1930, El alemán Hans Kundt. (Foto: Ebay)
Fuente: El general y sus presidentes: vida y tiempos de
Hans Kundt, Ernst Röhm y siete presidentes en la historia
de Bolivia, 1911-1939 de: Robert Brockmann.
El 17 de agosto de 1925 la atención de toda la población
paceña se volcó a El Alto, donde estaba programado el acto cumbre de las
celebraciones del Centenario: el desfile y la parada militar. Varios estudiosos
coinciden en que esta fue tan impresionante que no se vio nunca hasta ese
momento en la historia boliviana.
Robert Brockmann en su libro “El general y sus
presidentes: vida y tiempos de Hans Kundt, Ernst Röhm y
siete presidentes en la historia de Bolivia, 1911-1939” refleja como
el entonces mayor Adolf Ropnach, miembro del contingente alemán de Kundt, que
sirvió en el Ejercito de Bolivia entre 1923 y 1927.
“…La inmensa planicie de lo que hoy es la ciudad de El Alto
en 1925 era el campo. Había allí dos pares de chozas, un retén policial, la
estación de trenes – que servía para cambiar de locomotora a aquella que era
capaz de subir y bajar de y hasta La Paz- y a la escuela de aviación con su pista. Eso era todo. Desde muy
temprano la población de la cede de gobierno se trasladó en todos los medios de
trasporte disponibles –trenes, automóviles, carretas tiradas por mulas o
montada en animales- a los predios de lo que actualmente son las instalaciones
de la Fuerza Aérea. El terreno de lo que hoy es el aeropuerto que sirve a La
Paz era una pampa lejana y ajena.
Uno de los testigos del desfile, cuyo punto de vista es
interesante por inusual, por que vio los eventos con ojos extranjeros fue el
mayor Adolf Ropnack, que sirvió al ejército
de Bolivia entre 1923 y 1927:
La culminación de los festejos del Centenario en todo el
mundo sudamericano fue el desfile militar –se puede decir tranquilamente-
germano-boliviano del 17 de agosto. Tuvo lugar por la tarde en el altiplano, en
la orilla de la ciudad, situada a gran altura (El Alto). Brillante como siempre,
el sol colgaba en la bóveda de un celeste profundo sobre el espacio que se
extiende desde el lago Titicaca hasta las cordilleras.
Allí se instalaron las tribunas decoradas con banderas y
escudos con los colores nacionales: rojo, amarillo y verde por todas partes.
Los ministros, enviados, diplomáticos, los notables, los jefes militares
extranjeros, los invitados civiles –había entre ellos incluso japoneses- iban ocupando
las tribunas según rango y dignidad en palcos y galerías. Destacaba el mundo
femenino vestido con colores entre los que predominaban el rojo y el café, que
contrastaba con el color marfil de las pálidas y elegantísimas damas.
Distribuidos alrededor del campo de
desfiles estaban los cholos y los indios, que habían venido en largas caravanas
desde las montañas más lejanas, desde las quebradas más profundas de la
cordillera y desde las orillas saturadas de totoras del lago Titicaca para ver
a sus hermanos formados en línea y nemro (Reich und Glied) y para ser testigos
de este día verdaderamente único en su historia.
Las tropas terminaron la posición de revista. Se hizo el silencio
la tensión creció, el polvo se asentó. Entonces el Jefe del Ejército y jefe del
desfile, el general Kundt, descendió de la primera gradería y se acercó al
carruaje de gala tirado por seis caballos blancos del cual se apeó el
presidente Saavedra. El general reporto las novedades y sonó el Himno Nacional.
Los regimientos presentaron armas en filas de acero.
Los estandartes bajaron al son de la Marcha Prusiana de Presentación
(Preussische Präsentiermarch). Acompañado por el general y sus edecanes, el
presidente pasó revista. El carruaje de gala regreso por donde había venido y
el Presidente tomo asiento en el palco al lado de su esposa, mientras las
tropas comenzaban a desfilar formados en columnas por regimientos.
Tras un breve intermedio se hizo otra vez silencio y el
Campo de Marte quedo vacío. En el público reinaba el suspenso y la tensión
hacia presa de los soldados indígenas. Una orden cortante del general que
comandaba las formaciones rompió la solemnidad del silencio. En la distancia,
llegaban todavía atenuados los rítmicos golpes de bombo de la música del Primer
Regimiento. Las tropas ingresaron y su música se acercaba más y más. El cuerpo
hizo una conversión y abrió el paso a todo lo ancho de la línea. A la distancia reglamentaria y a
paso lento, con todo aplomo y actitud distinguida, venía a caballo el general
germano-boliviano, seguido por los oficiales de su Estado Mayor. Bajo el sable
lenta y solemnemente al pasar frente al palco del Presidente.
Los caballeros en las tribunas se pusieron de pie; aquellos
vestidos de civil se quitaron la chismetera y las damas también se levantaron
cuando llegaron las primeras banderas.
A estas le siguieron, preciosos y gallardos, los miembros
del Batallón de Cadetes, lentos en su paso, uniformes en el movimiento ¿iguales
incluso en el vaivén de sus penachos blancos sobre los cascos y en el destello
de sus bayonetas al sol. Les siguió el Primer Regimiento de Infantería, de la misma
manera exacta, firme y en bloque, detrás de comandante de la Primera División.
Tras ellos, las tropas a pie, con las distancias reglamentarias, con su banda
de música y estandartes.
¡U nuevo cuerpo de músicos hace una figura! Ahí, de manera espontánea,
una dama en la tribuna de la colonia alemana exclama en alemán “¡Caramba! Pero
si esa es nuestra marcha alemana de desfile, Du Berliner Pflanze. ¡Qué te
parece!”.
Y así era en efecto. Al ritmo de esa marcha, acompasaba por
el bombo en un ejecutante indio con su penacho rojo oscilando, paso también el
Segundo Regimiento.
Siguieron las tropas de infantería detrás del cuerpo de
trompetas, y tras ellos la caballería con sus lanzas. Luego los regimientos de
artillería, a quienes siguieron los regimientos de la división de montaña con
sus animales de tiro cargados con ametralladoras, cañones, municiones y aperos.
Después de estas unidades de baterías marcho la última tropa de montada, el espectacular
y hasta entonces desconocido Regimiento Montado en Mulas. Este regimiento había
sido formado con todo sigilo en el año previo en un rincón alejado de la
cordillera cerca de la frontera argentina, país del que provenían las mulas. Había
funcionado de manera esplendida, considerando el difícil manejo de estos
animales intratables. Los jinetes, sin lanzas naturalmente, iban en uniforme caqui
según el modelo de las tropas coloniales alemanas y con sombrero, lo cual los diferencian
considerablemente de los restantes regimientos.
Y la tropa, con un ánimo tan festivo, no se contentó con una
sola pasada. ¡Quisieron desfilar de nuevo! Y buen, el general Kundt permitió que
su ejército pasara otra vez ante las autoridades bolivianas y sus invitados.
“¡Al trote… marchen!”, fue la orden estentore. Las tropas de infantería pasaron
con sus pertrechos balanceándose, y otra vez fueron alemanes el compás y la
música: Lampenputzer ist mein Vater, am Küstrimer-Theater.
Las escuadras montadas marcharon al trote. El despliegue de
este espectáculo ante los ojos de un público sorprendido y asombrado le hizo
imposible frenar su entusiasmo. El mundo sudamericano jamás había vito un
desfile al trote.
Aplausos, gritos, zapateo e interminables aclamaciones de
“¡Viva Bolivia!”, “¡Viva el Presidente!” y “¡Viva el general Kundt!” surcaron
la fina atmosfera a 4.000 metros de altura. Este desfile del Centenario fue en
verdad un gran evento histórico, que nunca se repetirá de la misma manera.
Asi lo informaron los diarios y comentaron los pueblos,
desde el Canadá hasta la Tierra de Fuego, en aprecio por todos los esfuerzos de
una simple y sencilla tropa morena que con su sangre indígena había sido capaz
de semejante hazaña, a la altura de la
cumbre del Montblanc.
A la puesta de sol las formaciones se prestaron a descender
al estrecho valle que alberga a la capital. Tras un breve descanso los
regimientos marcharon a casa a tambor batiente. Por todas partes sonaban
marchas alemanas: Alte Kameraden, Torgauer-Marsch, ¡e incluso Fridericus-Rex! A
la cabeza de quinto Regimiento, que llevaba consigo a la Compañía de
Estandartes, montaba el coronel Revollo en dirección a la Plaza Murillo, donde
se halla el Palacio de Gobierno, en cuyo balcón
había tomado lugar el presidente
Saavedra con su general y otros funcionarios.
Se oyeron otras órdenes cortantes y el regimiento se presentó
ante los sones del Himno Nacional, entonado a coro por el público. El grupo de
estandartes ingreso al palacio, el pueblo se quitó el sombrero y otra vez
resonó “¡Viva Bolivia!”.
La celebración del Centenario en agosto de 1925 y en
particular este desfile marco la cumbre de la etapa boliviana del general
Kundt. Incluso, en retrospectiva, fue la cumbre de sus aspiraciones y de su
vida entera!...”
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