las asechanzas de la muerte, de bolivianos de las diferentes razas
y latitudes en un sacrificio común de tres años? Cuando el camión doblaba un recodo,
me pareció escuchar un gran clamor que se elevaba desde la planicie abrasada
por el sol.
Eran las voces de los muertos, de los 50.000 camaradas que
se quedaban allí bajo cruces de quebracho o sirviendo de lápidas en sus propias
tumbas. Voces de adiós de los que no podían volver a sus hogares y se quedaban
para siempre en la gran soledad del Chaco".
Epílogo
De acuerdo a lo establecido en el Pacto de Tregua, el
Presidente de la República Argentina convocó a una Conferencia de Paz con
representantes de los ex países beligerantes, la misma Argentina y el Brasil,
Chile, Perú, Uruguay y a los Estados Unidos de Norteamérica.
Fue elegido presidente del cónclave el canciller argentino
que desde un principio asumió una actitud dictatorial y manejó a su antojo a
los otros diplomáticos. Se dió mañas para que la conferencia se prolongase
indefinidamente a fin de que la ocupación paraguaya de casi todo el territorio
del Chaco se consolidase con el transcurso del tiempo.
No le fue posible a la delegación boliviana hacer cumplir el
ofrecimiento de que el asunto de fondo se resolvería por medio de un arbitraje,
de preferencia por un fallo de la Corte Internacional de La Haya. Tampoco se
pudo conseguir que la soberanía boliviana llegase hasta algún punto norte del
río Paraguay.
Cuando se cumplieron los tres años de infructuosas
negociaciones, llegó a su término el período presidencial del general Agustín
P. Justo y por ende la dictadura de Saavedra Lamás en la conferencia, puesto
que tuvo que dejar su puesto al canciller de su país y a retirarse a la vida
privada. Aprovecharon de ello los delegados de otros países, apresuraron sus
trabajos y mediante un simulado arbitraje de ellos mismos, determinaron la
frontera que hoy separa a Bolivia y el Paraguay.
(*) Este ensayo circuló como parte de la colección
"Tiempos del Saber" del periódico "Los Tiempos" de la
ciudad de Cochabamba. Es de alguna manera una condensación extrema del valioso
libro MASAMACLAY (Historia Política, Diplomática y Militar de la Guerra del
Chaco) del mismo autor (Roberto Querejazu Calvo). Querejazu combatió en
las arenas del Chaco, viviendo junto a tres de sus hermanos los sacrificios de
la primera línea.
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