FUENTE: Clarín Digital (BUENOS AIRES), 24 de septiembre de 2000.
En la guerra del Chaco, que enfrentó a Bolivia y Paraguay entre 1932 y 1935,
donde murieron más de 100 mil hombres, el gobierno argentino del Gral. Justo
jugó abiertamente por la causa paraguaya y se fantaseó, aún, con dividir
Bolivia.
La guerra entre Paraguay y Bolivia comenzó oficialmente en mayo de 1933 y
concluyó en junio de 1935, aunque había empezado un año antes y sus
consecuencias se hicieron sentir largamente después de suscribirse la paz.
En esta guerra murieron más de 100.000 hombres (?), reclutados entre los más
pobres de las dos naciones más atrasadas de América del Sur. Los bolivianos,
detrás de la quimera de la salida al mar, fueron rechazados por los paraguayos,
dispuestos a defender su territorio del Chaco boreal, una extensión de 250.000
kilómetros cuadrados, con bosques de quebracho en la superficie y petróleo bajo
tierra.
La venta de armas a las dos partes, el espionaje militar, la sorda guerra petrolera
entre la Standard Oil, establecida en Bolivia, y la Shell, en Paraguay, y las
operaciones de contrainteligencia de los países vecinos al campo de batalla,
instalaron en Buenos Aires un escenario de conspiración internacional que se
superpuso a la agitada presidencia del general Agustín P. Justo.
Justo fue un abierto operador a favor de Paraguay contra Bolivia y la guerra
fue diseñada a la distancia, desde Buenos Aires, por el Estado Mayor del
Ejército Argentino que, además, planificó las necesidades de armamentos del
Paraguay, organizó las líneas de crédito para que el gobierno de Asunción
pudiera comprarlas, suministró las bodegas para transportarlas y abasteció de
alimentos a los combatientes.
Por el lado boliviano, un oficial alemán del ejército del Kaiser tuvo a su
cargo la conducción de la guerra con el grado de general. En esos tiempos se
reconocía una superioridad profesional de los militares alemanes, mito que
sumado a la rápida reconstrucción del ejército ordenada por Hitler, justificó
la decisión de Justo de poner al servicio del ejército paraguayo también a un
coronel argentino aunque hijo de alemanes, para cumplir con el mito. La idea de
que dos cerebros germánicos estaban frente a frente en los pantanos del Chaco
alimentó la imaginación de los argentinos durante la guerra y sirvió para
ocultar la retaguardia.
Pero en la retaguardia se tejía la madeja de intereses internacionales que
buscaba aprovecharse de la guerra, más allá de las cancillerías, como subrayó
el embajador del Paraguay en nuestro país al presidente paraguayo Eusebio Ayala
en una carta escrita unos meses antes del estallido.
"El Dr. Saavedra Lamas (canciller de Justo) no sabe absolutamente nada de
mis arreglos con los ministros militares (argentinos)", escribió el
diplomático Vicente Rivarola a Ayala, en setiembre de 1932. La correspondencia
confidencial entre el presidente Ayala y su embajador Rivarola revela una
desigual posición ante la inminencia de la guerra. Ayala advierte que "la
guerra no resolverá absolutamente nada, costará mucha sangre, arruinará a los
dos países y creará un ambiente de descontento en los dos pueblos". Y
agrega en su misiva: "Posiblemente sucederán agitaciones políticas y tal
vez caigamos en el bolcheviquismo, constituyendo focos de infección para los
países neutrales." El embajador, sin desconocer los mismos efectos
funestos, transmite un optimismo que no disimula sus fundamentos: para Rivarola
lo que cuenta es la posición de Justo, "noble y generoso amigo del
Paraguay".
Hasta ese momento, Justo se había mantenido informado sobre el conflicto por
medio de su ministro de Guerra, general Manuel Rodríguez. En octubre de 1932
Rivarola le informa al presidente paraguayo que han empezado a concretarse las
operaciones de cooperación de los militares argentinos y que un coronel ha sido
enviado a Formosa para poner la frontera al servicio de las necesidades
paraguayas cuando se desencadene la guerra. El embajador describe una operación
de inteligencia militar, de la que habló con el hombre destinado a Formosa, y
aunque su carta no entra en detalles permite imaginar una trampa para hacer
caer a los bolivianos, tramada por argentinos y paraguayos. Esta carta menciona
por primera vez al militar argentino que tiene en sus manos la inteligencia del
caso. Escribe el embajador que al flamante gobernador de Formosa "le
parece perfectamente factible la ejecución de las indicaciones del Mayor Juan
Domingo Perón, secretario del ministro de Guerra".
El mayor Juan Perón, en efecto, era el ayudante de campo del Ministro de Guerra
desde febrero de 1932. Permaneció nueve meses en el cargo, que dejó seis meses
antes de que la guerra del Chaco tomara forma. Pero en esa fase preparatoria se
anudaron los compromisos más fuertes entre Buenos Aires y Asunción, incluyendo
acciones encubiertas contra el ejército boliviano, como la que el embajador
paraguayo describe con estas palabras: "Podría venir de esa (Asunción) la
persona o personas encargadas de realizarlas y comunicarse directamente con él
(Perón), guardando, se entiende, toda la reserva del caso. Opino que nuestro
cónsul no debe saber nada, ni ninguna persona extraña al propósito, en Formosa.
Estoy seguro que con una sola ejecución feliz del plan no les quedará a los
bolivianos deseos de seguir aprovisionándose de Formosa.
Por otra parte las fuerzas militares que cubren la frontera no dificultarán la
operación ni molestarán sino para cubrir las apariencias, a sus ejecutores,
según me aseguró el mayor Perón." ¿De qué se trataba realmente la secreta
operación que el entonces mayor Perón había imaginado para apoyar al Paraguay?
Puede deducirse de la correspondencia secreta del presidente paraguayo y su
embajador que se había montado un incidente en la frontera de la Argentina y
Bolivia, de tal forma que militares del Paraguay, simulando ser de Bolivia,
atacarían a los argentinos para provocar la entrada de éstos en combate.
En otra carta, el presidente Ayala menciona la intervención argentina en la
guerra según la versión suministrada por el presidente de Bolivia a un
diplomático extranjero. "El gobierno argentino -había dicho entonces el
presidente de Bolivia- ha concentrado fuerzas en las fronteras bolivianas a fin
de dar la mano al Paraguay en caso necesario, previo un incidente que se
provocaría". "El espionaje paraguayo en Bolivia -agregó- es costeado
por la Argentina y ha sido muy eficaz contra nosotros." Para los
bolivianos, la cuestión no admitía dudas: "El plan de guerra fue estudiado
y decidido por el Estado Mayor General del Ejército Argentino; el general
Vaccarezza, amigo personal del presidente Justo, estuvo a inspeccionar los
preparativos en todas las líneas y el teniente coronel Schweitzer vigiló la
ejecución y cien suboficiales y clases del Ejército Argentino están en las
líneas paraguayas".
La información de la inteligencia boliviana se ajustaba a los hechos. "El
ministro de Guerra, general Rodríguez -se ufanaba el diplomático paraguayo, en
los días de la declaración de la guerra- ha accedido a todos nuestros pedidos
de proyectiles".
Además de los proyectiles, a menudo provenientes de los propios arsenales del
Ejército Argentino, la infraestructura de las Fuerzas Armadas se puso a
disposición del Paraguay y hasta se ocupó de la compra de aviones de combate
para la aviación paraguaya a la industria de Francia. El desarrollo de la
guerra agudizó la colaboración militar y en marzo de 1934 el canciller de
Justo, Carlos Saavedra Lamas, chocó frontalmente con el ministro de Guerra
Rodríguez por la descarada participación argentina a espaldas de la
Cancillería. Se denunció que las radios militares de frontera descifraban los
códigos bolivianos y entregaban a los paraguayos los mensajes. Y hasta se
mencionaban misiones de la aviación militar argentina sobre territorio
boliviano.
Francia y Gran Bretaña advirtieron a Saavedra Lamas que denunciarían a nuestro
país ante la Liga de las Naciones por esta situación. Saavedra Lamas elevó el
problema a una reunión secreta con el presidente Justo y el ministro, general
Rodríguez. Sobre el contenido de la reunión, el embajador informó a su presidente,
en Asunción, que la Argentina estaba a un paso de ser acusada
internacionalmente por violación del embargo de armamentos a los países en
guerra. Aunque la situación era crítica, el embajador salió bien de la prueba.
Así le escribió a su presidente: "Tengo la satisfacción de comunicarle
que, por fin, he conseguido que salieran mañana para esa (Asunción) por vía
fluvial, los tres mil tiros de artillería terrestre y dos mil seiscientos tiros
de artillería naval que Ud. me encargara." El Ejército le había ganado a
la diplomacia.
Publicado por: Mauricio Angulo Camacho, en el foro "APRENDIENDO DE LA
GUERRA DEL CHACO 1932 - 1935"
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