I.
¡Rara coincidencia!
Hoy, aniversario de la batalla de Ingavi, sepultamos los
restos de uno de los últimos vencedores en aquella batalla nacional –El Capitán
Mariano Flores, muerto en la mañana de ayer, cansado de años y de servicios á
la patria.
La desaparición de este veterano me afecta doblemente,
porque deploro la ausencia eterna de un servidor de la República y lloro la
muerte de uno de esos pocos tipos de honradez y lealtad acrisoladas, á quién me
había acostumbrado á ver desde mi infancia, á mi lado, en mi humilde hogar,
compañero fiel de la familia en las horas brevísimas y fugaces de la dicha (si
la hay sobre la tierra), como en las pesadas y largas del infortunio.
Este hombre, leal como pocos, patriota y caballeroso, nació
en esta ciudad de Tarija el 25 de Marzo de 1815, y fue hijo de uno de los
héroes de la lucha titánica de nuestra independencia del Coronel Pedro Antonio
Flores, por sus heroísmos y notables servicios á la patria, condecorado y
ascendido por el inmortal General Belgrano, en la alborada de nuestra
emancipación política.
Muy joven, y ávido de gloria y del noble deseo de servir a
su patria, Mariano Flores sentó plaza de soldado, y concurrió como sargento, en
el glorioso batallón Octavo, á la acción de Ingavi, en la cual, por su bravura,
fue ascendido por el General Ballivián habiendo más tarde llegado al grado de
Capitán.
Militó siempre en las filas de la buena causa y fue siempre
valiente soldado de la constitucionalidad y de la integridad de la patria.
¡Y ha muerto pobre y olvidado!
II.
La gratitud y la lealtad eran las virtudes notables de
Mariano Flores y de Pablo Aparicio.
Mi abuelo había servido á sus padres, en aquellos tiempos
gloriosos de la República, y Flores y Aparicio desde entonces, dieron á mi
familia, hasta su muerte, testimonio perenne de esa lealtad y esa gratitud, tan
raras por desgr5acia, y que tanto elevan y enaltecen á quien las posee.
Es así como les vi en casa desde mi infancia.
Los dos leales y viejos conocidos de mi pobre hogar, han
muerto á la vez, en un mismo día!
III.
Don Pedro Aparicio nacido en territorio argentino, en 1817,
hijo de una familia honorable y distinguida, era, como Flores, un sincero
patriota y un modelo de lealtad.
En ambos, pierdo dos amigos sincerísimos, dos viejos
conocidos, de esos de quienes es tan doloroso separarse para siempre, y que nos
parece que nunca debemos dejar de verlos, por que les vimos desde las blancas
mañanas de la infancia.
IV.
Cuando murió mi heroico abuelo (5 de Octubre de 1871),
estando yo lejos del hogar, como el cadáver llegara demasiado tarde al
cementerio, demorado el fúnebre cortejo en su tránsito por el numeroso
acompañamiento y las postreras ovaciones que el noble pueblo de Tarija tributara
á los restos del último de los fundadores de la Patria y del glorioso Ejército
Libertador de Colombia, fue necesario, sin tiempo para sepultarlo, dejar el
cadáver en la capilla del panteón.
Cuatro hombres velaron toda la noche y amanecieron junto a
él.
Esos cuatro hombres, de los cuales ninguno existe ya, eran:
Mariano Flores, Pedro Aparicio, Eusebio Mora, aquel español tipo de hidalguía y
bondad, que acompañó á mi abuelo desde el día de la batalla de Ayacucho hasta
su muerte, y Damian Cabrera, el último soldado que quedaba en este país, de los
vencedores de Ayacucho, y á quien, en el postrer año de su vida, en 1871, y en
el aniversario de la gran batalla, supo honrar dignamente, con el patriotismo
ardiente que le caracteriza, el señor don Bernardo Trigo, como primera
autoridad que era de este departamento.
V.
Los que comprenden la gratitud y el cariño que se profesa á
esas personas que mucho lo amaron á uno en la vida y á las cuales vio siempre
en su hogar participes de sus alegrías y de sus pesares, comprenderán lo que en
estos momentos siente el corazón del que consagra á la memoria de Mariano
Flores y Pedro Aparicio, este postrer testimonio de su agradecimiento y de su
afecto.
¡Descansen en paz!
T. O’Connord’Arlach Noviembre 18 de 1890.
No hay comentarios:
Publicar un comentario