Hombre indígena de La Paz |
Tomado del libro:
Pablo Zarate Willka y la rebelión indígena, de Roberto Choque Canqui.
LOS PARTIDOS POLÍTICOS Y LA REVOLUCIÓN FEDERAL
La organización de los partidos políticos fue importante
para los Gobiernos sustentados por la democracia entre 1884 y 1898. El Partido
Constitucional o Conservador, respaldado por el civilismo –como consecuencia
del fracaso del militarismo en la Guerra del Pacífico (1879-1883)– se quedó en
el Gobierno más de tres gestiones. En ese lapso, el Partido Liberal, cansado de
no poder ganar ninguna de las elecciones frente al Partido Constitucional, y
una vez cambiada su jefatura de partido de Eliodoro Camacho al coronel José
Manuel Pando, optó por un golpe de Estado, estallando de esta manera la
revolución federal en La Paz. Esta revolución se convirtió en una guerra civil
entre norte y sur, con campañas militares y sublevaciones indígenas.
La revolución federal empezó el 12 de diciembre de 1898, al
mismo tiempo que se constituía una Junta de Gobierno Federal en la ciudad de La
Paz, con representación del Partido Liberal y del Constitucional. Bajo la
presidencia accidental de Ismael Montes, los revolucionarios procedieron a
instalar la sesión preparatoria de la citada Junta. Enseguida se procedió a la
designación oficial de la presidencia, que recayó en Fernando E. Guachalla, y
de la vicepresidencia, cargo asumido por Heriberto Gutiérrez (El Comercio,
1898a: 3). Después de diez días de la resolución de La Paz, Oruro se pronunció
a favor de la revolución federal (ibid., 1898b: 3). En ese momento de
enardecimiento y emoción, más de cuatro mil hombres reunidos en sus respectivos
cuarteles juraron defender los legítimos derechos del pueblo paceño, derechos
ultrajados “por la ambición desmedida y lugareña del pueblo chuquisaqueño y
pisoteados por Severo Fernández Alonso, el Presidente de la República” (ibid.,
1898c).
El inicio de la revolución federal se debió a la rivalidad
entre el norte y el sur, puesto que “los gobiernos del Sud absorbían los
elementos vitales de la Nación en provecho de ciertos departamentos y en
detrimento de otros” (El Estado, 1905: 1). En 1898, en las instancias
legislativas se había propuesto la Ley de Radicatoria del Gobierno en la
capital, Sucre, contrariando la permisión constitucional de convocatoria al
Congreso en un lugar distinto. La resistencia del presidente a cumplir esta
prerrogativa causó una enérgica protesta de los representantes de La Paz en el
Parlamento. En esas circunstancias, los paceños creyeron que había llegado el
momento de unificar sentimientos y propósitos, y así el departamento de La Paz
“se levantó como un solo hombre”, llevando a cabo la revolución federal,
considerada por Fernández Alonso como subversiva contra su Gobierno (ibid.).
LA PARTICIPACIÓN INDÍGENA EN LA GUERRA CIVIL DE 1898-1899
Para proseguir la lucha contra el Gobierno de Fernández
Alonso, los miembros de la Junta de Gobierno, sin contar todavía con las armas
necesarias, desesperadamente “recurrieron al terrible y detestable extremo de
sublevar la raza indígena” (Fernández Antezana, 1905: 26). Para ello,
seguramente ofrecieron a los indios, ya fueran comunarios o colonos de
haciendas, la reforma o la abolición de la Ley de Exvinculación de 1874.
Además, José Manuel Pando habría prometido convertir a Zárate Willka en su
segundo presidente, creando así la ilusión de que haría mucho a favor de los
campesinos.(1) Pero ese ofrecimiento no era fácil de cumplir. En realidad,
involucrar a las masas indígenas en la pugna de intereses políticos existente
entre el Partido Constitucional y el Partido Liberal suponía utilizarlas como
simple fracción de choque durante la guerra civil.
Según Quintín Barrios, la intervención de la indiada en la
revolución federal estaba circunscrita al deseo de un cambio político en la
forma de gobierno. Al ver la coyuntura política, la población indígena se
levantó para derrocar a Fernández Alonso, pues creía que de este modo se
libraría de los males que venía “sufriendo desde la dominación española”
(Barrios, 1902: 10).
Apenas producida la revolución, el 12 de diciembre de 1898,
la Junta de Gobierno Federal impartió órdenes para que los indígenas de la
región altiplánica se levantaran en armas contra el enemigo. Gracias a esta
orden, hasta el 8 de enero de 1899, La Paz estuvo cercada de indios que
frenaban el acercamiento del ejército unitario e impedían que este supiera de
la adquisición de armas que llegaban del Perú. El 15 de enero de 1899, la Junta
de Gobierno Federal dirigió una proclama al ejército, recién dotado con nuevo
armamento,(2) y al pueblo de La Paz, manifestando que “en el curso de un mes,
ha armado [a] dos mil quinientos soldados aguerridos y entusiastas, habiéndose
iniciado la revolución con una fuerza de 215 plazas” (República de Bolivia,
1900: 335). En esa proclama, no se mencionaba la participación indígena, a
pesar de que Luis F. Jemio, quien estuvo a cargo de las avanzadas, solicitó la
cooperación de los indios para hostilizar al ejército unitario. No obstante,
debe tomarse en cuenta que, aunque “el levantamiento de los indígenas tuvo por
causa las incitativas del gobierno revolucionario”, esto no quiere decir que
“hubo una alianza estrecha” entre ambos (Saavedra, 1902: 6). En efecto, la
participación de los indios en la guerra civil no estaba sujeta a un convenio
respetuoso con el jefe de la revolución federal, pues las movilizaciones
indígenas eran espontáneas. Sin embargo, era conveniente que estuvieran
“sujetas a un comando militar” para que así contribuyesen “al éxito de la
revolución” (ibid.: 5).
En realidad, el alzamiento indígena contra el Gobierno de
Fernández Alonso se originó como un levantamiento contra las fuerzas militares
constitucionalistas que hostigaban a los indígenas “a sangre y fuego”,
perpetrando toda clase de vejámenes y extorsiones, “asesinándolos con ferocidad
y crueldad, cometiendo excesos, abusos y tropelías, sin cuento, con sus esposas
e hijos, saqueando en fin, sus intereses y el ganado que tenían, talando sus
sementeras, etc., etc.” (El Estado, 1905: 1). Estos atropellos acontecieron en
lugares como Santa Rosa, Viacha [Wiayacha], Corocoro, Coniri [Qhuniri], Ayoayo [Jayujayu],
Choquenaira [Chuqinaira] y Chonchocoro [Chunchuquru] (Barrios, 1902: 12)(3) y
“obligaron a los indios a tumultuarse y salir al encuentro con terribles
represalias a esa tempestad de abusos, haciendo uso del derecho de defensa que
rayaba en visos de venganza” (ibid.). La Junta de Gobierno fue advertida de
esta situación y el 23 de enero de 1899 trató de contener a la indiada mediante
“medidas precaucionales y de prudencia” dirigidas a los líderes indígenas
(ibid.) Pero los indios ya habían concebido un odio despiadado contra el
ejército unitario y Fernández Alonso.
Cuando los indígenas se sublevaron en nombre de Pablo Zárate
Willka, la restitución de tierras comunarias estaba en boca de todos ellos. Al
rebelarse, hacían valer su propia acción de justicia contra sus explotadores y
los expoliadores de sus tierras. Luego de los ataques de los escuadrones Sucre
y Monteagudo en “los campos del dolor en Ayoayo y Cosmini”, con tantas bajas,
robo de sus víveres y ganado, incendios de casas y fusilamientos “a tiro de
caza” (El Comercio, 1899b: 2), y al darse cuenta de que habían sido engañados
por el federalismo para que lucharan como auxiliares de guerra, convirtiéndolos
en carne de cañón bajo la falsa promesa de restituirles sus tierras
comunitarias, los indígenas reaccionaron en contra de sus opresores.
LOS SUCESOS PREVIOS AL MOVIMIENTO AUTONÓMICO INDÍGENA
En un principio, resultaba muy difícil que los indígenas de
las comunidades intervinieran voluntariamente en la guerra civil de 1898-1899.
No obstante, cuando los soldados del piquete de húsares (caballería) provocaron
la enemistad de los indios en su camino a Corococo, se desató una serie de
enfrentamientos. Así, después de que los soldados robaran ganado a las
comunidades indígenas de Comanche y Corocoro, los comunarios trataron de
recuperar sus posesiones, consistentes en 125 cabezas de ganado vacuno y 15
sunichos (caballos criollos), además de dos carros de provisiones, que
posteriormente fueron transportados hasta Viacha (Condarco Morales, 1965: 201).
Sin embargo, fueron acometidos con fuego de fusil. Del mismo modo, los jóvenes
chuquisaqueños del escuadrón Monteagudo también cometieron varios atropellos
contra los indígenas, llegando a asesinar a 90 de ellos en la finca Santa Rosa,
ubicada en el cantón Laja. Estos hechos detonaron la rebelión indígena, aunque
esta no solo surgió para enfrentar los abusos de las fuerzas
constitucionalistas, sino también contra los hacendados, los explotadores y los
racistas (Choque Canqui, 2012: 42).
El 18 de enero de 1899, dos días después de haber llegado a
Viacha, los 200 hombres del escuadrón Sucre salieron hacia el centro minero de
Corocoro para comprar bastimentos (provisiones), especialmente instrumentos
bélicos. Ole Sanstad, gerente de la Compañía Corocoro, les vendió pólvora,
barretas y picos, que fueron trasladados sin novedad a Viacha. No obstante, en
su segunda expedición a Corocoro, el escuadrón fue atacado por numerosos grupos
de combatientes indígenas cerca de Coniri. El resultado de este enfrentamiento
fue una cantidad de bajas en el lado de los indígenas y la momentánea victoria
de los constitucionalistas pues, pese al hostigamiento, lograron llegar al
centro minero de Corocoro y posesionarse militarmente.
Tras una larga persecución, las masas indígenas también
llegaron a Corocoro. Una vez ahí, coronaron las alturas que dominan el pueblo y
con la ayuda de obreros y mineros comenzaron a sublevarse, movidos por las
exacciones cometidas por el ejército unitario contra sus bienes y sus vidas.
Así, “al amanecer del día 22 [de enero de 1899] las huestes indígenas crecieron
en número, engrosando sus filas muchos mineros y obreros del pueblo, armados de
palos y piedras, amenazaban con un ataque general” a los soldados que defendían
las bocacalles, haciendo reiterados disparos (Rodríguez Forest, 1999: 35).(4)
Finalmente, el escuadrón Sucre fue sitiado por cerca de tres mil indios y
amenazado de muerte por los indígenas de Caquiaviri [Qaqayawiri], Viacha y
Machaca, de la provincia Pacajes [Pakaxa]. Hacia las tres de la tarde, “arreció
el ataque, obligando al escuadrón a una fuga precipitada, abandonando los cinco
fogones, acémilas [mulas] y equipajes, etc. que fueron destruidos inmediatamente
por el populacho” (alp/jcv, 1899: 2/8, f. 2). Agotadas las municiones, el
referido escuadrón se retiró en derrota por la vía de Topohoco [Tupüqu] hasta
Ayoayo. Ahí, el 25 de enero de 1899, una porción de los soldados pereció
cruelmente en manos de los indígenas. Murieron 33, entre soldados, vecinos y
sacerdotes. Respecto a los indígenas, se encontraron más de 150 muertos a bala
(ibid.: 81).(5)
Después de esa derrota militar para el Gobierno de Fernández
Alonso, los rebeldes indígenas comenzaron a ejercer actos de terror en la
población de Corocoro. Los indios de Caquiaviri, del ayllu Colque [Qulqi], y
los de Llimpe [Llimphi] fueron los primeros en invadir la oficina de la
gerencia de la Compañía Corocoro de Bolivia, de donde sustrajeron todo lo
existente y destruyeron en su totalidad puertas, ventanas, archivos y
mobiliario. Enseguida, los indios de Viacha, Machaca y Topohoco, más algunos
trabajadores de mina, saquearon las casas de Mariano Quisbert, Nicanor Oviedo,
Pedro López, Antolín Uría, Adolfo Parrado y Alejo Barragán, así como la del
doctor Cusicanqui (El Comercio, 1899d). En cambio, los indígenas de las
comunidades más cercanas a Corocoro -Caquingora [Qaqinkura], Callapa [Qallapa]
y Achiri [Jachiri]- decidieron no atacar al pueblo minero.
Puede afirmarse, por tanto, que estas movilizaciones
indígenas, que permitieron la victoria en el denominado “Primer Crucero”(6) de
la guerra federal, fueron definiendo el camino político a seguir para Pablo
Zárate Willka.
LA CONFRONTACIÓN INDÍGENA CON LAS FUERZAS DE SEVERO
FERNÁNDEZ ALONSO
Los levantamientos indígenas ocurridos antes del 23 de enero
de 1899 en Corocoro, Viacha y lugares cercanos a la ciudad de La Paz sirvieron
como muralla humana cuando las fuerzas armadas de Fernández Alonso estuvieron
en las cercanías de El Alto paceño. Las acciones de los indígenas coadyuvaron a
las fuerzas federalistas, iniciando así la participación indígena como auxiliar
de guerra en la revolución federal. Durante los enfrentamientos intervino buena
parte de la población indígena, sobre todo proveniente de los departamentos de
La Paz y Oruro.
El 24 de enero de ese año, la Junta de Gobierno Federal, sin
mencionar la participación indígena, proclamó como vencedores del Primer
Crucero:
[…] a los señores Jefes y Oficiales [de los escuadrones
Abaroa y Vanguardia] que han concurrido a la acción del Crucero de Ayoayo, como
justa recompensa a su valeroso comportamiento; y se acuerda, asimismo, muy
merecidamente, una mención honrosa a favor de los Coroneles Clodomiro Montes e
Ismael Montes y de los Tenientes Coroneles Zenobio Rodríguez y Néstor Rubín de
Celis (República de Bolivia, 1900: 341-342).
Después del cese al fuego, las fuerzas de José Manuel Pando
se dispusieron a perseguir a los jinetes fugitivos, más que todo “para
protegerlos del ataque de [la] indiada” (Condarco Morales, 2011: 209).
Obviamente, la acometida indígena fue considerada como peligrosa para las
fracciones derrotadas del ejército unitario. Posteriormente, se haría muy
difícil contener a las masas indígenas que protagonizaron los sucesos de
Ayoayo. Alimentados por su aversión inexorable al ejército unitario y a
Fernández Alonso, los indígenas, que en un principio habían sido obligados “a
tumultuarse y salir al encuentro con terribles represalias” (Barrios, 1902:
12), se pusieron bajo el mando de Pablo Zárate Willka para encausar su propia
lucha.
Días más tarde, el 1 de febrero, Pando escribió una carta a
sus “amigos políticos” demandando socorro y apoyo de otros departamentos para
constituir la vida institucional de Bolivia mediante la revolución contra el
Gobierno de Fernández Alonso. En ella manifestaba: “tenemos hombres y armas,
disciplinaremos y armaremos a la indiada y emplearemos recursos extremos para
no ser sojuzgados por un gobierno cuyo gobernador ha sido el fraude electoral”
(Condarco Morales, 2011: 228). Como se advierte, Pando estaba decidido a formar
huestes indias para sus propósitos políticos; no obstante, lejos de “armar a la
indiada” decidió quitarle a los indígenas el armamento que había caído en sus
manos en el Primer Crucero: “62 carabinas Mausser, dos cajones de bombas para
cañón y otras dos municiones”, más otras 76 carabinas (ibid.: 231).
Sin embargo, algunas armas obtenidas por los indígenas en
los enfrentamientos con las fuerzas constitucionales no fueron devueltas. Se
sabe que los indígenas de Jesús de Machaca consiguieron armas durante la
hecatombe de Mohoza y en Caracollo [Q’araqullu], pues en 1914 los vecinos de
Jesús de Machaca le advirtieron a la Prefectura paceña que poseían rifles desde
la revolución federal de 1899. Igualmente, gracias a la denuncia del corregidor
de Jesús de Machaca en 1920, es sabido que los comunarios de Sullkatiti y
Qhunqhu contaban con rifles Winchester y revólveres (Choque Canqui y Quisbert,
2010: 95, 101 y 107).
Q’ARAQULLU
Durante la guerra federal, Caracollo fue el centro de
operación de Pablo Zárate Willka. Según Barrios, es obvio que el “jefe supremo”
de la sublevación indígena haya sentado allí su cuartel general (1902: 15).
Este lugar, mencionado en diferentes ocasiones como espacio de contacto y
comunicación durante la guerra civil, era idóneo para recibir las instrucciones
de Pando y comunicarse con los demás líderes indígenas desde sus zonas de
movilización en los departamentos de La Paz y Oruro. De ese modo, el cuerpo
supremo de los tres Willkas, integrado por Pablo Zárate Willka, Manuel Mita
Willka –conocido como Willca 2– y Feliciano Willka –también conocido por la
prensa como Cruz Mamani– (Condarco Morales, 2011: 256), junto a Juan Lero y
Lorenzo Ramírez, pudo mantenerse en contacto.
En sí, las localidades de Caracollo, Panduro y Quelcata
estaban comunicadas con Imilla Imilla, Machacamarca, Sicasica, Ayoayo y La
Rivera. Asimismo, a través de Ayoayo, estaban conectadas con las comunidades de
la provincia Pacajes, especialmente con Corocoro, Caquiaviri y Jesús de
Machaca.
Imilla Imilla también fue un lugar estratégico del espacio
comprendido entre Sicasica, Panduro y Caracollo. Al respecto, Condarco Morales
dice:
1. Imilla Imilla era el domicilio de Pablo Zárate Willka.
2. En las inmediaciones de esta estancia se encuentra
Panduro, donde, según apreciación pública, se hallaban reunidos desde los
primeros días de febrero de 8 [mil] a 10.000 indios, probables legiones del
caudillo.
3. La estancia de Imilla Imilla se encuentra entre Sicasica
y Caracollo, aproximadamente a igual distancia de ambos poblados, de tal suerte
que, en caso de necesidad, podía el cuartel general de Willka comunicarse tan
pronto con el cuartel general de Sicasica como con la vanguardia indígena
acantonada en Caracollo (ibid.: 257).
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1) Información familiar. Sin embargo, en ese momento –de
acuerdo con la Constitución Política del Estado de 1880–, no existía la figura
de segundo presidente, aunque sí la de segundo vicepresidente.
2) “Nos es grato anunciar al público de La Paz, que el
armamento que viene de Panamá, para la defensa nacional, consistente en 1.500
rifles sistema Malincher, y 500 carabinas Winchester, con medio millón de tiros
de dotación, ha salido de Chililaya a hrs. 2 p.m. del día hoy” (El Comercio,
1899a: 3).
3) Según el Boletín Oficial núm. 28, citado por Quintín
Barrios, en Santa Rosa “fueron asesinados en masa los indígenas”; en Viacha los
soldados del escuadrón Sucre se entregaron al ejercicio de tiro al blanco,
cazando indios; el mismo escuadrón, al marchar a Corocoro, “mató en el camino
[a] más de cien indios y en la refriega que sostuvo en esa ciudad fusiló a
ochenta”. Respecto a los asesinatos en Coniri, Ayoayo, Choquenaira y Chonchocoro,
la cifra de muertos no bajó de cien (Barrios, 1902: 12).
4) Los jóvenes del escuadrón Sucre “se sostenían en las
esquinas, con bizarría deteniendo con actitud serena y seguros disparos fuerzas
inmensamente superiores, ya que no era solo la honda del indio la única arma
del enemigo, pero sino principalmente los fusiles y revólveres de los vecinos y
lo que es peor todavía la dinamita de que profusamente y con maestría hacían
uso los trabajadores de mina” (Rodríguez Forest, 1999: 35).
5) Véase: Rodríguez Forest, 1999: 81. El autor copia una
nota periodística en la que se afirma que los restos de las 33 personas muertas
en Ayoayo tuvieron un lugar para reposar. Este lugar habría sido preparado
cuidadosamente y con toda solicitud por el Comité Patriótico del pueblo de
Sucre. Así, el Concejo Municipal de Sucre recibió esos restos y ordenó que
“estén en capilla ardiente en el local de[l] Concejo hasta el día en que tendrán
lugar las exequias. ¡Paz en la tumba para tan meritorios mártires! Sucre,
diciembre 15 de 1905”.
6) La batalla del Primer Crucero, del 24 de enero de 1899,
recibe ese nombre porque se desarrolló en el llamado ‟crucero de Chacoma”,
donde se juntaban y hacían cruz los caminos hacia Luribay y Ayoayo.
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