Tomado de: EXPLORACIÓN FAWCETT, de Percyval Harrison Fawcett.
...La espera fue larga, pero por último recibí mil libras
oro de las autoridades, y consideré la transacción bastante rápida, comparada
con el tiempo que se necesita para extraer la más mínima suma de la Tesorería
británica. Tanto oro me hizo sentirme enormemente importante, aunque el valor
de las mulas, provisiones y gastos de hotel lo redujo a ochocientas libras. Con
el retintín de este tesoro en las bolsas de la montura, Chalmers y yo partimos
por sobre el Altiplano el 4 de julio de 1906, en dirección a Sorata y el Beni.
Atravesamos una llanura en la que una corriente
ininterrumpida de animales de carga —mulas, burros, llamas e indios— acarreaba
granos, caucho y combustible de bosta de llamas para los mercados de La Paz. La
bosta de llama era en aquel entonces, el único combustible de uso general, y
los extranjeros tenían que acostumbrarse al gusto acre que le impartía al
alimento.
Cuando partimos estaba nevando copiosamente, y me puse el
poncho que había adquirido hacía poco. El poncho de lana de alpaca o de llama
es el atavío de uso acostumbrado entre los indios de la montaña; les sirve de
impermeable, de abrigo y de frazada para la cama. Forma parte de la vestimenta
del hombre; la mujer india no lo usa jamás. Nada puede haber mejor como
protección contra la nieve, pero mi mulá protestaba contra él porque las puntas
del poncho se batían al viento, y, antes que me diera cuenta del peligro, fui
arrojado por un repentino corcoveo. Amarré las puntas del poncho para impedir
que batieran, y volví a montar.
La nieve caía cada vez más densa, hasta que la visibilidad
quedó reducida a menos de veinte yardas, y el viento entumecedor la metía bajo
nuestros ponchos. Decidí sacármelo y ponerme en cambio un largo impermeable.
Mientras estaba pasando mi cabeza y mis brazos por los tiesos pliegues, la
maldita muía volvió a corcovear, y, una vez más, caí de lleno al suelo.
Entonces huyó, y con el corazón desfalleciente escuché el golpear de sus cascos
y el tintineo cada vez más apagado de mi oro en las bolsas de la montura.
El arriero iba a retaguardia, y, cuando me alcanzó, perdí
bastante tiempo en explicarle en mi mal castellano lo que había ocurrido.
Comprendiendo al fin la situación, se puso en persecución de mi cabalgadura.
Encargó a los indios que pasaban le ayudaran en su empresa, y yo quedé
esperando, oyendo el alboroto y gritos, temiendo no volver a ver el dinero.
Para sorpresa mía, la mula fue traída de la dirección
opuesta por dos indios que la habían encontrado en camino a casa. Supusieron
cuerdamente que el propietario estaría cerca. No habían tocado las bolsas de la
montura, y tuve que admirarme de la honradez de aquellos indios, que,
fácilmente, pudieron haber tomado el oro sin el más mínimo riesgo de ser
cogidos. Los recompensé generosamente, y ellos quedaron admirados de la locura
de un gringo (1) que les reconocía sus servicios.
Cesó el nevazón cuando llegamos al lago Titicaca, y tuvimos
un espectáculo soberbio al contemplar el lago. No soplaba nada de viento, y su
superficie tranquila reflejaba perfectamente cada nube. El sol brillaba, y
pequeñas bocanadas de cúmulos blancos se extendían a lo largo de la línea del
firmamento, como si locomotoras enormes hubiesen estado vagando más allá del
horizonte. Había pájaros por todas partes, y eran tan mansos, que apenas se
molestaban en apartarse de nuestro camino. Todas las laderas de las colinas
estaban diseñadas en forma de terrazas y cultivadas hasta la cumbre, como en
los tiempos remotos de los incas.
Encontramos posadas a lo largo del camino, que era bastante
bueno, y nos deteníamos para beber cerveza o café.
Atravesamos aldeas en que los perros nos daban la bienvenida
con ladridos frenéticos. Fue una jornada muy larga, y, antes de llegar a su
término, comenzó a nevar de nuevo y con más densidad que nunca.
Continuara…
Referencias
1) La palabra "gringo" pertenece a la jerga de
América Latina y comprende de una manera general a todos los extranjeros de las
razas de tez blanca. No se sabe a ciencia cierta el origen, pero se cree que
hace tiempo los marineros visitantes cantaban ―Green Grovvs the Grass...‖, con
tal fervor, que las dos primeras palabras fueron apropiadas como un apodo para
ellos.
Segunda parte: EL EXPLORADOR INGLÉS FAWCETT LLEGA A SORATA
Tercera parte: EL EXPLORADOR INGLES PERCY FAWCETT LLEGA A MAPIRI, GUANAY Y RURRENABAQUE
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Parte II: https://www.facebook.com/photo/?fbid=607100898269384&set=a.558383623141112
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Fotos: Lago Titicaca y Percyval Harrison Fawcett. (Créditos:
Notta & Ca)
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