Vista aerea del firtin Alihuatá
" El enemigo nos ataca todos los días. Se le hace muchas bajas. Se siente
muy mal olor. Los pilar no pueden retirar los cadáveres de quienes mueren al
tratar de llegar a nuestras trincheras. Es necesario que sepas todo lo que me
pasa aquí, para que cuando regrese no te extrañez al comprobar que el niño
iluso y romántico que se separó de tu lado, ya no es el mismo. Es
necesario que tú y todos los de retaguardia sepan cómo esta guerra nos está
afectando física y moralmente, para que a nuestra vuelta no nos reciban como a
extraños. Anteayer ocurrió algo horrible. Los paraguayos seguían insistiendo en
romper nuestra línea y nosotros en defenderla. Poco antes del atardecer,
atacaron otra vez más.
Yo estaba en un agujero armado con una ametralladora
liviana. De pronto oí gritos y vi sombras de color verde oivo que avanzaban
ocultándose detrás de los árboles. Disparé mi arma y la volvía a cargar. Vi
nítida la silueta de un soldado paraguayo que se lanzaba en carera llevando un
fusil en una mano y una granada en la otra. Estaba muy cerca. Cerré los ojos y
apreté el disparador de mi ametralladora, sintiendo como se sacudía en mis
brazos en su siniestra carcajada de medio minuto. Cuando miré nuevamente hacia
adelante, un grito de terror se ahogó en mi garganta. Allí a pocos pasos,
estaba tendido el soldado enemigo convulsionándose con los estertores de la
agonía. Su brazo derecho había quedado extendido (posiblemente al lanzar la
granada) y su mano, con el índice apuntándome, me señalaba con un gesto de
acusación: 'Tú, tú me mataste!'. Caí de rodillas sollozando, pero el miedo me
hizo incorporar de nuevo, obligándome a no apartar la vista de aquel sitio y de
aquella mano que me señalaba implacablemente, pero el terror me paralizaba.
Sentí fiebre. Los ojos velados del muerto me parecían dos ascuas que me
quemaban las entrañas. La mano crispada, con el índice extendido, me parecía a
ratos una tarántula pálida y gigantesca que iba a saltar sobre mi garaganta.
Fue una noche de horror. No sé cuantas horas pasé velando a mi víctima, rezabdo
y llorando por el muerto… y por mí. Le pedí perdón y le repetí una y cien
veces: 'Yo no te maté, te mató la guerra!'. Posiblemente mi angustia acabó
agotándome y caí desfallecido. Cuando desperté, estaba amaneciendo. Creí que
todo lo sucedido no había sido sino una pesadilla. Me incorporé temblando y
atisbé por entre los troncos de mi refugio. El muerto seguía allí, en la misma
postura, con su brazo derecho extendido, pero con gran suspiro de alivio noté
que su mano ya no me acusaba, sino que más bien, me hacía un gesto de
perdón".
Fuente: Roberto Querejazu Calvo.
Foto: Vista aerea del firtin Alihuatá. (Fotografía de: Luis Rea Romero
publicada en el grupo: APRENDIENDO DE LA GUERRA DEL CHACO (1932-1935)
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