Simón I. Patiño y su familia. |
Por: José Antonio Loayza Portocarrero / Publicado el 15 de
septiembre de 2019 / Disponible en: https://www.facebook.com/photo/?fbid=10214212650886795&set=a.1482413296884
QUIÉN NACIÓ ANTES QUE QUIEN:
O UN COCHABAMBINO HIZO NACER A LLALLAGUA,
O LLALLAGUA HIZO NACER A UN COCHABAMBINO.
¿Cómo nació Llallagua? La meditación melancólica dice saber que la montaña que
está ahí, reveló y dijo: Nací el día que me parió Simón Patiño, pues de no
haberlo hecho no hubiera habido Llallagua. Pero más tarde se desdijo y declaró
en tono discreto que Patiño nació en Llallagua, en mí, dijo, pues de no haberlo
parido yo, él no hubiera sido él y yo no hubiera sido yo, en consecuencia,
ambos, yo y él, nacimos juntos, y se puede decir que nos parimos los dos a la
vez, porque de no ser así, esta historia no se hubiera contado a la plenitud de
los hombres, ni se hubiera confiado a la inercia de los tiempos ni a los dioses
que la protegen, y hubiera durado hasta que algún intruso raje la veta más
grande y millonaria del mundo: La Salvadora. Por tanto, Llallagua y Patiño
nacieron para ser formados en lo impensable y divino, y fueron la ecuación
perfecta sobre la que se levantó el Imperio del estaño.
Después del D.S. 21060, como a todos los hombres de bien, a unos o a otros les
fue mal. Lo cierto es que nos cruzó por la cara un gesto de tristeza al vernos
lejos de nuestro orgullo local. Acabó el Imperio, ya no veríamos los polvorazos
de dinamita en la montaña estañosa, ni oiríamos el ruido repetido de los
Ingenios, ni la chirriante bulla de los talleres, ni las inteligentes retóricas
en las asambleas, ni iríamos al avío en las pulperías, ni pasearíamos por los
senderos que coincidían donde uno menos se buscaba, ni veríamos la cartelera de
los cines con sus butacas y bancas renegridas, y así, intentamos a olvidar
recordando.
Hoy me puse a revisar en un previo como si practicara un inventario, los 34
años que pasaron desde que se dictó el decreto, y me detuve en la evocación de
aquel Génesis de la “nacionalización” que terminó en el Apocalipsis de la
“relocalización”, cuando el Gobierno sin ganas de morir anunció que Bolivia se
moría, y sentenció con el rigor y la rigidez mortal la caída del Imperio, y
encaró según el informe ministerial una crisis que anunció como un coro de
imprecaciones a la que la minería respondió un año después con una Marcha por
la vida, con estandartes y panfletos desesperados creyendo que así podía evitar
la eufemística "relocalización", que en buen romance fue decir
¡fuera!, a 20.000 familias mineras que salieron a la plenitud del vacío, de las
cuales,14.000 migraron: 3.268 a Cochabamba, 4.337 a La Paz, 2.400 a Santa Cruz;
700 a Tarija, 448 a Sucre, y sólo 4.851 quedaron en el desahuciado Imperio.
Algunas mañanas, confieso, oí el sonido de la sirena llamando al turno del
cambio de punta y sé que aquello ya no es pero lo oí. He visto pasar por mi
memoria y hasta los saludé brevemente a los mineros mientras entraban en los
carros metaleros a la mina. He olido en mi valle adoptivo el olor a mineral
sobre la hierba de los prados y jardines, porque mi consecuencia y mi recuerdo,
aún vive en la escarcha fría de las mañanas añorando el campamento donde jugaba
con los que hoy tienen el pelo gris o cano y poseen en sus ojos acuosos la
humedad de aquella deserción. Y hoy estoy sorprendido, porque pienso que esta
impresión no sólo es mía, sino también tuya y de ambos o de todos los que no
prescindimos del pasado, porque más allá de los sentidos es el alma que oye y
mira tras las arrugas de los años, y aunque esto no parezca serio, le da a uno
el repaso feliz por haber vivido en esa tierra imperial de jubilosa tristeza, o
del eterno retorno a la esperanza, llamada Llallagua.
Todo esto, inesperadamente, fue la aventura brava del singular valluno Simón
Patiño, que sabemos, fue el supremo hacedor del imperio industrial del estaño
más grande del mundo, el más rico en esta tierra de pobres, el tejedor de los
ardides políticos que encumbró a los serviles de la patria para su beneplácito
y conveniencia, el hilador de los destinos nefandos de cientos y miles de
mineros que murieron azorados, boquiabiertos y aquejados por su silicosis
innata, y que sin duda eran iguales a él, desemejantes en la vida pero
semejantes en la muerte, donde él y ellos escarbaron el estaño para que él
magnate erija el mausoleo más pomposo de la patria, y los mineros construyan
sus tumbas enfiladas como un simple albergue similar a un condominio de
inquilinos. En síntesis, el dilema ya es irrelevante, que un cochabambino haya
hecho nacer a Llallagua o que Llallagua haya hecho nacer a un cochabambino, qué
más da, pues todos terminaremos en la muerte, siendo semejantes.
En el valle de la ternura que es nuestra Cochabamba adoptiva.
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