En el periódico "El Comercio" de Cochabamba, con la firma de Filipo,
se comentó en los siguientes términos lo que era el trabajo del más importante
de los obreros mineros en diferentes minas de estaño: "El barretero, que
es el que más gana, recibe 2 bolivianos en este año de 1897. Trabaja 10 horas a
cientos de metros de profundidad, haciendo orificios en rocas de granito
para colocar 4 6 5 explosivos de dinamita. Aspira polvos metalíferos que le
destrozan los pulmones con la silicosis. Trabaja semi desnudo con agua que ?e
gotea al cuerpo. Desciende centenares de metros por peligrosas escaleras
verticales. Avanza a gatas por piques que amenazan derrumbarse a cada momento.
Está expuesto a las alzas o a que un tiro de dinamita equivocado lo haga volar
en pedazos. No ve la luz del día y se mueve alumbrado por una opaca y
amarillenta lámpara de sebo. Su ropa se convierte en andrajos por la acción
ácida de la copajira. Carece de aire y de espacio. De los dos bolivianos de su
jornal, emplea 60 centavos en comprar tres tiros de dinamita, 10 centavos en
guía, 25 centavos en cebo para su lámpara, 10 en coca, 10 en pan, 5 en
cigarrillos y 20 en vino o aguardiente. Total 1.40. Le quedan 60 centavos para
alimentar y vestir a su familia".
El joven médico Jaime Mendoza, que trabajó en Uncía a principios de este siglo,
describió varios aspectos del trabajo minero en su primera obra literaria,
"En las tierras del Potosí". Refiriéndose al aspecto exterior de la
montaña de Llallagua expresó: "El gran cerro mostraba sus profundas
arrugas, que denunciaban su vejez. Enormes farellones hacían contraste con
aquellas arrugas, empinándose como gigantescas verrugas. Y en las rugosidades y
en los farellones, en los flancos y en las pendientes agujeros junto a los
cuales había montones de tierra y rocas: las bocaminas "La Blanca" y
"La Azul"... Las palliris... mujeres sentadas sobre el suelo helado,
formando grupos pintorescos, vestidas de trajes policromos, inclinaban la
espalda y movían con monótona regularidad uno de los brazos armando de un
martillo que hacían caer sobre los trozos de piedras metalíferas que sostenían
con el otro brazo. Su oficio consistía en reducir a diminutos pedazos los
grandes trozos que los mineros extraían del interior de la mina. Había entre
ellas viejecitas cuyas manos temblorosas esgrimían el martillo con torpeza...
Había mozas de arrogante aspecto, pero siempre sucias, trabajando por lo
general con aire de mala gana. Había aun chiquillas de diez a doce años... Las
más llevaban los dedos vendados y mostrando al aire feas llagas... Unas estaban
con la espalda cubierta, a manera de abrigo, de rebozos rojos, verdes,
amarillos o de otros colores. Otras no llevaban más que una manteleta inmunda o
algunos andrajos sobre el cuello. Todas tenían el rostro pintarrajeado por el
polvo ... Formaban grupos de figuras grotescas ... Junto a ellas había niños de
pocos años o meses, también con la cara empolvada y las cabecitas envueltas en
pañuelos ennegrecidos... con los miembros ateridos por el castigo del viento y
el frío".
Fuente: Llallagua: Historia de una Montaña. de: Roberto Querejazu Calvo.
Foto: Grupo de palliris en la molienda y separación de piedras vigiladas por
los hombres de traje negro, 1905 / COMPAÑÍA HUANCHACA DE BOLIVIA.
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