Por: José Luis Bernabé. - Octubre de 2017.
Este es el relato del Chileno Ramón Sotomayor Valdés que escribió sus memorias en una obra denominada La legación de Chile en Bolivia desde setiembre de 1867 hasta principios de 1870, publicado en Santiago de Chile el año de 1872. Sotomayor Valdés fue ministro plenipotenciario de Chile en Bolivia por lo que se supone estuvo esos días en nuestro país y fue testigo de los echos.
Lo trascribo tal cual está en su obra, solamente existen correcciones de ortografía, por lo demás esta igual.
A fines de 1864 Melgarejo era comandante general de armas del departamento de Cochabamba, en cuya capital hacia meses que residía el Gobierno con lo mas granado de la fuerza de Línea. Una vez que Acha comprendió la deslealtad de Melgarejo, procuro con cierta prudencia alejarlo de una ciudad donde parecían donde parecían haberse dado cita los descontentos, y donde la presencia del Ejército podía muy bien tentar la ambición de los audaces; y al efecto lo nombro comandante militar del departamento de Santa Cruz. Melgarejo que comprendió la intención del gobierno, comenzó eludiéndola con el pretexto de arreglar sus negocios privados. Melgarejo debía, según algunos una suma de 14.000 pesos a la plaza militar de Cochabamba y en la necesidad de ponerse en descubierto ante un gobierno que ya desconfiaba de él, y que podía legalmente fraguar su pérdida, se sintió más impulsado que nunca a tomar el camino de la rebelión.
Una circunstancia imprevista le suministro la oportunidad de consumar su deseo. El partido más exaltado o rojo tenía adelantados algunos pasos en la revolución para colocar en la presidencia de la Republica a don Adolfo Ballivian, que por entonces se hallaba voluntariamente expatriado de Bolivia.
Un capitán Ávila, que estaba al servicio de uno de los cuerpos de rifleros (había dos cuerpos ue ocupaban el mismo cuartel y formaban un solo regimiento), se había dejado ganar por algunos revolucionarios, hasta el punto de trabajar eficazmente en si tropa.
Por aquellos días fueron reducidos a prisión dos militares distinguidos y en actual servicio, don Eledoro Camacho y don Lizandro Peñarrieta, a quienes se les había sorprendido en trabajos revolucionarios. Refiriéndose entre otras cosas que uno de ellos había sido aprendido en el momento de mandar construir una llave para la puerta del palacio del Presidente y el otro había intentado procurarse una entrada sorpresiva al cuartel del batallón Cortes, valiéndose de unas viviendas o tiendas vecinas ocupadas por chiferas (mujeres comerciantes de ultima clase).
Esta causa se le confió a un consejo de guerra, asusto al capitán Ávila en términos, que o indujo a exigir con instancia a sus cómplices y correligionarios políticos, el no perder más tiempo valioso y acelerar el golpe convenido.
Encontrando poca decisión, comunico sus temores a un amigo suyo, llamado Pedro Rivas, militar retirado, el cual le ofreció ponerlo en contacto con un hombre que no le haría esperar mucho. En efecto, ese mismo día tuvo lugar una entrevista entre Ávila y el general Melgarejo, y a las seis de la mañana del día siguiente (28 de diciembre), mientras el jefe del regimiento rifleros acompañado de varios oficiales del mismo regimiento, iba a su casa a sacar fondos para el diario de tropa, Melgarejo se presentó a caballo y seguido de dos o tres militares en la puerta del cuartel, donde le esperaba Ávila. Este puso inmediatamente en formación des de las compañías del escuadrón a que pertenecía, comenzando por la suya, Al son de algunas palabras de seducción y alago para la atropa, Melgarejo arrojo algunos puñados de dinero, con lo que Ávila se aventuró a dar la voz de ¡Viva Melgarejo! La tropa hizo eco.
El 2º escuadrón, después de algunos momentos de vacilación, siguió el ejemplo del 1º. Salió el regimiento entero a las órdenes de Melgarejo, y se dirigió al cuartel del batallón Cortes, cuyo capitán de guardia hizo cerrar la puerta, mientras se armaba la tropa. El jefe del cuartel, el coronel Castro Pinto, que estaba ausente, consiguió introducirse en él, escalando una de las paredes. Se abrió enseguida las puertas y se hizo inmediatamente una descarga de fusilería contra el regimiento sublevado, que echo a huir, a pesar de no recibir casi la menor lesión. El general Melgarejo no dio aquella vez ejemplo de valor a la tropa, pues fue uno de los primeros en retirarse.
Tomo entonces con el regimiento el camino del cuartel del batallón Ingenieros, situado en los extramuros dela ciudad, en la quinta de Viedma, donde, gracias a la convivencia o, según opinión general, a la cobardía del jefe se ganó el cuerpo, sin resistencia alguna.
Mientras tanto el batallón Cortes, en vez de perseguir a Melgarejo, se había introducido, probablemente por orden del General Acha, en el palacio donde este residía. En los mismos momentos el escuadrón Bolívar, que se ejercitaba a pie en la plaza de San Sebastián, situada en el suburbio, se dirigió también a palacio y se instaló allí.
Vuelto a la plaza Melgarejo con la tropa sublevada, distribuyo una parte de ellas en las bocacalles contiguas, coma para sitiar las fuerzas del palacio, y se dirigió con el resto de la tropa al pueblito del Paso, a 8 millas S.E. de la ciudad, en el cual se encontraba el único cuerpo de artillería del ejército. Aquella fuerza fue tomada sin que sepamos que hubiese más resistencia que la flaca protesta de algunos oficiales. A mediodía o poco después ya estaba Melgarejo de regreso en la ciudad con la artillería sublevada.
¿Que había hecho entre tanto el gobierno? Después de mil consultas y vacilaciones, se resolvió al fin a descartar de la tropa encerrada en palacio un piquete de 25 hombres, que inmediatamente fueron arrollados y tuvieron que replegarse con algunas bajas. En medio de la turbación que había en la morada del presidente y fuera de ella, ignoraban los de palacio los movimientos de Melgarejo. El General Agreda había pasado, a las 8 de la mañana, a caballo, por el frente del palacio y comunicado a los que estaban en los balcones, que se marchaba para traer el batallón Ortiz; siendo de notar que este batallón estaba en Paria (Departamento de Oruro), a 38 leguas de Cochabamba. Los de palacio creyeron que era una equivocación de Agreda lo que decía, y que s propósito era traer la artillería del Paso. Nadie volvió a acordarse de el en todo el día. El general, según se vio después, fue en efecto a Paria, dejando la duda de si su comparación en aquellas circunstancias, fue obra de la cobardía o de un mal cálculo.
Después de regresar del Paso, Melgarejo coloco en los ángulos de la plaza unos pocos cañones con el que hizo algunos disparos sobre el palacio, sin causar efecto alguno. Las demás tropas sublevadas permanecían con el ara al brazo en las calles que flanqueaban el palacio. En esta actuación pasiva y expectante se permaneció por ambas partes, durante largas horas. Apenas un pequeño episodio vino a dar interés a este cuadro, y fue la acometida inesperada que un antiguo oficial (Ijidio Arraya) efectuó al frente de 4 soldados, desprendiéndose de una de las esquinas donde estaba a cubierto, para tomar a carrera tendida el edificio de la pila central de la plaza, que le ofrecía un regular parapeto, contra en fuego intermitente que ya comenzaba desde las azoteas y ventanas del palacio. Después de media hora de tiroteo, se retiró con igual precipitación a tiempo que tomaba sobre él una descarga nutrida que le derribo por el momento, hiriéndole en un hombro.
Continuo la situación pasiva entre las fuerzas amotinadas y las fuerzas leales al gobierno, hasta que salió del palacio un parlamentario con bandera blanca que se dirigió al general Melgarejo con una carta del presidente donde le proponía una suspensión de hostilidades hasta el día siguiente, en que se reuniría una junta de notables y de jefes militares para definir la situación. Melgarejo apenas se dignó contestar de palabra con el parlamentario, diciéndole que todo debía quedar resuelto aquel mismo día.
Tenía razón Melgarejo en obrar así, pues no contaba con la fidelidad de la tropa sino por momentos, mientras por momentos también se desmoralizaba la tropa del palacio. Los soldados del escuadrón Bolívar se veían a pie y sin más armas que sus lanzas. Se quiso armarlos mejor, y se abrieron algunas cajas de fusiles, que resultaron estar sucios e inútiles, lo que introdujo ya la desconfianza de aquella gente. Ocurríosles abrir la puerta interior del palacio, que comunica con el teatro que esta al costado oriental del mismo edificio, y por allí tentaron salir a la calle algunos soldados. Apenas asomo el primero, se pasó al enemigo, que estaba a poca distancia y le invitaba a desertar. Este ejemplo fue seguido por muchos otros soldados. El coronel don Prudencio Barrientos advierte este escándalo y procura evitarlo. Al llegar al último patio de palacio para pasar al teatro, oye voces que desde el tejado inmediato le dicen: “ríndase, mi coronel.” Ve entonces que algunos soldados enemigos han ganado las murallas y que le apuntan con sus armas. El coronel se rindió.
Este incidente, así como el desacuerdo entre los jefes que estaban en palacio, y la falta de voluntad vigorosa, capaz de resoluciones supremas, acabaron por desordenar completamente la tropa de Gobierno. A las 6 de la tarde el coronel Castro Pinto trato de organizar la poca tropa desalentada que aún quedaba dentro de los muros del palacio y que no había tomado alimento en todo el día. La tentativa fue inútil. Invadían ya el palacio las tinieblas de la noche, cuando la tropa abandonada a sí misma, abrió las puertas y comenzó a salir. Entonces Melgarejo, no queriendo perder aquellos soldados, que podían servirle, les salió al encuentro emitiéndose en el mismo palacio; hizo tocar llamada y coloco a los más en las filas del motín. Cuando el General Acha se apercibió por el enemigo comenzaba a ocupar el palacio, se retiró a su dormitorio, donde en la actitud de un hombre perturbado y resignado al mismo tiempo, se sentó durante algunos momentos en su cama, depositando a su lado una pistola que había traído empuñándola casi todo el día. En aquella actitud parecía esperar el último atentado contra su persona, cuando algunos amigos y parientes que le acompañaban, le advirtieron que se exponía sin razón, a un grave peligro, y que era preciso salvarse. Se decidió a abandonar el palacio. Al bajar las gradas se encontró, a la luz tenue del crepúsculo de la tarde, con varios que subían y que indudablemente le reconocieron, pero que supieron respetar su persona. v Presidente y soldados pasaron disimulando. El General Acha se retiró rodeado de unas pocas personas a casa de una hermana. El oficial mayor del ministerio de Gobierno don Jorge Oblitas, fue el único extraño a la familia del general que le acompaño hasta aquel asilo, y dejándolo instalado en el, le dijo: “mi general, he acompañado a Ud. Hasta el último momento; ahora me retiro.” Y salió de allí, para ir a ofrecer sus servicios al general Melgarejo, que ocupaba ya el palacio.
Este edifico, donde existían los principales archivos del Gobierno, fue completamente saqueado por la tropa amotinada, a la vista misma de sus jefes, sin que escapase el equipaje de la propiedad particular del general Acha.
El presidente caído no se encontró seguro en la casa de su hermana, y paso pocas horas a una casa vecina. Un enemigo de la víspera, un rojo conocido, le ofreció también el asilo de su propia casa, que fue aceptado. Así el partido rojo, chasqueado por Melgarejo, viendo desbaratado por los sucesos recientes su plan de revolución a favor de otro caudillo, comenzó a reconciliarse con Acha, Como arrepentido de su anterior conducta.
Acha no permaneció muchos días en la ciudad. Algunos amigos le hicieron comprender que su permanencia en el país, importaba una sumisión al nuevo gobierno, contra el cual era preciso protestar. Pero el general se resistía a este plan, aunque comprendía muy bien la justicia y necesidad de ejecutarlo. Enamorado de tiempo atrás de una sobrina suya, a quien solicitaba para esposa y que residía en Cochabamba, no se sentía con fuerzas para apartarse de la patria, ni siquiera del departamento donde residía la joven que había inspirado su pasión. Por lo que determino apenas retirarse a una hacienda próxima (Colomi), donde permaneció reservado hasta que regreso a la ciudad a contraer segundas nupcias con aquella señorita.
Tapa de la obra.
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