LUIGI BALZAN Y SU VIAJE DE LA PAZ A LOS YUNGAS

 

Fotografía tomada en la región de los Yungas, en La Paz Bolivia. (Circa Aprox. finales del siglo XIX)

Compartimos nuevamente un fragmento del diario de viaje del italiano Luigi Balzan.

Y vuelvo a mi viaje. Cuando se parte de La Paz a los Yungas49 , se toma un camino que bordea la montaña, ladera; se sigue así por algún tiempo después se atraviesan pequeñas pampas, se pasan algunos riachuelos y se llega después de algunas horas a una pampa en la cual existe una pequeña laguna alimentada de un río, el cual se atraviesa y se sigue subiendo de manera inperceptible pero se sube.

El camino no sería feo pero las continuas lluvias del verano lo dejan en tal estado, que en algunos lugares en una especie de pampa hay que abandonarlo y dar grandes vueltas para no quedar enterrados en el fango. En la llanura no hay ningún árbol ni arbusto.

Llegando a la pampa de la laguna, empieza una subida en zig-zag no muy larga que conduce al paso de la cordillera, a cuya izquierda se oye el murmullo una graciosa cascada. El punto se llama precisamente Alancha que en aymará quiere decir "cascada". Hasta allí y por toda la pampa nos acompañó una buena nevada. Mi barómetro indicaba 4.500 m.s.n.m. al llegar al paso.

Después del paso se entra en una cañada o quebrada llena de nubes, profunda y cerrada por las laderas de la alta montaña. Ya no nevaba pero llovía fuerte. La bajada, de escalones angostos y muy pendientes, estaba en muy mal estado por las lluvias. A cada rato se encontraban arroyos y pequeños torrentes y de cuando en cuando, si se abrían las nubes, aparecían las montañas de la derecha altísimas y tan pendientes que parecían que querían caer a cada momento sobre el incauto pasajero. Desde lo alto se precipitan sutiles cascadas que parecen hilos de plata. Se sigue un camino por los lados de la montaña o ladera hasta llegar a una bajada en zig-zag con flores y un poco de vegetación. Terminada la bajada se encuentra una hostería miserable llamada Pongo.

Recuerdo algunas compuestas y crucíferas, un Tropaeolum a hojas lobuladas y una enredadera con flores rojizas acampanadas. Durante el viaje, había observado cultivos de patatas, a menudo en lugares muy escarpados. Encontramos muchas recuas de asnos y llamas que venían de Yungas cargadas de coca y otras llamas libres y apacibles. Encontramos también un funeral de indios: habían muchos hombres al lado del camino que estaban cavando una fosa en silencio y mascando coca.

Entramos en el patio de la hostería de Pongo. Me abrieron una habitación en la cual había sólo una cama de madera con listas de cuero. Puse en la habitación mis baúles. El indio encargado de la hostería preguntó al arriero cuánta cebada quería para la mula; él respondió que no pensaba comprarla entonces vino a decirme que no podía prepararme la cena porque el arriero no quería comprar cebada. Lógica sublime! Tuve que demostrarle que mi estómago no tenía nada en común con la de mi cabalgadura. Se convenció y me hizo preparar una especie de sopa.

El barómetro señalaba alrededor de 3.600 m. así que habíamos descendido 900 m. imperceptiblemente.

El día 2 de marzo partimos a las 7 a.m. Se baja hasta otra hostería llamada Unduavi, de allí se bordea un río que me dijeron se llamaba río Unduavi. Noté que había ya una buena vegetación; mimulus amarillos y una flor blanca muy parecida, incluso en la planta a la Cineraria. Habían bellísimos colibrís con plumas largas en la cola que creo son de la especie sapho.

A poca distancia están dos casas donde se paga el derecho de pasaje50 para entrar a Yungas. En ese punto la vía se bifurca; una, la de la derecha, continúa recta y va por la orilla derecha del río Unduavi hacia Irupana, pueblo de Yungas; y la de la izquierda, empieza a subir hacia Coroico, otro pueblo de la provincia de Yungas a cuyas cercanías yo me dirigía. La subida del camino que yo tomé es de una legua de largo y no muy cómoda en ciertos puntos. Aquí empiezan los árboles y cerca de la cima helechos semi-arbóreos.

En la cumbre hay una gran cruz y en la base trozos de piedra pizarra negruzca acumulados verticalmente y esqueletos de animales, especialmente de mulas. Durante el camino vi a menudo, sobre todo en los sitios peores, las mismas piedras pizarra clavadas en los huecos de las rocas, me dicen que esta es una costumbre de los indios y lo hacen para distraer los ojos y que así no les invada el cansancio por el camino.

Nos detuvimos en la cima y vi llegar varias recuas de asnos y llamas. Los indios que las conducían se quitaban el sombrero y me pareció decían oraciones mientras caminaban. La bajada era larguísima y poco cómoda por la gran cantidad de piedras que obstruyen el camino. La hice a pie bajo una fuerte lluvia

La vegetación es estupenda, árboles de copa alta, helechos arbóreos, altísimos, zarzas, un amaranto igual a los que tenemos y se ven apetitosos y tordos, un arbusto cubierto de magníficas flores color carmesí, una especie de bambú, musgos, hongos verdosos que parecen conchitas, culantrillo, una planta herbácea de flor roja parecida a la digital y una graciosa violeta con flores con pétalos blancos y violeta en el centro.

La lluvia continuaba y se veían en todas las puntas de los cerros cascadas y arroyos algunos de ellos bellísimos. Las gotas de lluvia, cayendo desde lo alto al borde del camino hacían vibrar las hojas de los helechos y los musgos que habían debajo en fin, un espectáculo estupendo.

La montaña por la que se asciende y después se desciende y el camino mismo llevan el nombre de Sillutincara que significa en aymará "capirotazo" es decir el golpe que se da con la uña del medio y del índice haciendo sonar uno de los dos dedos con el pulgar. Tal vez lo llaman así porque las piedras del camino arruinan las uñas de los animales.

En la cumbre mi barómetro indicaba alrededor de 3.450 m.

Terminada la larguísima bajada que bordea profundos precipicios que no se ven por la frondosa vegetación, se sigue por una ladera y después de varias vueltas de dulce descenso se llega a una hostería montada sobre el camino que se llama Bella Vista. Se dominan desde allí varias montañas cubiertas de bosques y se oye en el fondo el rumor de un torrente que no se lo ve por la estrecha red de plantas. El barómetro indicaba 2.100 m.

Llegamos a la hostería a las 3.30 p.m. Me hospedé en una habitación con la cama igual a la de Pongo y me sirvieron la misma sopa. Desde por la mañana estábamos ya en la provincia de Yungas.

El día 3 de marzo partimos a las 7 a.m. Se va por un caminito más bien estrecho entre terrenos que desde poco antes de Bella Vista, están cultivados de bananos; después se empiezan a ver plantas semi-salvajes de café y naranjos. El camino bordea siempre la montaña y desciende lentamente hasta las orillas de un bellísimo torrente rodeado de bosques que creo se uno de los afluentes del río Coroico. Allí se encuentra una cabaña no muy fea que pertenece a la finca de los Sandillani. Después y sobre la ladera de Huancani hay una pequeña aduana del mismo nombre donde se recolectan los derechos de exportación de coca de los Yungas. Las faldas de los cerros son boscosas pero no tanto como en la bajada de Sillutincara ni la vegetación es tan lujuriosa. En las torrenteras rumorean cascadas y arroyos que invaden el camino a menudo. Al lado de éste crecen plantas de café, naranjos y algún árbol de cacao, abajo caña de azúcar en algunas planicies formadas por el río.

A un cierto punto se encuentra una fuerte pendiente que se llama tuncajenta que en aymará quiere decir "diez vueltas". Al final se pasa por un alto puente de madera que esta sobre un impetuoso y pintoresco río que baja encajado entre las montañas, es el Chajro que entra por la orilla derecha en el futuro Coroico.

Siguiendo por la ladera está la finca Guarinillas donde varias casas están agrupadas a los dos lados de la vía. Se pasa después por un rústico puentecillo sobre el río Elena que es otro arroyo afluente del futuro Coroico. De allí se sigue por una ladera hasta un descenso que conduce al puente colgante con dos cables de fierro sobre el río Yolosa. Allí hay una pequeña playa plana llamada la pampa de Yolosa. Encontré en esta pampita una cosa de la que me había hablado el amigo Germain, es decir una infinidad de mariposas, especialmente amarillas y también azules sobre el orín de las mulas. En esta pampa los arrieros y fleteros que vienen de La Paz se quedan los sábados con las provisiones que llevan a Coroico. Baja entonces la gente del pueblo que compra allí todo lo que hay de bueno y lo revende en el mercado a precios muchos más altos. La autoridad parece que quiere intervenir para terminar con tales monopolios.

De la pampa de Yolosa empieza una fuerte subida, fea y con grandes piedras que lleva hasta el pueblo ascendiendo alrededor de 900 m. A menos de un tercio de la subida se encuentra una planicie con dos o tres casuchas y a la izquierda hay una laderita estrecha y casi toda cubierta de hierbas que conduce a San Gertrudis donde yo me dirigía. El perfil del monte por el que corre la ladera es boscoso y muy rípido, en ciertos puntos casi vertical y termina en el lecho del río Grande o Coroico que se lo oye correr y a menudo se lo ve entre los árboles. Noté entre éstos un inmenso Cereus y entre la hierba una planta de Vainilla aromática. La ladera es cada vez más difícil. Frecuentes derrumbes la vuelven muy peligrosa, ya que la mula debe pasar por un caminito hecho sobre las piedras del derrumbe mismo habiendo al otro lado un precipicio desnudo sin árboles. Más o menos a la mitad hay un tortuosa bajada para después seguir por una ladera casi plana.

Todo parecía ir bien en este mal camino hasta que encontramos tres piedras que la bloquearon completamente. La mulas las sobrepasaron fácilmente pero el caballo criollo que el arriero me dio a montar desde hacía dos días por ser más seguro, quiso pasar por el borde del barranco. De improviso sentí que me faltaba el suelo y caímos; no se cómo me encontré sentado sobre la tierra a diez metros de la cuesta, por suerte, frenado por unos pocos arbustos y con el caballo encima. Este era tan mezquino que le di un empujón para que vaya a resbalar por su cuenta, pero él también encontró un árbol que lo paró a pocos metros. Yo quedé solo y resbalé todavía un poco hasta encontrar un arbusto donde poner el pie y esperé.

Apareció entre las plantas del borde del camino el arriero mascullando 51: Jesús, María!. Le grité que no me había hecho nada y que viera si el caballo estaba sano. Entonces él bajó agarrándose de los troncos y por una sendero oblicuo pudo sacar al caballo que también estaba sin daño. Era mi turno: yo no podía moverme porque si perdía aquel punto de apoyo resbalaba aún más, cayendo perpendicularmente varios metros. Tenía un arbolito muy cerca pero era palosanto, el cual al mínimo movimiento se cubre de hormigas terribles por sus picaduras. Pero al final el arriero, sosteniéndose con los arbustos me remolcó con su poncho hasta el camino.

Continué a pie porque tenía suficiente del caballejo criollo! Encontramos muchos derrumbes pero finalmente llegamos al río Coroico después de una breve bajada llena de barro, piedras y huecos. El río corre con ímpetu entre las montañas. Hicimos pasar las mulas, una a una, sobre otro puente suspendido por cables de fierro en mal estado. Este oscila más que el anterior y un día u otro el puente se va con el río si no lo reparan.

Y aquí es oportuno decir algo sobre los caminos de Yungas. Es indudable que la pobreza de Bolivia depende en gran parte de la falta de vías de comunicación buenas y cómodas. Si por lo menos mantuvieran en buen estado aquellas que existen, cosa que aquí costaría bastante poco porque el trabajo se paga poquísimo y con poco gasto se podrían mantener algunas cuadrillas móviles.

Recuerdo que en la subida, poco antes de la cima del Sillutincara, encontramos un tronco de árbol atravesado sobre el camino; apenas se podía pasar. También hay mulas muertas que asustan a las vivas a cada momento. Por las laderas de Huancani encontramos un derrumbe en el que había un tronco atravesado de en el sendero hecho por las otras mulas que tuvimos que descargar las bestias y pasar los baúles a mano. Y nadie se ocupa de echar las mulas muertas al barranco, ni de levantar el tronco, etc. etc. Una vez pasado el peligro y se deja el trabajo para el que viene detrás!.

En fin, pasando el puente se hace una breve pero horrible ladera llena de barro, piedras y derrumbes hasta llegar casi al nivel del agua del río Coroico y se bordea su orilla izquierda. Algo más allá se vadea el pequeño río Yarisa que entra por la misma orilla izquierda al Coroico y se empieza a subir nuevamente entre bosques y campos cultivados de caña de azúcar y coca, de la que se siente un fuerte olor.

Monté de nuevo sobre una mula y llegué así a una explanada donde hay una finca con mucho café llamada Santo Domingo. Pocos cientos de metros más allá hay otra finca llamada Chij-chipa con algunas casuchas y una capilla sobre una pequeña plaza. De allí, hay una subida llena de barro, después se baja un poco hasta un arroyo y desde allí se empieza a subir otra vez.

El barro es verdaderamente intransitable. A un cierto punto tuvimos que bajar de la mula, un poco más allá tuve que abandonarla en el barro para llegar a la cima de la colina donde encontré muchas casas y una capilla. Yo creía que había llegado en cambio estaba en Mururata, vice-cantón de Coroico donde se veía al frente en las faldas de la otro cerro, San Gertrudis.

Esperé en vano las mulas con los baúles que había dejado atrás. Sin embargo dos horas más tarde llegó a buscarme un negro 52 RJC de San Gertrudis porque yo había mandado una carta. Lo mandé a buscar mi mula y las otras cargadas pero volvió una hora después conduciendo la mía y diciendo que aquellas con la carga no podían seguir. Aunque estaba mojado y enfangado yo pensaba pasar la noche en Mururata pero el negro no quiso diciendo que tenía orden de conducirme a San Gertrudis. No me quedaba otra cosa que obedecer.

Y así, alrededor de las 9 p.m. emprendimos el camino con una noche oscura. Yo caminaba agarrado de la mano del negro, quien arrastraba la mula que no me dejó montarla bajo ninguna condición. Bajamos la colina del Mururata por una pendiente a zig-zag con mucho fango pero sin problemas. Llegados abajo, vadeamos el pequeño río de San Gertrudis e iniciamos la subida de la colina del mismo nombre, en cuyas faldas esta la finca. Finalmente a la 9.45 p.m. llegué todo mojado y enfangado tomé un café y me fui a la cama. La mañana del 4 de marzo mandé algunas mulas y hombres en auxilio y llegaron a las 10 a.m. con mis baúles cubiertos de barro.

Y aquí pongo punto reservándome el describir en otra de mis cartas estos lugares y hablar del cultivo y cosecha de la coca.

Devotísimo,

Luigi Balzan.

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49 Región de los valles calientes de la vertiente andino oriental que se especializó a partir de la Colonia en el cultivo de la coca y de frutas.

50 Los caminos bolivianos eran sometidos a un régimen de peaje como de aduanas interiores.

51 Mascullar: se trata de la costumbre de consumo de la coca.

52 Una pequeña población de origen africana (27.941 en 1846, según Dalence, y de sólo 3.945 en 1900 según M.V. Ballivían) desciende de los antiguos esclavos de la colonia. Esta población fue liberada con la independencia y se instaló en las regiones de los Yungas en La Paz, para dedicarse a la agricultura.

Fuente: MEMORIAS Y RELACIONES VIAJE DE LUIGI BALZAN - 1890-1892 Desde Asunción hasta Villa Bella y retorno.


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