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DIARIO DE GUERRA DE GERMÁN BUSCH SOBRE BOQUERÓN

Germán Busch (izquierda) en un abrazo con Félix Estigarribia. 

Publicado en el periódico La Patria el 29 de septiembre de 2010


"He dormido bien. Corren las voces de que vamos a Boquerón, y pienso que por fin voy a conocer lo que pedíamos tanto: ¡Guerra!

18 de septiembre de 1932

Otra vez nos sorprende el día con los preparativos de ataque. Debemos abrir el camino a Boquerón. Empezamos a avanzar. El calor es desesperante. Nuestros organismos ya no resisten más. Durante el trayecto van cayendo varios compañeros nuestros rendidos por la fatiga.

Nuestra primera línea choca con el enemigo, otra vez el tableteo de las ametralladoras y los ayes de los heridos. Se toma algunos prisioneros, volvemos a asaltar las posiciones enemigas, pero la sed nos ahoga, ya no se puede resistir más y en eso encontramos un pequeño charco de agua. Es nuestra salvación.

Con qué desesperación nos lanzamos a aplacar la sed. Alguien dice que podría estar envenenada, pero a quién le importa, ya nadie le teme a la muerte. Seguimos adelante. Encontramos posiciones paraguayas, gran cantidad de galletas, conservas, gran cantidad de puros e infinidad de prendas. Ha vuelto el entusiasmo a nosotros y de pronto escuchamos una voz que dice ¡allá está Boquerón! Y nuestras miradas divisan el fortín ansiado. Pero no es necesario entrar en él, sino protegerlo y en las inmediaciones tomamos posiciones.

El enemigo está atufado y desmoralizado y aprovechamos esta situación. Empezamos hacer bajas en sus filas. Están muy cerca de nosotros y observo claramente cómo van cayendo y escuchando sus alaridos y sus quejas.

19, 20 y 21 de septiembre

Hay orden de entrar en Boquerón y por fin entramos al fortín por el cual tanta sangre se derrama. Nos designan una posición. Aquí no cesa ni un momento el fuego. La artillería hace estragos, pues estamos completamente rodeados. Otra vez hace estragos el hambre, se nos da una miseria de comida. Se han terminado las pocas comidas con las que nos alimentamos.

Hay que volver a salir. Paciencia, tal vez en ésta a mí también me toque hacer el último sacrificio. No temo a la muerte, que sé que me liberará de tanto sufrimiento.

22 de septiembre

Empezamos nuestro retiro, sabiendo que tenemos que hacerlo pasando por entre las filas enemigas, durante el trayecto de dos kilómetros. Paso por medio de una lluvia de balas. Sigue la masacre. Aumenta peligrosamente el número de muertos.

Estalla una bomba a tres pasos de donde me encontraba tendido. Los que se encontraban cerca de mí creyeron que había volado. Me incorporé creyéndome herido, pero solamente estaba cubierto de tierra…

Por fin logramos pasar toda la zona donde se encontraba el enemigo y llegamos al Comando. Todos pedíamos pan y agua. Ya no éramos los muchachos entusiastas y fuertes que salimos de Oruro.

No éramos más que espectros. Todos queríamos irnos. Los jefes y oficiales trataban de tranquilizarnos con promesas de que se nos iba a relevar y cuando la tropa dispersa y desmoralizada se retiraba a Castillo llegaron provisiones y agua y eso fue lo que nos contuvo e hizo que regresáramos a ocupar las posiciones del comando. 

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