Por: Tomas Molina Céspedes. Este artículo fue publicado el 12 de septiembre de 2014. // Foto: Tristán Marof.
El brillante intelectual boliviano Gustavo Adolfo Navarro Ameller, cuyo pseudónimo literario es Tristán Marof, en plena guerra del Chaco, 1934, publicó en la Argentina su obra “LA TRAGEDIA DEL ALTIPLANO”, uno de los mejores libros que leí, que es una denuncia demoledora del sistema feudal que imperaba en Bolivia, la triste condición de los siervos indígenas y la desastrosa guerra del Chaco a la que nos arrastró el Presidente Salamanca. A continuación transcribo trozos de la descripción que hizo Marof del indicado Presidente, como modo de alejarme y alejarlos de los torpes y vulgares comentarios de los politiqueros que han inundado esta red.
“Salamanca, el actual Presidente de Bolivia, es un hombrecillo menudo, amargado y de color cetrino… Su fisonomía sin expresión y sus ojos soslayados y fríos, no revelan en él ningún dinamismo e inquietud. Sus setenta años sopesados y su vieja enfermedad dolorosa, han hecho de este anciano un ser irascible, lleno de mezquindad y rencoroso, arrebatado y guerrero, que reacciona a ráfagas contra todo lo que le circunda… Su pobre contextura, sus miembros débiles y su rostro eternamente interrogante al vacío, guardan ritmo con su mentalidad retardada, excesivamente en retardo para las necesidades urgentes de su país… En 1932, resulta simplemente un estorbo y una antinomia para la realidad y el dolor bolivianos. Hombres paralíticos no impulsan a la historia. La detienen. Pretenden que camine hacia atrás. Pero como esta parálisis, es el resultado de la descomposición de la clase feudal que hasta ahora ha dominado a Bolivia, Salamanca, su “hombre símbolo”, para “salvarla” y continuar su política conservadora en otro terreno, no ha vacilado en precipitar a su país a la guerra… Salamanda es el hombre típico del feudalismo boliviano. Latifundista, abogado ladino, sofista consumado y enredador de pleitos y expedientes… Ni sus ideas, ni sus actos, guardan ritmo con su vestimenta liberal. Aquel pálido liberalismo de otrora muere de pudor en las faltriqueras de su viejo chaquet. Salamanca es el ejemplo más caracterizado de la politiquería altoperuana, pintoresca y demagógica, que comienza generalmente por una verborragia plañidera y sentimental y termina en la ferocidad reaccionaria… Solamente es posible la popularidad de Salamanca, gracias a la taumaturgia y al atraso en que viven las masas, ausentes de sentido crítico… Pero, sin este anciano inepto, no podría haber revolución… Salamanca no es mejor ni peor que todos los políticos bolivianos. Defiende los intereses de su clase. Es un hombre feroz y reaccionaria como los de su clase… Este “hombre simbólico”, para evitarles a los trabajadores bolivianos la indignidad de morir en las minas y en los ranchos, roídos por la miseria, les ha preparado una tumba más triste pero más “honrosa”, en los desiertos del Chaco… Lo único que se le ocurre a este “brillante cerebro”, es repetir su frase hueca y vacua: “necesitamos pisar fuerte en el Chaco”… La vanidad de Salamanca no reconoce límites. Parte de los desastres en la guerra se deben a él. Este anciano tozudo, descubrió a sus setenta años que, además de jurista, tenía pasta de estratega y desde el Palacio de La Paz se puso a dirigir las operaciones militares… El resultado no se dejó esperar; fue un desastre…”
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