Por: Ricardo Ávila Castellanos.
La independencia de Bolivia levanta espesa bruma, creada por
recelos, intereses, cálculos, desinteligencias y otros factores internos y
externos.
El suceso histórico adquiere caracteres dramáticos o se
torna propiamente en drama histórico.
Entre sus personajes, Andrés Santa Cruz desempeña papel muy
importante. De sus labios se escuchará un día estas palabras. “Aprendamos a
merecer nuestra independencia, antes que mendigarla”.
Mientras Sucre ejerce el mando supremo en Bolivia, Santa
Cruz acude al llamado del Libertador y, en junio de 1826, asume la presidencia
del Consejo de Gobierno de la República Peruana.
En septiembre del mismo año, Bolívar resuelve regresar a
Venezuela. Antes de marcharse, designa a Santa Cruz para que le sustituya como
presidente del Perú, usando la facultad que al efecto le dio el Congreso.
Santa Cruz trabaja leal y fructíferamente en servicio del
pueblo cuya conducción se le ha encomendado.
Fiel al Libertador, pone en vigencia la Constitución
Política redactada por aquél para la república de Bolivia, a pesar de que es
resistida por algunos círculos. Al saberlo, Bolívar le releva de mantenerla,
diciéndole que el gobierno obre libremente, oyendo “la voluntad pública”.
Santa Cruz forma nuevo gabinete ministerial y convoca a
elecciones de representantes nacionales, ante los que, reunidos en Congreso en
junio de 1827, lee su mensaje y renuncia la presidencia. Esta es aceptada y se
elige para el cargo al general La Mar. Luego, el mismo Congreso declara abolida
la Constitución bolivariana y restituida la de 1823.
Santa Cruz se ausenta del Perú, en misión diplomática, que
es un destierro disimulado.
Mientras tanto, en Bolivia se conjura entre sombras. A fines
de diciembre de 1827 se subleva un regimiento en La Paz y, por calles de la
ciudad, se viva a voz en cuello a los generales Santa Cruz y Gamarra. Este,
“amo del sur del Perú”, prepárase a invadir Bolivia. Sin embargo, el 5 de marzo
de 1828 celebra en el Desaguadero una conferencia con el presidente Sucre,
cuyos resultados tranquilizan al mariscal; pero el 18 de abril se amotinan en
Chuquisaca los Granaderos de Colombia, vivando a Gamarra y al Perú. Sucre
dirígese al cuartel, a reprimir el alzamiento, siendo recibido a balazos, uno
de los que le destroza el brazo derecho.
Gamarra, que está atento al motín, inicia la invasión a
Bolivia el 30 del mismo mes, al mando de un ejército de cinco mil hombres. El 8
de mayo ocupa la ciudad de La Paz; después las de Oruro y Potosí... La ambición
del general peruano está satisfecha de gran modo y la independencia de Bolivia
en grande peligro. Sus cómplices se quitan la careta. Gamarra somete al país a
su voluntad, e impone el humillante Tratado de Piquiza (6 de junio de 1828),
que, en primer término, obliga al cambio de autoridades bolivianas.
Sucre, afectado por ese “tratado” más que por el brazo roto
o por la ilegítima prisión a que fue sometido u otros hechos, abandona el
territorio boliviano.
Eso es lo primero que viene buscando Gamarra, pues sabe que
el mariscal de Ayacucho es defensor intransigente de la independencia nacional,
como que, temeroso de la suerte de la república, deja, antes de marcharse, el
imperioso mandato para los bolivianos “de conservar por entre todos los
peligros la independencia de Bolivia”.
En la misma oportunidad, propone al Congreso Nacional que su
sucesor en la presidencia sea Andrés Santa Cruz. Con ello cumple la resolución
del Libertador Bolívar, y su propia convicción de oponer al general peruano un
hombre, quizá el único, que puede enfrentarle en sus pretensiones.
Ausente el mariscal Sucre, Gamarra ingresa a Chuquisaca.
El Congreso se reúne y actúa bajo el temor que impone el
invasor y la complicidad de algunos agentes suyos. Acepta la renuncia de Sucre
y, por cálculo político, o quizá para calmar los ánimos y aplacar la opinión
pública, elige presidente de la república a Andrés Santa Cruz y vicepresidente
al general José Miguel de Velasco. Y concluye convocando a una “Asamblea
Convencional”.
En ausencia del presidente electo—que está en Chile, como
ministro del Perú— se encarga provisionalmente esas funciones al vicepresidente
Velasco.
Gamarra, bien pagado, vuelve al Perú, pero deja establecida
una maraña en la que se mueven sus agentes y cómplices, con el general Pedro
Blanco a la cabeza, o quizá éste como simple testaferro.
Santa Cruz acepta la presidencia y se encamina a Bolivia;
pero antes de que él llegue a territorio patrio, se reúne la Asamblea
Constituyente (18 de diciembre), que anula la anterior elección y designa a dos
adictos de Gamarra: presidente, el general Pedro Blanco, y vicepresidente D.
Ramón Loayza.
Hace más esa atemorizada Asamblea: decreta reponer a la
nación el nombre de Alto Perú.
Todo aquello dura poco, apenas unos días. Los coroneles Mariano
Armaza, José Ballivián y Manuel Vera, y con ellos otros patriotas, levántanse
en armas y deponen a Blanco.
Velasco, reasume la presidencia, jurando el cargo ante la
Asamblea, el mismo día que es victimado Blanco (primero de enero de 1829).
La hora es confusa. La Asamblea decreta “llamar nuevamente”
al mariscal Andrés Santa Cruz como presidente, “nombrado por el Congreso
Constituyente y deseado por todos los bolivianos”.
Velasco, de su parte, anula los actos de la Asamblea y
proclama en vigor los del Congreso; invita a Santa Cruz a asumir la presidencia
de la república, a cuyo efecto se destaca una nutrida comisión, que entrevista
a aquél en Arequipa, donde acaba de contraer matrimonio con doña María
Francisca Cernadas.
Los comisionados cubren de halagos al mariscal y, en forma
conmovedora, le informan de la situación del país. Nada de eso es novedad para
él, que viene siguiendo con ansiedad el desarrollo de los sucesos en Bolivia.
— “Iré, señores — les responde—, no a ocupar una silla que
no es mi inclinación, sino a servir a Bolivia y a sacrificarme en su obsequio,
para corresponder a su confianza y llenar sus esperanzas”.
Y el dos de mayo de 1829 parte rumbo a La Paz. Aquí asume la
primera magistratura, prestando juramento en solemne ceremonia, realizada en la
iglesia de San Francisco (24 de mayo).
A la sazón, Bolivia atraviesa por un período caótico. Su
pueblo, abatido por décadas de guerra a muerte, sufre hambre y miseria. Los
resabios del colonialismo están por todas partes. La gran masa humana — los
indígenas— sojuzgada, desposeída... Las luchas fratricidas son constantes. El
ejército es una masa informe, donde la indisciplina y la ambición del poder son
como normas de conducta de sus miembros. El erario exhausto. Hay pobreza,
ignorancia, contradicciones, prejuicios por doquier.
La tarea que espera al mariscal Santa Cruz es ímproba. Nada
le arredra. Comienza por proclamar — como quien se traza unas líneas maestras —
que su “obra máxima” será “organizar el Estado de una manera que sea respetable
a los vecinos por su poder y recomendable por sus virtudes”. Repitiendo lo que
hizo en la presidencia del Perú, deroga la primera Constitución Política que
tiene Bolivia, considerando que ella “ha motivado el descontento de la Nación”,
y reitera que “la reorganización de la República” es el “grande objetivo” de
sus “compromisos y de la voluntad general”. Luego asume la totalidad del poder
público, centralizándolo en su autoridad, “mientras se reúne la representación
nacional”.
Consagra su atención a la hacienda pública; dicta normas
para regular el comercio y estimular la naciente industria nacional; reorganiza
el ejército, sobre bases de severa disciplina y sobriedad; crea el Departamento
del Litoral, con el puerto de Cobija, proveyéndole de servicios y medios posibles;
se interesa por la vialidad, pone énfasis en el fomento de la educación
pública...
Es el momento histórico en que el capitalismo se conforma en
el mundo, desplazando al feudalismo. Inventos y descubrimientos revolucionan la
técnica y abren grandes fábricas. Las ideas liberales se difunden y hacen
brecha. La burguesía lucha y gana terreno. Los vientos originados en Europa
traen a América aires nuevos.
En materia de legislación, el gobierno Santa Cruz une el
pensamiento y la vida. Recoge la madurez de la sabiduría francesa, en lo que
tiene de universal y creador, y la traduce en cuerpos orgánicos avanzados, de
modo que Bolivia se adelanta a sus hermanos de América en darse leyes propias,
en diversas ramas. Aquella legislación, redactada con la personal sugestión del
mariscal Santa Cruz, tiene, pues, la influencia de la codificación napoleónica
y está inspirada en el pensamiento doctrinario de tipo democrático- burgués.
Más de un año lleva el estudio y la redacción de los Códigos Civil, Penal y de
Procederes, que son promulgados por decreto de 28 de octubre de 1830, mandados
a publicar por decreto de 22 de marzo de 1831 y aprobados por la Asamblea
General Constituyente mediante ley de 18 de julio de 1831, la misma que dispone
que aquellos cuerpos legales lleven la denominación de Códigos Santa Cruz, en
homenaje a su inspirador.
La Asamblea General Constituyente de Bolivia se reúne en la
ciudad de La Paz, a mediados de 1831.
En la sesión inaugural, Santa Cruz lee su mensaje
presidencial. “Yo me encargué —dice— de la patria moribunda, dividida por los
odios y las desconfianzas, destrozada por la anarquía y por acontecimientos
desgraciados, desorganizada en todos sus ramos y consumida de miseria”. ¿Y
ahora? Ahora “todo ha tomado un nuevo aspecto; y por donde quiera que se
extiendan vuestras miradas no divisaréis más que una perspectiva de prosperidad
y de esperanza”.
Los actos del gobierno son aprobados por la Asamblea con
aplausos y expreso reconocimiento de la obra bienhechora del presidente, a
quien le discierne honores especiales.
El 14 de agosto, la misma Asamblea General sanciona la nueva
Constitución Política del Estado y, mediante ley, designa a Andrés Santa Cruz
presidente constitucional de la república. En la misma fecha, éste promulga el
nuevo código fundamental y jura el cargo.
Tarija provincia y departamento
En aquella Constitución — la segunda, en orden cronológico,
que se da Bolivia -aparece Tarija- que no había figurado en el texto de la
anterior –formando parte del territorio nacional, aunque como provincia, junto
con la del Litoral (Art 3º.). con el derecho de “nombrar” un senador (Art. 41)
y representante “por cada cuarenta mil almas de población, y las fracciones que
alcancen a veinte mil”.
Con ello, se diría que el bolivianismo del pueblo tarijeño
triunfa tras larga lucha llena de sinsabores. En efecto: en los plebiscitos de
6 de junio y de 16 julio de 1825 de 26 de agosto, de 7 de septiembre y de 17 de
octubre de 1826, Tarija expresa su voluntad de formar parte de la república de
Bolivia. Elige a Baltasar Arce, Joaquín Tejerina y José María Ruiloba sus
representantes al Congreso Constituyente de 1825, convocado por el mariscal
Sucre, los que no son admitidos esgrimiéndose fútiles argumentos. Insiste, y en
7 de septiembre de 1826 nombra diputados a la Constituyente, convocada “para
formar la Constitución del Estado”. La distinción recae en los doctores José
María de Aguirre y José Fernando de Aguirre, como propietarios, y en el coronel
(rabino Ibáñez y don José Hevia y Baca, como suplentes. Presentes ellos en
Chuquisaca, no escatiman esfuerzos en el cumplimiento de sus deberes
patrióticos y, con sagacidad, obtienen que el 23 del mismo mes aquel Congreso
sancione la ley que establece:”1°. La Representación Nacional desconoce los
actos y niega su ratificación a las negociaciones porque haya sido desmembrada
la provincia de Tarija del Territorio del Alto Perú, hoy República Boliviana.—
2°.—En virtud de las reiteradas negociaciones de Tarija y de su libre y
espontánea resolución para incorporarse a Bolivia, se admite en el Congreso
Constituyente a sus diputados que se hallan en esta Capital, luego que,
examinadas sus credenciales estén conformes al Reglamento de 26 de noviembre
del pasado año”. El presidente Sucre observa la ley, temeroso, posiblemente, de
contrariar al Libertador Bolívar que el 25 de octubre de 1825 vióse obligado a
intervenir en la “cuestión de Tarija”, a requerimiento de los plenipotenciarios
argentinos que pedían la “devolución” de esa provincia a la república del
Plata, petición a la que Bolívar accedió. Quizá piensa también el Gran Mariscal
que, promulgándola, se perjudicarían las buenas relaciones de su gobierno con
el de la república Argentina, cuyo emisario (general Arenales) trajo y
actualizó el problema. “El Gobierno —dice el presidente Sucre en su mensaje al
Congreso— desea que con todos estos antecedentes se medite, circunspecta y
fríamente, si es este momento la ocasión que la justicia y los intereses
nacionales exigen el pase del Ejecutivo a la ley de 23 del corriente”.
Pero Tarija no se resigna ni se conforma. Hay nuevos
pronunciamientos y hasta actitudes radicales que obligan al presidente de la
república a retirar sus observaciones y promulgar la ley el 3 de octubre.
Los diputados por Tarija se incorporan al Congreso
Constituyente y, como tales, los señores de Aguirre suscriben la Constitución
Política aprobada el 6 de noviembre de 1826, es decir la primera de la
república de Bolivia. Sin embargo, Tarija no figura en ella como parte del
territorio nacional.
Luis Paz dirá: “Voto de honor al pueblo tarijeño que triunfó
sobre la omnipotencia de Bolívar, sobre la autoridad de Arenales y sobre las
vacilaciones de las Asambleas bolivianas de 1825 y 1826; y gratitud a la
memoria del patriota General Bernardo Trigo y la del ilustre irlandés
O’Connor”.
Por su parte, el Congreso General Constituyente de las
Provincias Unidas del Río de La Plata incorpora a su seno a D. José Felipe
Echazú y a D. Juan Antonio Ruiz, como diputados por Tarija, y, luego, el 30 de
noviembre de 1826, sanciona la ley que promulga el presidente Rivadavia, el
primero de diciembre del mismo año, que dice: “Artículo Primero.— Queda elevada
al rango de Provincia la ciudad de Tarija con el territorio adyacente.—
Artículo Segundo. Se le declaran todos los derechos y prerrogativas que la Constitución
y las leyes establecen en favor de las Provincias”.
Tarija mantuvo incólume su devoción bolivianista.
En el Congreso de 1828 está representada por el coronel
Bernardo Trigo y los doctores José Felipe Mendieta y José Pablo Hevia y Baca,
quienes en las primeras sesiones “observan” que se utilice el término
“provincia”, como se había hecho en la convocatoria a la Asamblea Convencional,
al referirse a Tarija, y piden que se le reconozca el rango y la condición de
departamento, a cuyo efecto presentan un proyecto de ley. La oposición es
abrumadora, no solo en número, sino en expresiones hirientes. Duerme el
proyecto, por decir lo menos, y persiste la injusticia de mantener a Tarija
como provincia, aunque no dependiente. La Constitución promulgada por el presidente
Santa Cruz el 14 de agosto de 1831, proclama que Tarija está comprendida en el
territorio de Bolivia, pero siempre como provincia. En el Congreso de ese mismo
año se actualiza el proyecto de 1828 que, con algunas modificaciones, se
sanciona el 22 de septiembre, promulgándolo como ley de la república, el 24 del
mismo mes, el presidente Santa Cruz y su Ministro del Interior Manuel José de
Asin. Su articulado dice así: “1º —Se erige la Provincia de Tarija en
Departamento — 2°.— Para la dotación de todos los empleos y establecimientos
necesarios, se autoriza al Gobierno para que presente a la próxima Legislatura
los datos más convenientes.— 3º.— El artículo primero no tendrá efecto hasta
que las Cámaras con vista de los datos que se exigen por el artículo segundo
arreglen las rentas, provincias y todo lo conveniente al Departamento”.
El presidente Santa Cruz, que conoce los antecedentes
históricos, políticos y sociales de Tarija y está consciente de la
justificación de la ley que acaba de promulgar, da pasos importantes para la
vigencia de ella.
Comienza por nombrar al coronel Bernardo Trigo Prefecto y
Comandante General del Departamento. “A usted — le dice en carta privada —, que
ha sido el primer Gobernador boliviano de Tarija, le corresponde ser el primer
Prefecto”. Trigo acepta el cargo “por tres o cuatro meses”, “con renuncia de
sueldo” — expresa en su respuesta —, porque sus ocupaciones privadas le
demandan tiempo y esfuerzo para rehacer su economía “hondamente afectada” en
servicio de la patria. Y con ahínco el coronel se dedica a organizar la
administración departamental, a formar cuadros estadísticos sobre producción,
demografía, etc. de las circunscripciones que se constituirán en provincias del
Departamento, y otros aspectos.
Con todo, el cumplimiento integral de la ley se hará con un
poco más de tiempo.
Mientras tanto, en el texto constitucional siguiente, que el
mismo presidente Santa Cruz promulga el 20 de octubre de 1834, Tarija continúa
figurando como provincia (Art. 3°.). Será a partir de la Constitución de 1839
en que aparezca con el rango de Departamento (Art. 4°.).
Visita presidencial a Tarija
El año 1833 se recrea en Bolivia una ola de optimismo. El
presidente Santa Cruz gran administrador de la cosa pública puede
enorgullecerse de su obra gubernamental, realizada en los últimos cuatro años.
El país tiene estructura política, y se abren los caminos del orden, la
disciplina y el trabajo creador. Hay paz y respeto, dignidad y soberanía
nacionales.
En ese clima, es posible y necesario que el presidente de
los bolivianos visite el territorio nacional, se ponga en contacto directo con
el pueblo, se informe de los problemas y requerimientos de las diferentes
circunscripciones.
Mirando hacia el sur, está la villa de Tarija al fondo de la
patria, tras altísimas montañas, en un valle atractivo y fecundo, de ubérrima
naturaleza y suave clima.
El mariscal Santa Cruz la tiene presente en sus recuerdos de
guerrero y en la amistad de muchos tarijeños, entre los que hay que citar al
general Francisco Burdett O’Connor; a los coroneles Bernardo Trigo, José María
Avilés y Timoteo Raña, que luego alcanzarán el generalato; a los tenientes
coroneles Sebastián Estenssoro, Tomás Ruiz y Fernando Campero, que también será
general. La cita puede extenderse, indudablemente, pero a más de un siglo
quedan pocas huellas, algunas de las cuales tuvimos la ventura de encontrar,
sirviéndonos de ellas para hilvanar estas líneas.
O’Connor es uno de los “peones viejos” que, desde 1820,
lucha en el ejército libertador.
Sus relaciones con Santa Cruz datan desde cuando éste marcha
del Perú al Ecuador, con una división, por orden de San Martín, a auxiliar a
Sucre.
Presente Bolívar en tierra de los Incas, confía la jefatura
del ejército peruano a Santa Cruz y la del ejército de Colombia a O’Connor.
En la campaña del Alto Perú, Santa Cruz es Jefe del Estado
Mayor del mariscal Sucre, y O’Connor “director de operaciones” para “completar
los triunfos de las armas libertadoras”.
Persiguiendo al último chapetón (Olañeta), O’Connor ocupa
Tupiza (abril de 1825), y, al mes siguiente, pasa a Tarija, por orden de Sucre,
a atender la representación que sus vecinos hicieron llegar al mariscal, para
amparar su bolivianismo. Allí se radica de por vida.
En abril de 1830, el presidente Santa Cruz le llama “para
que sirva en el ejército de Bolivia, con la antigüedad del 9 de febrero de
1825, desde cuya época los ha prestado con utilidad”.
Su destino es el de ayudante, primero, y, luego, el de jefe
del estado mayor general del ejército.
Con el grado de general de brigada, que le es conferido por
el Congreso Nacional en 1831, sus responsabilidades son mayores. Ese mismo año,
es designado Ministro de la Guerra. Como miembro del gobierno nacional, debate,
propone y resuelve importantes asuntos públicos.
Ante la amenaza del caudillo argentino Facundo Quiroga de
invadir Tarija, en enero de 1832 el mariscal Santa Cruz encomienda al general
O’Connor trasladarse a dicha villa y “poner la provincia en estado de defensa”.
Después de la visita del presidente a los tarijeños, el
“viejo peón” de la independencia americana es nombrado nuevamente Ministro de
la Guerra y Jefe del Estado Mayor General (noviembre de 1833).
Vuelve a Tarija y, en junio de 1835, sus servicios son otra
vez requeridos por Santa Cruz, ahora para la Campaña de Pacificación del Perú,
que se trueca en la de la Confederación Perú—Boliviana. En ella O’Connor tiene
activa participación, especialmente en la batalla de Socabaya.
Suscrito el “Tratado de Paucarpata” (17 de noviembre de
1837) que —dirá O’Connor en sus Memorias — “libró al ejército invasor de Chile
de ser completamente destrozado por el nuestro”, regresa, junto con Santa Cruz,
a Bolivia. Muy enfermo, tiene que retirarse a Tarija. Antes, le llega el despacho
de general de brigada de los ejércitos del Perú, y el Congreso boliviano le
asciende a general de división.
Al año siguiente, acompaña al general Felipe Braun a repeler
la invasión argentina a Tarija, en Iruya y Montenegro, acciones que son de
honor y gloria para las armas nacionales.
Las vinculaciones de O’Connor con Santa Cruz son tantas que
su juicio sobre aquél merece fe y constituye testimonio fehaciente para la
historia. En 1869 escribe en sus “Recuerdos” estas palabras de apreciación
sobre el presidente de los bolivianos: “… el General Santa Cruz era un
excelente administrador público, que observaba puntualmente la Constitución y
la hacía observar, y se puede asegurar que con un primer magistrado como él,
cualquier forma de gobierno marcharía al congreso”. “El General Santa Cruz era
un hombre muy sagaz, astuto, instruido y diplomático”.
Otro de aquellos personajes tarijeños, es el general
Bernardo Trigo. En el momento histórico en que nos situamos, tiene el grado de
coronel de los ejércitos de Bolivia y ganará el generalato en la batalla de
Ingavi (18 de noviembre de 1841), luchando al lado del vencedor general José
Ballivián.
Sus antecedentes de patriota arrancan desde los primeros
años de la guerra emancipadora, en que forma en el primer ejército auxiliar
argentino, combate en Cotagaita (20 de octubre de 1810), en Guaqui (20 de junio
de 1811) y en otros lugares, ganando así sus grados militares.
Con todo, no es allí donde refulge la vigorosa personalidad
de Bernardo Trigo, sino en el movimiento bolivianista de Tarija, que él dirige,
alimenta y sostiene, encabezándolo con singular decisión, afrontando peligros y
amenazas, presidiendo cabildos, estimulando al pueblo, ocupando la gobernación,
etc.; y, luego, golpeando las puertas del congreso boliviano, para que sean
aceptados los diputados tarijeños; luchando, en seguida, para que se reconozca
a Tarija sus legítimos derechos.
Un día dirá Mariano Baptista: … y Tarija, pasando sobre la
omnipotencia de Bolívar, sobre la autoridad de Arenales, sobre las vacilaciones
de la Constituyente, lanzó su acta plena, a impulsos del patriota General
Bernardo Trigo”.
En 1825, este patricio es designado por el mariscal Sucre
gobernador de la provincia de Tarija. Al erigírsela en departamento (1831),
Trigo es su primer prefecto y comandante general, nombrado por el presidente
Santa Cruz. Y lo será nuevamente, cuando Se efectúe la invasión argentina
mandada por Rosas (1838).
Don Bernardo presta su concurso para dar estructura
institucional a la república, aportando ideas y voluntad. Es amigo del mariscal
Sucre y sabe servirle y defenderle.
Concurre a la Constituyente boliviana de 1828 y a la
Asamblea de 1839, como representante por Tarija. En la primera, observa, con
sus colegas Mendieta y Hevia y Baca, que se utilice el término de “provincia”
para Tarija y proyecta una ley en virtud de la cual debe reconocérsele el rango
de departamento de la república, iniciativa que, con algunas modificaciones,
acabará siendo aprobada.
En la campaña de la Confederación Perú-Boliviana, Trigo es
uno de los primeros que acude, desde Tarija, al llamado del presidente Santa
Cruz. Este sabe valorar sus merecimientos y le destina como su “Edecán de
Campaña”.
José María Avilés es un tarijeño notable que, política,
militar y personalmente, está vinculado a Santa Cruz.
Se inicia en la carrera de las armas en el ejército
realista, a órdenes del general Pedro Olañeta. Destinado al famoso regimiento
de caballería Dragones Americanos, se destaca por su valor y su talento. Con
esa autoridad, él es uno de los primeros oficiales de dicha unidad que, al
ingresar el ejército libertador al Alto Perú, se sublevan en Cochabamba y
abrazan la causa de la patria. Consagrado al servicio, hace méritos y gana
ascensos.
Al lado del presidente Santa Cruz, traspasa la frontera
peruana, al iniciarse la campaña de la confederación. Alcanza el generalato en
Yanacocha, junto con Ballivián y Anglada. Comandando una división, combate con
bravura en la toma del puente de Uchumayo, y se llena de gloria en la batalla
de Socabaya.
Hombre de confianza del Protector, es destinado a Lima, en
un cargo de mucha responsabilidad, donde muere, al parecer, envenenado. Había
cumplido 54 años de edad.
Al tener noticias del trágico suceso, exclama Santa Cruz:
“Esa espada me hará falta. Dios se está llevando a mis mejores generales”.
Timoteo Raña es compañero de armas de Avilés en los Dragones
Americanos, y juntos abrazan la causa de la patria.
El año 1828, cuando el general Pedro Blanco asume la
presidencia de la república, Raña es destinado como jefe del regimiento que
comanda aquél.
Asesinado Blanco, el general Velasco da de baja a Raña de
las filas del ejército (enero de 1829).
Regresa a Tarija y retirase a su finca rústica de Tolomosa,
donde le sorprende (1832) el llamado para reincorporarse, ante la amenaza de
invasión del caudillo argentino Quiroga. Organiza en Tarija el Regimiento
Segundo de Caballería, que maniobra ante el presidente Santa Cruz,
impresionándole “vivamente”.
En la Campaña de la Confederación Perú-Boliviana, la
participación de Raña es meritoria, al mando de su regimiento “Dragones de
Tarija”. En diciembre de 1835, derrota al general Ramón Castilla, que se
proponía invadir Bolivia. Castilla será presidente del Perú.
Amagada la frontera sur de Bolivia, por tropas del dictador
argentino Juan Manuel de Rosas, Raña marcha allá con el ejército del general
Felipe Braun. Comandando su “caballería tarijeña”, obtiene resonante victoria
en los campos de Iruya (11 de junio de 1838), frente a los ochocientos hombres
comandados por el general Alejandro Heredia. El triunfo no es exclusivamente
suyo, pero él tiene acción esencial en la batalla. En el parte de guerra se
revela el hombre superior que es Raña. “Mi gente — dice — ha llenado muy
dignamente su deber”. Nada más. El y “su gente” han cumplido “su deber”, lisa y
llanamente. Santa Cruz le premia ascendiéndole al grado de general de brigada.
El gobierno de Velasco nombra al general Raña “Comandante
General de Oruro” (enero de 1839). En julio, un grupo de oficiales, en franca
subversión, le insinúa “la entrega de la plaza”, ofreciéndole, en cambio, el
despacho de general de división. El pundonoroso militar desbarata el movimiento
y somete a las “fuerzas revoltosas”, guiado sólo por el concepto de lealtad.
Pero los subvertores triunfan en 1841, llevando al gobierno al general
Ballivián, lo que motiva que Raña se retire a Tarija y abandone las filas del
ejército. En 19 de agosto de 1842, se le da, por ello, de baja del ejército;
mas, el mismo Ballivián, el 2 de junio de 1846, le restituye el grado y demás
prerrogativas.
En reconocimiento a sus méritos, el 4 de noviembre de 1847
se le asciende a general de división.
Sebastián Estenssoro ostenta el grado de mayor, cuando el
presidente Santa Cruz se apresta a visitar Tarija.
Hijo de españoles de aristocrático linaje, es el tronco de
una numerosa y distinguida familia tarijeña.
A comienzos de la guerra de la independencia, Estenssoro se
incorpora a las milicias del caudillo salteño Martín Güemes, y con ellas
participa en las acciones de armas del primer ejército auxiliar argentino en el
Alto Perú, luchando, posteriormente, en el sector Yavi - Humahuaca. Está en la
batalla de Ayacucho, como oficial del regimiento “Rifleros”, de la división del
general Lara. Después, continúa sirviendo a la patria en armas, alcanzando el
grado de coronel del ejército boliviano.
Ante la amenaza de invasión argentina del año 1838, el
entonces teniente coronel Sebastián Estenssoro organiza en Tarija el “Batallón
Octavo”. En pocos días, reúne cien hombres experimentados, que habían
pertenecido al ejército del sur, los que, debidamente “armados y municionados”,
con “dotación completa de oficiales”, marchan a la zona de operaciones. Acosan
al enemigo por San Diego y Narváez, y participan en la batalla de Montenegro,
en la que Estenssoro se hace acreedor, junto con otros jefes y oficiales, a
“particular mención por su valor”, cual se lee en el “parte” del general
Agreda, así como a la distinción de “Miembro de la Legión de Honor” (30 de
junio de 1838).
Tomás Ruiz es “amigo muy querido del general Santa Cruz”,
según testimonio del general O’Connor. “Juntos habían servido en el ejército
del rey”, y juntos siguen el peregrinaje de prisioneros realistas, desde la
batalla de La Tablada hasta la reincorporación en Lima, y, luego, pasan a
formar en el ejército libertador del general San Martín.
Desplazado Santa Cruz al Ecuador (1821), en auxilio del
general Sucre, le acompaña Ruiz; y, de regreso al Perú, ambos sirven a órdenes
de Bolívar y Sucre, sintiendo la fruición de los triunfos de Junín y Ayacucho.
A poco de asumir el mariscal Sucre la jefatura del Estado,
Ruiz regresa a Tarija y se interna a “la Frontera”, donde se le otorga unas
tierras, como merced por sus servicios a la patria. Allí se queda por muchos
años, quizá por siempre.
Al hacerse cargo de la presidencia de Bolivia el mariscal
Santa Cruz, éste reconoce el grado de coronel del ejército nacional a D. Tomás
Ruiz, y le destina como “Comandante de Resguardo de la Frontera”, con “un
sobresueldo de doscientos cuarenta pesos”.
Cuando la invasión argentina a Tarija (1838), el coronel
Ruiz se pone a órdenes del comando militar del sur, con “tres escuadrones
avanzados de la Frontera”, por él organizados, y ocupa el extenso frente de San
Luis a Caraparí, maniobrando después, hasta tomar parte destacada y meretísima
en la batalla de Montenegro.
Para referirnos a Fernando Campero, nos parece útil hacer,
cuando menos, una mención a su padre, el marqués de Tojo, don Juan José
Feliciano Fernández Campero Martiarena y Uriondo que, en la guerra de la
independencia americana, abraza la causa de la patria y le presta relevantes
servicios, hasta sacrificar sus títulos y honores, su inmensa fortuna y su vida
misma.
Hecho prisionero el 15 de noviembre de 1816 por el general
Olañeta, es sometido a Consejo de Guerra y remitido a España, para que allí se
le juzgue. No llega a destino, porque muere en el camino (octubre de 1820,) en
Kingston.
Hijo primogénito de ese patriota tarijeño es don Fernando
Campero, quinto y último marqués de Tojo.
Don Fernando se incorpora a las fuerzas patriotas, siendo
muy joven, y lucha a las órdenes de su tío coronel Martín Güemes.
Al ingresar al Alto Perú el ejército libertador, Campero le
ofrece sus servicios y los presta eficientemente.
Reconociéndole el grado de teniente coronel, el año 1833
Campero es destinado como edecán del presidente Santa Cruz, con cuya sobrina,
doña Tomasa de la Peña y Santa Cruz, contrae matrimonio.
En 1835, D. Fernando está en el ejército crucista, en la
campaña de la Confederación Perú — Boliviana comandando el regimiento “Guías de
la Guardia”, formado por él en Chichas, unidad militar que hace “lujo de valor
y bravura” en diversos combates y especialmente en la batalla de Socabaya.
Retirado a la vida privada, el último marqués de Tojo es
llamado al servicio del ejército el año 1860, “en la clase de coronel de
caballería”, y en 1865, ascendido al grado de general de brigada.
Andrés Santa Cruz es hombre reservado, que no se da
fácilmente a nadie. Parece desconfiado. Pero sabe del valor de la amistad y,
aunque sin llegar a lo íntimo, la cultiva. Así con aquellos y otros personajes
tarijeños.
El presidente piensa en ellos, en la gente tarijeña, cordial
y acogedora. Y no olvida que en Tarija y Concepción pasó largo tiempo.
cavilando sobre la causa de la patria. Tampoco está lejos de su pensamiento la
voluntad irreductible de ese pueblo por formar parte de la república de
Bolivia, y que se ha proclamado “amigo de la libertad ordenada”.
Y un día de abril de aquel año de 1833, resuelve viajar a
Tarija. Escribe al general Francisco Burdett O’Connor, al coronel Bernardo
Trigo, al teniente coronel Sebastián Estenssoro y a otros amigos suyos, así
como al prefecto D. Faustino Vacaflor, comunicándoles su propósito.
O’Connor y Trigo, que a la sazón se encuentran atendiendo
trabajos en sus propiedades rurales, apresúranse a regresar a la villa. Ellos y
los demás hacen lo que corresponde para un recibimiento apoteósico al
presidente y para que su estancia sea grata, a orillas del Guadalquivir.
A principios de mayo, parte Santa Cruz desde Chuquisaca,
acompañado del jefe del Estado Mayor General del Ejército, general José Miguel
de Velasco, y de un séquito numeroso.
El coronel Mariano Aparicio—”hombre rico y con buenas
haciendas”, que tiene prestados estimables servicios a la patria — apréstase,
atenta su ubicación, a gozar del privilegio de ser el primero en saludar a la
comitiva presidencial, en territorio tarijeño; y lo hace en el preciso momento
en que ella traspone el río de San Juan, en cuya ancha playa forman en línea
sus milicias y luego realizan algunas maniobras, que agradan al presidente y a
sus acompañantes.
Santa Cruz recorre la misma ruta que, dieciséis años atrás,
él había seguido, comandando un escuadrón de caballería de los ejércitos del
rey, y que le llevó al valle de la Concepción. Aquella fue la época embrionaria
de su transición de realista a patriota. Ahora, los recuerdos se agolpan en su
mente. Es como un sueño...
Arriba el séquito a San Lorenzo. Cuatro regimientos de
caballería, con tres mil doscientos hombres, forman calle “desde el río de
Sella hasta la plaza de Tarija”. El presidente queda “sorprendido al ver tantos
y tan hermosos soldados, todos montados en buenos y briosos caballos, y
uniformados completamente a costa de ellos mismos”
El pueblo recibe con calor y viveza al mariscal Santa Cruz.
Es el primer presidente de la república que, en ejercicio del mando, llega a
Tarija.
En la histórica Loma de San Juan — desde la que los
patriotas intimaron rendición a los realistas, el 15 de abril de 1817, cayendo
prisionero, entre otros, el entonces teniente coronel Andrés Santa Cruz — la
gente se agolpa y obliga a los viajeros a ingresar a pie hasta la ciudad,
rodeándoles una muchedumbre entusiasta.
El general Velasco rebosa de alegría. Nadie lo dice, pero es
seguro que, al pasar por Las Barrancas, a tres kilómetros de La Loma de San Juan,
sobreviene a su mente el recuerdo de que allí, cuando él era capitán y
comandaba una compañía realista, fue abatido por el “Moto” Méndez, ahora
coronel retirado, en sus pagos de Carachimayo.
Al llegar a la villa, el presidente expresa su deseo de “ver
maniobrar a los regimientos en la playa del río”. Su deseo es orden. Las
unidades militares maniobran al mando del coronel Timoteo Raña. Santa Cruz
queda “admirado” y dice: “Jamás pensaba encontrar en Tarija semejante fuerza de
hombres. Ahora, pídanme lo que quieran; estoy dispuesto a concederles todo”.
El presidente se aloja en la morada del coronel Bernardo
Trigo, en la plaza principal (Luis de Fuentes).
Trátase de una casona cómoda, bien distribuida, en la que
señorea la vida aristocrática. Granado el zaguán, está el patio, adornado de
macetas y tiestos, con una elegante galería de orladas columnas y arcos, que
constituyen el espacioso corredor. A la izquierda, el gran salón. La planta
alta es reducida: una alcoba lujosamente amueblada, con un balcón de madera
tallada que sobresale hacia la calle, y una recámara confortable y atractiva.
Estas son las habitaciones privadas del presidente.
En la planta baja se arregla la secretaría, que “muy pronto”
“se llena de solicitudes”; y eso será de todos los días.
Al fondo del patio hay una cancela, franqueada la cual está
la huerta, que abarca hasta la calle posterior. Santa Cruz gusta pasar en ella
buenas horas, respirando la atmósfera saturada de perfumes exhalados por
naranjos, limoneros, duraznos y otros árboles.
En los días que permanece en Tarija, el presidente “averigua
todo”.
Platica con unos y otros y, sin hacer mayores
discriminaciones, recibe a todas las personas que solicitan audiencia.
No es novedad para él, como no lo es para nadie, que las
heridas de los quince años de la cruenta guerra de la independencia no se
cicatricen en el pueblo. Ha muerto mucha gente en servicio de la patria, y esas
son ausencias irremediables. Cuantiosos bienes han sido destruidos, y no es
fácil reponerlos.
Las circunstancias imponen mantener unidades militares
regulares e irregulares, restando brazos y fuerzas a trabajos productivos.
Hay pobreza y analfabetismo.
Falta salud pública. “Descubrió (Santa Cruz) — dice O’Connor
— que el hospital San Juan de Dios tenía muchos fondos de censos; reunió la
suma de mil pesos, y los mandó a Chile para comprar medicamentos.— Puso mucho
empeño en la circulación de la vacuna. Su médico, doctor Martín, había traído
una gran cantidad de vacuna. Se repartió en las casas, con una orden, haciendo
(a los padres de familia) responsables de su propagación a todas las criaturas.
El médico vacunaba a todas las que le llevaban. Pero, al ausentarse el presidente,
cayó todo en olvido y desuso”.
La preocupación del progresista presidente Santa Cruz por el
servicio de educación en Tarija es manifiesta. Imparte instrucciones para
mejorar las pocas escuelas existentes en la ciudad y los cantones, dotando de
local a las que carecen de él, designando “regentes”, etc., y ordena la
creación de otras y de un colegio.
De modo especial, llama la atención del mariscal el “Asilo
de Huérfanos”, creado el año 1831 por el prefecto coronel Bernardo Trigo.
Acompañado de éste, visita el establecimiento y hace una donación en metálico,
ofreciendo asistirlo desde la sede del gobierno.
Informado de las dificultades económicas del pueblo
tarijeño, el presidente se interesa por el problema. En la clase superior, son
muy pocos los hombres de posición desahogada. La mayor parte tiene medios
moderados. En la clase media, hay estancieros, “fabricantes”, militares y
comerciantes. La gran masa humana la forman, como en todas partes, obreros y
campesinos. Hay familias que mantienen limitados talleres familiares. Las
necesidades de la guerra han creado pequeñas industrias y han formado gente
especializada en ellas, sobre todo herreros y lomilleros. Estos últimos
fabrican primorosas monturas, látigos y cuanto es necesario para las
caballerías; evidenciado lo cual, Santa Cruz — que ha organizado y mantiene un
poderoso ejército — ordena en el acto que el gobierno haga contratos con
aquellos pequeños industriales, adquiera sus productos y les pague
“puntualmente”.
En pláticas con gente connotada de la villa, el presidente
inquiere sobre lo que podría hacerse “en provecho” de Tarija. Su amigo y
colaborador general O’Connor le describe “las tierras baldías de la Frontera”,
pondera “la medida acertada que había adoptado (el gobierno) de repartirlas en
mercedes a los pobladores”, y le sugiere gravarlas con “el arriendo nacional de
cinco pesos pagaderos anualmente”. Agrega que “esta medida, con la pacificación
de los terrenos que se encuentran todavía sin poblar, produciría con el tiempo
una entrada pingüe a la Tesorería de Tarija” y señala que “en los Estados
Unidos del Norte se había pagado toda la deuda contraída para su independencia
con la venta de sus tierras baldías; pero aunque fuese buena esta medida para
aquella república —agrega —, el darlas en arriendo era mejor en Bolivia, porque
el dinero resultante de las ventas se gastaría con ligereza y nada quedaría en
provecho del país”.
En la misma oportunidad, el general O’Connor propone al
presidente Santa Cruz crear, como “contribución para los tarijeños”, “una
capitación de cuatro pesos cada año a todo ciudadano de veintiún años para
arriba que se vista con ropa extranjera, y de dos reales a los que vistan con
ropa del país”. “Mi atención — dice O’Connor —no tenía otra mira sino la de
promover la industria nacional, y mi esperanza era que, antes de llegar al
término del primer año, en que debían pagar la contribución, todos o la mayor
parte de los vecinos estarían vestidos con géneros del país, a fin de no pagar
los cuatro pesos; y me fundaba en la aversión que todos tienen de contribuir
con cosa alguna a los gastos del Erario Nacional”.
La sugerencia no prospera, pero será repetida en Oruro por
el mismo O’Connor al presidente y hasta enviada como proyecto de ley al
Congreso Nacional, por Santa Cruz, aunque sin éxito.
En lo social, además de visitas, cumplidos y atenciones
personales, dos sucesos marcan época en ocasión de la visita del presidente a
Tarija: un banquete que en su honor y el de su comitiva manda servir el coronel
Bernardo Trigo y un baile de etiqueta que ofrece a los mismos la sociedad
tarijeña. Como es de rigor, en el banquete los comensales hacen cada cual un
brindis. El presidente, pondera el “bolivianismo de Tarija”; el general
Velasco, exalta a la perla del Guadalquivir y a sus héroes”. Los tarijeños,
colman de elogios al mariscal...
En más de una semana de permanencia en Tarija, la figura de
Santa Cruz es familiar para todo el vecindario. Quienes le conocieron dieciséis
años atrás, cuando por primera vez estuvo por estos lares, advierten pocos
cambios en su físico. Su uniforme militar siempre impecable. En las recepciones
viste casaca azul y colán blanco; calza botas negras, de alta caña. Nunca falta
en su pecho la insignia de alguna condecoración. Su porte es señorial.
Andrés Santa Cruz — perspicaz hombre público —comprende y se
diría que hasta siente las cosas de Tarija, su realidad y sus esperanzas.
Con su sola presencia —y fue mucho más que eso la visita que
hizo a Tarija —refirma su decisión de proteger el bolivianismo de este pueblo.
Y lo hará si es necesario con las armas... Iruya y Montenegro hablarán por él.
Obsesión
EL DRAMA HISTÓRICO DE BOLIVIA DESPUÉS DE LA INDEPENDENCIA Y EL “BOLIVIANISMO” DE TARIJA Por: Ricardo Ávila...
Publicada por Historias de Bolivia en Viernes, 30 de abril de 2021