LOS ÚLTIMOS 60 AÑOS DE LA HISTORIA BOLIVIANA DESDE LA ÓPTICA DEL GRAL. GARY PRADO SALMÓN


Artículo publicado en el matutino cochabambino Los Tiempos, el 2 de marzo de 2020. Disponible en: https://www.lostiempos.com/oh/entrevista/20200302/gary-prado-vida-linea-fuego

Al general Gary Prado Salmón la sombra de marte lo acompañó desde la cuna. De hecho, nació en Roma meses antes de que estallase la Segunda Guerra Mundial, conflagración que forzó el retorno de su familia a Bolivia. Nació en un ambiente marcadamente militar, pues su progenitor, el entonces capitán Julio Prado Montaño, cursaba una beca en Italia. Lo hacía junto a otros 39 oficiales bolivianos que habían tenido destacadas actuaciones en la Guerra del Chaco.
“Aquellos capitanes tenían que hacer un año del curso de su especialidad, mi padre era de caballería –recuerda Prado-. El segundo año les correspondía la escuela de Estado Mayor. Pero ahí, en septiembre de 1939, estalló la Segunda Guerra Mundial. Entonces, les ordenaron que retornen. Mi padre se había ido recién casado y por eso yo nací allá”.
Pero en Bolivia no les esperaba un ambiente precisamente apacible. La creciente insurgencia del nacionalismo revolucionario marcaba al país. Se sucedían traumáticos cambios encabezados por gobernantes militares. De hecho, un mes antes de aquel cambio, el presidente Germán Busch se había suicidado y otra vez las corrientes revolucionarias y conservadoras se disputaban el poder. El capitán Julio Prado se alineó con quienes buscaban transformar radicalmente las estructuras de la nación boliviana. Por ello, la familia vivía próxima a los corrillos de las conspiraciones.

ESCUELA Y CONFINAMIENTO
Así, no resultó extraño que Prado Salmón avanzase parte de su vida escolar mientras su progenitor estaba confinado en una lejana comunidad cruceña. “Mi padre pertenecía a la logia militar Radepa (Razón de Patria). Cuando cayó el presidente Gualberto Villarroel (21 de julio de 1946) fue dado de baja y trasladado a una zona al norte de Valle Grande la comunidad de Guadalupe. Pasamos tres años por allá. Con mi hermano Julio salíamos los lunes tempranito, caminábamos dos leguas para ir a la escuela. Y nos quedábamos durante la semana en la casa de la familia en Valle Grande”.
Valle Grande resulta también uno de los guiños del destino para el general Prado. Su familia paterna procedía de ese confín cruceño, y sabido es que el destino le tenía reservada otra cita singularísima dos décadas más tarde. Pero en aquellos agitados 50, Prado fue también testigo cercano del mayor hito histórico del siglo XX para Bolivia: la Revolución Nacional. En 1952, las masas movilizadas habían derrotado al Ejército y su progenitor contaba entre los contados oficiales responsables de unidades militares. Mientras, en el Gobierno del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) se debatía si Bolivia mantendría a sus fuerzas militares o gestaría otra organización basada en las milicias armadas.
El saldo del debate también definió la vida de Gary Prado. “Mi padre fue designado embajador del MNR en Londres. Cuando volvimos, Paz Estenssoro había decidido la reapertura del Colegio Militar de Ejército, al que se llamó Gualberto Villarroel y se creó el Colegio Militar de Aviación Germán Busch. En enero de 1954, se iniciaron las clases. Decidí seguir esa carrera”.
Prado asegura que las primeras promociones de aquel renovado Colegio Militar contaron con un conjunto de catedráticos que les imbuyeron un particular espíritu nacionalista. “Eran profesores de mucha calidad, de película –subraya–. Recuerdo a uno muy jovencito que me hizo gustar la historia: Luis Ossio Sanjinés (vicepresidente de Bolivia en 1989). Creo que me volví historiador gracias a esas clases. Pero además fuimos testigos de hechos importantísimos. Recuerdo, por ejemplo, que nos llevaron a ver la primera votación general de la historia de Bolivia”.
Entre los hitos de aquella Revolución, el 17 de junio de 1956, por primera vez, votaron mujeres e indígenas, era el primer sufragio universal en el país. Pero paralelamente, los caudillos del MNR acentuaban sus diferencias y disputas por el poder. También se fortalecían fuerzas opositoras que paulatinamente apostaban al derrocamiento. Y, poco a poco, empezaron los brotes de violencia que llevarían recurrentemente a Prado a la línea de fuego.

BAUTIZO DE PELIGRO
“En 1959, yo, como subteniente, estaba en mi primer destino, el regimiento Ingavi, IV de caballería –rememora–. De pronto, una noche, a dos oficiales benianos y a mí, que soy medio cruceño, nos movilizaron junto a un escuadrón hacia Santa Cruz en unos viejos aviones carniceros. Llevaron tropas de diversas partes y ordenaron cercar la ciudad porque la Unión Juvenil Cruceñista (UCJ) la había tomado. Aquella noche, los sublevados hallaron una ruta de escape hacia el norte y huyeron en unos 30 vehículos de todo tipo”.
Según el relato, cuando el comando decidió organizar una agrupación táctica que persiguiese a los fugitivos, los elegidos para encabezarla fueron los oficiales del Ingavi. La captura de los unionistas en medio del monte resultó incruenta. Se fueron entregando paulatinamente. Para Prado resultó el bautizo en operativos militares. A medida que el país ingresaba en otra etapa de conflictos estos empezaron a menudear, como la vez que estalló la denominada “Guerra del Valle”.
La decisión de Víctor Paz Estenssoro de repostularse a la presidencia desató la reacción de otro caudillo, Wálter Guevara Arce. En el valle alto de Cochabamba, los campesinos que seguían a uno y a otro se enfrentaron. La gente de Ucureña y Punata estaba a favor de Paz y la de Tarata y Cliza respondía a Guevara. Tenían ametralladoras, morteros, fusiles, estaban muy bien armados. Las confrontaciones forzaron al Gobierno a que envíe policías y luego militares varias veces para pacificar la zona. En una tercera ocasión la reacción campesina resultó especialmente virulenta: 20 policías resultaron flagelados y luego muertos.
Entonces, Prado y otros dos militares que en el futuro serían conocidos acordaron realizar un doblemente peligroso operativo. “Éramos tres subtenientes al mando de compañías: Mario Vargas Salinas, Faustino Rico Toro y yo –recuerda–. Nos habían ordenado marcar una línea de frontera entre los bandos beligerantes, pero no funcionaba. Cuando nos movilizábamos, nos recibieron a tiros e hirieron a dos soldados. Entonces, en un momento de relativa calma nos preguntamos qué hacer, y dijimos: ‘Tomaremos Ucureña’. Entramos a Ucureña y los sacamos a huasca a los campesinos. Luego, denominamos ‘Puesto Militar Ucureña’ a lo que había sido la Central Campesina e hicimos el informe”.
El pequeño gran detalle resultaba que Ucureña era un bastión de apoyo al reelegido presidente Víctor Paz Estenssoro. Resultó un sofocón para el comandante de las FFAA, Alfredo Ovando. Pero también coincidía con una época en la que el Ejército empezaba a facilitar el control de una serie de episodios convulsivos en el país. Paz comprendió la situación finalmente, aunque su situación resultaba cada vez más difícil.

EN LA CAÍDA DE CAUDILLOS
Y como testigo privilegiado de la historia, Prado también estuvo entre quienes presenciaron de cerca la caída de los caudillos del 52. En 1964, destinado como instructor del Colegio Militar, fue movilizado hacia la plaza Murillo. Paz Estenssoro huía del país tras el golpe militar liderado por Ovando y el general René Barrientos. Otro de los caudillos desplazados, el líder obrero Juan Lechín, se sentía favorecido y era llevado en hombros por sus simpatizantes hacia el palacio de gobierno. No le iría muy bien.
“Era comandante de batallón el capitán Luis García Meza –cita–. Nos enteramos que traían a Lechín en hombros y decidimos darles paso. Se pusieron a discursar frente a palacio. De pronto, quisieron tomarlo y se abalanzaron hacia la puerta, uno de los centinelas no alcanzó a refugiarse y quedó fuera. Luego, en medio de los forcejeos sonó un disparo y cayó el centinela. El comandante de batallón ordenó fuego. La multitud se dispersó, olvidó a Lechín tirado en el suelo y éste perdió los zapatos. Un oficial lo llevó al Estado Mayor y de ahí salió horas más tarde portando un par de botas de combate”.
Durante el Gobierno de Barrientos y Ovando, a Prado le tocó en tres oportunidades la misión de sofocar las rebeliones que se suscitaron en los centros mineros. Celebra que en cada caso logró dichos objetivos sin disparar un solo tiro y con atinadas medidas de persuasión. Corrían los años 60, y el país se debatía entre la dictadura proestadounidense y posturas izquierdistas de grupos cada vez más radicales. Surgieron organizaciones como el Ejército de Liberación Nacional (ELN), sigla que aparecería frente a Prado durante el resto de su vida.
En 1967, ya como capitán, Gary Prado había sido destinado a Santa Cruz, al regimiento Braun. Probablemente aquel destino fue el que más huellas dejó en su privilegiada memoria. Son probablemente cientos las entrevistas que ha concedido y también cientos los libros en los que Prado es citado para referirse sobre la captura del mítico guerrillero Ernesto Che Guevara. La contienda lo involucró desde el principio hasta su exacto final. Sabido es que el destino le reservó ser rival en el último combate y confidente en la última conversación que el Che tendría en vida.

EL CHE Y EL ELN
Volvió a Valle Grande. Esta vez encabezaba una tropa bien entrenada organizada para someter a una guerrilla que poco a poco se encaminaba a un predecible desbande. El 8 de octubre de aquel año, en medio de las diversas compañías que patrullaban la zona, los campesinos comunicaron a la suya que habían divisado a un grupo sospechoso en la quebrada del Churo. Ordenó sus escuadras en torno a la zona y luego se desataron tiroteos en diversos puntos.
“Quisieron escapar, pero los frenamos con una ráfaga de ametralladora y una granada de mortero. Luego, me gritan los soldados: ‘Mi capitán, aquí hay dos’. Ordené que les quiten todo. Él llevaba dos morrales, una pistola sin cargador, su carabina con el cerrojo roto y una ollita con seis huevos. ‘¿Qué pasó?’, les pregunté a los soldados. Me respondieron: ‘No me maten, soy el Che’”.
Aquella historia y sus infinitos detalles han dado vueltas varias veces al planeta. Pero a la carrera de Prado Salmón aún le aguardaban varios episodios de tensión, apronte y peligro. Apenas un año más tarde, en 1968, fue becado a Brasil a la Escuela de Comando y Estado Mayor. Un día cuando retornaba de clases con otro becario, el mayor alemán Von Westernhagen, el grupo guerrillero Comando de Liberación Nacional (Colina) intentó asesinarlo. Pero durante el seguimiento lo confundieron con el oficial alemán a quien asesinaron por error.
Al poco tiempo de su retorno a Bolivia, en agosto de 1971, se inició la dictadura de Hugo Banzer. Empezaban prácticamente 11 años de gobiernos militares que se antecedieron a la consolidación definitiva del sistema democrático. Prado se alineó con el sector de militares que pugnaban por el retorno a los cuarteles y la constitucionalización del país. Entre destino y destino militar y conflictos internos, participó de tres golpes de Estado, fue exiliado a Paraguay, detenido en el Ministerio de Gobierno y confinado en un confín beniano y otro del norte paceño.

LA POLÍTICA
En 1978, cuando Prado tenía 40 años, el general David Padilla, lo nombró Ministro de Planificación. Aquel Gobierno fue el primero que devolvió el poder a los civiles tras organizar elecciones generales. Desafortunadamente, las elecciones derivaron en un empate electoral que los políticos no pudieron superar. Luego, recurrentes golpes militares abortaron los gobiernos interinos de Walter Guevara (noviembre 1979), primero, y Lidia Gueiler (julio de 1980), luego.
En 1980, durante la dictadura de Luis García Meza, en un momento fatal, Gary Prado fue víctima de fuego amigo. En mayo de 1981, un grupo de la derechista Falange Socialista Boliviana (FSB) tomó el campo petrolero Tita. Prado, en su condición de comandante de división, fue a recuperar el lugar. El operativo fue incruento y rápido. Pero un error de manipulación de arma cometido por un subalterno causó que una ráfaga le hiriese en el tórax.
“Me destrozó la columna, estuve muy cerca de morir –recuerda–. De mis pulmones sacaron un montón de sangre, me estaba ahogando en ella. Luego me trasladaron a EEUU donde me recuperé durante cinco meses. Desde entonces me ayuda una silla de ruedas”.
Bolivia recuperó el sistema de libertades en octubre de 1982. El grupo de militares constitucionalistas comandó las Fuerzas Armadas durante las primeras gestiones de gobierno. Prado volvió a ser comandante de la Octava División ubicada en Santa Cruz. Recuerda que aún durante varios años aquellos comandantes debieron conjurar varias intentonas golpistas. En 1989, tras ser agregado ante la Junta Interamericana de Defensa completó su carrera militar.
Pero no optó por un retiro sosegado. “Me invitaron a formar parte del Movimiento de la Izquierda Revolucionaria (MIR). Ya me había hecho amigo de varios de ellos desde los tiempos de la lucha por la democracia. Contribuí a cambiarle la visión radical porque incluso había algunos que habían simpatizado con el Che. Y trabajamos harto para construir un partido democrático y muy bien organizado. En el Gobierno del MIR me designaron embajador en Londres y estuve tres años allí”.

FRENTE A EVO Y AL ELN
El MIR y aquel sistema de partidos colapsaron a principios de los años 2000. Y cuando a Prado bien le podía corresponder el tiempo del descanso del guerrero, el Gobierno de Evo Morales volvió a retarlo a la guerra. De manera sorpresiva, en mayo de 2010, el general fue involucrado en el engorroso caso de la masacre del hotel Las Américas. Durante el polémico y recientemente finalizado proceso, se le forzó a una detención domiciliaria y a tortuosas comparecencias.
Prado Salmón asegura que su inclusión en el denominado “caso terrorismo” respondió a una estratagema de los asesores cubanos de Evo Morales. “Recuerde que quienes acercaron a Evo al Gobierno de Cuba fueron los del ELN – explica–. Me involucraron de la manera más canalla. Por la información que fui recabando, mi inclusión en la lista fue por una determinación directa. Mi nombre no aparecía en ninguna de las listas de involucrados que las comisiones responsables elaboraron tras los hechos. Pero cuando ya se cumplía un año de la masacre, y la investigación no prosperaba, llamaron al fiscal Sosa a una reunión en palacio. Le reclamaron que formalice el juicio, pero Sosa respondió que no había cabezas ni militar ni política. Evo respondió: ‘Meta a Gary Prado’ y dictó otros nombres para las cabezas políticas”.
Tras casi una década de batalla legal y la salida del poder de Evo Morales, el caso fue anulado y los jueces dictaron sentencia absolutoria para los procesados. Prado, con tono ameno, concluye: “Por ahora quiero disfrutar de mi libertad”, como manteniendo un interminable desafío al destino.

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