Extraido de: www.argentina-rree.com
La actitud prudente del gobierno boliviano frente a la inclinación proparaguaya del gobierno argentino.
Por cierto, algunas evidencias contribuyen a confirmar las sospechas de la parcialidad argentina en el conflicto boliviano-paraguayo sobre el Chaco Boreal. Una de ellas es la carta que el ministro paraguayo en la Argentina, Vicente Rivarola, envió al presidente de su país Eusebio Ayala, afirmando:
La simpatía general de todas las poblaciones argentinas para la causa paraguaya, en contraposición a la antipatía general para Bolivia, tiene que facilitar enormemente el contrabando de guerra para nuestro país. La circunstancia de no traer materiales de Europa será motivo para que en este país nos los faciliten sin restricciones. Los intereses creados son siempre respetables, aparte de la amistad y la buena voluntad cada vez mayores del presidente Justo y su gobierno. (1)
Desde los primeros meses de la guerra del Chaco, la legación de Bolivia en Buenos Aires no dejó de reclamar contra las constantes violaciones a la neutralidad argentina efectuadas por las propias autoridades de Buenos Aires. Pero estos reclamos bolivianos no obtuvieron ningún resultado. Un cable de la cancillería boliviana a su representación diplomática en la Argentina, fechado en noviembre de 1934, expresaba al respecto:
Nuestras reclamaciones contra actos comprobados de violación de la neutralidad argentina no merecen la debida atención a pesar de la gravedad de los hechos denunciados, los cuales no son debidamente reprimidos y más bien se repiten con suma frecuencia. Las notas de esa legación no son oportunamente respondidas, haciendo necesarias nuevas reclamaciones. Entre las denuncias figura la prisión de nuestro cónsul en La Quiaca, ocurrida hace meses, hecho de suma gravedad que sin embargo no mueve a la cancillería argentina. Tampoco son satisfechos nuestros reiterados pedidos de internación de agitadores que desde localidades argentinas cercanas a la frontera trabajan activamente para perturbar el orden interno de Bolivia, a pesar de ser esta una obligación impuesta por el Tratado de Montevideo. En cambio, aquí el ministro argentino no deja pasar ni una alusión periodística y sus notas contienen exigencias apremiantes. (2)
El 27 de abril de 1933 un incidente agravó las tensiones preexistentes entre los gobiernos argentino y boliviano. En esa fecha, seis aviones bolivianos realizaron un raid hasta Puerto Casado, corazón de la actividad bélica paraguaya ubicado en el Chaco Boreal, y bombardearon esa localidad durante una hora. La cancillería argentina protestó contra este hecho, reclamando por los daños sufridos por la compañía argentina Carlos Casado, a través de una nota firmada por el canciller Carlos Saavedra Lamas. La cancillería boliviana respondió que Puerto Casado era el centro de las actividades bélicas paraguayas, pero el gobierno de La Paz no repitió el bombardeo en ese punto. (3)
No obstante, a pesar de poseer numerosas evidencias, el gobierno de Bolivia no denunció abiertamente la inclinación argentina hacia Paraguay oculta tras el velo de la neutralidad. La actitud del gobierno de Daniel Salamanca (1931-1934) está explicada en la siguiente carta del canciller Demetrio Canelas:
Desde el principio hasta el fin de la guerra, la Argentina fue la sombra que oscureció los caminos de Bolivia. En ninguna parte se sentía con más nerviosidad que en el seno del gobierno el peso de su enervante influencia. Con todo, nunca creyó el presidente Salamanca que fuera aconsejable o atinada una acusación contra aquel país, (...). La ayuda oficial argentina al Paraguay, esto es, el suministro de armas y municiones de parte del gobierno de Buenos Aires al de Asunción, aunque era denunciada con mucha insistencia, no parecía demostrable en un debate internacional (...) Más prudente nos parecía en las circunstancias que nos rodeaban, mantener la cancillería argentina dentro del marco de los estados americanos mediadores, donde su influencia estaba sujeta a contrapesos eficaces. Una política airada (...) nos habría mostrado como ligeros de cascos (...) ¿Cuáles habrían sido sus consecuencias para el desarrollo ulterior de la campaña? El doctor Saavedra Lamas y los argentinos en general, no habrían dejado de querer a los paraguayos por causa de nuestra demanda ante la Liga de las Naciones. Probablemente su ayuda al Paraguay, si era hasta entonces una realidad encubierta, habría podido ser más desembozada a partir de nuestra queja, sin que Bolivia tenga en sus manos medio alguno para impedirlo. Habríamos corrido, además, (...), riesgos mayores que el presidente Salamanca y su gobierno contemplaban con justificada inquietud. Repetidos incidentes ocurridos en aquel desgraciado período, parecían revelar que el gobierno argentino tenía la intención de provocar, aun por medios rebuscados, un entredicho con Bolivia. ¿Podíamos enfrentar nuevas complicaciones? (...) Para el caso de una complicación que tuviese por resultado inmediato la ruptura de nuestras relaciones diplomáticas con la Argentina y que pondría en inminente peligro nuestra integridad territorial, por el lado de los departamentos de Tarija y Santa Cruz, incluyendo nuestras zonas petroleras, el panorama que se presentaba a Bolivia estaba cargado de sombras. (...) (4)
Esta carta del canciller boliviano también testimonia un frustrado intento de comprometer al gobierno de Bolivia en el derrocamiento del presidente argentino, general Agustín Pedro Justo. Hacia fines de junio de 1933, emisarios del ex general argentino Severo Toranzo entrevistaron al cónsul de Bolivia en la provincia de Salta, Luis Felipe Lira y Girón, para solicitar la cooperación del gobierno de La Paz en un movimiento subversivo destinado a derrocar a las autoridades argentinas. La cooperación boliviana debía consistir en la entrega de armas y explosivos para hacer volar los puentes entre Córdoba y Salta, a fin de impedir la sofocación de la rebelión por parte de las guarniciones salteñas. En compensación, el gobierno boliviano obtendría la ruptura de la neutralidad argentina en la guerra del Chaco. Aunque las autoridades de La Paz rechazaron la propuesta, el Ministerio de Relaciones Exteriores argentino expulsó de Salta al cónsul boliviano. (5) Comenta al respecto la carta del canciller Canelas:
En otra oportunidad uno de nuestros cónsules fue abordado por el coronel Cardozo, jefe de partido en la Argentina, o por algún supuesto delegado suyo, para proponerle la derrocación del gobierno del general Justo y su reemplazo por otro personaje amigo de Bolivia a condición de que nuestro gobierno se preste a suministrar los elementos que fueran indicados. Esta vez el juego era demasiado grotesco y no fue necesario hacer intervenir al Consejo de gabinete para discutirlo. Hicimos saber a nuestro cónsul que consideraciones de esta clase no podían ser objeto de atención alguna por el gobierno. Sin embargo, la cancillería argentina que resultó poseyendo la versión de los cables cifrados que se cambiaron al respecto, no perdió la oportunidad de producir un pequeño escándalo, expulsando a nuestro cónsul del territorio argentino, sin observar los miramientos y prácticas que son usuales para hacer cesar en sus funciones a un representante consular extranjero que se hace ingrato en el país. (...) (6)
A su vez, Rout afirma que más que un país neutral, la Argentina fue un beligerante cuidadosamente disfrazado de mediador durante la guerra del Chaco. (7) Durante buena parte de la misma, las autoridades de Buenos Aires aportaron al gobierno paraguayo inteligencia, información, medicinas y asistencia militar y financiera. Los autores bolivianos son vehementes y explícitos acerca de este punto. Rogelio Ayala Moreira, en su libro Por qué no ganamos la guerra del Chaco, sostiene que el gobierno argentino envió préstamos al Paraguay por un monto de 6.000.000 de pesos. (8) También las fuentes norteamericanas proveen evidencia de la ayuda argentina a las autoridades de Asunción. (9)
Como es lógico, a diferencia de los bolivianos, los historiadores paraguayos han sido reticentes en afirmar la asistencia argentina a las autoridades de Asunción. Incluso, en enero de 1935, el presidente paraguayo Eusebio Ayala negó categóricamente el apoyo argentino durante el conflicto.(10) Pero a pesar de las declaraciones de Ayala, existen evidencias de la asistencia argentina a Paraguay durante la guerra del Chaco, las cuales obligan a replantear hasta qué punto las autoridades de Buenos Aires fueron neutrales en el conflicto boliviano-paraguayo. Por ejemplo, Vicente Rivarola, ministro paraguayo en Buenos Aires, gestionó personalmente préstamos del gobierno argentino por un monto cercano a los 8.000.000 de pesos, y documentó evidencias de la asistencia financiera y militar argentina a Paraguay en su trabajo Memorias diplomáticas.
En un memorándum privado a su ministro en la Argentina Rivarola, el presidente paraguayo Ayala sostiene que la razón primaria del apoyo argentino era el rechazo de las autoridades de Buenos Aires a permitir a Bolivia un puerto fluvial. Por su parte, el ministro de marina argentino, capitán Pedro S. Casal, garantizó asistencia militar a las autoridades de Asunción en julio de 1932, sosteniendo que dada la natural inclinación boliviana hacia Brasil en el caso de una guerra general sudamericana, el interés argentino era contar con la alianza de Paraguay. En consecuencia, Casal señalaba que la derrota del Paraguay en la guerra del Chaco no estaba entre los intereses nacionales argentinos. (11) En el criterio militar que primaba en el gobierno argentino, Paraguay era un valioso aliado, pues constituía una cuña que podía frenar ejércitos brasileños invasores o una punta de lanza para avances argentinos sobre territorio brasileño. En esta visión geopolítica, la prolongación de la soberanía paraguaya a todo el Chaco Boreal resultaba funcional a la seguridad de las provincias argentinas del Norte. (12)
La inclinación argentina hacia Paraguay habría estado determinada además por poderosos intereses económicos. Con la excepción de la Oficina de Cambios que pertenecía al Estado, los bancos del Paraguay en su mayor parte eran sucursales de bancos argentinos y acaparaban 95% de las operaciones. El grueso del comercio de Paraguay se realizaba con la Argentina, y había importantes inversiones directas de este país especialmente en la región del Chaco. (13)
Así, algunas empresas argentinas con intereses en Paraguay proporcionaron fondos para el esfuerzo bélico de este país. La Compañía Nicolás Mihanovich, cuya casa matriz estaba en Buenos Aires, otorgó un crédito de 500.000 pesos argentinos destinados al sector naviero, aunque retiró la oferta cuando los informes la dieron a conocer. Por su parte, la firma yerbatera argentina Larangeira donó 250.000 pesos paraguayos al gobierno de Asunción para la compra de equipos de aviación. Un anexo al informe de septiembre de 1934 puntualiza que el inversor más importante en la región del Chaco, Carlos Casado, era cuñado del presidente argentino Agustín Justo, y que las familias empresarias Sastre y Mihanovich, tenían familiares en el gobierno argentino. (14) Hacia mayo de 1935 la economía paraguaya, exhausta por el esfuerzo de la guerra, se había vuelto virtualmente dependiente de los productos argentinos, especialmente gasolina y bombas de artillería. Todo el trigo, la nafta y el fuel oil que consumió el ejército paraguayo durante los tres años de guerra le fueron facilitados gratuitamente por el gobierno argentino. (15)
De alguna manera, la victoria paraguaya en la guerra del Chaco implicaba la expansión de los intereses económicos argentinos en la región chaqueña. La derrota pondría a la Argentina en una posición estratégica y económicamente desventajosa, ya que habría abortado la oportunidad de controlar una participación en la riqueza generada por la región del Oriente boliviano. En opinión de Rout, para las autoridades de Buenos Aires, más que la victoria paraguaya, la derrota boliviana se tornó un interés vital. (16)
Por cierto, el gobierno argentino envió ininterrumpidamente armas a Asunción a través del río Paraguay, mientras bloqueó la venta de productos a Bolivia a través del río Pilcomayo. Si el gobierno argentino hubiera decidido cerrar el trasbordo de bienes a Asunción a través del Paraguay, el suministro de armas se habría tornado imposible para el gobierno paraguayo. Respecto de los materiales de guerra que el Paraguay adquiría en Europa, el ministro paraguayo en Buenos Aires Vicente Rivarola relata en sus memorias:
Los elementos bélicos de Europa y Norteamérica eran trasbordados discretamente en la rada del puerto de Buenos Aires en lanchones de donde eran reembarcados con otro destino aparente, para luego ser conducidos a Asunción por medios reservados y seguros... con conocimiento y amistosa tolerancia de las autoridades argentinas. Por el lado del transporte terrestre por los ferrocarriles del estado o de cualquier otro medio, estaban igualmente previstas y organizadas las cosas perfectamente. (17)
Queda claro que Paraguay fue el beneficiario de esta curiosa posición neutral argentina. (18) Incluso el propio presidente argentino Agustín P. Justo no dudó en decirle al ministro Rivarola que la neutralidad argentina sería benevolente para Paraguay y estricta para Bolivia. (19)
NOTAS
1 R. Querejazu Calvo, op. cit., p. 174.
2Ibid., p. 174.
3 Ibid., p. 175.
4 Ibid., pp. 175-176.
5 La Prensa, 27, 28 y 30 de junio de 1933, p. 9.
6 R. Querejazu Calvo, op. cit., p. 178.
7 L.B. Rout, op. cit., p. 58.
8 Rogelio Ayala Moreira, Por qué no ganamos la guerra del Chaco, La Paz, Talleres Gráficos Bolivianos, 1959, pp. 345-349 y 356; Bautista Saavedra, El Chaco y la conferencia de paz de Buenos Aires, Santiago de Chile, Nascimento, 1939, pp. 24-25; y Eduardo Diez de Molina, Problemas internacionales, La Paz, s/l, 1936, pp. 125 y 213, fuentes citadas en ibid., p. 59.
9 Rout proporciona las siguientes fuentes norteamericanas: U.S., Archives, RG 59, Decimal File 724.3415/2187, N1 103; Wheeler (Asunción) to Dept. State, Aug. 30, 1932, p. 2; Decimal File 724.3415/2863, N1 1552, G-2 Report from Chile, Wooten (Santiago) to Dept. State, Jan. 4, 1933, p. 1; Decimal File 724.3415/7844 A, White to Wilson (Geneva), Feb. 2, 1933, p. 1; Decimal File 724.3415/3490, N1 13, Weddell (Buenos Aires) to Dept. State, Jan. 4, 1934, p. 1; and Decimal File 724.3415/5076, N14566, G-2 Report from Paraguay, Jan. 15, 1935, p. 1. A su vez, David H. Zook, The Conduct of the Chaco War, New Haven, Bookman Associates, 1960, p. 20, señala que el monto total de los préstamos argentinos a Paraguay fue de 16.626.072 pesos. Fuentes citadas en L.B. Rout, op. cit., p. 59.
10 U.S., Archives, RG 59, Decimal File 724.3415/4526, N1 6, Nicholson (Asunción) to Dept. State, Feb. 2, 1935, p. 2, cit. en ibid., p. 59.
11 Vicente Rivarola, Memorias diplomáticas, 3 vols., Buenos Aires, Ayacucho, 1952-1957, II, p. 164, cit. en ibid., pp. 59-60. En la reunión que mantuvieron los ministros argentinos de relaciones exteriores Saavedra Lamas, de marina capitán Pedro Casal, de guerra coronel Manuel Rodríguez y el ministro paraguayo en Buenos Aires Vicente Rivarola, el día 22 de julio de 1932, Rivarola solicitó a los representantes argentinos armas y municiones para las fuerzas paraguayas. Saavedra Lamas le respondió que tal acto rompería la neutralidad argentina, y abandonó la reunión. No obstante, el capitán Casal solicitó al ministro paraguayo su lista de compras y quedó en comunicarse con él. Poco tiempo después lo hizo, anunciando que la Argentina cubriría los pedidos paraguayos. Idem, pp. 163-164, cit. en J.F. Bratzel, op. cit., p. 48.
12 R. Querejazu Calvo, op. cit., p.165.
13 U.S. Archives, Decimal File 710 G/118, Bliss (Buenos Aires) to Dept. of State, Jan. 1, 1933, cit. por J.F. Bratzel, op. cit., p. 46. También R. Querejazu Calvo, op. cit., pp. 165-166.
14 Ver al respecto V. Rivarola, Memorias..., op. cit., III, 83-92; U.S. Archives, RG 59, Decimal File 724.3415/3265, N1 83, Nicholson (Asunción) to Secretary State, July 28, 1933, p. 3; y U.S., Archives, R.G. 59, Decimal File 724.3415/42222, N1 1997, G-2 in Paraguay, Sept. 12, 1934, enclosure I, p. 1, fuentes citadas en L.B. Rout Jr., op. cit., p. 60.
15 D. H. Zook, op. cit., p. 232, cit. en ibid., pp. 58-59. También R. Querejazu Calvo, op. cit., p. 166.
16 L.B. Rout Jr., op. cit., p. 60.
17 J.F. Bratzel, op. cit., p. 86.
18 R. Querejazu Calvo, op. cit., p. 174.
19 V. Rivarola, Memorias..., II, 251 y 254, cit. por J.F. Bratzel, op. cit., p. 87.
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