Por: Clemencia Siles Santa Cruz. Artículo publicado originalmente en Página Siete // 13 de octubre de 2017. Disponible en: https://www.paginasiete.bo/opinion/2017/10/13/luis-adolfo-siles-entranable-democrata-pacifista-justiciero-155601.html
Los hijos de la democracia deben saber que la lucha por la restauración de este sistema de libertades –que, hoy, más de mitad de los bolivianos cree que está nuevamente en riesgo– comenzó mucho antes del 10 de octubre de 1982.
Esta forma de gobierno, inventada como alternativa al autoritarismo, que debe velar por el respeto de los derechos civiles, humanos y políticos de todos, fue posible gracias a varias generaciones que dieron su vida por construirla, recuperarla y sostenerla. Y uno de esos hombres fue el estadista socialdemócrata que nació, vivió, pensó, actuó y murió como un verdadero símbolo épico/ético al servicio de la institucionalidad boliviana, la justicia y la paz: Luis Adolfo Siles.
Nació hace 92 años, un 21 de junio de 1925, apenas un año y dos meses antes de que su padre, Hernando Siles Reyes, asumiera el mandato del país el 6 de agosto de 1926. Como recordó el historiador Carlos Mesa, la experiencia más dramática que vivió de niño fue precisamente la caída política de su progenitor en junio de 1930, sobre todo el terrible episodio del saqueo de su casa de El Prado de La Paz, donde hoy se yergue el edificio Herrmann.
No sólo se produjo la destrucción física de la residencia y el robo de sus bienes, sino que los asaltantes usaron armas de fuego con las que provocaron la muerte de una monja que en ese momento estaba en el domicilio.
Fue una marca indeleble en el niño, que entonces tenía cinco años. Esa huella brutal, que por otra parte había sido una constante en la vida política boliviana, no produjo en él una actitud de revanchismo, venganza u odio; fue una lección emocional que le permitió la construcción de una propuesta precisamente contraria a esa lógica de violencia: la búsqueda de la tolerancia, del equilibrio y de la paz.
Siles Salinas concebía la política como una misión, una responsabilidad, una convicción de vida, como un servicio en búsqueda del bien común en medio de políticos de primerísimo nivel, pero también de mediocres y miserables con los que le tocó lidiar.
Una de las herencias perecederas que legó durante su vicepresidencia y presidencia (agosto de 1966-septiembre de 1969) fue su aporte doctrinal a la Constitución Política del Estado de 1967 que, en su parte fundamental, se mantiene vigente después de las reformas de 1994, 2004 y de la última Asamblea Constituyente de 2009.
Cuando en el país estalló la guerrilla en Ñancahuazú, su posición como Vicepresidente fue clara. "Esta acción armada busca sustituir nuestro pluralismo en un sistema de partido único, nuestra democracia por el totalitarismo, nuestras libertades por el exilio de miles de compatriotas, nuestros tribunales por el paredón y la cruz por la hoz y el martillo… pero los extremistas no pasarán. La unidad de Bolivia y la solidaridad con nuestros soldados y nuestras Fuerzas Armadas nos salvarán”.
Antes del emblemático 1982 jugó un papel crucial en la derrota de la dictadura de Hugo Banzer (1971-1977). Estuvo comprometido en el levantamiento que terminó con la dictadura de García Meza, donde formó parte del equipo civil que se movilizó en contra del último dictador.
Gracias a su capacidad y convicción, una y mil veces demostrada, tuvo el privilegio que no ha tenido ningún compatriota: haber sido presidente constitucional de la república, presidente del Congreso Nacional y magistrado de la Corte Suprema de Justicia. Es decir que dirigió los tres poderes del Estado siempre con el horizonte claro de justicia, paz y democracia.
En su gobierno, mutilado injustamente por el golpe de Alfredo Ovando Candia (septiembre de 1969) y que representó un paréntesis de paz y legalidad entre los episodios dictatoriales, no hubo un solo opositor preso, desterrado ni muerto; no gobernó para un partido ni practicó el nepotismo. Todo lo contrario, sus actos fueron consecuentes con la integridad; se basó en la ley, la Constitución y el respeto a los derechos humanos.
Fundó, junto a otras personalidades, la Comisión de Justicia y Paz y la Asamblea de Derechos Humanos. Por su defensa a cientos de perseguidos, se lo reconocía como el "Evangelista de los derechos humanos”.
En 1978 fortaleció la huelga de hambre encabezada por las heroicas mujeres mineras y su negativa a levantarla hizo que el gobierno de entonces se comprometiera a dictar amnistía para el retorno de Paz Estenssoro, Siles Suazo, Lechín Oquendo, Guevara Arze y cientos de otros políticos exiliados por la fuerza de las armas. Siles terminó por imponerse y los despedidos regresaron a sus puestos de trabajo; el gobierno convocó a elecciones y el país recuperó la democracia.
Por todo ello y más, en estos momentos difíciles para la nacionalidad, invoco a recordar ese aporte valeroso a la institucionalidad porque el país necesita, con urgencia, ciudadanos con la integridad y lealtad democrática, ética y patriótica como la de Luis Adolfo Siles Salinas.
// Clemencia Siles Santa Cruz es periodista e hija del expresidente Siles Salinas.
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