DURANTE LA GUERRA CIVIL DE 1899, LAS MASAS INDÍGENAS ALZADAS PREVEÍAN NOMBRAR PRESIDENTE A ZÁRATE WILLKA DEJANDO DE LADO A JOSÉ MANUEL PANDO

 


Por: Roberto Choque Canqui / Tomado de: Pablo Zárate Willka y la rebelión indígena.

LA PROCLAMA DE ZÁRATE WILLKA, SU ÚLTIMA ACTUACIÓN A FAVOR DE PANDO

Los acontecimientos del 23 de enero de 1899, así como los hechos de Tolapampa y Mohoza, fueron clave para el movimiento indígena liderado por Pablo Zárate Willka, pues marcaron el camino de la lucha indígena contra sus explotadores. Zárate Willka no estuvo presente en esos momentos y con seguridad no aprobaba la violencia allí cometida, pero las masas indígenas ya habían definido su lucha, con acciones de hecho, actuando en nombre del caudillo aymara.

El 28 de marzo de ese año, Zárate Willka se proclamó federalista, colaborador de Pando, y manifestó que tanto blancos como indígenas debían respetarse mutuamente y juntos levantarse contra Fernández Alonso. Esta proclama, emitida en Caracollo, fue reproducida y remitida a las capitales de provincia y de cantón. La misma señalaba:

1. Publíquese por bando a todos los propietarios por la Federación y por la Libertad que deseamos hallar la regeneración de Bolivia; todos los indígenas y los blancos nos levantaremos a defender nuestra República de Bolivia, porque quiere apoderarse el traidor asqueroso […] vendiéndonos a los chilenos y por los cuales nos hallamos en nuestros trabajos.

2. Con grande sentimiento ordeno a todos los indígenas para que guarden el respeto con los vecinos y no hagan atropellos (ni crímenes) porque todos los indígenas han de levantarse para el combate y no para estropear a los vecinos, tan lo mismo deben respetar los blancos o vecinos a los indígenas porque como de una misma sangre e hijos de Bolivia y deben quererse como entre hermanos y con indianos.

3. En caso de incumplimiento o desobediencia a este bando, serán multados de cien a doscientos pesos bolivianos, con prisión de tres a cuatro años en la cárcel por obras públicas y castigo de trescientos palos.

4. Tanto hago la prevención a los blancos o vecinos para que guarden el respeto con los indígenas según lo expresado en el margen.

Por cuanto que ordeno en forma. […] Es dado en Caracollo a los 28 días de marzo de 1899. Dios Guarde a Uds. Pablo Saravia Villca [General del 1º Cuerpo del Ejército]. El 2º General Manuel Mita Villca. El Secretario Manuel Jesús Rocha. El Secretario Félix V. Fernández (Condarco Morales, 2011: 313).

Al emitir esta proclama, Zárate Willka siguió las instrucciones de Pando, seguramente obligado a asumir una posición política frente a lo ocurrido en manos de sus subordinados y a lo que ocurriría una vez llegado el Segundo Crucero.(1)

Poco tiempo después de la hecatombe de Mohoza, las huestes de Willka se enfrentaron al escuadrón Alonso, originalmente acantonado en Paria y encargado de custodiar y conducir a la prefectura peticionaria de La Paz la apreciable cantidad de 200 rifles y 20 mil tiros de guerra. Pero al salir de Paria, las fuerzas de los tres Willkas sorprendieron al batallón constitucionalista, a semejanza de lo realizado por Pando en el Primer Crucero, no muy lejos de Cosmini.

Para lograr esta hazaña, Zárate Willka abandonó su principal centro de actividades en Caracollo y se internó en la provincia de Tapacarí, probablemente el tercer o cuarto día de la segunda quincena de marzo. Allí, al mando de una parte de sus numerosas montoneras, puso en pie de guerra a las comunidades de la región. Obligando a patrones y a vecinos a usar el traje indígena, organizó partidas de rifleros, honderos y gente a caballo, y mandó a preparar grandes galgas (piedras) en las cimas que se elevan sobre las estrechas gargantas por donde ascendía el camino a Cochabamba. Estaban sobre aviso las poblaciones indígenas de Taracachi [Tarakachi], Leque [Liqi], Mucclli [Mukklli o Mujjlli], Uphutaña, Calamarca [Qalamarka], Huayllas [Waylla] y Challa. Zárate Willka estableció momentáneamente su cuartel general en el Tambo de Iro, no muy lejos de Huayllas, sobre el camino a Cochabamba (Condarco Morales, 2011: 290). Hasta ese momento, su imagen alcanzaba el respeto que merecía como caudillo del movimiento indígena. Por entonces, el escuadrón Alonso ignoraba que se estaba realizando la capitulación de Cochabamba, pues no pudo recibir noticia alguna desde que salió de Paria, debido a que las masas indígenas, al rodearles, provocaron la incomunicación completa del batallón (Rodríguez, 1999: 104).

LA REBELIÓN DE LAS MASAS INDÍGENAS POR SU REIVINDICACIÓN

Después del enfrentamiento de las huestes de los tres Willkas con el escuadrón Alonso, Pando comenzó a preocuparse por la autonomía de los indígenas para organizarse militarmente. Temía que estos continuaran la lucha por motivos particulares y se sublevaran. Por eso, para la batalla del Segundo Crucero, en abril de 1899, Pando dejó de confiar en Zárate Willka, aunque se benefició de las fuerzas lideradas por el caudillo aymara, las cuales colaboraron a la definitiva victoria federal.

El 11 de abril de ese año, un día después de la victoria, Pando dio cuenta oficial de los hechos del Segundo Crucero frente a Serapio Reyes Ortiz y Macario Pinilla, miembros de la Excelentísima Junta de Gobierno. Dijo: “el día de ayer, cuando llegaba a este punto, avisté al enemigo que entraba a Paria”; inmediatamente, “aparecieron sus avanzadas persiguiendo a los indios y cambiaron balas con las nuestras” (República de Bolivia, 1900: 55). Pando entonces describió los incidentes del combate y contabilizó los muertos, que eran más o menos 50, y los heridos de la tropa, que llegaban a 80. Sostuvo que las bajas del enemigo eran mayores y que los federalistas habían alcanzado el triunfo completo y definitivo (ibid.: 56). Pero de los heridos y de los muertos de las fuerzas indígenas no afirmó nada.

Lo cierto es que, en el teatro de la guerra civil, las fuerzas indígenas fueron alejándose de la causa federalista y tornaron su lucha más autónoma. Ya no importaba ser parte de la pugna regionalista entre Pando y Fernández Alonso, sino luchar inquebrantablemente contra la opresión y por la reivindicación iniciada ya durante la época de Mariano Melgarejo.

En ese contexto, la figura de Zárate Willka es fundamental y es necesario seguir su trayectoria, aunque esta tenga algunas etapas difíciles de distinguir. Su lucha antes de la guerra civil de 1899 no se conoce concretamente y, por tanto, los antecedentes que lo llevaron a participar en esta contienda son difusos. En cuanto a su relación con Pando, es importante preguntarse: ¿qué le ofreció Pando a Zárate Willka o qué le ofrecieron los revolucionarios federalistas para que involucrara montoneras de indígenas en la guerra civil? y ¿cómo fue el trato formal de Pando para que Zárate Willka cumpliera con su palabra haciendo que las masas indígenas participaran en la lucha? Las evidencias demuestran que la indiada fue usada como “carne de cañón” en la contienda, sin ninguna seguridad ni garantía personal y sin coordinación real alguna con las fuerzas revolucionarias federalistas. La única motivación posible para que los indios se expusieran de ese modo debió hallarse en la falsa promesa de abolición o reforma de la Ley de Exvinculación de 1874, que ocasionaba la expoliación de las tierras de origen y de la propia existencia de la comunidad indígena.

Pero una vez ganada la batalla por la causa federalista, Pando se olvidó de sus promesas hechas a la población indígena, que seguía sometida a la explotación y al abuso tanto de los patrones de las haciendas como de las autoridades gubernamentales. La promesa de Pando era difícil de cumplir, pues anular o modificar dicha ley iba en contra de sus propios intereses y de los intereses de sus semejantes, quienes se beneficiaban con la compra de tierras de origen y la explotación de mano de obra indígena a través del colonato y de otros servicios.

Zárate Willka, indio de Machacamarca y Quelcata, se ganó la simpatía de la mayoría de los indios, especialmente de aquellos de tierras altas, es decir, del Altiplano. Las muestras de simpatía se expresaban en los vivas a Willka y a Waychu, vítores que además mostraban la psicología de las masas indígenas involucradas en este movimiento reivindicatorio.

Cuando los indígenas sublevados llegaron a Mohoza para frenar los atropellos del escuadrón Pando, estaban convencidos de que la figura de Zárate Willka representaba las aspiraciones de la población indígena. Además, se dieron cuenta de que Pando no abandonaría su posición patronal por beneficiarlos. Su lucha, con vistas a un futuro más justo para ellos, no daba “vivas ni a [Fernández] Alonso ni a Pando, sino que todo era a Villca y Huaicho” (El Estado, 1901a: 4).

Ahora bien, mientras en Mohoza algunos indígenas gritaban y vivaban a Pablo Zárate y a Luciano Willka, también había indios pronunciando “vivas a Pando, a la Federación y a Villca” (El Estado, 1905). Esto demuestra que, en realidad, Zárate Willka y Pando estaban enfrentados políticamente, pues en ellos recaía no solo el poder de gobernar, sino también la suerte de la población indígena.

El abusivo comportamiento de los soldados del escuadrón Pando en Mohoza, junto a la pugna política acaecida en Tolapampa con los Hidalgo, enardeció los ánimos de los indios. La necesidad de “cambiar otro gobierno”, dado que el país “estaba muy mal” (El Estado, 1901c: 2), despertó en los indios el deseo de modificar el orden y poner a un indígena a gobernar: “ni Alonso ni Pando serán presidente, sino Villca” (ibid.). Al respecto, el corregidor de Inquisivi, Luis César Velasco, en una carta del 9 de marzo de 1899, le hacía conocer a Pando que los indios no lo necesitaban ni a él ni a Fernández Alonso, pues tenían “su general Villca a quien lo harían presidente para que los gobierne” (Condarco Morales, 2011: 311).

Después de haber sido utilizada en medio de las pugnas regionalistas, y al final de la guerra civil, “la indiada proclamó su independencia completa de todo poder, sin más sujeción que los mandatos de Villca” (Barrios, 1902: 64), así como la desaparición de “la raza blanca y mestiza” (ibid.); estaba cansada de que sus victorias fueran ignoradas por Pando y los federalistas, al igual que en los documentos oficiales. Por ello, en las masacres de Ayoayo y Mohoza, los indígenas defendieron su propia causa haciendo correr torrentes de sangre de unitarios y federales.

Según la versión de la familia de Pablo Zárate Willka, la posibilidad de posesionarlo como presidente de la República de Bolivia en ese momento no era una utopía, sino algo factible.(2) Pasada la revolución federal, de la cual Pando salió triunfante, Zárate Willka se proclamó caudillo de los indios e impulsó tareas “para sublevar las indiadas de La Paz y Oruro contra los vencedores y exterminar a todos los blancos de la república” (Condarco Morales, 2011: 279). No obstante, poco tiempo después de la victoria del Segundo Crucero, Pablo Zárate fue reducido a prisión por su participación como líder indígena en la guerra federal, junto a Manuel Mita Willka y a sus adeptos, quienes fueron “arrojados a los rincones de las celdas penitenciarias” (ibid.: 380).

PABLO ZÁRATE WILLKA Y LORENZO RAMÍREZ ANTE LA 5.a AUDIENCIA JUDICIAL

Zárate Willka y Ramírez fueron dos personajes muy importantes. Quizás la última vez que se encontraron fue en la 5.a Audiencia Judicial para prestar declaraciones respecto a la hecatombe en Mohoza.

El 6 de marzo de 1901, el juez de dicha Audiencia comenzó aclarando algunos detalles sobre la presencia de Ramírez en aquel lugar, para luego hacer comparecer a Zárate Willka, quien leyó unos manuscritos que él mismo había anotado mientras estaba preso. Cuando terminó su lectura, el juez le hizo algunas preguntas a Zárate Willka, mediante un intérprete:

¿Usted ha escrito estos papeles? Contestó: Sí. ¿Quién le ha hecho escribir y con qué objeto? Contestó: Me ha dictado Lorenzo Ramírez, manifestándome que era para hacerle comprender al señor Juez, porque tal vez no podría recordar. ¿En qué fecha y dónde escribió usted? Contestó: He escrito este lunes pasado en un calabozo de esta cárcel. El señor Juez ordenó la lectura y [que] se haga la traducción literalmente para que conste en el acta. Se tradujo de período en período del modo siguiente: “El jueves en la mañana no estaban muertos todos, cuando el cura había mirado y dando la orden, han entrado por el bautisterio y los han acabado de victimar a todos. Modesto Miranda de encima del techo ha terminado a punta de balazos con ellos; que los han sacado de los altares donde se habían ocultado detrás de los santos y los mataron; que haciéndolos embriagar a los indios han terminado con todos. Antes de las doce de detrás de un señor en la iglesia lo han sacado a un individuo con pantalón colorado quien les decía: ‘En la casa del cura tengo una carga de plata, no me victimen, con ese dinero les voy a pagar. El cura se lo había cerrado sus puertas, razón porque lo victimaron’”.

La traducción del otro papel expresa: “José Hidalgo de Caloyo con Simón Quintanilla se habían comunicado que del final del camino llamado Allpachuma han hecho regresar a una caballería de Cochabamba, porque no hemos hecho antes esto había ido a Caracollo y de Caracollo han ido a dormir a Cahuiña. Después había llegado Arellano a Caloyo con su Batallón y más tarde un coronel había pasado a Caracollo con un indio al que le habían quitado y le han mandado con otro de Cahuiña, este se había regresado el martes en la noche. El jueves en la mañana al amanecer he conversado con Arellano que José Hidalgo los había echado fuera diciendo que Alonso entra, entonces Arellano ha ido sin almorzar y sin llevar forraje hasta Pipini, había dicho que [yo, Zárate Willka] me voy a poner de presidente en lugar de [Fernández] Alonso, había sido un indio traposo de la comunidad de Imillaimilla de Sicasica. El llamado Villca había sido Pablo Zárate que de Simón Quintanilla le había quitado quinientos pesos, como también de Elías Ramos y reunió a los indios José Hidalgo bajo multa y si no es esta multa nosotros no nos hubiéramos sublevado: que Lorenzo Ramírez sentiría por la gente que se ha reunido, que José Hidalgo lo quería entregar a los indios que decían: ‘ahora estamos en comunicación con los vecinos de Mohoza y nos hemos de parar todos juntos, a los que no se levanten los vamos a acabar’”.

El Juez interrogó al acusado Ramírez. ¿Ha oído usted leer? Contestó el acusado: Sí. ¿Usted ha dictado que se escriba de ese modo? Contestó el acusado: Yo he dictado porque creí no acordarme de todo, pero al leer no ha expresado todo lo que le he encargado. El Juez interrogó al acusado: ¿Lo que ha leído es exacto como usted le encargó? Contestó el acusado: No lo ha hecho completamente. ¿Qué tiene usted que aumentar? Contestó el acusado: El Lunes de Tentación José Hidalgo había salido de Mohoza y del lugar de Allpachuma había hecho regresar a una caballería que venía de Cochabamba. ¿Esos soldados a cuál ejército pertenecían? Contestó: Eran liberales. ¿Qué cargo ejercía usted en esa época? He sido alcalde del ayllu de Collana (El Estado, 1901b: 2).

Conforme al relato de Ramírez, José María y Santiago Hidalgo habrían sido alonsistas, razón por la cual no estaban de acuerdo con la llegada de Máximo Arellano a la zona de Mohoza. Además, Arellano habría dicho que pondría a Zárate Willka de presidente en lugar de Fernández Alonso, haciendo así que José María Hidalgo lo expulsara de Caloyo. Esta declaración coincide con la de Domingo Huairaña:

[…] al principio han llegado dos órdenes, una a Mohoza y otra a Caloyo, para que se levanten contra Alonso, a efecto de que no hagan pasar víveres a Oruro. Estas órdenes, según se había dicho, las había mandado Pando, pidiendo auxilio, porque la situación de ese tiempo estaba muy mal y porque había necesidad de cambiar otro gobierno. Con este objeto, Arellano sublevó muchas estancias, pero una parte de los indios, especialmente los de las alturas habían pensado de otra forma, deseando exterminar a la raza blanca; pues habían dicho: ni Alonso ni Pando serán Presidente sino Villca (El Estado, 1901c: 2).(3)

Estas declaraciones confirman la decisión política indígena de desligarse de Pando y de Fernández Alonso durante la guerra civil de 1899, así como de hacer presidente a uno de los suyos. Igualmente, despiertan el interés sobre el grado de alfabetismo de Zárate Willka: ¿dónde aprendió a escribir? Según Felipe Zárate, su bisnieto, antes de la rebelión de 1899, Pablo Zárate estuvo en Chile, donde probablemente aprendió a leer y a escribir, además de prepararse para liderar el movimiento indígena.31 De acuerdo con otro de sus bisnietos, Miguel Ángel Zárate, Pablo Zárate posiblemente asistió a la escuela que Santos Marka T’ula tenía instalada en San Pedro de Curaguara, ya que en ese momento no existían escuelas públicas para los indios. Recién a partir de 1905 el Estado boliviano implementó las llamadas “escuelas indígenas”, con preceptores ambulantes. Luego, la educación indigenal fue convirtiéndose en un elemento clave de lucha social y política.

Referencias:

1. La batalla del Segundo Crucero, del 10 de abril de 1899, recibe ese nombre porque se desarrolló en el llamado “crucero de Copacabana”, donde se juntaban y hacían cruz los caminos hacia Lequepalca y Caracollo, muy cerca del actual municipio orureño de Soracachi.

2. Pando le habría dicho a Zárate Willka: “Te doy el grado de Coronel, levanta al indio, destruye al blanco del Sud (al blanco alonsista). Cuando derrotemos al ejército constitucional, yo seré presidente y tú serás el segundo presidente de Bolivia. Y devolveremos la tierra al indio, la tierra que le ha arrebatado el Gral. Melgarejo” (Reinaga, 1970: 39).

3. Declaración ante el señor fiscal del testigo Huairaña, mayor de edad, casado, comerciante, por medio del intérprete Wenceslao Villar (El Estado, 1901c: 2).

 

LA NACIÓN-ESTADO BOLIVIANA EN LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XIX

 


Por: Percy Boris Brun Torrico / Extracto de la tesis de doctorado en historia, titulado: Contribución del discurso político de la prensa de la ciudad de la paz a la construcción del imaginario nacional de Bolivia (1829-1899). 2011.

La definición teórica de Estado-nación es aún más difícil de aplicar en Bolivia en la primera mitad del siglo XIX, donde el capitalismo no se había instalado. En 1825, año de la independencia de Bolivia, la economía de Charcas estaba en bancarrota. La Guerra de Independencia había sido devastadora. La minería de la plata de Potosí en quiebra. Los obrajes de los valles en decadencia. Tierras abandonadas por parte de hacendados arruinados. El comercio entre La Paz, Potosí, Cochabamba, Oruro y Arica muy reducido(1). Tanto que el joven Estado “independiente” tuvo que vivir de los tributos indígenas. No existía el “capitalismo impreso” - cuya función fue determinante en la homogenización de la sociedad a través de la estandarización de las lenguas en Europa, y para la organización de los Estados-nación europeos y norteamericanos. La primera imprenta fue traída por el ejército del Libertador hacia 1820; y el primer periódico impreso, el Cóndor de Bolivia, apareció en 1825 después de la fundación de la República.

No sucedió en Bolivia la transición de la sociedad agraria (estratificada, dogmática y absolutista) hacia la industrialización que homogeniza la cultura y crea las diferencias de clase social, proceso fundamental para el establecimiento de los Estados-nación modernos en Occidente, tal como plantean E. Gellner(2) y varios autores. No obstante, tampoco se trata de afirmar que la Nación boliviana haya emergido de la nada. Ese espacio geográfico constituido en Estado en 1825, tuvo valores simbólicos y culturales concretos, de lo contrario no se explicaría su persistente existencia durante más de 186 años. En este razonamiento vale mencionar las reflexiones de Condarco:

La fundación de Bolivia no es como se ha pensado a menudo, una improvisación de la que hay que responsabilizar a un hombre o a unos cuantos hombres deseosos de hacer del Alto Perú un Estado para convertirse en los árbitros de su destino (...) la sociedad colonial de Charcas, núcleo precursor de la posterior nacionalidad altoperuana, ya en los comienzos de su incipiente arborecer, llevaba consigo el germen de una conciencia colectiva individualizada no sólo completamente diferente de cuanto hubo en comunidades vecinas (...) No es pus fruto de empeño insostenible y arbitrario, aseverar que en las postrimerías del siglo XVI, la sociedad colonial de Charcas llevaba consigo una nacionalidad en ciernes en sus entrañas. Pues la nacionalidad existe, desde el momento en que hay un seno materno que le da vida, y, el principal factor extrínseco que hizo las veces de él fue la Audiencia de Charcas creada por reales cédulas del 12 de junio de 1559 (...) Esa nacionalidad tiene ya un espíritu (...) en la explotación del Cerro Rico de Potosí (...)(3)

En efecto, desde el siglo XVI en la Audiencia de Charcas se había desarrollado un intenso mercantilismo que funcionaba sobre la base de la explotación y exportación de la plata de Potosí. (4) La economía colonial, fundamentada en la minería, enfatizó vínculos de encuentro en un espacio geográfico que iba desde el sur del Perú (Arequipa) hasta el Sur de Charcas (Tarija). El circuito exportador del mineral en el reinado de los Habsburgo era Potosí-La Paz (o Oruro)-Arica, aunque con el régimen Borbón del siglo XVIII gran volumen de la plata se dirigió hacia Buenos Aires. De La Paz se comercializaba coca hacia Potosí al sur y Arequipa al norte. Los obrajes de textiles cochabambinos abastecían a La Paz, Chuquisaca, Potosí. Los comerciantes que se encontraban entre sí en La Paz, Cochabamba, Chuquisaca, Potosí y Arica establecieron, seguramente, un espacio geográfico “virtual” que los unificaba y los identificaba. De esta manera, el circuito mercantilista y comercial de Charcas configuró lo que R. Soler denomina como precapitalismo, en el transcurso del cual se fueron gestando paulatinamente las naciones.(5) Soler propone el ejemplo de la Nación-árabe (Egipto) donde, a decir de Samir Amin, los comerciantes-guerreros habían unificado la Nación. En Charcas no eran comerciantes guerreros, pero se movían en espacios determinados. Pese al estado calamitoso de la economía de Charcas a principios del siglo XIX, los circuitos mercantiles y comerciales no se habían olvidado, y dieron lugar después a sentimientos de identidad con el territorio y la Nación.

Otros aspectos protonacionales que hacen a la Nación boliviana pueden ser: 1) el sentimiento psicológico de animadversión ya sea al virreinato del Perú o al Virreinato del Río de la Plata, 2) La Ilustración, 3) El idioma Castellano, 4) La “guerra doméstica”, y 5) Las “republiquetas” con los patricios que lucharon por la Independencia. A continuación se habla brevemente de ellas.

Es tesis de Roca que la gente de Charcas se sentía agraviada por el vasallaje al cual estuvo sometida primero por el Virreinato del Perú y luego por el del Río de La Plata. Ambos virreinatos se ocupaban sólo de la riqueza minera de Charcas. Tal sentimiento se exasperó más durante la guerra de Independencia, cuando los ejércitos ya sea realistas o republicanos ingresaban a territorio altoperuano cometiendo abusos y expoliando cuanto podían a su paso. Roca (2007) sostiene que el conflicto de Charcas no era contra España, sino contra las cabeceras virreinales, y aquí se habría configurado un sentimiento de pertenencia nacionalista.

Pese a que en Charcas la imprenta ingresó recién al independizarse la República, el pensamiento ilustrado caló muy fuerte en las mentes de la elite criolla. El papel de la Universidad San Francisco Xavier de Chuquisaca (fundada en 1624 por los jesuitas) fue determinante para la difusión de esas ideas. Al finalizar la guerra, Charcas quedó destruida económicamente, mas las ideas de la ilustración siguieron vivas, y sobre ellas se asentaría la posterior creación de la Nación.

El idioma Castellano es actualmente cuestionado por el pensamiento “multinacional” por haber sido, aparentemente, excluyente. En efecto, era la lengua hablada por la pequeña elite pseudoaristocrática que manejaba Charcas y explotaba al indígena. Sin embargo, siguiendo el razonamiento de Hobsbawn, el Castellano era el idioma oficial que permitía la comunicación de la administración en Charcas; un idioma hasta cierto punto “neutral” que indirectamente empujaba a la unificación para comunicarse en el territorio. Lo negativo de esa lengua es que no llegó a generalizarse, extenderse y popularizarse sino hasta bien entrado el siglo XX.

La “guerra doméstica” es la contienda que sostuvieron el Virrey José La Serna y el general Pedro Antonio Olañeta a partir de 1821, el primero de ideología constitucionalista (liberal), el segundo absolutista. Al enfrentarse Olañeta contra el Virrey estableció militarmente una jurisdicción territorial específica de Charcas; ¿su propósito fue mantener a Charcas como región autónoma o simplemente buscaba un último reducto territorial para la monarquía española?; según Roca, la primera posibilidad de esta pregunta es la respuesta más posible(6) .

El siguiente elemento protonacional: Las guerrillas denominadas “republiquetas”. No hubo una batalla decisoria que libertara a Bolivia; en cambio, sí hubo guerrillas que estuvieron activas en territorio de Charcas por más de 15 años. La propia historiografía boliviana no les otorga el énfasis merecido. Las republiquetas principales eran: Larecaja (La Paz), Camargo, Betanzos (Chuquisaca), Mizque (Cochabamba), Warnes (Santa Cruz) y, la más importante, Ayopaya (entre Cochabamba y los Yungas de La Paz). Aunque la mayoría de ellas fueron influidas por el gobierno del Río de La Plata, sin embargo su inclaudicable actividad sentó soberanía en un territorio, el cual después sería la Nación boliviana.

 

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1 Sobre el estado de la economía boliviana al iniciarse la República véase: Herbert Klein (1982), Historia general de Bolivia, La Paz, Juventud.

2 Véase: Ernest Gellner (1997), Naciones y nacionalismo, Madrid, Alianza Editorial, p. 77-141.

3 Ramiro Condarco Morales (1977), Orígenes de la nación boliviana, La Paz, pp. 8-10.

4 Sobre la economía de Charcas, una excelente descripción la brinda un autor anónimo en el Texto: Ana María Lema (1994), edit., Bosquejo del estado en que se halla la riqueza nacional de Bolivia con sus resultados, presentado al examen de la Nación por un Aldeano hijo de ella. Año de 1830, Plural, La Paz.

5 Ricauter Soler (1980), Idea y cuestión nacional latinoamericanas, Siglo Veintiuno, 1ra. ed., p. 18.

6 Por ejemplo, Roca manifiesta lo siguiente: “Fue él [P.A. Olañeta] quien concibió un poderoso estado boliviano que incluía a Salta, Jujuy, Tarapacá y Puno. Con sus armas ocupó ese extenso territorio despojándolo de toda sujeción tanto a España como a Buenos Aires o a Lima y abrió negociaciones con Bolívar y Sucre a comienzos de 1825 para definir juntos el destino de Charcas” (2007: p. 579). Desde este punto de vista, Pedro Antonio de Olañeta vendría a ser el verdadero Libertador de Bolivia, título que incluso el propio Bolívar estaba dispuesto a concederle, pero sin tratarlo de igual a igual.


1878, EL AFAMADO CIRCO DE GIUSEPPE CHIARINI LLEGA A LA PAZ

 

Plaza principal de La Paz, finales del siglo XIX

Al promediar el año 1878, el Gran Circo Chiarini llegaba al país con su pintoresca comitiva. Tal vez no era el primero en su género, pero sin duda era el más vistoso que había pasado por aquí hasta ese entonces. Tanto así que, medio siglo después, Ismael Sotomayor lo rememoraba en una de sus añejerías paceñas, titulada “Oh, gran Charinni [sic]”, en la que afirmaba que este circo había sido “único, incomparable, grandioso, colosal, portentoso”.

Su dueño, el italiano Giuseppe Chiarini, fue uno de los hombres más importantes del arte circense decimonónico, así como el más cosmopolita de entre todos. Nació en Roma el año 1823, dentro de una familia de entrenadores ecuestres y artistas que, en realidad, era una verdadera dinastía de acróbatas, domadores, titiriteros y actores. Ya en 1710, los Chiarinis se dedicaban al espectáculo como mimos coreográficos en Francia y, para 1790, estaban abocados al teatro de sombras en Hamburgo. A sus dieciséis años, Giuseppe –o José, como era conocido en el mundo hispánico– se embarcó hacia Rusia con la compañía de su coterráneo Alessandro Guerra (considerado uno de los fundadores del circo moderno) y permaneció un largo periodo en San Petersburgo. Después de esa experiencia y un breve paso por Viena, estuvo un tiempo en Nueva York, para luego fundar, en 1856, su propio circo. Durante casi una década, el Real Circo Español –como lo bautizó Chiarini– realizaría giras por Cuba y el Caribe (Haití, República Dominicana, las Antillas y Bahamas), incorporando a su elenco artistas ingleses, estadounidenses y locales. Pero no fue sino a partir de 1864 que comenzó a brillar en todo el continente.

Así, por varios años, se dedicó a recorrer la América hispana de norte a sur. Por ejemplo, su presencia en México fue muy aclamada. A partir de ese momento, su emprendimiento tomaría el nombre de Real e Italiana Tropa de Caballos del Signor Chiarini o, simplemente, Circo Italiano de Chiarini, y haría las delicias del gran público, sobre todo durante el breve reinado de Maximiliano I de Habsburgo. Sin embargo, y a pesar de haber construido un imponente anfiteatro con capacidad para 150 personas en la Ciudad de México, Chiarini decidiría retomar sus correrías poco antes de la ejecución del emperador en 1867.

Después de una intensa temporada en Estados Unidos y, en particular, en la costa oeste, el circo emprendió rumbo hacia Australia y el sudeste asiático. Para ese entonces, la comitiva viajaba con unos sesenta caballos amaestrados y más de cien empleados de diversas latitudes. Entre los más memorables, se encontraban, por ejemplo, los hermanos Carlo, acróbatas y cantantes que iniciarían una compañía itinerante muy célebre en Argentina y Uruguay, considerada además la primera en poner en escena un “circo criollo”, con rasgos propios de la región rioplatense.

Finalmente, casi una década más tarde y tras una fugaz estancia en San Francisco, Chiarini volvería a Sudamérica y es ahí donde lo encontramos siguiendo su ruta hacia Bolivia. Los periódicos paceños lo comenzaban a anunciar en primera plana en agosto de 1878, ante la impaciencia de los lugareños, que esperaban con ansias su llegada. Por lo que comentaba la sección social de El Comercio, “el Gran Circo Chiarini está a la orden del día. En los salones de la alta sociedad, en todas las oficinas públicas, en el taller del humilde menestral, en las plazas y calles no hay otro tema de conversación”. Además de su inminente éxito, el autor también subrayaba que se tenía noticias de otras tropas que, como “Mr. Chiarini y sus tigres, y su bisonte, y sus chocos, sus caballos, y sus monos, etc. y etc.”, también viajaban por países vecinos como Chile.

Con esta expectativa, el 6 de septiembre el Gran Circo Italiano inició sus funciones diarias en el patio del convento de La Merced y permaneció ahí hasta el 23 de ese mes. La recepción, evidentemente, fue magnífica y muy rentable, a tal punto que varias representaciones se destinaron al beneficio de los hospitales paceños por iniciativa del mismo propietario de la compañía. Su programa consistía en la actuación de niños trapecistas, un número ecuestre, prestidigitación con argollas, cuerda floja, malabares, acrobacia aérea y la exhibición de un búfalo de nombre Dick, que causó gran impresión, en particular entre las mujeres asistentes. En efecto, el de Chiarini fue uno de los primeros circos –si no, el primero– en traer animales a la escena y, para su apertura, también contó con tres tigres de bengala “altamente adiestrados”, como rezaban sus avisos publicitarios. Asimismo, ofrecía la apreciación de una “cebra del Cabo de Buena Esperanza” y de un “cinocéfalo de África”, siendo este último directamente un monstruo imaginario.

A pesar de algunas inexactitudes en su texto –en particular, la disgregación de la compañía al salir de Bolivia–, Ismael Sotomayor se detiene sobre la espectacular presencia de Giuseppe Chiarini y su elenco en La Paz que, según nos dice, caló hondo en el imaginario popular de la ciudad. Y, como en muchas de sus añejerías, tampoco se olvida de incluir algunas anécdotas curiosas. De esa forma, nos enteramos de las aventuras del presidente Hilarión Daza con una de las actrices del circo llamada Olga Guerra. De hecho, su “gracia y su belleza” eran de tal renombre que, en enero 1879, durante su permanencia en San José de Costa Rica, los periódicos la retrataban como una mujer “seductora”, “deslizándose tenuemente como una ondina de céfiro”.

De esta suerte, Chiarini y su circo partían del país dejando tras de sí su leyenda y continuando un incansable viaje que solo terminaría con la muerte de su dueño en abril de 1897. Giuseppe se encontraba en la ciudad de Panamá y, aunque es probable que hayan vuelto a visitar nuestro país en 1890, por años sus pasos lo habían llevado a recorrer China, Corea, Filipinas y Japón. Sin dinero y sin posteridad, con Chiarini se extinguía también el que fuera el circo más viajado, como también uno de los más influyentes y memorables de la segunda mitad del siglo XIX en todo el mundo.


Por: Kurmi Soto, 23 de enero de 2022 / Opinión de Cochabamba.

Foto: 1878, vista de la actual plaza Murillo de La Paz.

 

LA REVOLUCIÓN FEDERAL Y LA PARTICIPACIÓN INDÍGENA

 

Hombre indígena de La Paz

Tomado del libro: Pablo Zarate Willka y la rebelión indígena, de Roberto Choque Canqui.

LOS PARTIDOS POLÍTICOS Y LA REVOLUCIÓN FEDERAL

La organización de los partidos políticos fue importante para los Gobiernos sustentados por la democracia entre 1884 y 1898. El Partido Constitucional o Conservador, respaldado por el civilismo –como consecuencia del fracaso del militarismo en la Guerra del Pacífico (1879-1883)– se quedó en el Gobierno más de tres gestiones. En ese lapso, el Partido Liberal, cansado de no poder ganar ninguna de las elecciones frente al Partido Constitucional, y una vez cambiada su jefatura de partido de Eliodoro Camacho al coronel José Manuel Pando, optó por un golpe de Estado, estallando de esta manera la revolución federal en La Paz. Esta revolución se convirtió en una guerra civil entre norte y sur, con campañas militares y sublevaciones indígenas.

La revolución federal empezó el 12 de diciembre de 1898, al mismo tiempo que se constituía una Junta de Gobierno Federal en la ciudad de La Paz, con representación del Partido Liberal y del Constitucional. Bajo la presidencia accidental de Ismael Montes, los revolucionarios procedieron a instalar la sesión preparatoria de la citada Junta. Enseguida se procedió a la designación oficial de la presidencia, que recayó en Fernando E. Guachalla, y de la vicepresidencia, cargo asumido por Heriberto Gutiérrez (El Comercio, 1898a: 3). Después de diez días de la resolución de La Paz, Oruro se pronunció a favor de la revolución federal (ibid., 1898b: 3). En ese momento de enardecimiento y emoción, más de cuatro mil hombres reunidos en sus respectivos cuarteles juraron defender los legítimos derechos del pueblo paceño, derechos ultrajados “por la ambición desmedida y lugareña del pueblo chuquisaqueño y pisoteados por Severo Fernández Alonso, el Presidente de la República” (ibid., 1898c).

El inicio de la revolución federal se debió a la rivalidad entre el norte y el sur, puesto que “los gobiernos del Sud absorbían los elementos vitales de la Nación en provecho de ciertos departamentos y en detrimento de otros” (El Estado, 1905: 1). En 1898, en las instancias legislativas se había propuesto la Ley de Radicatoria del Gobierno en la capital, Sucre, contrariando la permisión constitucional de convocatoria al Congreso en un lugar distinto. La resistencia del presidente a cumplir esta prerrogativa causó una enérgica protesta de los representantes de La Paz en el Parlamento. En esas circunstancias, los paceños creyeron que había llegado el momento de unificar sentimientos y propósitos, y así el departamento de La Paz “se levantó como un solo hombre”, llevando a cabo la revolución federal, considerada por Fernández Alonso como subversiva contra su Gobierno (ibid.).

LA PARTICIPACIÓN INDÍGENA EN LA GUERRA CIVIL DE 1898-1899

Para proseguir la lucha contra el Gobierno de Fernández Alonso, los miembros de la Junta de Gobierno, sin contar todavía con las armas necesarias, desesperadamente “recurrieron al terrible y detestable extremo de sublevar la raza indígena” (Fernández Antezana, 1905: 26). Para ello, seguramente ofrecieron a los indios, ya fueran comunarios o colonos de haciendas, la reforma o la abolición de la Ley de Exvinculación de 1874. Además, José Manuel Pando habría prometido convertir a Zárate Willka en su segundo presidente, creando así la ilusión de que haría mucho a favor de los campesinos.(1) Pero ese ofrecimiento no era fácil de cumplir. En realidad, involucrar a las masas indígenas en la pugna de intereses políticos existente entre el Partido Constitucional y el Partido Liberal suponía utilizarlas como simple fracción de choque durante la guerra civil.

Según Quintín Barrios, la intervención de la indiada en la revolución federal estaba circunscrita al deseo de un cambio político en la forma de gobierno. Al ver la coyuntura política, la población indígena se levantó para derrocar a Fernández Alonso, pues creía que de este modo se libraría de los males que venía “sufriendo desde la dominación española” (Barrios, 1902: 10).

Apenas producida la revolución, el 12 de diciembre de 1898, la Junta de Gobierno Federal impartió órdenes para que los indígenas de la región altiplánica se levantaran en armas contra el enemigo. Gracias a esta orden, hasta el 8 de enero de 1899, La Paz estuvo cercada de indios que frenaban el acercamiento del ejército unitario e impedían que este supiera de la adquisición de armas que llegaban del Perú. El 15 de enero de 1899, la Junta de Gobierno Federal dirigió una proclama al ejército, recién dotado con nuevo armamento,(2) y al pueblo de La Paz, manifestando que “en el curso de un mes, ha armado [a] dos mil quinientos soldados aguerridos y entusiastas, habiéndose iniciado la revolución con una fuerza de 215 plazas” (República de Bolivia, 1900: 335). En esa proclama, no se mencionaba la participación indígena, a pesar de que Luis F. Jemio, quien estuvo a cargo de las avanzadas, solicitó la cooperación de los indios para hostilizar al ejército unitario. No obstante, debe tomarse en cuenta que, aunque “el levantamiento de los indígenas tuvo por causa las incitativas del gobierno revolucionario”, esto no quiere decir que “hubo una alianza estrecha” entre ambos (Saavedra, 1902: 6). En efecto, la participación de los indios en la guerra civil no estaba sujeta a un convenio respetuoso con el jefe de la revolución federal, pues las movilizaciones indígenas eran espontáneas. Sin embargo, era conveniente que estuvieran “sujetas a un comando militar” para que así contribuyesen “al éxito de la revolución” (ibid.: 5).

En realidad, el alzamiento indígena contra el Gobierno de Fernández Alonso se originó como un levantamiento contra las fuerzas militares constitucionalistas que hostigaban a los indígenas “a sangre y fuego”, perpetrando toda clase de vejámenes y extorsiones, “asesinándolos con ferocidad y crueldad, cometiendo excesos, abusos y tropelías, sin cuento, con sus esposas e hijos, saqueando en fin, sus intereses y el ganado que tenían, talando sus sementeras, etc., etc.” (El Estado, 1905: 1). Estos atropellos acontecieron en lugares como Santa Rosa, Viacha [Wiayacha], Corocoro, Coniri [Qhuniri], Ayoayo [Jayujayu], Choquenaira [Chuqinaira] y Chonchocoro [Chunchuquru] (Barrios, 1902: 12)(3) y “obligaron a los indios a tumultuarse y salir al encuentro con terribles represalias a esa tempestad de abusos, haciendo uso del derecho de defensa que rayaba en visos de venganza” (ibid.). La Junta de Gobierno fue advertida de esta situación y el 23 de enero de 1899 trató de contener a la indiada mediante “medidas precaucionales y de prudencia” dirigidas a los líderes indígenas (ibid.) Pero los indios ya habían concebido un odio despiadado contra el ejército unitario y Fernández Alonso.

Cuando los indígenas se sublevaron en nombre de Pablo Zárate Willka, la restitución de tierras comunarias estaba en boca de todos ellos. Al rebelarse, hacían valer su propia acción de justicia contra sus explotadores y los expoliadores de sus tierras. Luego de los ataques de los escuadrones Sucre y Monteagudo en “los campos del dolor en Ayoayo y Cosmini”, con tantas bajas, robo de sus víveres y ganado, incendios de casas y fusilamientos “a tiro de caza” (El Comercio, 1899b: 2), y al darse cuenta de que habían sido engañados por el federalismo para que lucharan como auxiliares de guerra, convirtiéndolos en carne de cañón bajo la falsa promesa de restituirles sus tierras comunitarias, los indígenas reaccionaron en contra de sus opresores.

LOS SUCESOS PREVIOS AL MOVIMIENTO AUTONÓMICO INDÍGENA

En un principio, resultaba muy difícil que los indígenas de las comunidades intervinieran voluntariamente en la guerra civil de 1898-1899. No obstante, cuando los soldados del piquete de húsares (caballería) provocaron la enemistad de los indios en su camino a Corococo, se desató una serie de enfrentamientos. Así, después de que los soldados robaran ganado a las comunidades indígenas de Comanche y Corocoro, los comunarios trataron de recuperar sus posesiones, consistentes en 125 cabezas de ganado vacuno y 15 sunichos (caballos criollos), además de dos carros de provisiones, que posteriormente fueron transportados hasta Viacha (Condarco Morales, 1965: 201). Sin embargo, fueron acometidos con fuego de fusil. Del mismo modo, los jóvenes chuquisaqueños del escuadrón Monteagudo también cometieron varios atropellos contra los indígenas, llegando a asesinar a 90 de ellos en la finca Santa Rosa, ubicada en el cantón Laja. Estos hechos detonaron la rebelión indígena, aunque esta no solo surgió para enfrentar los abusos de las fuerzas constitucionalistas, sino también contra los hacendados, los explotadores y los racistas (Choque Canqui, 2012: 42).

El 18 de enero de 1899, dos días después de haber llegado a Viacha, los 200 hombres del escuadrón Sucre salieron hacia el centro minero de Corocoro para comprar bastimentos (provisiones), especialmente instrumentos bélicos. Ole Sanstad, gerente de la Compañía Corocoro, les vendió pólvora, barretas y picos, que fueron trasladados sin novedad a Viacha. No obstante, en su segunda expedición a Corocoro, el escuadrón fue atacado por numerosos grupos de combatientes indígenas cerca de Coniri. El resultado de este enfrentamiento fue una cantidad de bajas en el lado de los indígenas y la momentánea victoria de los constitucionalistas pues, pese al hostigamiento, lograron llegar al centro minero de Corocoro y posesionarse militarmente.

Tras una larga persecución, las masas indígenas también llegaron a Corocoro. Una vez ahí, coronaron las alturas que dominan el pueblo y con la ayuda de obreros y mineros comenzaron a sublevarse, movidos por las exacciones cometidas por el ejército unitario contra sus bienes y sus vidas. Así, “al amanecer del día 22 [de enero de 1899] las huestes indígenas crecieron en número, engrosando sus filas muchos mineros y obreros del pueblo, armados de palos y piedras, amenazaban con un ataque general” a los soldados que defendían las bocacalles, haciendo reiterados disparos (Rodríguez Forest, 1999: 35).(4) Finalmente, el escuadrón Sucre fue sitiado por cerca de tres mil indios y amenazado de muerte por los indígenas de Caquiaviri [Qaqayawiri], Viacha y Machaca, de la provincia Pacajes [Pakaxa]. Hacia las tres de la tarde, “arreció el ataque, obligando al escuadrón a una fuga precipitada, abandonando los cinco fogones, acémilas [mulas] y equipajes, etc. que fueron destruidos inmediatamente por el populacho” (alp/jcv, 1899: 2/8, f. 2). Agotadas las municiones, el referido escuadrón se retiró en derrota por la vía de Topohoco [Tupüqu] hasta Ayoayo. Ahí, el 25 de enero de 1899, una porción de los soldados pereció cruelmente en manos de los indígenas. Murieron 33, entre soldados, vecinos y sacerdotes. Respecto a los indígenas, se encontraron más de 150 muertos a bala (ibid.: 81).(5)

Después de esa derrota militar para el Gobierno de Fernández Alonso, los rebeldes indígenas comenzaron a ejercer actos de terror en la población de Corocoro. Los indios de Caquiaviri, del ayllu Colque [Qulqi], y los de Llimpe [Llimphi] fueron los primeros en invadir la oficina de la gerencia de la Compañía Corocoro de Bolivia, de donde sustrajeron todo lo existente y destruyeron en su totalidad puertas, ventanas, archivos y mobiliario. Enseguida, los indios de Viacha, Machaca y Topohoco, más algunos trabajadores de mina, saquearon las casas de Mariano Quisbert, Nicanor Oviedo, Pedro López, Antolín Uría, Adolfo Parrado y Alejo Barragán, así como la del doctor Cusicanqui (El Comercio, 1899d). En cambio, los indígenas de las comunidades más cercanas a Corocoro -Caquingora [Qaqinkura], Callapa [Qallapa] y Achiri [Jachiri]- decidieron no atacar al pueblo minero.

Puede afirmarse, por tanto, que estas movilizaciones indígenas, que permitieron la victoria en el denominado “Primer Crucero”(6) de la guerra federal, fueron definiendo el camino político a seguir para Pablo Zárate Willka.

LA CONFRONTACIÓN INDÍGENA CON LAS FUERZAS DE SEVERO FERNÁNDEZ ALONSO

Los levantamientos indígenas ocurridos antes del 23 de enero de 1899 en Corocoro, Viacha y lugares cercanos a la ciudad de La Paz sirvieron como muralla humana cuando las fuerzas armadas de Fernández Alonso estuvieron en las cercanías de El Alto paceño. Las acciones de los indígenas coadyuvaron a las fuerzas federalistas, iniciando así la participación indígena como auxiliar de guerra en la revolución federal. Durante los enfrentamientos intervino buena parte de la población indígena, sobre todo proveniente de los departamentos de La Paz y Oruro.

El 24 de enero de ese año, la Junta de Gobierno Federal, sin mencionar la participación indígena, proclamó como vencedores del Primer Crucero:

[…] a los señores Jefes y Oficiales [de los escuadrones Abaroa y Vanguardia] que han concurrido a la acción del Crucero de Ayoayo, como justa recompensa a su valeroso comportamiento; y se acuerda, asimismo, muy merecidamente, una mención honrosa a favor de los Coroneles Clodomiro Montes e Ismael Montes y de los Tenientes Coroneles Zenobio Rodríguez y Néstor Rubín de Celis (República de Bolivia, 1900: 341-342).

Después del cese al fuego, las fuerzas de José Manuel Pando se dispusieron a perseguir a los jinetes fugitivos, más que todo “para protegerlos del ataque de [la] indiada” (Condarco Morales, 2011: 209). Obviamente, la acometida indígena fue considerada como peligrosa para las fracciones derrotadas del ejército unitario. Posteriormente, se haría muy difícil contener a las masas indígenas que protagonizaron los sucesos de Ayoayo. Alimentados por su aversión inexorable al ejército unitario y a Fernández Alonso, los indígenas, que en un principio habían sido obligados “a tumultuarse y salir al encuentro con terribles represalias” (Barrios, 1902: 12), se pusieron bajo el mando de Pablo Zárate Willka para encausar su propia lucha.

Días más tarde, el 1 de febrero, Pando escribió una carta a sus “amigos políticos” demandando socorro y apoyo de otros departamentos para constituir la vida institucional de Bolivia mediante la revolución contra el Gobierno de Fernández Alonso. En ella manifestaba: “tenemos hombres y armas, disciplinaremos y armaremos a la indiada y emplearemos recursos extremos para no ser sojuzgados por un gobierno cuyo gobernador ha sido el fraude electoral” (Condarco Morales, 2011: 228). Como se advierte, Pando estaba decidido a formar huestes indias para sus propósitos políticos; no obstante, lejos de “armar a la indiada” decidió quitarle a los indígenas el armamento que había caído en sus manos en el Primer Crucero: “62 carabinas Mausser, dos cajones de bombas para cañón y otras dos municiones”, más otras 76 carabinas (ibid.: 231).

Sin embargo, algunas armas obtenidas por los indígenas en los enfrentamientos con las fuerzas constitucionales no fueron devueltas. Se sabe que los indígenas de Jesús de Machaca consiguieron armas durante la hecatombe de Mohoza y en Caracollo [Q’araqullu], pues en 1914 los vecinos de Jesús de Machaca le advirtieron a la Prefectura paceña que poseían rifles desde la revolución federal de 1899. Igualmente, gracias a la denuncia del corregidor de Jesús de Machaca en 1920, es sabido que los comunarios de Sullkatiti y Qhunqhu contaban con rifles Winchester y revólveres (Choque Canqui y Quisbert, 2010: 95, 101 y 107).

Q’ARAQULLU

Durante la guerra federal, Caracollo fue el centro de operación de Pablo Zárate Willka. Según Barrios, es obvio que el “jefe supremo” de la sublevación indígena haya sentado allí su cuartel general (1902: 15). Este lugar, mencionado en diferentes ocasiones como espacio de contacto y comunicación durante la guerra civil, era idóneo para recibir las instrucciones de Pando y comunicarse con los demás líderes indígenas desde sus zonas de movilización en los departamentos de La Paz y Oruro. De ese modo, el cuerpo supremo de los tres Willkas, integrado por Pablo Zárate Willka, Manuel Mita Willka –conocido como Willca 2– y Feliciano Willka –también conocido por la prensa como Cruz Mamani– (Condarco Morales, 2011: 256), junto a Juan Lero y Lorenzo Ramírez, pudo mantenerse en contacto.

En sí, las localidades de Caracollo, Panduro y Quelcata estaban comunicadas con Imilla Imilla, Machacamarca, Sicasica, Ayoayo y La Rivera. Asimismo, a través de Ayoayo, estaban conectadas con las comunidades de la provincia Pacajes, especialmente con Corocoro, Caquiaviri y Jesús de Machaca.

Imilla Imilla también fue un lugar estratégico del espacio comprendido entre Sicasica, Panduro y Caracollo. Al respecto, Condarco Morales dice:

1. Imilla Imilla era el domicilio de Pablo Zárate Willka.

2. En las inmediaciones de esta estancia se encuentra Panduro, donde, según apreciación pública, se hallaban reunidos desde los primeros días de febrero de 8 [mil] a 10.000 indios, probables legiones del caudillo.

3. La estancia de Imilla Imilla se encuentra entre Sicasica y Caracollo, aproximadamente a igual distancia de ambos poblados, de tal suerte que, en caso de necesidad, podía el cuartel general de Willka comunicarse tan pronto con el cuartel general de Sicasica como con la vanguardia indígena acantonada en Caracollo (ibid.: 257).

 

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1) Información familiar. Sin embargo, en ese momento –de acuerdo con la Constitución Política del Estado de 1880–, no existía la figura de segundo presidente, aunque sí la de segundo vicepresidente.

2) “Nos es grato anunciar al público de La Paz, que el armamento que viene de Panamá, para la defensa nacional, consistente en 1.500 rifles sistema Malincher, y 500 carabinas Winchester, con medio millón de tiros de dotación, ha salido de Chililaya a hrs. 2 p.m. del día hoy” (El Comercio, 1899a: 3).

3) Según el Boletín Oficial núm. 28, citado por Quintín Barrios, en Santa Rosa “fueron asesinados en masa los indígenas”; en Viacha los soldados del escuadrón Sucre se entregaron al ejercicio de tiro al blanco, cazando indios; el mismo escuadrón, al marchar a Corocoro, “mató en el camino [a] más de cien indios y en la refriega que sostuvo en esa ciudad fusiló a ochenta”. Respecto a los asesinatos en Coniri, Ayoayo, Choquenaira y Chonchocoro, la cifra de muertos no bajó de cien (Barrios, 1902: 12).

4) Los jóvenes del escuadrón Sucre “se sostenían en las esquinas, con bizarría deteniendo con actitud serena y seguros disparos fuerzas inmensamente superiores, ya que no era solo la honda del indio la única arma del enemigo, pero sino principalmente los fusiles y revólveres de los vecinos y lo que es peor todavía la dinamita de que profusamente y con maestría hacían uso los trabajadores de mina” (Rodríguez Forest, 1999: 35).

5) Véase: Rodríguez Forest, 1999: 81. El autor copia una nota periodística en la que se afirma que los restos de las 33 personas muertas en Ayoayo tuvieron un lugar para reposar. Este lugar habría sido preparado cuidadosamente y con toda solicitud por el Comité Patriótico del pueblo de Sucre. Así, el Concejo Municipal de Sucre recibió esos restos y ordenó que “estén en capilla ardiente en el local de[l] Concejo hasta el día en que tendrán lugar las exequias. ¡Paz en la tumba para tan meritorios mártires! Sucre, diciembre 15 de 1905”.

6) La batalla del Primer Crucero, del 24 de enero de 1899, recibe ese nombre porque se desarrolló en el llamado ‟crucero de Chacoma”, donde se juntaban y hacían cruz los caminos hacia Luribay y Ayoayo.

 

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