Fuente: El general y sus presidentes: vida y tiempos de
Hans Kundt, Ernst Röhm y siete presidentes en la historia
de Bolivia, 1911-1939. / De: Robert Brockmann. - Plural editores, 2007.
El Diario periódico paceño el 5 de diciembre de 1932,
reflejaba de esta manera la noticia de la llegada de Kundt a La Paz:
Rodeado por el cariño de su pueblo, ha llegado a Bolivia el
general Hans Kundt – Cariñosa apoteosis popular
Pocas veces se ha visto en la ciudad un movimiento popular como
el que nos ha sido dado esperar ayer con motivo de la llegada del general Hans
Kundt. La apoteosis que le ha sido prodigada es, tal vez, la mejor muestra que
recibe el general de la gratitud colectiva por las numerosas pruebas que dio de
su amor a Bolivia, y por las fecundas enseñanzas que ha dejado en el seno del Ejercito Nacional,
que en la actualidad da pruebas de su eficiencia en la defensa del territorio
del Chaco.
En efecto, la recepción fue apoteósica. Pocos personajes han
sido objeto de semejante acogida en la historia boliviana.
Para recibir a Kundt en su primera escala, numerosos vehículos
privados y de transporte público se dirigieron a Viacha desde antes del mediodía,
El tren ingreso a la estación militar de Viacha a las 12: 05 del 5 de diciembre
de 1932, donde el ministro de Guerra, Enrique Hertzog, el Subjefe del Estado Mayor,
general Armando Bretel, y varios jefes, dieron la bienvenida a Kundt. Otros
personajes políticos y miembros del Ejército le ofrecieron el primer saludo
oficial de las autoridades, junto con incontables personas particulares. El
germano recorrió la población en medio de una multitud que lo vitoreaba. Luego
visito el cuartel y paso revista. Almorzó en la guarnición con jefes y
oficiales y volvió a abordar el tren que lo esperaba, en el que continúo viaje
hasta la cercana sede del gobierno.
Fenómeno rarísimo en diciembre, hacía pocos minutos que había
dejado de nevar cuando el ferrocarril se detuvo a las 15:0 a la estación de El
Alto. Como siempre que nieva, el fenómeno fue interpretado como un augurio
inmejorable. Allá esperaban el viajero periodistas y militares y una todavía más
numerosa multitud que le prodigaba toda clase de aclamaciones y saludos. Al
poner pie sobre el andén, Kundt fue recibido con un cordial abrazo por su amigo
el General Carlos de Gumucio. Kundt le
comento que “cuando salí de Europa hacia mal tiempo. Durante l navegación en el
atlántico reino un pésimo temporal. Solamente al pisar América encontré buen
tiempo. Después el viaje ha sido magnífico”. Tras solo cinco minutos de escala,
prosiguió camino.
Casi una hora después, tras las muchas curvas y vericuetos
ferroviarios que hacia la bajada desde la planicie de El Alto hasta el estrecho
valle tallado a hachazos de La Paz (entonces no existía el bosque de eucaliptos de Pura Pura), el tren de Kundt llego a la Estación
Central a las 16;21. El ingreso del tren a la estación hizo que una vibrante y
emocionada aclamación recorriera como una ola por la enorme y expectante
multitud que esperaba. Sobre los andenes apenas cabían los racimos humanos que
esperaban desde primera hora de la tarde al salvador de la patria. Cuando la
imponente figura del General apareció detrás de las ventanillas del coche vagón,
el gentío lanzo una aclamación todavía más larga e intensa, parecida a un
suspiro.
Afuera, en la explanada, una masa aún más grande y más
compacta de gente hizo que la salida de la comitiva tardara diez minutos en
recorrer un par de decenas de metros, De allí partió un desfile que avanzo muy
lento, pues las calles apenas daban cabida a la gran concurrencia y al convoy
de autos desde la nación. La multitud acompañan al vehículo en el que iba
Kundt, sentado entre el ministro de Alemania –König- y el ministro de guerra,
Herzog. El general respondía amable y majestuosamente con la mano a las
ovaciones y a los ramos de flores que le arrojaban las damas desde los balcones
en todo el recorrido.
El convoy llego a la Plaza Murillo por la calle Ingavi,
donde otra multitud había esperado horas para recibirlo y rendirle homenaje.
Era la hora cumbre de Kundt, quizás incluso por encima de las celebraciones del
Centenario. La comitiva se detuvo en el Hotel País. Kundt se apeó del vehículo;
una vez más saludo con la mano a la gente e ingreso a su alojamiento donde lo
esperaban varios personajes políticos y diplomáticos.
Minutos después salió al balcón por unos segundos, exigido
por la multitud, que pedía escuchar su palabra. No la obtuvo. El ministro König
–devio haber estado muy impresionado- asomo después y agradeció la manifestación
que el pueblo prodigaba a Kundt.
Circulo la versión de que el general estaba fatigado por el largo
viaje y la gente no exigió más, pero igual se quedó a ver si podía capturar algún
vistazo del redentor del orgullo nacional. La breve espera valió la pena. Poco después
llego una guardia que escolto a Kundt al Palacio de Gobierno, al frente de
hotel, cruzando la plaza. Hasta este momento, nada definitivo estaba dicho.
Kundt venía a explorar posibilidades; el gobierno boliviano estaba dispuesto a
hacer concesiones. Pero fue sin duda el clima creado por la movilización de la
masa delirante la que habría precipitado las decisiones. Allí tan una breve conversación
con el presidente Salamanca, el proyecto Kundiano de colonización del amazonas quedo
sepultado para siempre. Kundt fue nombrado General en Jefe del Ejército
Nacional, con mando sobre las tropas en campaña y plenos poderes para dirigir
las operaciones de guerra. Generalísimo, diríamos. Salamanca describió así la conversación:
“Llamado por la nación como su salvador único, estaba el general
Hans Kundt en estado de imponer condiciones y las impuso brevemente, sin reparo
alguno. De Alemania había expresado que solo vendría como asesor del Capitán
General y yo por mi parte había ofrecido el destino de Jefe del Estado Mayor
General. El pidió el puesto de General en Jefe del Ejército con amplios
poderes. Las ordenes generales y, por lo mismo, todos los destinos y los
ascensos quedarían en sus manos. Fue necesario inclinar la cabeza a todo cuanto
quiso. El gobierno quedaba anulado y no sin poder, sino sin influencia alguna
en el orden militar. Como este era el precio de la victoria impuesta por el
salvador único, no quedaba otro camino que aceptarlo”.
El ministro Espada justifico
Salamanca por que vio que “exploto un amor eufórico de legisladores,
prensa, entidades cívicas e industriales, en una palabra, de todo el país exigiendo
al presidente la designación del militar alemán para la dirección suprema del Ejército.
Es de remarcar que, unifico las opiniones de todos los sectores combatientes y
de mando en el Chaco”.
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