1952, MNR vs. FSB (LAS TORTURAS - VEJÁMENES A LOS DIRIGENTES Y MILITANTES DE FSB POR PARTE DEL GOBIERNO DEL MNR)

Falange Socialista Boliviana de Oscar Unzaga de la Vega. 

 Fuente: VIOLENCIA ESTATAL EN BOLIVIA DURANTE EL RÉGIMEN DEL MOVIMIENTO NACIONALISTA REVOLUCIONARIO (MNR) 1952-1964. De: Zenón Ferrer Bautista Huanca.

El Primer Manifiesto de FSB


A nombre de la "revolución nacional" el gobierno emenerrista organizaba paramilitares como milicias armadas y clausuró el Colegio Militar. Realizó medidas de corte demagógico que comenzaban a deteriorar la economía del país. Fueron asaltadas las propiedades rurales. Se iniciaba gradualmente la corrupción y el régimen daba un giro de tinte comunistoide, asociados con partidos marxistas, a tiempo de convertirse en refugio de elementos provenientes del Partido de la Izquierda revolucionaria (PIR).

Ante esta situación anarquizante, Oscar Unzaga de la Vega, Jefe de Falange Socialista Boliviana (FSB), emite un Manifiesto público el 15 de agosto de 1952, ejerciendo su derecho de libre expresión, al señalar que las reformas efectuadas por el MNR eran incompletas y colocaban a nuestra nación en dependencia del intervensionismo extranjero. Puntualizaba que habiéndose producido el colapso del estado individualista de la oligarquía minero-feudal se hacia necesario reorientar la "revolución nacional", porque el régimen emenerrista sufría una desviación marxista. Tal era la desorientación en que de inicio se encontraba el nuevo gobierno.

El régimen de Víctor Paz Estensoro califica el manifiesto falangista como subversivo y desechando cualquier solución pacifica, ordena la detención de 400 militantes y dirigentes de FSB, el 27 de agosto de 1952. Se trata de la primera acción realizada masivamente, aplicando torturas y confinamientos en Ixiamas y posterior destierro.


El Golpe Contrarevolucionario


Para el 9 de noviembre de 1953 se había planificado un golpe subversivo, pero fracasa porque éste había sido delatado. La ciudad de Cochabamba en esta ocasión cae fácilmente en manos de los conspiradores. Ninguna otra ciudad secundo el golpe. Los cochabambinos al conocer del fracaso de sus camaradas en La Paz, abandonan la plaza y se dan a la fuga. La retoma de la plaza por los emenerristas da lugar a crear un ambiente de terror.

Las cárceles se colman de presos y comienza la labor represiva de Jorge Orozco y Ademar Menacho. El diario "Los Tiempos" es incendiado y su director Demetrio Canales y todo el personal de redacción son encarcelados y luego desterrados. La ciudad de Cochabamba es invadida por milicianos mineros-campesinos. Casi no hubo casa que no fuera allanada. De La Paz fueron enviados para "ayudar" en la represión algunos personajes como Mario Abdala, Oscar Arana Peredo y Fausto Machicado. Estos regresaron de Cochabamba cargados de platería, cuadros antiguos y muchas cosas valiosas de sus centenares allanamientos.

De acuerdo a Hernán Landívar, los presos eran torturados en el estilo más refinado. Orozco y Menacho se complacían en desnudar a sus víctimas, flagelarlos. Se los metían con fuerza lápices a los oídos hasta reventarles el tímpano. Encendían al rojo un cabo de escoba para luego introducirlos al ano de sus víctimas. Dos hombres viejos, fueron desnudados y entregados a los milicianos que alcoholizados no vacilaron en poseerlos.

Se les obligaba a las víctimas a presenciar durante noches estas torturas hasta enloquecerlos. Se empujaba por la fuerza a los presos a sentarse sobre hornillas eléctricas al rojo y eran mantenidos a la fuerza sobre ellas hasta que se quemen su ropa y su cuerpo. Una anciana fue bofeteada en su propia casa, sólo por decir que ignoraba lo que le preguntaban, El padre Sagredo es apresado y luego desterrado, después de haber sido ultrajado sin que se respeten sus hábitos (Landívar, 1964:110- 113).

Así como fue un castigo para los cochabambinos, lo fue enseguida para los paceños, los cruceños, tarijeños o chuquisaqueños. No respetaron a nadie, ni curas, ni niños, ni mujeres, ni ancianos; la sed de odio y destrucción se convirtió en una pesadilla.

Como los detenidos se obstinaban en negarlo todo, fueron objeto de una paliza individual aplicada concienzudamente por los jefes de la policía secreta, a quienes cooperaban multitud de agentes y milicianos nativos. Los presos ensangrentados, tumefactos, adoloridos, tumbados en el suelo pelado del cuarto de tortura, continúan negando. Orozco dispuso la aplicación del magnético eléctrico. Mando humedecer el piso, les hizo desnudar y empleo corrientes de alto voltaje hasta producir shocks por agotamiento nervioso. Enajenados de "odio necesario", babeantes de excitación, a punto de eyacular, los agentes les arrojaban de barriga a las víctimas, les abrían las piernas a latigazos, y brutalmente introducían en el ano gruesos laques de torneada madera. Gritos horrendos, la sangre saltaba, el sujeto yacía sin conciencia. Encontrándose la víctima de pie, la obligaban a presentar el miembro viril y con expertos palmetazos lo herían teniendo cuidado de no tocar los testículos. Cuando por fluencia de sangre, el pene era una masa enrojecida e hinchada, atacaban a los testículos y el infeliz desplomándose entre aullidos de dolor, acababa por confesar e imaginar lo habido y lo por haber. Frecuentemente, el torturado quedó inválido para ejercer en el futuro funciones genésicas.

Después fueron trasladados a La Paz. Cuarenta y cinco días duró la vía crucis en los calabozos de la Escuela de Policías. Durante ese tiempo vivieron amontonados unos sobre otros, ardiendo de día, tiritando en la noche, probaban inmundo rancho que a pesar del hambre no se atrevían a comer por temor a la indispensable evacuación de los intestinos, no conocían ni sol, ni aire libre, salían cada tres o cuatro día al servicio higiénico. Volvieron las declaraciones, menudearon las palizas, destrozando columna vertebrales, hundieron costillas, rompieron brazos„ piernas y cabezas, dejaron sordos a muchos, cegaron a algunos, con viles manos apretaron testículos hasta reventarlos, ¡y aterrorizaron a los miserables que maldecían mil veces la hora de haber nacido (Loayza, 1966:145-148)

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Atte. J.L.

 

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