LAS INNUMERABLES FRACTURAS DE LA CADENA DE MANDO ENTRE EL CAPITÁN GENERAL Y LOS MANDOS DEL EJÉRCITO INICIÓ DESDE EL PRINCIPIO

 


Por: Raúl Rivero Adriázola / publicado en Ideas de Página Siete, el 17 de abril de 2022.

Cuando se supo en el Palacio Quemado que en la toma de la Laguna Chuquisaca hizo huir a los ocupantes de un fortín paraguayo, el presidente Salamanca ordenó su inmediato desalojo. Ante la solicitud del general Filiberto Osorio, respecto a averiguar la posición exacta de ese puesto militar para que las tropas bolivianas se instalen en el otro extremo, el presidente cedió a ese pedido. Empero, el coronel Enrique Peñaranda, que ocupaba accidentalmente la comandancia de la cuarta división, objetó la orden de desalojo e, incluso, fue más allá, ordenando a Moscoso levantar el “fortín Mariscal Santa Cruz” sobre las ruinas del puesto paraguayo. Esa fue la primera de un sinnúmero de fracturas de la cadena de mando entre el capitán general y los mandos del ejército.

Y la inicial insubordinación va más allá, con complicidad del jefe del Estado Mayor General. Luego de enviar Osorio la instructiva presidencial, en otro cablegrama ordena a Peñaranda: “Ante la necesidad de retener Gran Lago y orden de abandono dada por presrepública, urge que usted represente nombre oficialidad y su comando” (Alvéstegui, Salamanca. T.3:410). Requerimiento que es cumplido de inmediato.

Años después, Peñaranda justifica ese acto, señalando que “teníamos que suponer que el Estado Mayor General debía tener sus razones patrióticas superiores para imponernos secretamente observar sus propias órdenes, en las circunstancias especiales surgidas en el Chaco” (El Diario, mayo 14 de 1960:3). Como anota Alvéstegui, sorprende ese extraño concepto de obediencia y disciplina, en la que una orden del Estado Mayor estaría por encima de otra enviada por el capitán general.

Lo anterior permite apreciar cuán dispares eran los objetivos y esperanzas entre el gobierno y el ejército respecto a la penetración y retención del mayor espacio posible de territorio en el Chaco.

Para los mandos militares, resultaba un sinsentido alentar la ocupación de un área con condiciones físicas y climáticas hostiles si no se aseguraba la provisión de un elemento tan vital como es el agua, aunque sin aquilatar en toda su gravedad el riesgo que podía correrse en la ocupación de espacios donde la probabilidad de conflicto con el enemigo era muy elevada.

Clara muestra de esa postura es la afirmación del general Lanza en Roboré: “Aquí los jefes y oficiales de la tercera división me han manifestado que si se ha de abandonar un puesto tan importante(,) no vale la pena seguir sacrificándose en el Chaco” (Alvéstegui, Salamanca. T3:390).

Es somera, pero muy clara la afirmación de David Alvéstegui: “Salamanca quedó solo en su posición pacifista”.

El 29 de junio, el destacamento de Moscoso rechaza un intento paraguayo para recuperar la laguna. Con la convicción de que el ejército boliviano podía defenderla exitosamente, el 7 de julio, los militares envían una misiva al presidente, afirmando que mantenerse allí “significa la posibilidad de nuestra salida al río Paraguay”.

Más realista, Salamanca contesta que, tal decisión “presenta una perspectiva desastrosamente adversa a nuestra causa. Da lugar o pretexto para interrumpir el pacto de no agresión, a esparcir en el continente la inquietud de una guerra y a determinar una presión internacional que nos obligaría a un tratado desventajoso” (Salamanca, Documentos para una Historia de la Guerra del Chaco. T.I:323).

En el campo de la diplomacia, maliciosamente mal informado por Osorio, el gobierno cree estar en buena posición para contestar con firmeza el anuncio de Paraguay, hecho el 7 de julio, de abandonar la Conferencia de Washington en repudio al ataque a su fortín, afirmando Bolivia que tal puesto militar no existía en mapa alguno, encontrándose Moscoso con “casuchas abandonadas”, que las preservaron y, más bien, se instalaron en la orilla opuesta.

La prensa y la ciudadanía coinciden en reprochar la “injustificada” actitud paraguaya, insistiendo en que el ejército boliviano se mantenía en actitud defensiva en el Chaco y que, Moscoso y sus hombres “no iniciaron agresión alguna”, limitándose a explorar zonas desérticas.

Con más firmeza, un matutino paceño, con el titular de “El sentido del honor nacional”, lamentándose de que el gobierno actúe con “guante demasiado blanco para el adversario sin escrúpulos, alevoso y falso”, advierte que: “si el gobierno no toma una actitud enérgica que ponga freno a las constantes acometidas de Paraguay, se habrá permitido a breve plazo que el enemigo vaya insensiblemente invadiendo nuestro suelo, matando nuestros hombres, vejando nuestro pacifismo, y lo que es cien veces más grave para el porvenir, deprimiendo el espíritu nacional (…) no hay sino una disyuntiva: o nos resolvemos a ser en América el país ideal de la resignación, con la gloria necia de pasar a la historia como pacifistas ultracristianos, o recuperamos el sentimiento nacional y devolvemos al alma boliviana el vigor de su grandeza masculina”, (El Diario, julio 12 de 1932:8).

Es con ese ánimo que el país encara la defensa de la toma de Laguna Chuquisaca, días antes de que Paraguay intente por segunda vez recuperar el espejo de agua.

Raúl Rivero Adriázola Escritor

Fotos: Enrique Peñaranda del Castillo y Daniel Salamanca. (Internet)

 

EL PACEÑO JOSÉ MANUEL PANDO VOTÓ A FAVOR DE LEY DE RADICATORIA, QUE DIO ORIGEN LA GUERRA CIVIL QUE ENFRENTO A CHUQUISACA Y LA PAZ

 


En los turbulentos años de finales del siglo XIX en Bolivia explosionarían en un conflicto entre las elites chuquisaqueña y paceña. El detonante que llevo al país a la guerra civil fue la aprobación de la llamada Ley de Radicatoria (1898), que declaraba a Sucre capital permanente de la República de Bolivia.

La ley señala lo siguiente:

LEY DE 29 DE NOVIEMBRE DE 1898

SEVERO FERNÁNDEZ ALONSO,

PRESIDENTE CONSTITUCIONAL DE LA REPÚBLICA.

Por cuanto, el Congreso Nacional ha sancionado la siguiente ley:

EL CONGRESO NACIONAL

Decreta:

Artículo 1°.- El Poder Ejecutivo residirá permanentemente en la Capital de la República, salvo los casos determinados por la Constitución Política del Estado.

Artículo 2°.- Si llegaren los casos previstos anteriormente, el Ejecutivo sólo podrá permanecer fuera de la Capital de la República durante el período de las funciones legislativas, debiendo restituirse á su asiento ordinario, inmediatamente después de la clausura de las sesiones.

Artículo 3°.- En los casos excepcionales señalados en los artículos precedentes, el Ejecutivo expedirá el decreto de convocatoria dentro de los sesenta días anteriores al designado para la apertura de las sesiones.

LA APROBACIÓN DE LA LEY

En la cámara alta los senadores Federico Zuazo, Sabino Pinilla, el orureño Modesto Vásquez y el Cochabambino José Quintín Mendoza manifestaron su desacuerdo con el proyecto atentatorio. Los senadores Pinilla y Zuazo abandonaron sus bancas en vista de que el presidente transgrediendo las normas regulares a que se encontraba sujeta la función legislativa, se oponía a someter a votación la cuestión previa del proyecto de Ley, finalmente el proyecto de ley se aprobó con la expresa disconformidad de Vásquez y Mendoza. José Manuel Pando, senador por Chuquisaca, voto en favor de la Ley de radicatoria, ¿cómo se podría explicar esa actitud hoy? Quizá se puede explicar que votó obligado por un sentimiento de gratitud y acrecimiento hacia sus electores.

Anecdótica o Irónicamente Macario Pinilla era ministro de gobierno del presidente Severo Fernández Alonzo, que después de sostener un enfrentamiento con el presidente por la Ley dimitió a su cargo y retornó a La Paz, al igual que lo habían hecho los representantes paceños.

En posteriores acontecimientos dolorosos para el país, el coronel José Manuel Pando, senador por Chuquisaca y Macario Pinilla, ministro de gobierno del presidente constitucional Severo Fernández, junto a Serapio Reyes Ortiz conformaron un triunvirato cívico-militar que estuvo a la cabeza de las fuerzas paceñas que se enfrentaron a las fuerzas constitucionales de Severo Fernández Alonzo en la mal llamada Guerra federal que trajo luto y dolor a las familias bolivianas de aquella época.

Es pertinente hacer notar que Pando y Pinilla eran paceños.

Fuente: Zarate El temible Willka, de Ramiro Condarco Morales.

Fotos: Pando y Pinilla

 

MANUEL MARÍA CAMACHO “EL GIGANTE” Y SUS COMBATES EN EL RING

 


Por: Ricardo Bajo / publicado en Escape de La Razón, el 10 de abril de 2022. / https://www.la-razon.com/escape/2022/04/10/camacho-el-gigante-bueno/

Manuel María trabaja de tejero y adobero en la zona sur de Cochabamba. Es hijo de don Pablo Camacho y doña Juliana Medrano. Es el tercero de seis hermanos, todos bautizados en la parroquia de San Antonio de Padua. Pisa barro y cuece tejas y ladrillos frente a los hornos incandescentes de Jaihuayco, cantón de San Joaquín de Itocta.

Manuel María tiene 17 años y sufre acromegalia, una enfermedad rara/endocrina provocada por el exceso de secreción de la hormona de crecimiento. “Manuelito” no sale de día, vive entre las sombras y apenas se escapa de noche para caminar por los senderos de acequias de su comunidad. Sabe que es una persona especial, desde hace unos años no para de crecer. Ahora mide dos metros y 14 centímetros y calza un 54. En el laburo trata de encorvarse para disimular su altura, tiene vergüenza de ser tan grande. Estamos en julio de 1923 y el mundo está a punto de “descubrir” al gigante Camacho.

“Manuelito” se ha acercado a la cancha de football de Jaihuayco para ver el match.  Se para detrás del muro y disfruta del juego. Los players no dan crédito y se preguntan: ¿está a lomos de un caballo?,  ¿está parado sobre algún tronco?, ¿o es un gigante? Entre los futbolistas se encuentra el boxeador Luis Ramos que da la noticia. Algunos vecinos han visto antes a Manuel María alzar burros como si nada.

Las primeras imágenes publicadas en los periódicos de Cochabamba —obras del fotógrafo y cineasta Manuel Ocaña Larraín— provocan una peregrinación/plaga desde la ciudad hacia su casa. El gigante, divino Sansón, huye del gentío. Todavía no sabe que se convertirá en carne de cañón, que sufrirá humillaciones y estafas a mano de empresarios inescrupulosos, que tendrá una vida peregrina y corta, que llegará a medir 2,40 metros, que su cuerpo será su maldición.

“Camachito” no quiere entrar a la ciudad pero la plata es golosa. El Teatro Achá anuncia dos presentaciones del coloso y los aficionados al boxeo llenan las graderías. Lanzan hurras a cada prueba de fuerza del gigante. Manuel María tiene brazos muy largos, pies y manos grandes y piernas delgadas. Su mirada es pacífica, sus ojos suaves, se expresa con sencillez en quechua y apenas chapurrea el castellano. Es simpático y muy amable en el trato. Es un gigante bueno.

El periódico paceño La República titula: “El indígena Manuel Camacho, un posible futuro campeón mundial de box”. Y remata: “no sería raro que con un bien encaminado aprendizaje pronto llegara a imponerse en el mundo deportista y quizás hasta enfrentarse al mismísimo Jack Dempsey que actualmente detenta el cetro mundial del boxeo”.

Mientras se especula sobre el futuro, su grandeza desata un sentimiento regionalista y nacionalista, cuenta Alber Quispe Escobar en su libro Manuel María Camacho Medrano: semblanza del gigante de Jaihuayco (1899-1952), publicado por el Archivo y Bibliotecas Nacionales de Bolivia en 2011. La idea/negocio de viajar al exterior desata un debate nacional. “La suerte del más representativo ejemplar de la raza indígena constituye hoy una cuestión de estado”, se lee en el diario cochabambino El Criterio que sentencia: “Camacho es de Bolivia”.

Carlos Montenegro se suma y dice en la revista anarquista Arte y Trabajo: “Es un exponente de nuestra raza, no nos oponemos a que el Cóndor del Tunari remonte el vuelo, para elevar muy alto el nombre de la Patria, haciendo saber al mundo que no todos somos gente baja, ruin y canalla”.

La primera gira trae al “hombre espectáculo” a La Paz, Sucre, Oruro y Potosí. En la sede de gobierno se aloja en el hotel Torino y se presenta en el Olympic de San Pedro. A la ciudad ha llegado también por esos días el campeón argentino de boxeo Luis Ángel Firpo. Los chismes sobre una posible pelea entre ambos calientan las tertulias paceñas. “Viva Camacho; de Firpo su macho”, gritan los aficionados al box. El anhelado combate no llegará nunca.

Los que sí llegan son —tras algunas lecciones boxísticas a cargo de su empresario Miguel Seleme— sus primeros choques en Cochabamba: contra el japonés Kentaro Hara (maestro de jiu-jitzu), contra Esteban Barnes (el Hércules estadounidense); y contra el australiano Jack Peter (campeón de lucha greco-romana).

En la paceña Exposición Internacional del Centenario (1925), el “Rascacielos humano” es contratado como “vigilante” de la puerta principal junto al enano José Ayala, más conocido como “Ayalita”. El hombre más alto y el más bajo de Bolivia dan la bienvenida a los primeros cien años del país. En todas las fotografías, Camacho sale con una sonrisa eterna, como si estuviese fabricando tejas.

Entre 1925 y 1936 se pierde la huella del gigante. No sabemos qué hizo durante la Guerra del Chaco. Finalizada la contienda bélica, Camacho viaja por primera vez a Tucumán, Argentina. Manuel María tiene 35 años y sigue creciendo. Su castellano ha mejorado, ha aprendido algunos pases de fox trot, ha abandonado las abarcas y la bayeta y se ha casado con una chica de La Recoleta, Vicenta Gamboa, con la que tiene ya dos hijos: Apolinar y Gerardo (más tarde tendrían dos más: Valentina y Raúl Manuel, conocido como “Walter”, este ya nacido en Buenos Aires). En San Miguel de Tucumán, el coloso se presenta en el Cine Moderno y vende artesanías de la Llajta. Todavía hoy, los tucumanos y tucumanas para referirse a una persona muy alta dicen: “Es un Camacho”.

“Manucho” reaparece en La Paz a finales del 37 con la moda del catch-as-catch can. Camacho vuelve a copar las primeras planas de los periódicos cuando enfrenta a los máximos ídolos de la lucha libre. La pelea contra el campeón norteamericano Jack Russel en el Teatro Municipal de La Paz en 1938 termina mal por los problemas físicos y “el estado deplorable del gigante maltrecho”.

El periódico La Razón de la época no tiene perdón: “Luciendo su longitud extraordinaria y desagradable, afeada por la deformidad, hizo frente a Russel cuanto pudo, como nada pudo, nada hizo. Los asistentes salieron del espectáculo con una impresión entre indignada y compasiva de ver a un hombre grande desorientado y luciendo una deformidad de la cual no es culpable y que no puede ser convertida en espectáculo. Camacho no es un gigante que expresa fuerza y grandeza. Carente de musculatura, su cuerpo delgado y desproporcionado tiene en la joroba su expresión de conformación defectuosa. Y la gran mole humana descansa sobre dos piernas raquíticas que causan la impresión de una evidente falta de equilibrio. Sería una medida de cordura de parte de las autoridades impedir que se siga lucrando con la desgracia de un hombre que nació diferente a los demás por un azar del destino”.

El italiano Renato Gardini, alias El Bruto, olímpico en Estocolmo 1912, se apiada de Camacho y comienza a entrenarlo. Las victorias, entonces, llegan solas: ante los argentinos Ramón Cernadas y Juan Antonio Comas, ante el polaco Stanislao Wyrzcowsky y ante el propio Gardini. Las gigantescas proporciones de Manuel María compensan la técnica que no tiene ni quiere. El esperado combate contra el italiano Angelo Siciliano, alias Charles Atlas, no llegará nunca, como aquella no-pelea contra Firpo.

Ante el anuncio de combates de lucha libre en la Argentina, el periódico El Diario dispara a matar: “Es preciso, aunque se trate de combates de ‘catch as can’, que se resguarde el prestigio del país porque el público argentino sonreirá sarcásticamente frente a la exhibición del gigante maltrecho y de la explotación de que es objeto. No se puede a base del factor económico o del fraude más propiamente hablando escarnecer a un hombre por su propia condición y mucho menos a un país que solo exhibe en el extranjero cosas ridículas”.

Los días de la lucha libre agonizan para “Camachito” y el pase al circo está cantado. La gran mayoría de hombres y mujeres que a lo largo de la historia han sufrido gigantismo y acromegalia han terminado bajo las carpas circenses, ora como monstruos, ora como atracción de feria. El de Manuel María se llamó Gran Circo Norteamericano. El cochabambino debuta en 1943 en el barrio bonaerense de Junín bajo la chapa de “un hombre gigante llamado Camacho” y alcanza a pelear boxeo en el mítico Luna Park.

Los últimos nueve años de su vida los va a pasar en Buenos Aires; viviendo con su familia en el barrio de Congreso; viajando con el circo por Brasil y Uruguay como “domador de fieras”; trabajando de portero en hoteles disfrazado de mariscal; y volviendo una vez al año a su tierra natal para matar nostalgias, comer platos de la cocina criolla y beber chicha en tutumas enormes en su añorado Jaihuayco donde ha construido su casa a una cuadra de la plaza.

El epílogo de su vida está envuelto en un misterio, como su propio descubrimiento a la edad de 22 años. Dicen las malas lenguas que Manuel María tuvo un idilio con una prestigiosa bailarina polaca o sueca; que tuvo dos hijos cuando el circo aterrizó en Río de Janeiro; que viajó por media Europa (como aseguró Nestor Taboada Terán en su libro Manuel Camacho: vida, pasión y muerte de un gigante, Biblioteca Popular Boliviana de Última Hora, 1981 y segunda edición en Kipus, 2003).

Dicen que fue envenenado cuando anunció su retiro del circo; que vendió sus restos a un museo de Nueva York tres años ante de su fallecimiento; que sus familiares en Cochabamba intentaron sin éxito repatriar el cuerpo cuando murió para ser enterrado en Bolivia.

Dicen también que el museo de Luján en la provincia de Buenos Aires (actual Complejo Museográfico Enrique Udaondo) expuso su esqueleto durante los años 50 y 60. Otras versiones aseguran que el cuerpo de Manuel María Camacho Medrano se encuentra en el Museo de Historia Natural de Amsterdam, Países Bajos. Sostiene uno de sus nietos, Pablo Andrés, en el citado libro de Alber Quispe Escobar, que hasta hace poco los restos del gigante junto a los de su esposa descansaron en el cementerio de Flores en Buenos Aires y que luego fueron cremados. Dicen y dicen pero lo único cierto es que Camacho no ha muerto pues vive en la memoria del pueblo boliviano como aquel gigante bueno, fabricante de tejas y sonrisas eternas.

 

ANA ROSA, LA HEROÍNA STRONGUISTA DE LA GUERRA DEL CHACO

 

Ana Rosa Tornero, heroína de la Guerra del Chaco

Por: Marcelo Ramos / https://www.paginasiete.bo/campeones/2022/4/4/aniversario-ana-rosa-la-heroina-stronguista-de-la-guerra-del-chaco-327638.html

Este 8 de abril, The Strongest cumplirá 114 años de vida institucional. Su aporte es innegable en el tema deportivo a nivel nacional, así también, su contribución en las esferas sociales fue de alta significación. Toda esta trayectoria no hubiera sido posible sin la participación de personas que tuvieron simpatía con sus emblemáticos  colores. Una de ellas fue Ana Rosa Tornero, una  mujer que con su valentía protagonizó un acontecimiento de alta significación.

Ana Rosa es considerada una heroína stronguista de la Guerra  del Chaco.

Su trayectoria comenzó en la década de 1920. Estudio en el Instituto Normal Superior de La Paz, donde obtuvo el título de profesora en las asignaturas de literatura y filosofía. Poco después incursionó en el periodismo, fue directora de las revistas Ideal Femenino (1920) y Eco Femenino (1923).

Para 1929 fue jefa de redacción del periódico El Norte. Uno de sus mayores méritos ocurrió durante la Guerra del Chaco. Al producirse ese acontecimiento en junio de 1932,  se organizó la Sociedad Patrióticas de Señoras en cuya nómina se encontraba la destacada escritora. 

En el palco de Palacio de Gobierno Tornero pronunció un vibrante discurso, siendo interrumpida en varios pasajes por los aplausos del público. Seguidamente, recomendó a las manifestantes alistarse en el cuerpo  de enfermeras de la Cruz Roja Boliviana. Otra de las fundamentales prioridades de la representante femenina fue viajar a los puntos estratégicos de combate, marchó en la primera quincena de marzo de 1934. Con distinguidas damas de la Asociación Pro prisioneros de Guerra, llevaron alimentos, ropa y medicamentos para los prisioneros.

Tornero solicitó permiso al general Enrique Peñaranda para visitar  los diferentes campamentos, viajó en un trimotor de Ballivián para llegar al Comando de la IV División.

Nuevamente, en septiembre de 1935 viajó al Paraguay para visitar a los prisioneros bolivianos, en  Asunción la activista realizó intensa labor a favor de los cautivos. Su estadía en territorio adverso fue reconocida por los oficiales guaraníes. Al mismo tiempo, su viaje sirvió para recoger un valioso pergamino realizado por los prisioneros stronguistas del acantonamiento de Cambio Grande.

La publicación de referencia se editó en el periódico La Fragua, con fecha del 22 de noviembre de 1935. La nota por demás significativa menciona: “Mensaje de recordación al Club The Strongest- La Paz, Bolivia. “Strongest” que ha significado la cúspide de la gloria de las armas bolivianas en el Chaco, simboliza hoy para el mañana, el porvenir efectivo de Bolivia, con el aporte sincero de ese su enorme corazón, que cual amuleto mágico  alienta a la recia juventud que milita en sus filas. Nuestras gentiles compatriotas, Ana Rosa Tornero y Alicia Contreras, que acaban de escribir  una brillante página  de historia como heroínas de una epopeya inaudita de nuestro prometeico cautiverio, os llaman a la oficialidad stronguista prisionera estos cálidos votos, unidos, el anhelo ferviente de estreches  en la elocuencia de un estentóreo Kalatakaya - Huarikasaya, Hurra Hurra y Rubricado con un sonoro  Viva Bolivia. Asunción,  , septiembre de 1935”.

Pocos días de esta ceremonia, llegó una correspondencia de un oficial paraguayo a la meritoria periodista. Desde la lejana tierra rindió un homenaje de admiración por las labor realizada, expresó: “Como oficial del ejército paraguayo rindo en la persona de la señorita Ana Rosa Tornero una distinción  a la mujer boliviana. (Fdo.) Teniente Pecci”. Ana Tornero de Bilbao nació en La Paz en 1907, falleció el 27 febrero de 1984 en Albuquerque.

 

A 60 AÑOS DEL ARBITRARIO DESVÍO DE LAS AGUAS DEL RÍO LAUCA POR PARTE DEL GOBIERNO CHILENO

 


Por: Ramiro Molina Alanes

Ha transcurrido seis décadas de uno de los hechos más oprobiosos de nuestra historia, como es el desvío arbitrario e inconsulto del río Lauca, agresión que no se pudo resolver bilateral ni multilateralmente. Con la premisa de que las nuevas generaciones conozcan esta funesta etapa de nuestra historia presentamos este nefasto tema.

La República de Chile, si bien cuenta con un litoral marítimo sumamente extenso, una gran parte de su territorio es desértico, carente casi en forma absoluta de agua dulce. Las ricas fuentes de alimentación, pobres desde luego, están ubicadas en la vertiente occidental de la cordillera de Los Andes, de la cual se abastece, no con fines de riego ni electricidad, sino para su consumo de agua potable. De esta manera, concentró sus ambiciones en las aguas de los ríos Lauca, Putani y Caquena, que desembocan en territorio boliviano.

Aunque los proyectos serios para desviar el río Lauca datan de 1921, el año 1939 el mandatario chileno Pedro Aguirre Cerda declaró en Arica el propósito de iniciar los trabajos del río Lauca para regar el valle de Azapa.

Ante esta situación, nuestra cancillería cursó la primera reserva diplomática el 11 de julio de 1939; se habrían de cursar cinco reservas más, que no incidieron en grado alguno en el propósito chileno, llegándose a conformar únicamente, comisiones mixtas, para dictaminar el proyecto.

El 5 de agosto de 1949 se constituyó en Arica la Comisión Mixta que expidió el correspondiente acta, pese a que la Delegación boliviana hizo constar la insuficiencia de datos técnicos.

Inesperadamente, nuestra Cancillería recibió del Embajador chileno la siguiente comunicación oficial: "Habiéndose cumplido el plazo de tres meses para formular observaciones a la denuncia, conforme a la declaración de Montevideo de 1933, el gobierno de Chile entiende que el proyecto chileno no merece objeciones al gobierno de Bolivia y, que se encuentra en condiciones de iniciar, sin pérdida de tiempo, las obras proyectadas" .

Después de un incomprensible letargo diplomático boliviano de trece años, se produjo la temida agresión geográfica; en un artículo de prensa de 16 de junio de 1962, el Sr. Mario Montenegro, elocuentemente refiere: "El 14 de abril, día de la hermandad americana, el presidente de Chile ordenó desde la torre de control del aeropuerto internacional de Santiago la apertura de las compuertas que hoy desvían las aguas del río Lauca de su curso sucesivo internacional en su hoya natural, el altiplano boliviano, hacia el Pacifico, para que las mismas -a razón de mas de 5.000 toneladas por día- rieguen el árido desierto del valle de Azapa. El símbolo del gobierno chileno, un carabinero, uno de los veintiún mil que tiene Chile, ejecutó la orden entre las sombras de la media noche, hizo girar las llaves mientras la bandera de la estrella solitaria era peinada por el delgado aire cordillerano a 4.700 metros de altura. El agua en que se basaba la luz de la luna comenzó su fría e inconsciente carrera desviacionista, mojando los flacos papeles internacionales y borrando todo lo escrito en ellos" 2.

Bolivia, indefensa ante el atropello, interpuso su demanda ante el Consejo de la Organización de Estados Americanos (OEA). Pese a que en la Resolución aprobada el 24 de mayo de 1962, acogía por unanimidad el pedido boliviano para pronunciarse ante ese hecho consumado, la hábil diplomacia chilena, desde el banquillo de acusado maniobró las sesiones en las que se perdía gran parte del precioso tiempo discutiendo y analizando el termino "Agresión", que había utilizado nuestra Delegación para denunciar el caso del Lauca.

Mientras Chile, con la intención de dilatar aun más el problema, planteaba un arbitraje de derecho en la Corte Internacional de La Haya, nuestro país recurriendo inclusive al Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), no obtuvo los resultados que esperaba de la OEA, ya que dicho organismo sólo se concretó a servir de simple intermediario de los alegatos de nuestro país y Chile; como protesta por la ineficiencia para hacer sus propias resoluciones, Bolivia se retiraría del Consejo.

LA RAZÓN DE LA FUERZA

La sed de agua dulce boliviana que tenía Chile para aplacar sus desesperantes y crecientes necesidades, no habría podido ser detenido, ni por las acciones diplomáticas, ni mucho menos militares; desde el momento que proyectó el desvío del río Lauca, ya lo tenía como hecho consumado.

LA FLAQUEZA DE NUESTRA DIPLOMACIA

El principal argumento que utilizó Chile para desligarse de la objeción boliviana para llevarse impunemente las aguas del Lauca, fue que después del Acta de la Comisión Mixta de 5 de agosto de 1949, nuestro país no presentó observaciones oficiales en el plazo de los tres meses, conforme a lo estipulado en la declaración de Montevideo de 1933. Las razones de esta negligencia fueron:

LA GUERRA CIVIL DE 1949

Esta guerra fratricida, suscitada precisamente entre agosto y septiembre de 1949 y sus largas secuelas políticas, sociales y económicas, centraron más la atención del gobierno de Urriolagoitia, descuidando nuestros derechos sobre el río Lauca.

LA NEGLIGENCIA DIPLOMÁTICA

En diciembre de 1961, ante los justificativos esgrimidos por Chile, el Senador Mario Torres Calleja, requirió de nuestro Canciller la siguiente información:

“Qué hay de verdad con relación a la respuesta chilena en sentido de que Bolivia, conforme al tratado de Montevideo de 1933 no hubiera formulado observaciones o denuncia en el término estipulado sobre los daños que ocasionaría al país la desviación del río Lauca... Quiénes son los funcionarios responsables de esta conducta negligente..." 3

En 1962, el que fuera Canciller boliviano en diciembre de 1949, con argumentos pueriles se desliga de la responsabilidad aduciendo:

"De decir que la nota Chilena de 3 de diciembre de 1949 la he conocido recientemente, en la fecha de recepción (1949) estaba planteada la renuncia colectiva del gabinete ministerial...es entonces de suponer que el señor Subsecretario Dr. Alvarado...frente a los continuos y a veces súbitos cambios de ministros...haya considerado innecesario hacerla conocer al Ministro, porque éste iba a dejar la cartera de Relaciones Exteriores, de un día a otro" 4.

Ya el 28 de enero de 1962, en un artículo de prensa, el Cnl. Zenón Oblitas Poblete, cuestiona a nuestros diplomáticos: "Mientras tan ágilmente se maneja la diplomacia y la defensa de los intereses chilenos por intermedio del personal muy competente; la tardía diplomacia boliviana tiene trabada la lengua para decir esta boca es mía, tanto más para defender los sagrados intereses de la Patria, por situarse en un ángulo de complejidad mediocre..." 5.

NOTAS

1 Nota No. 2325 de 3 de diciembre de 1949

2 Diario de 16 de junio de 1962

3 Recorte de periódico sin fecha ni nombre

4 El Diario 1962

5 El Diario, 28 de enero de 1962

HUGO ESTRADA, UN HOMBRE QUE PUSO EN ALTO EL NOMBRE DEL DEPORTE PACEÑO

 


Por: Marcelo Ramos /  Historiador / https://www.paginasiete.bo/campeones/2021/7/17/hugo-estrada-un-hombre-que-puso-en-alto-el-nombre-del-deporte-paceno-301254.html

En un nuevo aniversario de la Revolución del 16 de julio de 1809,  recordamos  a uno de los  emblemáticos   deportistas  que nació en esta tierra. Víctor Hugo Estrada Cárdenas ha sido considerado el representante del deporte  boliviano de su época. 

Nació en La Paz el 18 de abril de 1902. Su padre don Manuel Estrada fue uno de los pioneros en la difusión del fútbol en la urbe paceña; jugó en el plantel de The Bolivian Rangers Foot ball Club, en 1901. 

Estrada comenzó vistiendo la casaca del plantel  Red Points durante  el primer torneo escolar auspiciado por La Paz Foot ball Association en 1915. A los 11 años de edad se inscribió en los registros del club The Strongest, en el que se destacó hasta ser el capitán.

En 1918  ingresó al Colegio Militar. Pocos años después egresó del mismo establecimiento con el grado de subteniente. Conmemorando el aniversario patrio del 6 de agosto de 1926 fue convocado para el primer torneo nacional de fútbol que se realizó en la ciudad de Sucre. 

En  1927 incursionó en el plantel de Universitario de La Paz. Prosiguió su aporte deportivo en 1928, al participar en el comité deportivo de la asociación paceña de fútbol. Asimismo, a mediados  de ese  año, compitió en  el quinto torneo atlético  del Ejército que se realizó en el Hipódromo Nacional.  A este evento acudieron 254 concursantes  que representaron a 15 instituciones militares. 

Las pruebas más llamativas fueron las carreras de 100, 200 y 800 metros planos. En el puntaje final se destacaron  Hugo Estrada, Humberto Ortega y Germán Busch; este último asumió  posteriormente el mando de la Nación.

Igualmente, finalizando el torneo futbolístico local de ese año, Deportivo Militar obtuvo el título del campeonato paceño. Los principales artífices que le dieron el premio fueron: Casiano Chavarría, Rosendo Bullaín, Mario Alborta y  Estrada, quien dirigía al equipo.

A escasos días de ascender al grado de  teniente, en mayo de 1929, formó parte del tercer torneo atlético de Lima,  Perú. Por primera vez, los corredores bolivianos participaron en  este sudamericano. Hugo Estrada compitió en los 400 y 800 metros, destacándose como uno de los buenos corredores.

De retorno al país, nuevamente defendió los colores de la  “U” y  llegó a la instancia final, ante su digno adversario The Strongest. El certamen terminó en  septiembre de 1929. El cuadro estudiantil ganó por tres goles a dos. Como muestra de caballerosidad, Mario Alborta cedió su medalla a su compañero Hugo Estrada. Una lesión le impidió jugar el partido final. 

En agosto de 1931, Estrada subió al grado de capitán. Hasta ese momento formó parte en las competencias locales, nacionales e internacionales. De los escenarios del balompié, Estrada pasó a las candentes arenas del Chaco. Participó en el Destacamento 105, cayó herido por siete proyectiles, fue recogido por el adversario y tomado prisionero. 

Un parte de sus captores, conocido en Bolivia,   fue dramáticamente expresivo: “El Paraguay se honra – han dicho desde Asunción en dar asilo al Capitán Estrada, valiente hasta la eternidad. Al frente de varios soldados combatió hasta el último instante”.

Repatriado, fue destinado a Puerto Siles, departamento de Beni. En dicho lugar se contagió de una enfermedad tropical, lo que produjo su fallecimiento lamentable. Ello ocurrió el 19 de abril de 1940. Por tren llegaron los restos del destacado servidor de la Patria a la Estación Central. Asistió un gran número de personas  para recibir el cuerpo del    cultor de la educación física y del deporte.

El 21 de abril, multitudinaria concurrencia formada por elementos de las diversas esferas sociales   dio el último adiós a su destacado representante. En el trayecto fúnebre estuvieron presentes el presidente,  Enrique Peñaranda, y varias autoridades de Estado. 

 En el Cementerio General dio las palabras de despedida el notable canónigo Felipe López Menéndez. Un clarín del Ejército hizo escuchar sus notas y fuera del lugar sagrado se escucharon las descargas de reglamento.

A pocos días de su fallecimiento, producto de la iniciativa de varias organizaciones deportivas, entre ellos los matutinos de prensa y centros culturales, se solicitó  ante los representantes del Gobierno, que la principal vía de estadio Hernando Siles llevara el nombre de Hugo Estrada Cárdenas. Puesto que con esta designación se rendiría un merecido homenaje al emblemático deportista. La solicitud fue felizmente atendida a este pedido.

El militar, que recibió varias medallas, sobresalió en el campo deportivo y en la disciplina militar. Valeroso personaje en la historia deportiva paceña y nacional.

 

LA MUERTE DE JOSÉ LUIS TEJADA SORZANO, EL PRESIDENTE QUE QUISO PRORROGARSE Y CAYÓ

 

Sepelio de Tejada Sorzano

Por: Grecia Gonzales O. / Publicado originalmente en Página Siete de La Paz, el 4 de octubre de 2018.

Después del polémico “Corralito de Villamontes” del 27 de noviembre de 1934, José Luis Tejada Sorzano sucedió a Daniel Salamanca en la Presidencia. La situación adversa le forzó a firmar el cese de hostilidades con Paraguay. Con ese argumento se prorrogó dos veces en el gobierno; pero una rebelión civil-militar le obligó a dimitir el 17 de mayo de 1936. Luego de dos años, a causa de una extraña dolencia, falleció en Arica, Chile. Su muerte conmovió al país. Su entierro fue masivo.

Tejada Sorzano nació en La Paz el 12 de enero de 1882. Cursó el bachillerato en el Colegio San Calixto. En la Universidad Mayor de San Andrés estudió Derecho y se graduó en 1904. En Europa se especializó en economía y finanzas.

Entre sus obras se destacan el Informe sobre los negocios del estaño (1905) –que proporcionó datos sobre la utilidad de la

industria estañífera en Bolivia– y Después de la crisis, Estudio referente a Bolivia (1909) –en el que realizó un análisis del desarrollo de los fenómenos económicos en Bolivia, después de la crisis de Estados Unidos, en 1907–.

Elaboró varios ensayos sobre temas bancarios, aduaneros y las consecuencias del “Contrato Speyer”, que amplió la red ferroviaria del país.

Actividad política

De acuerdo al libro José Luis Tejada Sorzano: un hombre de paz (1990), escrito por Alberto Crespo, a él, desde muy joven, le preocupó la situación política de la patria. Militó en el Partido Liberal hasta sus postreros días. Ocupó los cargos de diputado (1914), Ministro de Hacienda (1917-1918) y Vicepresidente (1931-1934). Luego, por sucesión de mando, fue Presidente de la República (1934-1936).

El 29 de noviembre de 1934 asumió el poder en pleno desenlace bélico y una etapa de crisis general. Bajo su mando se firmó el cese de armas el 12 de junio de 1935. La sombra del liberalismo dominó su gobierno, que se enfrentó a una ascendente tendencia nacionalista que brotó en las arenas del Chaco.

Prórroga y caída

Roberto Querejazu, en su obra Masamaclay: historia política diplomática y militar de la Guerra del Chaco, precisó que Tejada Sorzano debía culminar su mandato el 5 de marzo de 1935. Empero, un congreso extraordinario, celebrado justo entre el 3 y el 5 de marzo, determinó “ampliar” su gestión por unos meses.

Luego quiso utilizar la misma táctica para quedarse, pero esta vez la resistencia social no se dejó esperar. Pese a eso, un nuevo congreso, que se realizó a fines de julio de 1935, le concedió una “segunda prórroga”, hasta el 15 de agosto de 1936. Ese hecho fue el principio del fin. La ampliación de mandato provocó un creciente sentimiento de malestar, que fue azuzado por la tensión entre liberales y nacionalistas. Además, la población se encontraba hastiada por la galopante crisis. El desempleo, el incremento de los precios de la canasta familiar, los bajos salarios y el despido masivo movilizaron a la población.

La huelga de mayo

El debilitado régimen, como último recurso para prorrogarse, intentó conformar un gabinete de concertación con la oposición. Pero todo quedó en palabras. El Partido Republicano Socialista y el Partido Socialista se unieron en contra del “gobierno liberal”, mediante un “pacto” firmado el 4 de febrero de 1936, en el que proyectaron un gobierno civil-militar “socialista”. En ese contexto, la lucha se exacerbó y se condensó en las denominadas “jornadas de mayo de 1936”.

Agustín Barcelli, en su texto Medio siglo de luchas sindicales revolucionarias en Bolivia, relató que el ramo judicial de Cochabamba, el Sindicato Gráfico, la Federación Obrera del Trabajo y la Federación Obrera Local avivaron la llama de la primera huelga multitudinaria realizada del 1 al 17 de mayo. En esas jornadas, el país se paralizó. Los trabajadores gráficos y los periodistas acataron la huelga. Ni un solo periódico circuló. De ese modo los militares obligaron a renunciar a Tejada Sorzano.

Luego, los sectores movilizados, sin dirección política, cedieron el poder a una junta mixta de gobierno, formada por el PRS, el PS y el Ejército. El coronel David Toro, respaldado por el teniente coronel Germán Busch, asumió la presidencia.

De ese modo, las agujas del reloj de la historia marcaron el final del mandato de Tejada Sorzano.

Más detalles

En relación al levantamiento de mayo, El Diario, el 21 mayo de 1936, en el artículo “Últimas informaciones del expresidente Tejada Sorzano”, publicó su último discurso como primer mandatario.

En su intervención aseguró que el movimiento huelguístico obrero de mayo fue impulsado por la corriente comunista: “En cuanto al orden público, dijo que tenía informaciones exactas de que simultáneamente en Bolivia y Paraguay se producía un levantamiento del movimiento obrero. Agregó que en el fondo parecía correr dinero comunista, que se había comprobado la propaganda soviética y de que dos agentes se hallaban detenidos en la cárcel local”.

El periódico La Calle, el 24 de junio de 1936, en su publicación “Breve y verídica reseña histórica de la Revolución Socialista”, por su parte, reveló los sucesos que ocurrieron antes del levantamiento de mayo de 1936 e hizo énfasis en las medidas represivas que se pretendió implementar.

“Ante el peligro de un movimiento huelguístico general, el gobierno pensó ya en determinadas medidas de coerción mañosamente planteadas por gentes del régimen mismo. Estas medidas consistían en expedir un llamamiento militar de encuartelamiento, sin importar que se ponía en peligro internacionalmente al país, pues el llamamiento a cuarteles, habría hecho que Paraguay sospechara, con razón o sin ella, un peligro de guerra (…) Tejada Sorzano ordenó hacer fuego sobre el pueblo si éste se mostraba partidario a la huelga”, afirmó La Calle.

Así, en medio de esa batahola ideológica, Tejada Sorzano abandonó el Palacio Quemado y mantuvo distancia con el nuevo régimen nacionalista militar.

La prensa y su muerte

El 3 de octubre de 1938, en los medios se conoció la noticia de su muerte. El gobierno de Germán Busch declaró duelo nacional de tres días, con cierre de oficinas públicas y privadas.

“En las primeras horas de ayer se ha recibido la infausta noticia del fallecimiento del esclarecido hombre público Tejada Sorzano”, lamentó el matutino El Diario, el 4 de octubre. Un día después, relató que “La Paz recibió en forma apoteósica los restos de su hijo predilecto”. Al día siguiente, transcribió los discursos del Alcalde de La Paz, la Asamblea Constituyente, el Rotary Club, el Vicepresidente Enrique Baldivieso y el escritor Alcides Arguedas, quienes destacaron que fue un hombre culto y de paz.

El periódico La Razón afirmó que “cerca de 50.000 personas” acompañaron el entierro, el 5 de octubre.

La conocida avenida Tejada Sorzano de la ciudad de La Paz lleva su nombre en reconocimiento a su obra.

Grecia Gonzales O. es periodista.

 

7 DE ABRIL DE 1943 ENRIQUE PEÑARANDA, MEDIANTE DECRETO, ORDENÓ MOVILIZACIÓN INTEGRAL Y DECLARÓ LA GUERRA A LOS PAÍSES DEL EJE

El presidente Enrique Peñaranda, en la academia militar West Point, durante su visita oficial a Estados Unidos en 1943 (Acme Photo) / Proyecto Tuja

 

¿Sabias que?

El 7 de abril de 1943, el Gobierno boliviano presidido por el Gral. Enrique Peñaranda, mediante Decreto, ordenó movilización integral y declaró la Guerra a los países del Eje, conformado por ALEMANIA, JAPÓN, ITALIA, HUNGRÍA, RUMANIA, ESLOVAQUIA, YUGOSLAVIA, etc. El artículo 1° del Decreto señalaba: "Se dispone que la Nación ingrese al estado de guerra con las potencias del Eje y se reafirma su solidaridad con las Naciones Unidas, que luchan por el triunfo del derecho".

el general se alineó firmemente del lado de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, aceptando misiones militares y ayuda a cambio del apoyo incondicional al esfuerzo aliado: Bolivia entró formalmente en el conflicto después del ataque japonés a Pearl Harbor, en diciembre de 1941. Debido a las constates huelgas y paros por parte de los trabajadores mineros, el gobierno de Peñaranda sostuvo que las huelgas en tiempos de guerra representaban una interrupción inaceptable de la producción boliviana con destino a los Estados Unidos (estos adquirían el estaño, el wolframio y la quinina de Bolivia a precios extremadamente bajos a título de colaboración).

 

AÑOS TURBULENTOS EN BOLIVIA / CELEDONIO ÁVILA, ANICETO ARCE Y EL DICTADOR LINARES


 

Fuente: Del libro “Historia de Tarija II” - Edgar Ávila Echazú / Cántaro, El País de Tarija, 12 de diciembre de 2021. / https://elpais.bo/cultura/20211212_capitulo-xxvii-celedonio-avila-aniceto-arce-y-el-dictador-linares.html

 

¿Qué había sido de la vida del general Celedonio Ávila, una vez que José María Linares se apoderara del poder?

El nuevo presidente civil de facto; el primero en la historia boliviana, si se exceptúa a Mariano Ricardo Calvo, que lo fue por breve tiempo en ausencia del Mariscal Santa Cruz y con todas las normas constitucionales; Linares, pues, no se olvidó de quienes tanto se comprometieron en su andanzas golpistas. Nombró al general Avila “Jefe Superior Militar de los Departamentos del Sur”, en octubre de 1857. Este cargo, a pesar de la delimitación de sus funciones en el sur del país, le obligaba a estar más tiempo en el norte, lo que es muy típico de nuestra Historia alógica por excelencia. Y parece ser que el maduro soldado se vio afectado por la altura; o acaso se cansó de los enredos de los políticos norteños, y puede ser que del mismo clima altiplánico. Por todo ello, solicitó su retiro. Linares se negó a concedérselo; y más bien, teniendo en cuenta la salud de don Celedonio, lo designó Prefecto y Comandante de Santa Cruz, porque “no puede permitir su retiro y exige sus servicios”, en enero de 1858. (Nota: En febrero del mismo año, por una decisión pontificia de Pío IX, Tarija es reincorporada al Arzobispado de la Plata. El primer vicario foráneo fue don Baltasar de Arce, tío de Aniceto Arce).

El general Avila ejerció su cargo en santa Cruz, y en 1859 volvió a su anterior función. En octubre del mismo año fue sucesivamente Prefecto de Potosí y de Chuquisaca, hasta noviembre; mes en el efectivamente enfermó. (Nota: En ese año de 1859 murió don José Miguel Velasco. Había nacido en Santa Cruz, en 1795. Fue uno de los personajes que, más que todo por su espíritu conciliador y su dedicación a las empresas de consolidación de la República, ocupó un lugar imprescindible en los trastornos políticos; como que fue cuatro veces presidente, siempre por breves períodos). Además debió pesar en su ánimo los extremos de la conducta del Dictador, que no podrían traer sino consecuencias desastrosas para la Nación; sin que ello significara que se retirara del barco a punto de hundirse exclusivamente para salvarse solo, ya que si algo lo caracterizó era su fidelidad a las causas a las que adhirió; como que aceptó nuevamente hacerse cargo de la Prefectura de Tarija, en reemplazo de otro patricio local: don Sebastián Cainzo. (Nota: En agosto de 1860, a los treinta y cinco años de fundada la República que fue creación suya y de sus colegas charquinos, falleció don Casimiro Olañeta. Aún hoy continúa siendo considerado el político boliviano más controvertido del siglo XIX, así como ejemplo de ese espécimen tan común en la historia de la humanidad: el inteligente adulador, poseedor de un finísimo sentido de los exactos momentos en que se debe abandonar e injuriar a quien se hubo servido. Estuvo emparentado, por línea materna, con la familia de los marqueses de Tojo, y con Miguel de Güemes; así como fue sobrino del famoso, y fiel hasta la obcecación, general realista Pedro de Olañeta. Se educó en Córdoba y en San Francisco Javier, Comenzó su carrera político-administrativa como Secretario y, luego, Fiscal de la Audiencia de Charcas. Después fue ministro de varias carteras en los gobiernos del Mariscal Sucre, José Miguel de Velasco, Santa Cruz, Ballivían y Linares.)

A esa altura de nuestra historia, don Celedonio Avila y otros líderes tarijeños de los años revolucionarios y de la consolidación republicana, como Bernardo Trigo, Timoteo Raña, el mismo general Burdett O'Connor y, desde luego, don Felipe de Echazú, van a pasar a un meritorio segundo plano con la preponderancia que ganan otras personalidades, como es el caso de Aniceto Arce y Narciso Campero.

Don Aniceto Arce nació en Padcaya, el 17 de abril de 1824. Descendía de una familia vallisoletana. Uno de sus miembros, Pedro José de Arce, vino a América a comienzos del siglo XVIII, y fue el fundador de dos ramas de un patriciado criollo (con padres españoles) que se establecieron en la Villa de Tarija. Uno de los hijos de ese Pedro José, debió ser el segundo o el tercero don Agustín, parece ser que no se le dio muchas preeminencias por aquello de los mayorazgos, y por eso se afincó para siempre en Padcaya. Un hijo suyo don Diego Antonio de Arce, ingresó a la milicia Real y casó con doña Francisca Ruíz de Mendoza; ambos fueron los padres de Aniceto. Luego don Diego se pasó a las filas de los patriotas emancipadores, y desde 1824 se instaló en una propiedad suya, en la localidad de Charaya, donde murió en 1811

Aniceto vivió la vida de un niño campesino en Charaya y en Padcaya. En esta última localidad estudió las primeras letras. Su madre lo envió luego a Tarija, bajo la custodia de un pariente del padre, el sacerdote franciscano Baltazar de Arce. Este poco logró, sino enseñarle algo de Latín y Retórica, o sea, las reglas gramaticales del buen decir. El pequeño e introvertido niño de las breñas padcayeñas aprendió todo eso, pero con mayor gusto y dedicación la aritmética y algo de las tendencias romántico panteístas del buen fraile y los acendrados dogmas de la religión católica que nunca olvidó. En Tarija se volvió más comunicativo y adquirió unos aprestos de conductor de sus condiscípulos; como buen camorrero que era en ciertas ocasiones. Ya tenía la contextura física que lo caracterizaría, a más del empecinamiento y la firmeza de sus decisiones. Macizo, de gruesos huesos, de regular estatura y cabeza grande. En los trances de la guerra con la Argentina, en 1838, el adolescente regresó a Charaya, pero con el que sería más tarde su cuñado, Manuel Baca, concurrió a la batalla de Montenegro. Allí conoció al general Otto Felipe Braum, quien le tomó gran estima.

En ese año murió su madre, y el tío franciscano lo envió a Chuquisaca, a la casa de una familia tarijeña de apellido Mora. Se le concedió entonces una beca para estudiar en el Colegio “Junín”, gracias a las gestiones de su hermano mayor, Miguel de Arce. Este, terminados sus estudios en el Seminario de Sucre, fue cura de Toropalca, y después Rector del mismo Seminario, y más tarde, diputado. En el Colegio “Junín”, Aniceto, por sus conocimientos matemáticos y para ganarse unos pesos, ofició de profesor de sus condiscípulos menores, además de reemplazar a sus propios profesores.

Pese a su inclinación por las ciencias, más que por las Humanidades, en el colegio y en la Universidad, adquirió una mediana cultura general, a la vez que por sí solo ampliaba su formación científica. Coexistencia de ambas tendencias en muchos de sus compañeros abogados como él que también resultaron, al mismo tiempo, médicos, físicos e ingenieros, como fue el caso de Agustín Aspiazu, docto en las ciencias jurídicas, la cosmografía, sismología y geografía, o el de José María Bozo, un naturalista de primera. Así pues, en el colegio, Aniceto Arce se graduó con honores y medalla incluida en matemáticas y distinción en ¡música!. Esto último tal vez por los ancestros artísticos de la mayoría de los tarijeños. El acucioso y gran biógrafo de Arce, el historiador Ramiro Condarco Morales, anota un dato, de esos no muy curiosos en nuestra historia: sus compañeros de colegio fueron Donato Muñoz, el más tarde famoso eminencia gris de Melgarejo y también Prefecto de Tarija, y José María Pizarro, un empresario minero que anduvo por California en los tiempos del descubrimiento de sus yacimientos de oro.

Aniceto Arce regresó a Tarija a los 19 años. Y a poco de estar en la Villa, se alistó en la expedición que organizaba el coronel Manuel Rodríguez Megariños, que también por entonces era Prefecto del Departamento. Sobre Megariños hemos dicho algunas cosas, precisamente sobre su actuación militar y exploradora en el Chaco. Pero no mencionamos que como autoridad gubernamental en la ciudad se preocupó por la higiene pública y el ornato de la Villa. El hizo construir, por ejemplo, el Mercado Central y unos baños públicos ubicados en las vecindades del Molino. El coronel explorador fue uno de los precursores de la exploración de los ríos y asimismo de la consolidación de la soberanía boliviana en los no bien delimitados territorios del Chaco Boreal. La expedición a la que se agregó el joven Aniceto Arce, tenía como objetivo todo aquello, pues estuvo bien armada y contaba con el trabajo de los prisioneros peruanos de las batallas crucistas y de los que se tomaron en Ingavi. Resumiendo, Megariños vigiló la construcción de fuertes en Chimeo y Aguairenda, donde se aprovisionó de madera para las balsas que navegarían en el Pilcomayo. En esta tarea le ayudaron los chiriguanos que llevaron esas barcas hasta lo que es hoy Puerto Megariños, conocido también como Bella Esperanza, en las márgenes del Pilcomayo; aparte de fundar una colonia llamada Villa Rodrigo, que luego se denominó Caiza. Desgraciadamente las balsas o barcas tenían demasiado calado, y por esto no fue posible navegar en ellas sino por breves trechos.

Arce tuvo funciones de ingeniero empírico. Y poco después volvió a participar en la subsiguiente expedición encomendada por el presidente Ballivían al holandés Enrique van Nivel; la que tuvo mayor suerte que la de Megariños, ya que arribó a los 20°, 10° de latitud en Cavayurepotí.

Terminada esa expedición, que le proporcionó valiosas experiencias utilizadas en su destierro en tierras el Guanay, Aniceto Arce tuvo otras no muy felices. Un desafortunado amorío con una señorita a la que su primer biógrafo, Ignacio Prudencio Bustillo, llama solamente “Carmen”, la que lo había rechazado por ser ¡”un ñato rechoncho y moreno”! A esa edad y en esos tiempos, debió ser semejante desdén cosa de difícil olvido. Pero el tesonero Arce decidió olvidar a la desairosa niña con el consuelo de las matemáticas, agregando a esos estudios los de trigonometría y, algo más humano, los de música. Sobre esta última ¿fue don Aniceto un buen, regular o modesto intérprete? Dependería de las circunstancias inspiradoras, pero ya es bastante que todo un serio matemático, ingeniero y minero, a más de político, haya sido músico; cosa que en esos dichosos y fieros tiempos tampoco era inusual, por otra parte.

El olvido debió ser rápido y eficiente, porque en 1845 estaba cateando minas en las cercanías de Tarija; y con toda probabilidad lo único que encontró fueron fósiles. Como éstos no le interesaban, regresó a Sucre a recibir su título de abogado, ya en 1847, entretanto se ganaba la vida otra vez como profesor en el Colegio “Junín”. En esas instancias, a requerimiento del gobierno, colaboró al economista José María Dalence, autor de un “Bosquejo Estadístico de Bolivia”. Poco después volvió a la hacienda paterna de Charaya, en el Valle de la Concepción, seguramente para unas fugaces vacaciones. Pasadas éstas trabajó como Secretario de la Prefectura de Tarija, y entonces sí doblegó a la orgullosa y misteriosa Carmen; tanto que tuvieron un hijo.

En el Congreso convocado por Belzu en 1850, participó Arce como diputado por Tarija, a los 26 años. La mayoría parlamentaria belicista aprobó, como se ha dicho antes, insólitas medidas punitivas contra los conjurados en el atentado de Morales y con todos los sospechosos. Incluso el presidente del Congreso, general Laguna, fue fusilado. Lucas Mendoza de la Tapia, Evaristo Valle y Esteban Rosas salieron por los fueros y mandatos constitucionales, y nuestro paisano hizo causa común con ellos. Pero no habían terminado de exponer sus catilinarias todos ellos fueron apresados. Bien engrillados como se acostumbraba, se los desterró al Guanay, una zona de bosques malignos de la provincia Larecaja de La Paz. Allí convivieron, o mejor dicho, sobrevivieron acompañados por los mosetenes. Más resistente que sus compañeros de proscripción, Arce se hizo pronto amigo de esos mosetenes, y con la guía suya y por sus conocimientos descubrió, entre las areniscas del río Guanay, pepitas de oro; y al cabo de un tiempo acumuló algunas onzas. Con el Dr. Facundo Carmona y la ayuda de los nativos, organizó una atrevida y exitosa fuga, hasta la localidad de Apolo; Carmona se quedó allí ejerciendo su profesión, y Arce mediante mil peripecias, pudo arribar a Puno, y después a Copiapó, en Chile, gracias a la administración rigurosa de su oro. En Chañarcillo se explotaban unas minas de plata, y en unos valles vecinos, Arce se dedicó, primero, a granjero. Y en esos trabajos conoció y se hizo amigo de los abogados y banqueros chilenos Edwards, Concha y Toro, Gallo, Cuadra, Pereira y Cousiño, que estaban invirtiendo sus dineros en la explotación de cobre y plata. Por instancias de éstos, es que Aniceto fue formándose como experto cateador e ingeniero minero. Lo hizo tan bien que pronto lo contrataron como administrador de una de las minas de Chañarcillo. Pasado un tiempo más, se relacionó con el experimentado empresario boliviano Avelino Aramayo que lo llevó a Potosí como administrador de la Compañía Minera del Real Socavón, en 1854. Al año siguiente ya era socio de otra compañía, Antequera de Oruro, y asimismo del Real Socavón en 1856. Fueron esos años los del gran impulso dado por los pioneros y visionarios de la minería boliviana: los Aramayo, padre e hijo y Mariano Argandoña, que contribuyeron al renacimiento de la explotación minera desde más o menos una década antes, sobre todo en los yacimientos de Oruro y Potosí. En ese proceso que revolucionaría la economía nacional, Aniceto Arce tuvo un papel protagónico. Con su mente y temperamento analíticos, con su bien cimentada experiencia y siempre renovados conocimientos, y en especial con su visión empresarial, a los 32 años era alguien a quien se respetaba y admiraba; cosas éstas no comunes en esos competitivos quehaceres; y en verdad en ninguna actividad creadora que se desarrolló en Bolivia. Con tales bagajes, Arce publicó un periódico científico: “El Minero”, en 1855. En él abogó por la creación de una Escuela de Minas, para capacitar a los futuros profesionales que tanta falta hacían para el desarrollo industrial boliviano, al mismo tiempo que hacía conocer los adelantos tecnológicos de la explotación minera; y en la páginas de esa publicación fue el primero en reconocer el valor de las medidas gubernamentales que beneficiaban a la minería, dictadas por el presidente Jorge Córdova.

Tan apreciado era entonces Aniceto Arce que, en enero de 1856, se casó con Amalia Argandoña, hija de Mariano de Argandoña y Luisa Revilla. Apadrinó el matrimonio nada menos que don Avelino Aramayo. ¡Lejos quedaban los tiempos de miseria y sacrificios de la niñez, adolescencia y primera juventud del tarijeño de la también lejana Padcaya! Y a ese acontecimiento le siguió la larga aventura y el prodigioso trabajo que lo conduciría a la creación y sostenimiento del emporio de Huanchaca, o Wanchaka de los aymaras. Pero, para nuestros propósitos de esta relación cronológica sería extendemos demasiado en esta gesta de la revolución industrial boliviana, Quienes deseen hacerlo, deben acudir a la erudita y magnífica biografía de nuestro paisano escrita por Ramiro Condarco Morales. Por lo tanto, dejamos a don Aniceto en los prolegómenos de sus más grandes triunfos como empresario minero, para examinar sus contemporáneas actuaciones políticas.

El 14 de enero de 1861 se llevó a cabo el aleve golpe de Estado que defenestró al Dictador Linares, mediante la “traición” de sus más íntimos colaboradores; Ruperto Fernández, José María Achá y Manuel Antonio Sánchez. Ese golpe mereció tal calificativo -el de traición- porque se produjo no bien anunciara Linares su firme intención de convocar un Congreso ante el cual presentaría su renuncia, con el consecuente llamado a elecciones. Ahora se sabe que más que cansado y reconociendo su impotencia para resistir la serie de asonadas y sediciones que, no por sofocadas, era previsible continuarían con el apoyo del ejército y de los ballivianistas, expresando el repudio general a la dureza del Dictador, éste se sentía agotado por sus males físicos. Lo curioso es que, al ser depuesto, halló refugio en la casa de José Ballivián, de la que salió sin que se lo molestara para exiliarse en Tacna, el 19 de enero.

Hay que tener muy en cuenta que Linares, poco antes, había sido convencido por sus amigos Tomás Frías, Evaristo Valle, Lucas Mendoza de la Tapia y Mariano Baptista, de la imperiosa necesidad de renunciar, pero de conformidad a los mandatos constitucionales. La orden suya para convocar al Congreso no fue obedecida por su Secretario Ruperto Fernández, debido a que, con Achá y Sánchez, tenían todo preparado para dar su golpe. Fernández, según aseveran la mayoría de los historiadores, alcanzó a tener tal influencia y poder en el ánimo de Linares, que a él se le deberían algunas de las decisiones más discutidas que adoptara el Dictador, como por ejemplo el fusilamiento del sacerdote Porcel y de otros rebeldes. Pero si ganó tal ascendencia en Linares, no se debería exclusivamente por haber sido un inteligente y excelente funcionario, dados sus conocimientos de las leyes, entre otras cosas, sino porque tendría mayores méritos humanos que despertaron la emotividad del austero Linares, quien lo honró con su cariño de padre.

Y en este punto, preciso es que rechacemos ese complejo arguediano de satanizar, le venga o no le venga, a los gobernantes bolivianos del siglo XIX, con más acidez si ellos eran militares, como ya lo hemos anotado. Los denominados “agentes históricos”, caracterización que es algo arbitraria porque nadie actúa como agente pasivo o inconsciente de esa entidad o fuerza abstracta llamada Historia, sino que ella está conformada precisamente por quienes por su voluntad, y desde luego por sus intereses que concuerdan con otros semejantes, dirigen los sucesos históricos, según las delimitaciones temporales específicas; esos protagonistas de los avalares y acaecimientos constituyentes de “lo histórico”, no intervienen en ellos sólo por sus apetencias personales y los demás intereses sociales y económicos predominantes de una época y sociedad determinada; ellos no proceden en esos márgenes existenciales como expresión de “lo negro” o de “lo blanco”, sin opción alguna a las medias tintas. Es decir, en el caso nuestro al menos, no hubo ningún presidente, militar o no, tajantemente “malo”, “inepto”, “ignorante”, puro defectos, con tanto color despectivo descriptos por ciertos historiadores subjetivistas; mejor dicho, de los repetidores de lugares comunes. Con todas sus limitaciones, ninguno de esos gobernantes estuvo empeñado en hacer el mal y en destruir a nuestro país; y si así lo parecía, era más por la malevolencia de sus opositores y también porque en ese siglo, como en muchos aspectos en el nuestro, la esencial falta de continuidad de las realizaciones de cada gobierno, contribuyeron a esas nefastas contradicciones.

En lo que respecta al general Achá y Ruperto Fernández, se llevaron a la tumba la inmoralidad de haber procedido como lo hicieron con Linares: no permitiéndole que renunciara como era su propósito. Pero, aparte de ese desdichado proceder, ¿no sería que la suplantación del Dictador obedecía a la cuerda decisión de evitar mayores desafueros de Linares que, como él mismo lo advirtiera, traerían dolorosos días al país? Y tampoco hay que descartar que ellos, Achá y Fernández, más que nadie sabían que el desventurado presidente estaba ya al borde de un colapso por sus irremediables dolencias y hasta por los excesos de sus inhumanos actos. ¿Fue por todas esas desgracias que nadie, ni siquiera sus ministros y admiradores, acudieron en su auxilio, durante esos dramáticos, penosos sufrimientos físicos y los posteriores de índole económica que sobrellevó con espartano silencio en su ostracismo? El testimonio sobrecogedor de quien intentó paliar tales dolorosos trances, don Mariano Baptista, es revelador del abandono por parte de aquéllos y, lo inexplicable, de su propia familia. Linares falleció en las condiciones de la más oprobiosa miseria en Valparaíso, el 23 de octubre de 1861.

Mientras tanto, el nuevo Presidente Constitucional, elegido en la Asamblea instalada el 1° de mayo de 1861, el general José María Achá, en junio designó como Ministro de la Guerra a don Celedonio Avila. Nombramiento que, de acuerdo con Bernardo Trigo Pacheco, “sorprendió al viejo soldado, cuya vida de honestidad era un dogma”. Vaciló en aceptar. El país atravesaba momentos difíciles y su negativa podría importar algún entendimiento subversivo. Además, Tarija, con sus mejores exponentes, le exigió prestar sus servicios en “la reconstrucción nacional”. Sea como hubiese sido, el general Avila fue posesionado de Ministro en agosto. Y una vez más le tocó desempeñar un papel digno de su noble humanismo.

Antes de referirnos a esa actuación, anotemos lo siguiente. Defenestrado Linares, se instauró un “Triunvirato” gubernamental formado por Achá, Fernández y Sánchez. Cesó en sus funciones tal gobierno tricéfalo a los cuatro meses, con la muerte de Sánchez. Achá convocó a una Asamblea Constituyente, que efectivamente reformó la Carta Magna por séptima vez, pero sin reformas substanciales. En las primeras deliberaciones de la Asamblea, los linaristas no sólo defendieron al caudillo caído, sino que con sus denodadas postulaciones de raigambre liberal propiciaron la formación de un partido político, en realidad el primero en Bolivia. Los diputados que más sobresalieron en aquella Asamblea fueron Adolfo Ballivián, hijo del vencedor de Ingavi; Evaristo Valle, Emeterio Villamil de Rada, el singular lingüista, sociólogo, arqueólogo y visionario místico paceño; Rafael Bustillo, uno de los pocos economistas y versado diplomático y jurista; Antonio Quijarro, también jurista y conocedor de los problemas diplomáticos, Tomás Frías, ex-ministro de Ballivián; Manuel José Cortés, historiador y jurista; Agustín Aspiazu, un científico a quien Bolivia debe mucho, y nuestro paisano, el ya famoso industrial minero Aniceto Arce; es decir, el Non Plus Ultra de la intelectualidad política de la época.

Arce, descontento con el desempeño de una Sociedad Mineralógica de Potosí, que él organizara, había aceptado hacerse cargo del rectorado del Colegio "Pichincha” y de la Fiscalía de Distrito, porque en sus negocios mineros había tropezado con algunos inconvenientes por las pocas miras de sus socios que, en realidad, controlaban la mayoría de las acciones de “Huanchaca”. Ramiro Condarco Morales, en base al testimonio del hijo de Arce, Ricardo, autor de unas memorias sobre su padre, desecha los supuestos vínculos de “estrecha amistad entre Linares y el industrial, quizás por substanciales diferencias de carácter, y por no estar de acuerdo este último con la concepción exagerada de la moral del Dictador”. Es por eso que a la caída de Linares, Arce colaboró con el general Achá, primero como diputado por Potosí. Y a él se debe la coyuntural conciliación de los linaristas para apoyar la constitucionalidad del nuevo gobierno; y, además, el impulsar la formación del Partido “Rojo”, propugnador precisamente del orden constitucional, por lo que después se llamaría Constitucionalista y, luego, Conservador. Un año después, en 1862, nombró Prefecto de Potosí a don Aniceto Arce. Como tal se puso al frente del golpe del general Gregorio Pérez, el 18 de agosto. Arce demostró en esa circunstancia su firmeza, que más tarde sería sindicada de extrema dureza en el ejercicio del poder, ya que no le tembló la mano al firmar la sentencia para fusilar a ciertos sediciosos.

Sin embargo, en La Paz, Casimiro Cotral, una especie de curioso “socialista”, que no era sino un obnubilado populista de ambiguos procederes políticos, y otros conjurados, persistieron en su rebeldía. En octubre, Achá retornó a La Paz, luego de ponerse en campaña desde Sucre, y procedió a reprimir a los sediciosos sin cuartel. A raíz de esa punición, algunos colaboradores del general Achá renunciaron, entre ellos el general Celedonio Avila.

Pero estamos adelantándonos a otros acontecimientos en los que el general Avila intervino, tal como lo señaláramos. No hacía mucho que ejercía de ministro de la guerra y el gobierno tuvo noticias de una conjura en Sucre; por lo cual Achá dejó La Paz con todo su gabinete. El presidente dejó como Jefe político del departamento al general Rudecindo Alvarado (el ex-emigrado argentino), de Comandante general de la ciudad al coronel Plácido Yáñez que durante el gobierno del Tata había sufrido persecuciones y vejámenes al parecer ordenados por aquél. Guardaba pues un patológico aborrecimiento a Belzu; y en esa ocasión encontró la manera de manifestarlo con increíble saña, ya que protagonizó uno de los más vergonzosos y crueles actos de nuestra historia. So pretexto de una supuesta entrada de Belzu a Bolivia, desde el Perú, donde también se quería creer que no hacía otra cosa que conspirar con su yerno, el ex-presidente Córdova, que vivía en una chacra vecina a La Paz el desaforado Yáñez ordenó la noche del 23 de septiembre de 1861, se apresara a todos los más conocidos belcistas, unas treinta personas, con el hermano de Belzu y Córdova a la cabeza. Se los condujo de mala forma a Loreto, una vieja iglesia; mientras Yáñez comunicaba al presidente Achá de los aprestos de la inventada revolución belcista; y éste decretó el Estado de Sitio en todo el territorio nacional. Medida que le permitió a Yáñez obrar como lo hizo.

Don Gabriel René Moreno ha dejado en su obra “Las matanzas de Yáñez” una descripción plena de sus mejores virtudes de genial prosista, ya que usaba el castellano de esa época con la plasticidad y el vigor de los mejores escritores españoles. Con el visionario alarde de los historiadores-periodistas, anticipándose a los actuales periodistas-novelistas, narró las vicisitudes de esas matanzas con tal vivacidad y veracidad que nadie ha logrado superar el relato suyo de ese dramático episodio. Por eso recomendamos su lectura.

A lo que vamos ahora es a resumir lo ocurrido en el Loreto esa noche del 23 de septiembre, de acuerdo con la versión de Alcides Arguedas, hasta hoy no desmentidas. Dijimos que Yáñez instrumentó un falso motín de los paceños belcistas, sólo para vengarse de sus antiguos agravios. Se dirigió al Loreto y en la guardia fue informado del intento del general Córdova de “atropellar a sus centinelas”. Y sin pensarlo dos veces, ordenó iracundo: “¡Que le den cuatro balazos!”. Y Córdoba creyó, al oír unos gritos de los vecinos que estaban en la Plaza Murillo, que venían a liberarlos, a él y a sus compañeros de cárcel. Cuando se levantó del jergón donde estaba acostado, entretanto se vestía, entraron los esbirros de Yáñez y lo acribillaron sin mediar palabra alguna. Y, en seguida, hicieron lo mismo con Francisco de Paula Belzu, los generales Hermosa y Balderrama y un Dr. Tapia. Inmediatamente, siempre por órdenes de Yáñez, sacaron a otros presos que se hallaban en un local del Municipio, y en la Plaza Murillo fueron fusilados ante el inerme estupor de los allí reunidos. Desde las dos de la madrugada hasta las cuatro, con la vigilante presencia del coronel Yáñez, sus soldados asesinaron a unas sesenta personas.

Con un cinismo inigualado, Yañez dio cuenta de sus actos al presidente Achá; y éste y sus ministros, aún aterrados por tal infame masacre, no dieron una adecuada respuesta al criminal. Achá ordenó el regreso a La Paz y envió como avanzada suya al general Avila. Don Celedonio estuvo en La Paz el 21 de noviembre, y pese a la equívoca situación que en la ciudad se vivía -ya que Ruperto Fernández, que allí se encontraba, incitó a los coroneles Balsa y Flores a tomar La Paz-, donde reinaba un verdadero caos. El pueblo todo pareció despertar del horror que los paralizó con los asesinatos de Yañez, y se enfrentó a Balsa y Flores, asesinando a éste e hiriendo a Balsa. Don Celedonio calmó los ánimos, sin lograrlo del todo, y con una delegación de vecinos y algunos oficiales, entró al Loreto para ordenar la libertad de los presos que no habían sido fusilados. Don Bernardo Trigo hace notar que entre ellos estaba Calixto Ascarrunz, “el mismo que en 1855 hizo condenar al general Avila a muerte”. Y entonces fue que ocurrieron los sucesos de la muerte de Flores y el aprisionamiento de Balsa, durante los cuales la población ajustició a Yáñez, quien impertérrito contemplara la lucha anterior. El 23 de aquel mes, el asesino para librarse de la furia popular se refugió en el Palacio de Gobierno, y cuando trataba de huir por sus tejados, un balazo lo abatió. Los paceños desnudaron su cadáver y lo arrastraron por las calles vecinas, para finalmente ser “revolcado en un estiercolero inmundo y despedazado casi por la insana furia popular”, como escribió Arguedas.

 

LA TRAICIÓN DE JOSÉ MANUEL PANDO A LAS TROPAS INDÍGENAS DEL WILLKA PABLO ZARATE

 

Los Willkas protagonistas en la Guerra Federal (Imagen: Córdova)

Fuente: Periodico Pukara Nro 5 / Artículo escrito por Marina Ari M.

La traición blancoide se insinuó prontamente. En Mohoza (Cochabamba) Clodomiro Bernal, comandante federalista de Pando, cometió varios atropellos: Azotó al corregidor Juan Bellot en la plaza pública por ser lerdo para proveer recursos a su tropa; exaccionó dinero al párroco del lugar; robó animales de los comunarios y su tropa torturó a los humildes indígenas qichwas. La arbitrariedad de los “socios” mestizos provocó un levantamiento de comunarios dirigido por Lorenzo Ramírez. Marcharon hasta Mohoza y después de perseguir y cercar a los abusivos acabaron con una veintena de ellos, proclamando que ya no obedecían más órdenes que las de Zárate Willka.

Este y otros levantamientos contra déspotas gamonales aceleraron los planes de traición de Pando quien ofreció a la comunidad de Umala ser el nuevo cuartel central indígena. Los umaleños, que ocupaban una posición vertical entre los aymaras por su control del mercado de coca en Oruro, aceptaron este ofrecimiento pensando ganar ventajas, cuestionando así el liderazgo del Willka.

El mayor sector indígena obedecía, empero, la comandancia de Zárate. Se expandió el levantamiento abarcando gran parte del territorio aymara. Los principales líderes fueron los Willkas, Feliciano Willka en Cochabamba y Potosí; Juan Lero y el Willka Manuel Mita (conocido entonces por la prensa como Cruz Mamani) en Oruro; Lorenzo Ramírez en Inquisivi, La Paz. Todos aceptaban la dirección de Pablo Zárate.

El 23 de marzo de 1899 el ejército aymara desarmado y sin apoyo de los bolivianos federalistas, se enfrentó al Batallón Alonso, la mejor unidad constitucionalista. Pese al valor de los aymaras que lucharon desde las 5 de la mañana hasta las 3 de la tarde, fueron pasados a cuchillo por los soldados. Este episodio se conoce como la masacre de Huayllas. El río de Huayllas, el Chunchullmayo, Río de Tripas, se llamó así por los restos de los valerosos qichwas descuartizados allí. Mientras la tragedia ensangrentaba Cochabamba, el 24 de marzo de 1899 un escuadrón selecto de unitaristas llega a Caracollo matando a 5 indígenas entre ellos mujeres y niños que se encontraban en un grupo de espectadores. El sonido profundo de los pututus les sorprendió anunciando que Willka se dirigía a Caracollo, a la cabeza de un ejército de 2000 Kataris. Los bandos chocaron en Vila Vila, donde los guerreros aymaras sin más armas que q’urawas enfrentaron los cañones y fusiles del ejército regular logrando una brillante victoria. Ese triunfo lejos de alegrar a Pando, lo inquietó. Mediante misivas secretas exigió armas a sus aliados blancos para enfrentar al ejército aymara.

Tras el triunfo de Caracollo, Zárate lanzó “La Proclama de Caracollo”, verdadero ideario aymara que plantea el objetivo de «regenerar Bolivia» a través del respeto a la identidad indígena: “...deben respetar los blancos o vecinos a los indígenas porque somos de una misma sangre e hijos de Bolivia, deben quererse como hermanos con los indianos... hago prevención a los blancos... para que guarden el respeto con los indígenas...”.

Esta “regeneración” es en realidad el propósito de liberación fuertemente perseguido por los aymaras. La forma propuesta es la armonía, la justicia, el respeto entre la q’aritud y los indígenas. Detrás de esta propuesta se manifiesta el profundo nacionalismo aymara que busca hacer de Bolivia una nación basada en la tolerancia y equidad. La respuesta de los q’aras fue NO. No a la tolerancia. No a la equidad. No a la justicia. No al respeto.

La victoria de Zárate en Caracollo decidió a Pando por la toma de Oruro donde estaban Alonso y sus tropas. El 10 de abril de 1899, Pando parte de Caracollo. A su vez el ejército constitucional se moviliza hasta San Juan, espiado por los chaskis aymaras quienes informan el menor movimiento a Pando. Cerca de Oruro los sucrenses observan el despliegue en los cerros del ejército aymara comandado por Zárate. En esta batalla final participaron los Willkas, Cruz Mamani y Lorenzo Ramírez. Luego del primer enfrentamiento con los aymaras Alonso descubre que detrás se encuentra el ejército de Pando. Al amanecer las tropas de Alonso son derrotadas. El júbilo se apodera del criollaje paceño y la prensa boliviana proclama que los “indios” no participaron de la batalla. Días después Pando advierte a los “indios” se retiren a sus comunidades, ordenando a sus soldados desalojar violentamente a aymaras y qichwas que continuaran sublevados.

Menos de dos semanas después inicia una feroz persecución a los líderes aymaras que le habían dado el triunfo.

El 23 de abril de 1899, solo 10 días después de la batalla del 2do. Crucero, es detenido el anciano Apu Mallku Juan Lero quien proclamara el gobierno indígena en Peñas. La misma suerte corre Mauricio Pedro, el protagonista del levantamiento indígena de Sacaca. También son apresados Cruz Mamani y el mismo Willka Pablo Zárate. Noventa qichwas son aprehendidos y arrastrados a La Paz, por los sucesos de Mohoza. Cruz Mamani fue abatido a tiros por los soldados bolivianos. El 14 de enero de 1901 Juan Lero murió de frío y hambre, a los 70 años, en su inhóspita celda. En julio del mismo año Zárate dejó la cárcel en un episodio no aclarado y posteriormente fue asesinado por un grupo de blancos en Imilla Imilla, la comunidad donde había nacido. Sus tierras y las de su comunidad fueron –según el historiador Condarco–usurpadas por el traidorzuelo José Manuel Pando.

 

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