Por: José Antonio Loayza Portocarrero / Este artículo fue
publicado el 22 de diciembre de 2022. Disponible en: https://www.facebook.com/photo/?fbid=10221239180905654&set=a.1482413296884
Hace unos días cocoreo un gallo, y vociferó argucias entre cocoreos
desquiciados exhibiendo su sobrevictoria o exagerando su triunfo pese a no ser
su naturaleza, no pone huevos, no empolla y no cocorea. Aunque en la
deformación vulgar de nuestra política tan carente de razón y tan urgente del
aplauso adulador, cocorea como si supiese y no sabe que el separatismo es una
ideología que desune o separa a una o varias partes de un territorio (caso el
libre albedrío consentido al Chapare); y el federalismo y unitarismo son
sistemas organizativos caracterizados por la unión de estados soberanos que
buscan su realización. En consecuencia, y para evitar otro espanto retorico,
separemos las aguas y tratemos estos temas en su verdadera dimensión.
Antes que los libertadores lleguen con sus batallas a glorificar las
independencias, ya la guerra vivía en el ánimo y el corazón del pueblo, y el
pueblo era el Cabildo, un injerto español enraizado en las villas como poder
local, a cuyos lados se erigieron los santuarios para el perdón espiritual, y
para el castigo divino la santa inquisición o justicia real. Cuando se fundó
Bolivia, no postuló su poder constitutivo en el espacio emancipado, fue el
Cabildo el que continuó con su dominio hasta 1879, cuando se perdió el mar; o 1899,
cuando se fingió un falso federalismo; o 1952, cuando el aborrecimiento a todo,
articuló al Estado y la sociedad en el nacionalismo-popular.
En el Cementerio General de Cochabamba, tras la tumba del Cnel. Gualberto
Villarroel, hay tres tumbas casi idénticas, la de don Miguel María de Aguirre
(1798-1873), padre de Nataniel Aguirre, economista, diputado y político,
ministro de hacienda en las presidencias de Antonio José de Sucre, José Miguel
de Velasco, José Ballivián, Jorge Córdova y José María Achá. Al centro está la
tumba de José María Achá Valiente (1810-1868), Presidente de Bolivia desde el 4
de mayo de 1861 hasta su caída el 28 de diciembre de 1864 por el tirano
Melgarejo. A la derecha, yace don Lucas Mendoza de la Tapia (1811-1872), quien
fue el primer político que fundamentó el federalismo como sistema de gobierno
en la Convención de 1871, donde propuso cambiar el Estado unitario por uno
federal, su propuesta fue desechada por 32 votos contra 20.
Muchos intelectuales de esos tiempos, organizaron un reñido debate sobre las
ideas federales en esa convención, unos apoyaron el federalismo de Mendoza de
la Tapia (Cochabamba), y Francisco Velasco (Oruro), y otros procedieron en
contra como Evaristo Valle (La Paz), que sostuvo que el federalismo reduciría
la fuerza del Poder Ejecutivo. Esta exigua explicación, devaluó en 1876, la
propuesta federalista de Andrés Ibáñez, cuyas ideas se debatieron en un Cabildo
cruceño donde se creó la “Junta Superior del Estado Federativo Oriental”,
liderado por el “Movimiento Igualitario”. Si bien el Gobierno de Daza no rehuía
el federalismo, pese al ordenamiento estatal unitario, fueron sus políticos de
ilimitada suspicacia los que le incitaron a que Ibáñez, después de intimidarlo,
sea capturado y fusilado por su franco patriotismo el 1 de mayo de 1877. Más
tarde, en 1891, sucedió la rebelión de Los Domingos, por los coroneles Domingo
Ardaya y Domingo Ávila, que proclamaron los “Estados Federales del Oriente”.
Y sobre lo llovido y mojado vino la Guerra Federal, entre los conservadores de
Sucre y los liberales de La Paz, el ardid fue la “Ley Radicatoria” del 29 de
noviembre de 1898, que estipulaba que el Poder Ejecutivo debía establecerse de
modo permanente en Sucre. La ley la firmó el Presidente Severo Fernández
Alonso, sus militantes, y el Senador de Chuquisaca José Manuel Pando, que a la
vez era miembro del Comité Federal de La Paz, y a la vez autor del capcioso
plan: Si Alonso vetaba la ley se alzaba Chuquisaca, y si la promulgaba se
alzaba La Paz. Con ese estupendo ardid, el 12 de diciembre de 1898, La Paz
ganó, declaró y organizó el Gobierno Federal. La paradoja fue que la Convención
de Oruro le otorgó la presidencia a Pando, y este adoptó la constitución de
1880 que era unitaria y centralista, o sea que el federalismo fue el caballo de
Troya o el estratagema para trasladar el poder político-económico al eje
sur-norte.
Luego de la revolución del 52, los políticos nacionalistas y las masas de
izquierda, pactaron por el poder dual, que más que un hecho de facto e ilegal,
era una copia fiel del leninismo donde los soviets y el Estado coexistían
compitiendo por la legitimidad del poder. Otro trastorno de las
representaciones políticas que fanatizados por ser los bautistas del nuevo
socialismo al interior de lo nacional-popular, quisieron yuxtaponer en esta
tierra inocente y hermosa, dos ejercicios de poder y pensamiento para
entregarlos en un bello cucurucho floral y como buen gesto de sumisión y
sometimiento al marxismo dogmático de la ortodoxia soviética, amistada con el nacionalismo
a través de mediaciones y meditaciones para que bajo esa excusa, el Plan Cóndor
nos enseñe en 18 años el filosofema de cómo dar piedra libre a la inutilidad
militar y cómo dar pura piedra a la utilidad obrera. Once años después, tras la
receta Castro-chavista, el jubilado socialismo se reencarnó en el populismo, y
sin reflexionar optó por darse un chapuzón en las aguas democráticas en cuyas
mismas aguas se lavaron los dirigentes que requerían dar paso a cualquier
utopía para retroalimentarla, viciarla, activarla y usarla como treta y trepa
política.
Este antecedente histórico, sumado al fascismo social o autoritario del Estado
y a la obediencia de sus hábiles adictos en el cálculo y la ventaja en el juego
del “kay pierde y kay gana”, hicieron que la idea del federalismo rebrote, y
Santa Cruz pida en un Cabildo su derecho a la democracia y libertad fustigando
al Estado-partido tan leal con la realización y posesión de sus militantes a
costa de la des-realización y des-posesión de los no militantes, que terminó en
un paro de 36 días logrando sin querer queriendo, un cambio sustancial en la
concepción de los principios normativos de la política, cuyos rebrotes no están
aún en debate pero ya prosperan y enraízan.
Lo pensado por Mendoza e Ibáñez, parece ser una opción-solución política para
descentrarnos del centro y “golpear juntos marchando separados”, como decía
Lenin. El “Proceso de cambio” lastimosamente fue un “cambió sin proceso” que
creó divisiones y visiones entre el ser y la nada y no senderos para el ser y
ser más; y fue tan populista en el discurso falsario, la política farolera y la
economía filántropa con el partido, que por esto y más, el MAS devaluó el
unitarismo, y no sé si el federalismo por más “ismo” que sea, pueda vencer el
modelo de egoísmo dominante y descubrir mediante un proyecto histórico de
humanización, la verdadera realidad para atender la existencia-esencia de
todos, y no sólo de la quintaesencia politizada dedicada a no esclarecer la
oscuridad porque les conviene el conflicto y la sombra, antes que el bienestar
social.
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