Por: Pacho O’Donnell / Perfil de la Argentina.
Mucho se ha escrito y especulado sobre el final del Che, las
versiones son difusas y contradictorias, pues han opinado quienes poco sabían,
osando hasta escribir libros, y en cambio se han escurrido con versiones
antojadizas quienes fueron los verdaderos protagonistas. Luego de haber
entrevistado a casi todos los participantes y testigos todavía vivos en el 2001
de la tragedia de La Higuera sucedida aquel 9 de octubre de 1967, y
de haber escuchado no sólo sus afirmaciones sino también sus silencios, sus
contradicciones, sus actos fallidos, sus mentiras me atrevo a afirmar que la
secuencia de aquellos hechos fue la siguiente:
1 Los soldados Balboa y Encinas observan que uno
de los rebeldes arrastra a un compañero herido y les intiman rendición. Son las
3.30 pm. Para chequear que efectivamente se trata del Comandante Guevara llaman
a su inmediato superior, el sargento Huanca. Este, quien ha tenido un desempeño
decisivo en el combate en la Quebrada del Yuro donde el puñado de guerrilleros
quedaron encerrados, excitado, insulta y maltrata a los prisioneros y hunde un
culatazo en el vientre del Comandante Guevara. Llega el capitán Prado y
ordena que se los trate con respeto.
Un ranger testigo de la escena dirá que “Guevara hablaba
orgullosamente, sin bajar la cabeza y no le apartaba los ojos a mi capitán”.
Otro soldado recuperará el fusil dañado del Che que lleva la inscripción “Lan
Div. United 744.520” y en su culata es visible una “D” mayúscula.
2 Prado anuncia la novedad por radio a La Higuera a
“Morocho” (subteniente Totti Aguilera) quien operaba el equipo de
comunicaciones GRC-9 y ordena que se comunique la novedad al mayor Ayoroa en La
Higuera, jefe de los rangers bolivianos entrenados por la CIA, y se transmita
al Comando de la Octava División en Vallegrande donde se encuentra
“Saturno”, el comandante de la Octava División, Coronel Joaquín Zenteno
Anaya.
3 Luego de pedir confirmación de tamaña noticia, “Saturno”
ordena a “Flaco” (capitán Prado) trasladarse con muertos, heridos y prisioneros
a La Higuera, distante dos kilómetros. A su vez Prado ordena levantar
la operación militar hasta el día siguiente dejando guardias apostadas para
impedir la fuga de los guerrilleros que aún estuviesen ocultos en la quebrada y
regresa a La Higuera.
4 Muere “Pacho” desangrado y sin asistencia durante el
camino. La revista Enfoque de La Paz recogerá las declaraciones del
suboficial Eduardo Huerta Lorenzetti: “Los dolores del guerrillero
iban en aumento y murmuró algo, acerqué mi oreja a su boca y escuché que me
decía: “Me siento muy mal, le ruego haga algo para atenuar mi dolor”. Yo no
sabía qué hacer, pero él mismo me indicó los movimientos de presión. ‘Ahí en el
pecho, por favor’, me dijo”. Ese combatiente que en una de las páginas de su
diario dejó constancia de que ese día había liberado una mariposa de una
telaraña morirá pocos minutos después.
5 El mayor Ayoroa sale al encuentro de esa lúgubre
procesión que transporta soldados y guerrilleros muertos, los heridos de ambos
bandos y los prisioneros Che y Willy, seguidos por los lugareños atraídos por
el combate y que observan la escena con una mezcla de morbo y estupor.
6 El coronel Selich es el primer alto oficial que aterriza a
bordo del helicóptero LS-4 en La Higuera. No es su área de mando pues es
comandante del Regimiento de Ingenieros Nº 3, pero, conocedor de la zona,
lo hace para orientar al piloto, mayor Jaime Niño de Guzmán, en sus
futuros vuelos. Este regresa a Vallegrande con dos soldados heridos y
ya no volverá a volar ese día pues el sol se ha ocultado.
7 Selich ha salido al encuentro de Ayoroa y Prado y los tres
arriban a La Higuera ya de noche con muertos, heridos y prisioneros.
Estos últimos son alojados en la humilde escuela del villorrio, construida en
adobe y con techo de paja, que tiene dos habitaciones apenas separadas por un
tabique de madera. Los cadáveres de Arturo y Antonio son depositados en el
suelo del espacio ocupado por Willy. Los muertos y heridos bolivianos en casa
de un campesino.
8 Prado organiza un sistema de seguridad para custodiar a
los prisioneros, teme una acción de rescate por parte de los guerrilleros que
no han podido ser capturados, un oficial deberá estar siempre en la habitación
y dos soldados en la puerta. Ordena al teniente Totti Aguilera que
vende la herida de Guevara. Este suboficial contará al periodista R.
Ustáriz Arce que la respiración del prisionero “era dificultosa, comenzaba
a roncar, parecía como si se le tapara la respiración, no podía dormir, se
sentaba”.
9 El entonces capitán de rangers Gary Prado, hoy
general retirado y político en su país, inmovilizado en una silla de ruedas a
raíz de un balazo alojado en su médula, me cuenta: “En una de mis
conversaciones con el prisionero me dice ‘Me han robado mis dos relojes’.
¿Quiénes han sido?, le pregunto. ‘Sus hombres’, me responde. Ordeno una rápida
investigación y se los restituyo. “Uno de ellos es el mío, el otro es del Tuma,
un camarada muerto, lo llevo para entregarlo a su familia”, me aclara. “¿Cómo
voy a saber cuál es el suyo para devolvérselo cuando todo esto termine?”, le
pregunto. “Entonces tomó una piedrita del suelo y a uno de los relojes le hizo
una cruz en la parte de atrás. Luego murió y quedaron en mi poder (N. del A.:
versiones de testigos afirman que regaló el Rolex de Tuma a su superior, el
mayor Ayoroa). Cuando se reiniciaron las relaciones diplomáticas entre nuestros
países los envié a Cuba. No sé dónde habrán ido a parar”.
10 El coronel Selich, un fundamentalista del
anticomunismo, cuando está frente al Che lo insulta, le reprocha las muertes de
sus compatriotas, lo conmina a hablar, le tira de la barba. Ese será el único
contacto de Selich con el Che a pesar de sus declaraciones posteriores en las
que alega haber dado una lección al jefe rebelde acerca de lo equivocado de su
accionar.
11 El mayor Ayoroa, cuando Selich ha abandonado el cuarto,
se limita a ordenar al Che que se ponga de pie para palparlo. El militar
boliviano, en nuestro diálogo en Santa Cruz de la Sierra, me cuenta: “No
llevaba nada encima, salvo un huevo duro”, seguramente su alimento para todo el
día. El Che se limitará a preguntar por sus hombres, “son buena gente, en estos
momentos podrían estar viviendo cómodamente, con sus familias”.
12 Guevara es despojado de sus pertenencias que son
acumuladas en la habitación del telegrafista: su diario de campaña, libros de
historia y geografía bolivianas, mapas por él actualizados de la zona, su
documentación personal, un altímetro que colgaba de su cuello, una pistola
alemana calibre 9 mm. PPK Walter 45 con cargador, una daga “Solingen”, dos
pipas (una de fabricación casera), una carterita con dinero: 2.500 dólares y 20
mil pesos bolivianos (que será repartido entre los oficiales).
13 Durante esa noche, la última de su breve vida, el Che
recibirá buenos y malos tratos. Entre los primeros está el respeto con que lo
trata el capitán Prado, también los tenientes Totti Aguilera y Huerta
Lorenzetti quienes lo convidan con cigarrillos y se interesan por la
familia del prisionero.
En cambio lo maltratarán, además de Selich y Ramos, el
teniente Pérez y algunos soldados que han estado bebiendo y festejando, y que
ingresan a la escuelita para insultarlo y mofarse de él hasta que Totti
Aguilera los obliga a retirarse.
14 Entre los que desean maltratarlo está Julia Cortés,
una de las maestras del pueblo, una joven agraciada de 19 años que ingresa en
la escuelita “para preguntarle por qué había venido de tan lejos para matar
bolivianos”, me contará muchos años después en su vivienda de Vallegrande donde
ejerce como partera. “Me lo imaginaba feo, con un aspecto temible, en
cambio cuando estuve frente al Che y nos miramos me pareció un hombre
increíblemente bello. Quedé flechada”.
15 Más tarde otros de los que desfilan para observar al
mítico guerrillero que yace sobre el suelo agotado, sucio, deprimido,
asfixiado, comentarán con ironía “está pensando en la inmortalidad del burro” a
lo que Guevara responderá, rápido: “No señor, no estoy pensando en eso, estoy
pensando en la inmortalidad de la revolución, ésa que tanto temen aquellos a
quienes ustedes sirven”.
16 El argentino premiará a quienes lo han tratado con
deferencia. Un ex soldado que conservó el anonimato cuenta: “Yo le vi manejar
dos pipas al Che Guevara, una se la entregó a un soldado de apellido Zambrana,
de Porco. Se la regaló como un recuerdo porque el soldado era muy bueno.”
17 Julia Cortés, quien hasta hoy está convencida de que el
“flechazo” fue recíproco, lo que ha servido para que muchos descalifiquen
injustamente su rico testimonio, regresa a la escuelita a llevarle comida junto
con Gary Prado quien no registró las otras sigilosas visitas de Julia. “El
Che tomó el cazo con las manos atadas y con dificultad se lo llevó a la
boca”. Es evidente que el Che ha encontrado en la joven alguien que podrá jugar
a su favor y desarrolla un juego de seducción. “Cuando después es sacado al sol
para tomarle fotos, pedirá que me ponga a su lado, pero uno de los soldados me
aconseja que no lo haga”. Quizás sea cierto, quizás el deseo se apodere de su
memoria.
18 Cuando le correspondió el turno al teniente Eduardo
Huerta, un joven de 22 años de edad y miembro de una familia destacada de
Sucre, el Che conversaría largo rato con él. El oficial boliviano contará que
la mirada del Che lo había impresionado, tanto que llegó a sentirse casi
hipnotizado. El prisionero le habló de la miseria en que vivían los pueblos
latinoamericanos y de la necesidad de una revolución que cambiase las cosas.
También sobre el trato respetuoso que los guerrilleros daban a sus prisioneros,
tan diferente al que recibían los capturados por el ejército.
El joven oficial lo escucha hablar también de sus cinco
hijos, de su esposa, de Camilo Cienfuegos, de Fidel Castro, del
cariño y respeto que sentía por ellos. Huerta narrará que estaba tan atrapado
por la personalidad y las palabras de su prisionero que consideró seriamente la
posibilidad de facilitarle la fuga, para lo que salió al exterior para estudiar
la situación. Allí su amigo de apellido Arambar, que estaba de guardia, lo
llamó a la realidad acerca de que eso podía costarle la vida, entonces Huerta
reflexionó y decidió no actuar. Al reingresar en la habitación el Che lo
escrutará fijamente en silencio y el teniente confesará que no pudo sostenerle
la mirada.
19 El presidente de Bolivia, Barrientos, convoca
en la noche del 8 de octubre de 1967 a una reunión militar del más alto nivel.
Ingresa con sus jefes de Estado Mayor y Comandante en Jefe del Ejército,
generales Ovando y Juan José Torres, a una pequeña sala de exposiciones en la
sede militar. Después de una grave conversación se incorporan a la reunión
otros altos mandos de las tres armas como Marcos Vásquez Sempertegui, David La
Fuente, León Kolle Cueto y Horacio Ugarteche ante quienes, Barrientos, con el
deliberado propósito de comprometer a los miembros del alto mando militar en la
decisión, plantea el punto de la eliminación física del Che. Lo expuso como
decisión, no para someterla a discusión. Concluida la reunión se envía una
instrucción cifrada a Vallegrande.
20 A las 7 de la mañana llega el coronel Zenteno a La
Higuera trayendo personalmente la orden de eliminar al Che. Urbano, uno de los
cinco sobrevivientes de la experiencia boliviana, durante nuestra conversación en
La Habana recordará: “Durante la campaña de la Sierra, cuando la toma del
cuartel de Guiñé de Miranda el ejército se rinde pero un compañero no oye
la orden de alto el fuego y sigue tirando. El Che se corrió hasta su posición,
le dio con el codo y le dijo: “¡Oye, tienes que dejar de tirar, que se
rindieron. Y cuando un hombre se rinde ya deja de ser enemigo!”.
En el helicóptero, además del coronel Zenteno y del piloto
Niño de Guzmán, llega Félix Rodríguez, el agente de la CIA cuyo
nombre ficticio es “capitán Ramos”. Como se trata de un aparato pequeño que
sólo puede llevar dos pasajeros se prefiere embarcar a Rodríguez y dejar en
tierra al jefe de Inteligencia boliviano, Arnaldo Saucedo Parada. El informe
secreto de la CIA que lleva la identificación en español “Inspector
General-15-2015”, especifica que “Ramos” lo acompaña “para interrogar a
Guevara”. Señala también que lleva consigo “un radio-trasmisor RS-48”.
21 El coronel Selich vuela a Vallegrande en el regreso de
ese primer vuelo. La jefatura le corresponde a Zenteno y nada tiene que hacer
allí.
22 Zenteno transmite la orden de matar al Che al mayor
Ayoroa. Este argumenta que no es una orden que el reglamento militar obligue a
obedecer y propone que esté a cargo de alguien que se ofrezca voluntariamente.
23 Zenteno, Ayoroa y Prado parten hacia la quebrada del
Churo donde continúan los rastrillajes. De tanto en tanto se escuchan disparos
y explosiones. “Aniceto” también será muerto en combate o ejecutado una vez
hecho prisionero. El “Chino” es traído al pueblo herido, ciego, con la cara
destrozada por un balazo; aún no ha llegado la instrucción de que no deben
quedar “sapos vivos” y se lo aloja en lo del telegrafista. Durante nuestra
entrevista Gary Prado cometerá un acto fallido y me dirá “capturamos un
cadáver”.
24 Mientras el helicóptero va y viene transportando soldados
heridos y luego los cadáveres de ambos bandos, el “capitán Ramos” fotografía
una por una las páginas del diario del Che con la ayuda de un soldado cuyos
dedos aparecerán en varias de las tomas. También despliega una antena y con su
moderno radiotransmisor mantiene secretas conversaciones con su base de la CIA.
25 A continuación el falso “capitán Ramos” tiene un violento
diálogo con el Che del que será testigo el piloto Niño de Guzmán: “El supuesto
capitán entró en la habitación y acercando su cara hasta casi tocar la del Che,
en una actitud prepotente, le preguntó:“¿Tú sabes quién soy?”. Guevara lo miró
y le dijo. “Sí, un traidor”, y lo escupió en la cara”.
26 Zenteno y Ayoroa regresan a La Higuera dejando a Prado a
cargo de las últimas acciones pues ya han comprobado que no hay más rebeldes en
la quebrada. Al llegar los oficiales convocan a tenientes y sargentos y piden
voluntarios para matar a los prisioneros. Todos se ofrecen. Zenteno, al azar
pues no los conoce, elige al sargento Terán para el Che y al sargento
Huanca para Willy.
27 Mis investigaciones llegan a la conclusión de que el “Chino”
fue asesinado a culatazos por oficiales y soldados borrachos durante los
desbordados festejos nocturnos.
28 Casi ningún biógrafo se ha ocupado de Willy en aquellas
horas previas a su muerte. Julia Cortez me dirá que se asomó a la habitación
donde el minero boliviano estaba alojado y quedó impactada por lo lúgubre de la
escena: el prisionero estaba casi a oscuras, sentado sobre el suelo, junto a
los cadáveres de sus compañeros. Con voz serena Willy le preguntará: “¿Tú quién
eres?” y luego comentará que él también era profesor. “Después supe que no era
cierto, no sé por qué mentiría”, me dirá Julia.
29 Félix Rodríguez insistirá luego en una
versión desculpabilizadora que no es creíble: que ha recibido por su radio
orden de mantener vivo al Che y trasladarlo a Panamá para interrogarlo. Es
claro que eso era inaceptable para la dignidad del gobierno boliviano y también
para los EE.UU. que no podrían explicar al mundo cuáles eran sus derechos para
disponer a su antojo del guerrillero argentino.
30 El coronel Zenteno se encuentra en un aprieto:
se están reuniendo periodistas y funcionarios en Vallegrande para recibir el
cadáver del Che y éste está todavía vivo en La Higuera. En el informe
desclasificado de la CIA puede leerse: “Le dijo (a Félix Roríguez) que
ejecutara a Guevara de cualquier forma, que él (Zenteno) debía volar hacia
Vallegrande y que enviaría el helicóptero de regreso para recoger el ‘cuerpo’
(con comillas en el informe) de Guevara a las 2 p.m. y que ‘como amigo’ le
pedía que el cuerpo estuviese listo”.
Es indudable que no confía en que el mayor Ayoroa, que hasta
el día de hoy mantiene una actitud evasiva, tendrá el coraje de asumir la
responsabilidad de hacer cumplir la pena. En parte por razones humanitarias
pero también por razones políticas: la detención y muerte del Che fortalecerá
la posición del presidente Barrientos ante el poco secreto golpe que Ovando
prepara en su contra. No es su voluntad aparecer favoreciendo a quien se
encuentra en posición de extrema debilidad política y que poco tiempo después
morirá en un atentado que derribará el helicóptero en que viajaba. Zenteno, que
tiempo después también sería asesinado por un “Comando Che Guevara” en París,
parte a las 11.am.
31 Se da la curiosa circunstancia de que al no estar
Zenteno, Selich, Ayoroa ni Prado el oficial de más alta graduación, aunque
falsa, es el “capitán Ramos”. Los designados verdugos vacilan en cumplir la
orden. Vuelve a sonar el teléfono de comunicaciones militares y Félix Rodríguez
escucha una voz, cree reconocer la del mayor Ayoroa, que “por mandato de las
más altas autoridades” le ordena cumplir con la clave “500-600”. El
“capitán Ramos” no desconoce que “500” significa Comandante Che Guevara, “600”
ejecutar y “700” preservar su vida.
32 “Ramos” convoca a Terán y a Huanca e instruye al primero
de balear al Che del pecho hacia abajo para seguir con la ficción del “muerto
desangrado por heridas recibidas en combate” pues las radios han difundido que
fue herido en las piernas. Gary Prado me dirá: “Ese fue un error tremendo
pues muchos lo habían visto caminando”.
33 Huanca entra en la habitación de “Willy” y lo mata. Es la
1 p.m.
34 La muerte del Che no será inmediata, contradiciendo la
versión unánime de quienes se han ocupado del tema. Según Julia Cortés pasaría
media hora y según Félix Rodríguez 20 minutos. Hay tiempo para que el Che mande
llamar a la maestra. “Me encarga que averigüe qué es lo van a hacer con él. En
ese momento aparece un soldado que le dice a Huerta que lo llaman a lo del
telegrafista. El Che y yo nos quedamos a solas, entonces me cuenta que han
entrado tres uniformados a avisarle que lo van a matar como a Willy. Yo salgo
afuera pero no veo a ningún jefe, ni Ayoroa, ni Zenteno, ni Prado, nadie.”
Quienes han entrado son el teniente Pérez y otros dos su-boficiales
no identificados:
—¿Tiene usted algún deseo antes de morir?
—Comer.
—¿Es usted materialista que sólo piensa en comer?
—Quizás –contestará el Che, con un dejo burlón.
“No parecía asustado, me sonrió, creo que lo que quería era
prepararse para lo que viniese”, recordará la maestra. Durante el almuerzo la
joven consultará con su madre quien le aconsejará no implicarse tanto en el
asunto, podía ser peligroso.
35 El sargento Terán ha estado buscando un arma mejor que la
suya. No es cierto que se haya emborrachado, y mucho menos con whisky como
inventa algún biógrafo, inhallable en un lugar donde me fue imposible, más de
treinta años después, tomar una Coca-Cola. Pero lo cierto es que le
cuesta mucho apretar el gatillo y entra y sale de la habitación no menos de
tres veces, sufriendo el escarnio de sus colegas que se burlan de su cobardía
que contrasta con la decisión del sargento Huanca.
36 El Che le dirá a su verdugo, entre provocativo y
sereno, “dispara cobarde, vas a matar a un hombre”. No es acertada la tan
difundida versión de que habría dicho “sólo a un hombre”, de confusa acepción.
En cambio lo que quiere significar, con dignidad, es que quien va a morir es un
valiente. Y su apelación al verdugo es inevitable asociarla con aquel “ve y
cumple con lo que debes hacer” de Jesús a Judas.
Aleida Guevara, su hija, me dirá: “En su escrito ‘La piedra’
(N. del A.: uno de los tantos que su viuda tardó años en dar a conocer) habla
de la muerte, confiesa que le tiene miedo a la muerte, es un hombre como cualquiera,
teme a aquello que le puede hacer daño o simplemente a lo que desconoce. Lo que
le da valor es que él se sobrepone a ese miedo y por eso murió como vivió, con
mucha dignidad y con mucha integridad.”
37 No habrá tiros posteriores. Ni Gary Prado ni el
suboficial Carlos Pérez ni el soldado Fortunato Cabero, contrariamente a
las afirmaciones de algunos biógrafos, entrarán a la habitación y dispararán
sus pistolas contra el cuerpo del Comandante Ernesto “Che” Guevara. Los
testigos que aún viven en La Higuera y en Vallegrande me dirán, unánimemente,
que luego de la ráfaga del “garand” de Terán sobrevino un impresionante
silencio que dura hasta hoy.
*Escritor y periodista. Fragmento de la nueva edición de su libro Che. Luchar
por un mundo mejor.
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