Por: Freddy Zárate – Abogado // Este artículo fue publicado
originalmente en Página Siete de La Paz, el 4 de febrero de 2018.// Disponible
en: https://www.paginasiete.bo/ideas/2018/2/4/comunismo-incario-tierras-pueblo-minas-estado-segn-tristn-marof-168602.html
En la segunda década del siglo XX, Gustavo Adolfo Navarro
(1896-1979) publicó el libro Poetas idealistas e idealismo de la América
Hispánica (Gonzales y Medina editores, La Paz, 1919), la cual lleva una carta
prólogo de la poetisa Gabriela Mistral. En estas páginas, el autor hace un
breve estudio de los poetas Amado Nervo, Arturo Capdevilla, José Martí, Fabio
Fiallo, Gabriela Mistral, Franz Tamayo, entre otros. Al final del texto,
Navarro incluye una conferencia que dictó en Santiago del Estero (Argentina).
En estas breves páginas se puede advertir las tempranas ideas acerca de su
concepción del comunismo en el incario.
Según relata Navarro, en esos años de turbulencia política entre el ocaso del
liberalismo y la emergencia política del republicanismo, tuvo que viajar en una
“aventura lírica, cuando andaba errante y proscrito”; se detuvo momentáneamente
en Santiago del Estero, ahí conoció un núcleo entusiasta de jóvenes congregados
en la “Sociedad Sarmiento”, en donde pronunció su conferencia titulada: El
concepto de la civilización americana entre los quechuas y El comunismo entre
los incas.
La tesis que formuló Gustavo A. Navarro fue la “idea comunal” que estuvo muy
desarrollada entre los quechuas, al grado de alcanzar –por poco– la “perfección
sindicalista”. Esta idea exigida “por todos los que sufren (…), por los que
golpean con sus puños miserables las puertas del capital”.
Para explicar su versión edulcorada del incario, Navarro rememoró a “Manco
Cápac, hijo rebelde Atkao y Huaynay y Organ, sus abuelos que allí en las
tierras del Asia se habían propuesto reformar las instituciones y las leyes,
tropezando con la férrea imposición amarilla, pasaron a América y fue aquí
donde establecieron la más sólida reglamentación común, que estaba fundada no
por una convención humana o social, sino sobre el sentido moral y la idea de
purificación idealista”. Esta afirmación no tiene asidero histórico, pero
es parte de la construcción de la leyenda dorada del incario.
En esta primera etapa, Navarro afirma que existió un comunismo con “dulzura
inefable y una suavidad estratégica” reflejada a través de las enseñanzas de
Manco Cápac a sus súbditos. Ellos aprendieron a cultivar la tierra y los frutos
que producía fueran repartidos entre sus habitantes, y todos (a excepción de
los impedidos) estaban obligados a trabajar. Aún los niños y los inválidos
tenían ocupación, cuidando los rebaños o tejían en los hilares. En pocas
palabras, “la pereza era abominable”.
A decir de Navarro, en esta sociedad no “había división de clases sociales”,
pero existía una casta superior que estuvo conformada por los sacerdotes
adoradores del Sol y todos aquellos que prestaron servicios a su comunidad.
Gustavo Navarro es enigmático y contradictorio en sus loas igualitarias
en el incario al aceptar de modo positivo una casta “superior” destinada a
gobernar de modo verticalista.
Con respecto a la vida cotidiana, Navarro alega que la “amistad falsa” y la
“risa hipócrita” eran reprochables. Había un respeto a los ancianos que era
visto como una costumbre tradicional; en pocas palabras, en la sociedad
del incario: “Todos se amaban, todos se querían. Es así que se fundó el imperio
del Tawantinsuyo”.
Tras retornar a Bolivia de su destierro, el presidente Bautista Saavedra
designó a Gustavo A. Navarro cónsul en Francia (posteriormente en Italia y
Escocia).
Al llegar a París en 1921, el joven Navarro sintió en carne propia el inicio y
la influencia de la fiebre socialista. En su estadía en la grande nation
concluyó el texto intitulado El ingenuo continente americano, pero fue
advertido que era peligroso que firmase con su nombre, puesto que desempeñaba
un cargo diplomático y su libro hacía alusión a la Guerra del Pacífico con
Chile (capítulo segundo El crimen de América).
Fue así que surgió la idea de utilizar un pseudónimo: “Quise hacerlo
naturalmente con el nombre de Iván, pero un amigo español que tenía, Darius
Frosti (Amadeo Lehua) me sugirió que adoptara el nombre de Tristán. Acepté la
sugestión y le di el apellido de Marof, que ni siquiera es ruso, sino búlgaro”,
declaró años más tarde Navarro.
El primer libro publicado con el pseudónimo de Marof fue El Ingenuo continente
americano (Editorial Maucci, Barcelona, 1922); este texto causó polémica
llegando a protestar el cónsul de Chile en La Paz. “Estaba de presidente
don Bautista Saavedra, hombre de luces y de gran capacidad intelectual.
Ordenó que respondieran a los de Chile que el autor Marof
era desconocido y que el cónsul se llamaba Navarro (…). Don Bautista que me
quería mucho, me trasladó a Génova, también como cónsul”, dice Navarro.
Durante su permanencia en Génova, Marof publicó la novela Suetonio Pimienta.
Memorias de un diplomático de la República Zanahoria (Editorial Biagini,
1924). Por esos años Tristán Marof se encontraba en Bruselas, allí hizo amistad
con el escritor belga Víctor Orban que le instó a divulgar su manuscrito sobre
el imperio incaico. Fue así que salió a luz –dos años después– el ensayo La
Justicia del Inca (La Edición Latino Americana, Bruselas, 1926).
Hoy puede ser considerado el escritor y político boliviano Tristán Marof uno de
los precursores en divulgar –tanto a nivel nacional e internacional– los
principios quechuas del ama sua (no seas ladrón), ama llulla (no seas
mentiroso) y ama quella (no seas flojo), al unísono de propagar la idea utópica
que durante la dominación incaica era un “tiempo feliz”, y plantear en el campo
político tierras al pueblo y minas al Estado. La idea de la nacionalización de
las minas y expropiación fue reiterada en el texto La tragedia del altiplano
(Ediciones Claridad, Argentina, 1934). La prematura propuesta de Marof no tuvo
eco en su momento, pero décadas después, sus ideas fueron apropiadas y
amplificadas por los ideólogos del Movimiento Nacionalista Revolucionario, cuyo
proceso político culminó con la reforma agraria, el voto universal, la
nacionalización de las minas y la reforma educativa. Quedando olvidado y
arrinconado el “viejo soldado” (como se solía llamar a Marof) por la coyuntura
movimientista de mediados del siglo XX.
No hay comentarios:
Publicar un comentario