Por: Julio Peñaloza / La Razón, 4 de octubre de 2020.
Koatravel es un blog en el que se pueden encontrar textos
relacionados con asuntos de la vida pública de Bolivia, perdidos con el
transcurso del tiempo. El responsable y autor de este interesantísimo
espacio, Freddy Céspedes Espinoza, es un especialista en turismo y luego
graduado en comunicación de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA). En el
referido blog a su cargo figura, incluso, un testimonio del que fuera chofer de
Victor Paz Estenssoro en los años 50, Luis Sánchez Vargas.
Luego de leer su relato acerca de la céntrica casa en la que
se encontraba el Control Político dirigido por Claudio San Román, fui en
su búsqueda para que me autorizara publicarlo, con ajustes de edición para esta
serie de artículos sobre la persecución política . En nuestra conversación,
Céspedes me refirió que en esa transformadora y turbulenta época para Bolivia,
se quemaban libros que no eran del agrado del régimen movimientista, y que con
los años, logró organizar una pequeña biblioteca referida a la persecución y a
la violencia política. Él está convencido que los bolivianos dedicados a la
política se pasan la vida persiguiéndose unos a otros, ajustando cuentas,
echando mano de algo así como un catálogo del rencor y la revancha.
La tenebrosa casona de Claudio San Román
Cae la noche y un constante aguacero detiene mi marcha por
la Calle Potosí y Yanacocha en La Paz, allí sigue en pie una maciza casona
republicana, con ventanales opacos de principios del siglo XX y vetustos
balcones que cuelgan peligrosamente hacia la calle. Pareciera que este
edificio, nunca hubiera tenido color, que nadie sintió apego ni atracción por
ella. Siempre lució igual, desprovista de nobles sentimientos.
Ingreso a la casona y continúa la lluvia con un viento
que me estremece por los fuertes truenos que sacuden la
cordillera y se amplifican en la profundidad de la ciudad. Cada
rayo ilumina La Paz, menos a esta casa, herméticamente cerrada por sus
cuatro lados, prisionera de los gritos internos.
Me deslizo por un zaguán que conecta al
patio casi cuadrado; observo las habitaciones de la planta baja y levanto la
cabeza con temor hacia el primer y segundo pisos que
mantienen sus corredores y balcones de hierro forjado que permanecen fríos,
sólidos y apáticos ante mi presencia.
Estoy en la casa más abominable del pasado movimientista, imagino
en cada espacio un murmullo inusual de gente que corre por sus
escaleras, escucho los disparos aislados de la lejanía y duele
imaginar a tanta gente asustada que ingresa a ella por razones
políticas. Han sido capturados.
Me doy un respiro profundo, cierro los ojos y los
vuelvo a abrir. Están enfrente mío, bien alineados, los agentes del
Control Político del MNR que tenía las ventanas cubiertas de madera para evitar
que se escucharan los gritos de los torturados. En medio del patio se encuentra
un hombre muy moreno, algunos lo tildan de Negro, cuello grueso y
robusto, casi calvo que con su voz estremece todo el ambiente y arenga a sus
subordinados con palabras durísimas de tinte cuarteril. Se encuentran también,
Luis Gayán Contador, antiguo mercenario chileno que sirvió en la Guerra del
Chaco y segundo en la jerarquía, y Ademar Menacho, ex falangista, obeso
pero fuerte como un oso, y aburrido de la arenga del jefe Claudio San Román.
Luego observo a Jorge Orozco Lorenzety, René Gallardo Sempértegui, Oscar Arano
Peredo, Mario Zuleta, José Soria Galvarro, Raúl Gomez, Andrés Herbas
Ramallo y otros que conformaban ese grupo de agentes y milicianos a las órdenes
de San Román.
Se trata del aparato de represión mejor organizado en la
Bolivia de los años 50-60, dejando muy atrás a otros que existieron en nuestra
historia, fueran democráticos o dictatoriales, y que les
permitió a varios presidentes respirar por más tiempo en el poder.
El jefe es el ya citado Claudio San Román, entrenado
por el Federal Bureau of Investigatión (FBI) de los Estados Unidos de
América en técnicas de persecución humana, con vocación para
martirizar y castigar con violencia extrema a los
falangistas, enemigos políticos del régimen. Fue el creador de la policía
política organizada en Bolivia y supo fusionar técnicas de tortura de la
Cheka rusa y la Gestapo alemana. Bajo su dirección se modernizaron los
sistemas de control de archivos de seguimiento,
ficheros para el manejo de la información precisa de cada ciudadano,
de asociaciones, sindicatos, empresarios, comerciantes o cualquier
militante del partido (MNR) y de la oposición. Nadie se salvaba. Todo
estaba perfectamente registrado y con un presupuesto altísimo que erogaba el
Estado a través del ítem “Gastos Reservados”.
San Román y el Control Político recibían directamente fondos
asignados en el presupuesto General de la Nación, además de otras sumas
extraordinarias que la Corporación Minera de Bolivia (COMIBOL) debía entregar
cuando se presentaba alguna emergencia.
Llenar de presos las cárceles
Para San Román tener las cárceles llenas era una de
sus mayores satisfacciones y solía enfadarse cuando no tenía carne para
torturar. Increpaba a sus esbirros, amenazándolos, para que cuando regresara de
sus “diligencias”, pudiera encontrar unos cuantos dientes esparcidos en el
piso.
A mayor cantidad de presos, mayor era el
presupuesto. Las sumas que manejaba San Román eran significativas. Basta anotar
que en 1964 se asignaron al capítulo de Gastos Reservados, 232 millones de
bolivianos —íntegramente administrados por San Román— a los que hay que
agregar 52 millones que recibía para pago de sueldos mensuales a los
milicianos, 3500 dólares mensuales de entonces que nunca tuvieron explicación
acerca de su destino y otros mil dólares más, también mensuales, que se le
entregaba directamente por orden expresa del Presidente de la República.
Volvamos al patio de la Casona: Todos los que estaban
formados, habían recibido entrenamiento en violación de correspondencia,
escuchas telefónicas, seguimiento personalizado constante, técnicas de tortura
sofisticadas y criollas con el único fin de proteger al Estado del
MNR. Además todos habían regresado de la guerra del Chaco y disfrutaban
disparar armas de fuego, cualquiera fuera el motivo.
La planta baja estaba íntegramente destinada a las celdas
para los presos, existiendo en una de ellas un recinto subterráneo destinado al
castigo de los detenidos que, por su estado de salud, ya no podían soportar
tormentos más violentos.
El segundo piso albergaba algunas oficinas y algunas celdas,
pero estaba principalmente destinado a las salas de tortura, como la llamada
cámara de gases en la que eran encerrados aquellos elementos que se resistían a
revelar sus presuntos secretos. Allí se utilizaban gases lacrimógenos, gases
fétidos, gases vomitivos, hasta gases que provocaban carcajadas que destrozaban
el sistema nervioso, que desesperan y martirizan a la
víctima, llegando inclusive hasta a enfermarla gravemente.
En otra sala de regulares proporciones, habían sido
instalados varios aparatos destinados al castigo de los detenidos rebeldes o
reacios a contestar adecuadamente las preguntas que se les hacían. El potro del
tormento, por ejemplo, era una máquina conocida desde el medioevo para
atormentar a los presos; el “chanchito”, cuyas horribles consecuencias
eran heridas de vidrio roto en el pecho y en la cara de la víctima; las
“roldanas” que se aplicaban atando al detenido de los pies y estirándolo
mediante un fierro que era pasado por debajo de los brazos, utilizando un
sistema de cadenas. Con estos tres sistemas de tortura se obtenían generalmente
los resultados pretendidos, pues a cualquiera le resulta en extremo difícil
soportar por mucho tiempo los agudos dolores que su aplicación provoca. Existía
además un cuarto especial, conocido como el” Cuartito Azul”, que estaba
revestido de cemento, para “bañar” al preso que se desmayaba o que
evidentemente no podía soportar castigos peores, al que se baldeaba
intermitentemente y se dejaba toda la noche desnudo o semidesnudo en
el cuartucho con agua hasta cierta altura.
Finalmente, el tercer piso estaba destinado a almacenar y
revisar toda la correspondencia que se sustraía de correos, así como todos los
libros y folletos calificados como propaganda comunista o falangista por el experto
español Francisco Lluch Urbano. Las cartas eran secuestradas en valijas de las
dependencias postales. Había en este piso, igualmente, un corredor que
aparentemente servía para las prácticas de tiro de los agentes del Control
Político, pero que con mucha frecuencia era ocupado para simular fusilamientos,
causando en las víctimas, graves alteraciones nerviosas y psíquicas.
El Control Político inició sus actividades en 1953 con un
total de 150 agentes, que paulatinamente fueron en aumento hasta llegar en 1964
a 600 aproximadamente sólo en La Paz, y sin contar confidentes, y soplones que
no ganaban sueldos, aunque sí recibían jugosas comisiones: prostitutas,
peluqueros, lustrabotas, taxistas y otros, por ser ellos, los
escuchas y delatores de potenciales enemigos del gobierno.
“Señor Gayán, cayó un falangista” (Testimonio de Hernán
Landívar Flores)
“A las 11 de aquel mismo día, yo, Hernán Landivar Flores,
fuí sacado de mi celda y llevado ante Gayán. Al ingresar a su oficina lo
encontré sentado detrás de su escritorio. Inmediatamente me di cuenta,
con solo mirarlo, que la leyenda de terror que sobre él corría en el
pueblo boliviano era cierta. Al primer golpe de vista uno comprendía estar ante
un degenerado. Era sencillamente repulsivo. Con un ojo desviado, la mirada fría
que se fijaba en uno, lo hacía aparecer como un poseído. Al levantarse de su
asiento su figura me pareció grotesca.”
“Hombre corpulento de más de un metro con 80 centímetros y
cien o más kilos de peso. Sus ojos tenían una aureola roja de un habitual
aficionado al alcohol. Su tufo era asqueroso y emanaba de su cuerpo un olor
repugnante. Tenía colgado del cuello un tirante especial del cuál pendía una
cachiporra de goma con la punta emplomada”.
“El chileno Luis Gayán Contador fue contratado por la
llamada Revolución Nacional para torturar a los bolivianos, con pésimos
antecedentes, fichado en su propia patria por robos y crímenes y dado de baja
del Cuerpo de Carabineros de su país”.
—“¿Niega usted ser amigo del señor Unzaga?”
—“No, no niego, soy su amigo y lo estimo muchísimo, pero no
sé dónde se encuentra”.
“Luego Gayán suavizó la voz , se sentó y me dijo: El
presidente Paz Estenssoro es magnánimo y le promete que olvidará sus
trajines subversivos si usted nos indica dónde se encuentra el señor
Unzaga y Ambrosio García . Le daremos un cargo en el Consulado de Bolivia en
Buenos Aires y dos millones de bolivianos. ¿Acepta usted? No pierda esta
ocasión que es la única salvación que le queda. Piense en su mujer y sus
hijos…Pueden quedar sin padre!”
—“Me es imposible indicarle el domicilio del Señor Unzaga o
el de García porque no sé dónde viven. Nadie puede confesar lo que no
sabe. Además aun cuando lo supiera no se lo diría, pues no nací delator”.
“Gayán saltó de su asiento y se lanzó sobre mí . Caí al
suelo por supuesto al recibir el impacto de semejante mole. Traté de
levantarme y no lo conseguí. Me dio un pisotón en el estómago y quedé
desmayado. Volví en mí al recibir un chorro de agua fría en la cara.
Cuando trataba de incorporarme, Gayán se echó sobre mí, puso sus rodillas sobre
mi vientre y con sus dos manazas asquerosas me tomó de la cabeza y
comenzó a golpearla contra el suelo. Pensé que no resistiría un minuto
más. Luego con una brutalidad increíble introdujo sus dedos pulgares en mis
ojos que iba oprimiendo lenta y despiadadamente.”
“Yo no veía estrellas, veía venir la muerte, sentía un sudor
frío y un desvanecimiento que me iba anestesiando el alma. El dolor era
desesperante, el torturador no cesaba de preguntar “Dónde está el señor Unzaga,
Unzaga, Unzaga, dónde está? Y me arrojaba a las narices su hedor y su saliva.”
“Cuando me recupere del desmayo, me encontraba completamente
desnudo y con las manos atadas. Gayan estaba solo y me contemplaba con mirada
siniestra. Luego tomó unos aparatos que no alcancé a precisar, pero que
parecían castañuelas, me agarró con ellos los testículos y me los fue
oprimiendo poco a poco, brutalmente. Fue terrible aquello. Nunca había sufrido
dolor más grande. Me retorcía, me desmayaba, volvía a recuperar el
sentido para seguir sufriendo la misma tortura y escuchar las mismas
inquisiciones : “¿Dónde está Unzaga… Unzaga, y al final García…García?”.
“Sus palabras ya no tenían sentido para mí. Saciado ya de
haberme torturado y sin haber conseguido la delación que perseguía, Gayán
volvió a llamar a sus ayudantes y les ordenó: “ Llévenlo al Panóptico y si no
habla mátenlo” y dirigiéndose a su principal secuaz Jorge Rioja, le dijo:
“ Tú me respondes de este carajo”. Las torturas continuaron en el Panóptico…
¿Quién fue Claudio San Román?
Nació en el Valle de Carasa, hoy Santiváñez, en el
departamento de Cochabamba. Su niñez fue oscura y fue criado por un tío que de
acuerdo a las fuentes, lo ocupaba para hacer mandados y cargar pesados bultos
del mercado. De una infancia vacía de amor, ya joven, con la
necesidad de independizarse de su duro pasado, llegó a La Paz y se enroló
en la Escuela de Clases del Ejército, que entonces se encontraba en la zona de
San Jorge.
Partió como cabo al Chaco, volvió con el grado
de sargento reenganchado en el Ejército. Nada promisorio en su
ascenso y como militar de baja graduación, tuvo que dar
cumplimiento a los diferentes destinos que le asignaron en Bolivia.
Durante el gobierno de Gualberto Villarroel en 1943, su
paisano José Escobar le ofreció un cargo en el Departamento de
Investigación Especial. Desde allí se le abrió un horizonte promisorio pese a
ser semiletrado y comenzó a obrar con astucia y viajar becado a los
EE.UU, ya con el grado de teniente de Ejército. Allí afinaron sus
atributos personales en el FBI. Aprendió el arte de acosar al ser humano, darle
caza, y sobre todo, los infalibles métodos de tortura para hacer hablar y
confesar. Era todo un profesional.
En 1946 Gualberto Villarroel fue colgado en la Plaza
Murillo y quedaron el MNR y Razón de Patria (RADEPA)
desarticulados, pero lo peor que le sucedió fue haber sido dado de baja
del Ejército. San Román, solicitó ser reincorporado y se lo negaron. También se
dirigió a la Policía con su título del FBI y tampoco lo aceptaron. Fue
soplón del Departamento Segundo del Ejército, estuvo en el panóptico de San
Pedro como preso en 1949. Fue tildado de informante dentro la cárcel y salió
para desaparecer.
Al producirse el triunfo movimientista en Abril de 1952, San
Román fue uno de los primeros en aparecer mezclándose entre los
revolucionarios, y por supuesto demandando su cuota en la repartija de
situaciones. Logró que lo reincoporaran al Ejército, también restituir los
sueldos de los años perdidos por la baja, y así se encaramó de a poco en la
difícil lucha de ganarse loas del Ministro de Gobierno, Federico Fortún,
a fuerza de brutalidad, inteligencia y sagacidad.
“Curawara de Carangas palomita, testigo de mis
horrores, ciento por ciento me han de pagar”. Así coreaban los falangistas
torturados en la calle Potosí, luego trasladados al panóptico y luego a
los campos de concentración de Coro Coro, Catavi, Uncía y los más peligrosos
para el gobierno, precisamente a Curawara de Carangas, cerca al nevado Sajama
donde las temperaturas suelen bajar hasta 25 grados bajo cero.
San Román fue el creador del Control Político que durante
doce años fue una dependencia funesta y temida en la que se cometieron
todos los excesos y se violaron todos los derechos humanos bajo su
dirección. Fue el alma y cerebro de la organización persecutoria, represiva y
violenta de los gobiernos del MNR.
Fuentes de Freddy Céspedes Espinoza Koatravelnews.blogspot.com:
San Román,biografía de un verdugo (Autor anónimo )
Infierno en Bolivia, Hernán Landívar Flores, 1965.
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