Por: Juan José Toro Montoya / Publicado en guardiana.com el 14
de febrero de 2021.
En una fotografía, que forma parte del Archivo y Biblioteca
Armando Alba, él aparece en medio, con una copa en la mano y rodeado de
personas entre las que aparecen mujeres elegantemente vestidas, una con
sombrero y otra con una piel en el cuello. Se trata, obviamente, de una
recepción social, aunque la máquina proyectora que aparece a la izquierda
parece salir de contexto.
¿Qué reflejaba aquella foto? Forma parte de la documentación
que Armando Alba guardó como parte de sus recuerdos de Madrid, cuando vivió en
la capital española en su condición de embajador plenipotenciario de Bolivia.
El escritor y gestor cultural boliviano era metódico y ordenado, así que la
foto, y su entorno, corresponden a sus días en esa ciudad. Él aparece como
anfitrión, así que el lugar tiene que ser la embajada de Bolivia en España. El
problema es que esto último no puede comprobarse en el terreno.
Según las referencias del propio Alba, la Embajada de
Bolivia en Madrid se encontraba en la esquina de plaza del Callao con la Gran
Vía, en pleno centro de la capital. Sin embargo, el hecho de encontrarse “en el
centro” no garantizaba proximidad con las instancias de poder en España, que
las tuvo repartidas desde que se declaró a Madrid como capital, allá en los
tiempos de Felipe II. La Plaza Mayor nunca fue el centro político de España y
allí jamás funcionaron edificios gubernamentales, como gobernación o
ayuntamiento (alcaldía). En la Gran Vía, empero, estaban edificaciones
importantes, embajadas y hoteles tan célebres como el Florida, donde se
alojaron los corresponsales extranjeros que cubrían la Guerra Civil y pasó
gente de la talla de Ernest Hemingway, Antoine de Saint-Exupéry, Pablo Neruda,
Federico García Lorca, María Casares, Charles Chaplin y John Dos Passos.
Pero el Florida ya no existe. El célebre hotel fue comprado
en 1962 por un consorcio que todavía hoy se conoce como Galería Preciados y,
cuatro años después, lo mandó a demoler sin más ni más. Hoy es solo un recuerdo
y en su lugar está una enorme galería comercial de otro consorcio, El Corte
Inglés. Es probable que la Embajada de Bolivia haya estado muy cerca, pero
nadie tiene idea de su existencia. Las personas que trabajan en ese punto no
tienen una antigüedad laboral superior a 15 años y jamás nadie escuchó hablar
de una embajada. Se acuerdan del edificio de la telefónica, pero ese ya
corresponde a lo que fue el tercer tramo de la Gran Vía. El Florida, y la
legación diplomática boliviana, estaban en Plaza del Callao, que corresponde al
segundo tramo. Lo más probable es que la embajada alquilaba el edificio que hoy
ya no existe. Por ahí está el de la Asociación de la Prensa que; sin embargo,
tampoco lo ocupa. Actualmente, Bolivia tiene su representación diplomática en
la calle de Guisando, a ocho kilómetros del centro de Madrid.
SU LLEGADA
La documentación diplomática permite deducir que Armando
Alba viajó hasta España por vía marítima porque en su pasaporte diplomático
existe un registro de su paso por Cabo de Hornos.
Llegó a España en 1948, en tiempos del franquismo, y presentó
sus cartas credenciales en el Palacio del Pardo, que era la residencia que el
generalísimo había elegido para gobernar. Las fotografías muestran que fue
recibido por miembros de la Casa de Gobierno de entonces y fue flanqueado por
la guardia mora, una fuerza de elite integrada por musulmanes.
El Palacio del Pardo es una antigua construcción. Está a 15
kilómetros de Madrid y, de inicio, fue un pabellón de caza de la familia real.
Carlos I de España, a quien los bolivianos conocemos más como Carlos V, determinó
que allí se construya un palacio. Se dice que en su decisión pesó mucho la
opinión de su hijo Felipe que, años después, se convertiría en “el rey
prudente”, y quien decidiría que Madrid sea la capital del reino.
Desde entonces, la mayoría de las familias reales
gobernantes lo usaron como residencia de invierno pero, cuando triunfó la
República, lo precintaron, como muchas de las propiedades de la monarquía. En
el apogeo de su poder, Francisco Franco lo convirtió en su residencia, y casa
de gobierno, razón más que suficiente para que nadie más le diera ese uso.
Empero, ese fue el lugar al que Alba, igual que todos los
embajadores de aquel tiempo, llegó para presentarse, y donde fue homenajeado
con una fiesta.
AÑOS PROVECHOSOS
El escritor estuvo poco tiempo en España, solo hasta 1949,
pero fue tiempo suficiente para cultivar amistad con los intelectuales de la
época, muchos de ellos integrantes de la Real Academia Española o la de la
Historia.
Entre las amistades de su tiempo de España se cuenta a
Eugenio D’Ors, autor, entre otras obras, de “La Filosofía del hombre que
trabaja y que juega”, “De la amistad y del diálogo”, “Grandeza y servidumbre de
la inteligencia” y “La ciencia de la cultura”.
Fue también en Madrid donde encargó su busto, nada menos que
al maestro Juan de Ávalos, que ha dejado una fundación con su nombre, y que
forma parte del patrimonio de Armando Alba que, junto a su biblioteca y archivo
histórico, espera que la Alcaldía de Potosí cumpla su compromiso de restaurar
su casa para convertirla en un museo abierto.
ELIMINAR LA MEMORIA
Armando Alba estuvo en España entre 1948 y 1949 y mucho de
lo que él conoció ha desaparecido, o cambiado profundamente.
Y es que las sociedades humanas son dinámicas, cambian
constantemente, y eso incluye a sus residencias, hábitats y todo lo que le
rodea. Un ejemplo de ello es lo que España hizo con el templo de Santa María de
la Almudena, que era el más antiguo de Madrid, pero fue derribado en 1868 con
motivo de realizar remodelaciones a la Calle Mayor.
Hoy en día, los españoles lamentan la mala decisión de 1868
y, a manera de recordatorio, han puesto un escaparate subterráneo en la esquina
de las calles Almudena y Mayor. Allí se ve una reconstrucción de las ruinas del
templo. Es cierto que luego se mandó a construir la impresionante catedral de
la Almudena, más lejos, en la Plaza de la Armería, pero nada logrará reparar el
daño de haber tirado el templo más antiguo.
Por fuera del escaparate, que se parece al museo subterráneo
construido recientemente en la calle Junín de Potosí, está la estatua de un
hombre que no identifica a nadie en particular. Se trata de un vecino que está
ahí, como vigilante de que nadie más vuelva a derribar cosas antiguas a título
de modernidad.
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