Siles y Lechin. |
Este artículo fue originalmente publicado en Pagina
Siete de La Paz, el 9 de septiembre de 2021.
Este martes 7 de septiembre, el Movimiento de la Izquierda
Revolucionaria (MIR) recordó, casi extinguido o disperso, medio siglo de su
fundación; hecho sucedido en aquel 1971 de la clandestinidad, dentro de una
casa de la calle Jaimes Freire de La Paz, en la zona de Alto Sopocachi.
Los concurrentes al minuto inaugural fueron diez hombres y
una mujer. Según “Testimonio y Legado” (2018), libro escrito por Alfonso
Camacho, Fredy Camacho y Hans Moeller, aquella reunión también tuvo lugar un
día martes y cobró solemnidad con la presencia de Jaime Paz Zamora, Óscar Eid,
Antonio Araníbar, Alfonso Camacho, Ricardo Navarro, Marcel Ramírez, María
Esther Ballerstaedt, Dulfredo Rúa y Carlos Guzmán. Dos extranjeros completaban
esta casi docena de apóstoles del mirismo: Alain y Sebas (solo se revelan sus
nombres de guerra).
Si los “Marqueses”, el grupo de agentes de seguridad de la
dictadura de Banzer, hubieran logrado cercar, a solo dos cuadras de la
parroquia de Cristo Rey, a estos conjurados, el recién posesionado gobierno
civil-militar hubiese engrosado sus listas de detenidos, pero no evitado que
aquella corriente política, que se habría paso entre la clase media boliviana,
asumiera un rol central en la vida pública del país.
Si bien la resistencia al septenio banzerista le entregó al
MIR mística y admiradores, recién en 1977 este joven partido adquirió sus armas
para alcanzar predominio, cuando se congregó en el seminario interno de
Achocalla. Allí, los miristas descubrieron la fórmula para enamorar a un
país que ya empezaba a medirse los pantalones largos de la democracia. En la
casa de campo de Ramón Rada, los ya citados Paz Zamora, Araníbar, Eid y
Camacho, además de Alfonso Ferrufino, Guillermo Capobianco y Ernesto Araníbar,
el hermano de Toño, se alinearon a la llamada izquierda nacional. Este salto es
poco valorado por los observadores.
No es que el MIR archivara el marxismo de sus primeros
pasos, sino que empezaba a estudiar en serio la Historia de Bolivia. En su
balance, los miristas entendieron la profundidad de la Revolución Nacional de
1952 y con ella decidieron entroncarse, aunque nunca de forma indiscriminada,
es decir, no con cualquier rama. De Achocalla salió la orden de pactar con un
ala de izquierda del MNR, es decir, con Lechín, Siles Zuazo o ambos. En enero
de 1978, Antonio Araníbar, enviado del partido a suscribir la alianza, firmaba
en Caracas el pacto que dio lugar a la UDP. Siles se convertía así en el
candidato con más opciones electorales de la etapa siguiente.
La teoría del entronque histórico es la admisión modesta por
parte de unos recién llegados de que el camino ya fue desbrozado antes por sus
mayores. Solo queda entonces seguir la senda trazada y profundizar el avance.
El MIR fue quizás algo así como la juventud del MNR, aunque organizada fuera
del partido. Los miristas entendieron en Achocalla que en el pueblo latía un
corazón movimientista y que solo sobre ese cimiento era posible construir la
renovación. Cinco años más tarde, eran recompensados al ingresar al Palacio
provistos de seis ministerios y la vicepresidencia.
Sin embargo, en 1985, el partido que había entendido el
meollo de la política boliviana se hacía trizas. De su fuerte musculatura
salían tres destacamentos de militantes enojados. El entronque histórico le
había servido para ganar elecciones y hacerse visible, pero fue funesto a la
hora de gobernar.
Los acomodos de los tres MIRes resultaron todos equivocados.
Paz Zamora se entroncó con el neoliberalismo, aduciendo un apego instrumental a
la democracia; Araníbar hizo algo similar, aunque bajo la promesa de ligarse al
katarismo liberal; mientras Del Granado, profundizando esa misma vía, dio
impulso al ascenso de Evo Morales, a quien acompañó hasta la Asamblea
Constituyente de 2006. Al final, los aliados con los que el MIR, separado en
sus tres versiones, buscó recuperar hegemonía, terminaron por enterrarlo.
Tras la primera daga de 1985, la agonía estuvo a cargo de tres verdugos:
Banzer, Goni y Evo. Atrajeron a los miristas del mismo modo macabro en que el
fuego de las velas seduce a las polillas.
Sí, el legado del MIR es la democracia, pero hay algo
también valioso y poco apreciado: la teoría del entronque histórico. En
Achocalla, los miristas dejaron de refunfuñar contra el mal llamado
“populismo”, que se había ganado el favor de la gente y salieron a cortejarlo.
El que se haya caído del caballo en el intento por domarlo, no permite colegir
que el MIR haya errado de cabalgadura.
Rafael Archondo es periodista.
Disponible en: https://www.paginasiete.bo/opinion/2021/9/9/el-mir-de-medio-siglo-307581.html
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