"...Al día siguiente, nos reunieron con otro prisionero, un "repete"
del "Pérez" y nos entregaron a unos soldados que nos llevaron por
unas sendas del monte hasta una picada que calculé ser la de Alihuata. Allá
había caballos. Nos aseguraron las ligaduras de las manos atadas atrás,
montaron, y nos hicieron marchar a pie por delante.
-No hay que hacerse al flojo, bolis -nos dijeron.
Eran más o menos las diez de la mañana y el sol caía a plomo sobre la picada
caliente. La tierra, por dura, se resquebrajaba en trozos cortantes como la
piedra. Procuraba yo andar dentro de las hondas huellas que habían dejado los
camiones, donde el piso era más suave. Estoy viendo la hora aquella: un caballo
allá delante y el otro casi a mi lado, con sus jinetes descalzos, con los
sombreritos remangados y los fusiles en bandolera. Y nosotros, primero Aniceto,
luego el indio y después yo, pisando nuestras sombras sobre el nervio calcinado
del camino desnudo, con los pies desnudos. Me dolían las manos pinchadas por
innumerables alfileres que hacían un recorrido circular por debajo de mi piel. El
polvo me quemaba la boca No habíamos bebido desde el día anterior.
Con el primero, el "repete" del "Pérez", la cosa fue muy
fácil. Me llenaba de irá verle marchar cojeando como un estúpido. Tenía el pie
llagado por haber pisado alguna espina. El polvo se apelmazaba en su sangre y
al olor de ella le seguían unas mariposas blancas. Marchaba con un ritmo de
inválido. Se fue retrasando. Uno de los pilas lo atropello con el caballo.
-Anda, andá, indio de...
Por primera vez, oí la voz del indio:
-Pies doilen, mi teñente.
-Anda, boli. ?Querías Chaco?...
Siguió la marcha. Pero una hora después, sería las 3 de la tarde, la distancia
entre el indio y nosotros se hizo muy larga. Se le veía lejos, en el horizonte
del camino.
-Alto! - Dijo el pila más próximo.
Nos detuvimos y esperamos. Llegó el indio. Entonces el pila descendió del
caballo, ató una correa a las manos del indio y sujetándola volvió a cabalgar.
-Adelante, bolis!
Seguimos al trote, pero después de un rato el indio cayó al suelo e hizo saltar
la correa de las manos del jinete. Este bajó, sin dar muestras de cólera,
descolgó el fusil de su espalda y le dió dos o tres golpes terribles con el
cañón entre las costillas, haciendole lanzar un gemido de sapo, de murciélago,
de pez. Pero no se movió.
- Está insolado -dijo Aniceto.
Vino al trote el soldado que nos precedia. Dijo algo en guaraní y descendió del
caballo. El otro nos hizo seguir adelante, pero antes yo vi que descolgaba su
fusil de la espalda y lo preparaba. Luego escuché el disparo. Mucho rato, en la
recta picada, volviendo la cabeza, vi el bulto del indio muerto, arrojado como
un escupitajo bajo el sol..."
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Literatura con temática de la guerra del Chaco.
Fuente: Sangre de mestizos de Augusto Céspedes.
Fotografía: Pintura al óleo que plasma el rostro indígena de la guerra del Chaco.
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