Estos dos artículos de fueron publicados originalmente en el periódico Opinión de Cochabamba, el 10 de abril y el 25 de septiembre de 2016, bajo los títulos: “Iquitos, en busca de Fitzcarraldo” y “Fitzcarrald y Vaca Diez”.
La autora narra su paso por la ciudad amazónica peruana que
fue inmortalizada por el cine en la película dirigida por Werner Herzog y
protagonizada por Klaus Kinski.
Recorrer el Amazonas es el sueño de todo viajero, de todo
caminante, de todo aventurero, aunque a veces hay que esperar cinco décadas
para cumplirlo y ver desde los propios ojos los relatos fantásticos de las
enormes víboras, de las mujeres sin pezones, de las aguas intranquilas.
Las primeras ilustraciones inolvidables de mi niñez son aquellos grabados de
“Tesoros de la Juventud” en los cuales las lianas entreveraban hojas de
inmensos mangos y almendros y la maleza desbordante tapaba la luz del sol.
Detrás, vigilaba una hembra desnuda de pupilas embrujadas, como en la pintura
naif de Henri Rousseau.
Y la siringa, tan nombrada en los libros de historia, en el verso de Pedro
Shimose, polka que cantaba Luis Rico, o versión de Los Castañeros de Riberalta,
tal como la recuerdo:
Siringuero, coge tu cuchilla y tu tichel, échate a la espalda tu morral.
Junto con la aurora corre y vuela que las aves ya cantaron, amanece en el
gomal.
Siringuero, sangra tu existencia en la madera, llora el árbol tu desolación.
Corre, corre que allá en la tapera, el hambre te espera con la desesperación
En la goma ha muerto tu alegría, en bolachas negras tú te vas, florece mi
cantar en tu agonía y has encadenado el día por orden del capataz…
En tu piel la rosa se marchita, vuelas con el humo y el temor.
Quítale al gomal lo que te quita, grita como a ti te gritan, quienes siembran
el dolor.
Parecía historia de otro mundo. Fue en los gomales cerca del Madre de Dios
donde por primera vez, hace ya muchísimos años, escuché retazos de la biografía
de un “alemán”, Fitzcarraldo y la novia paralítica que había abandonado en
plena floresta para que muera ahogada en sus propios alaridos. Aquel campesino
de ojos claros, al que el patrón le había cortado el dedo meñique de la mano
derecha, me aseguró que el aventurero murió en territorio boliviano, ya
enloquecido.
A los tres años de esa primera excursión vi el film de Werner Herzog
Fitzcarraldo (1982), y la figura sublime y despiadada de su personaje encarnado
en Klaus Kinski quedó para siempre entrampada en mi memoria y en la promesa de
recorrer su trayecto buscando a la bella Claudia y a Enrico Caruso. Datos que
confirmé en otros textos, desde la novelística de Mario Vargas Llosa, la
historia de la ópera, los recuerdos de Guillermo Aponte Burela y folletos en
portugués.
Cada que pasaba por la capital y veía en el panel de vuelos la salida de algún
avión a Iquitos renovaba la promesa de conocer el departamento de Loreto.
Iquitos, Cachuela Esperanza, Manaus, escenarios de lujos y miserias, donde lo
social se entrampa con la ficción, más atractiva que las estadísticas del
horror y la muerte de miles de siringueros.
Con Fitzcarraldo por el Amazonas
Iquitos es una preciosa ciudad al norte de Lima, la selva poco transitada de un
país que fue fundamentalmente costero y andino y aún ahora son pocos los
peruanos que la visitan, un siglo después de su apogeo.
La población es tranquila y amable, más mestiza que originaria y con fuerte
presencia serrana en el comercio y la gastronomía. Asombra ver en las veredas a
los indígenas, obligados a abandonar su hábitat y convertidos en mendigos
alcoholizados o prostituidos por un sistema que los engulle sin compasión.
Aunque ahí radican la mayoría de las diversas etnias de tierras bajas, los
originarios tienden a desaparecer y los indicadores socioeconómicos son muy
inferiores al resto del país.
El centro mantiene casas solariegas, con balconcillos a la calle, patios y
zaguanes de madera, altas paredes y complejas celosías para defender a los
pobladores de la implacable canícula y del polvo esparcido.
En muchos locales se exhiben afiches con el rostro crispado de
Fitzcarraldo/Klinski, pero solo uno asegura que ahí moró el verdadero
aventurero, un irlandés, Brian Sweneey Fitzgerald, quien castellanizó y
facilitó su nombre al simple y famoso apodo, “Fitzcarraldo”. Hay quienes
señalan que en realidad era un peruano normal, de origen irlandés y más bien su
nombre común, Carlos, se convirtió en portada de su fantástica aventura.
Atraído como tantos por la riqueza del caucho a fines del siglo XIX, al final
fue ganado por la selva, como si fuese el personaje de La Vorágine, de José
Eustaquio Rivera; de hecho, Leticia y los escenarios que usa el colombiano
están cruzando el río, infestado de crónicas rojas y amores violentos.
Cuenta la leyenda su obsesión por la música, por Caruso que llegó hasta Manaus,
para tratar de verlo y traerlo a sus propios dominios. Para construir un teatro
con la acústica de Milán necesitaba mucho dinero. Inventó el famoso traslado
del barco de 30 toneladas a través de los pantanos y manglares, en 1894, desde
la cuenca del Ucayali hacia el encuentro con los ríos Beni y Madre de Dios, y
al encontrar esa salida se convirtió de extravagante despreciado en un rico
empresario.
La aventura contada en el film de forma auténtica y sin efectos especiales, a
costa de enfermedades tropicales, peleas inacabables y muchísimos marcos
alemanes, representa la mejor obra de Herzog y en una de las películas
mundiales imperdibles. La música, como no podía ser de otra manera, completó la
monumental cinta, premiada en todas partes, con extractos del Popol Vuh y la
propia voz del más grande tenor del siglo.
Herzog estuvo hace poco en Bolivia y visitó el salar de Uyuni; a nadie se le
ocurrió llevarlo al otro extremo, donde el calor aún derrite la siringa en las
tijelas; o quizá él nunca más quiera escuchar sobre los gomales endemoniados.
Actualmente, el vapor está refaccionado y es posible visitar los aposentos con
el catre solitario, el comedor, las fotos terribles de caucheros y de sus
trabajadores esclavizados, abanicos para las mujeres llegadas de Nápoles,
cartas para esperar la tarde, bares en la popa, y una foto en altamar del que
sería Isaías Fermín Fitzcarrald. Se dice que murió ahogado en 1897.
El momento emocionante es cuando su sirena aguda anuncia que sube el ancla y
comienza el recorrido por el Amazonas, primero tranquilo, casi delgado, más
tarde amplio como el mar, azulado y gris. En el frontis se proyecta la película
y Fitzcarraldo se convierte en el capitán, con sus gestos y con sus gritos. Al
sonido de las olas se suma el alto parlante y Enrico Caruso, con Verdi y
Puccini, enciende emocionado el rojo de la tarde tropical en un momento único,
de aquellos que uno sabe que jamás podrá volver a vivir.
Periodista e historiadora- lcajiasmca@gmail.com
Parte II
Desde la Butaca
Mis lectores amazónicos hallaron un vacío en mi anterior
artículo sobre la legendaria figura de (Carlos Fermín) Fitzcarrald porque no
incluía datos sobre su relación fatal con Antonio Vaca Diez, cuya biografía es
tan vibrante como la de aquel, con quien fundó la compañía más grande de la
goma. Aunque existen diversos textos sobre el beniano, es la investigación de
Arnaldo Lijerón la más completa y es base de este resumen, completado con otros
documentos (1).
Mi reciente travesía por la ruta de la goma y el recorrido inevitable del río
Santa Ana hasta la boca del Mamoré me volvieron a situar en el escenario
fantástico de los pioneros que entre el fin del siglo XIX y los años 20 del
siglo pasado intentaron consolidar la nación incorporando al norte de cerrada
floresta y repleto de riqueza. Cien años después, aún el país se mira en un
espejo fragmentado en el cual la montaña cubre la selva, aunque Bolivia es más
amazónica que andina en términos territoriales.
Antonio Vaca Diez
Antonio Vaca Diez (Trinidad, 1849 – Uyacali, 1897) vivió
apenas un puñado de años, aprovechados día a día hasta convertirse en un genio
geopolítico, el primer médico beniano; el visionario que quiso desarrollar el
antiguo Moxos con capitales europeos; el político que enfrentó a los tiranos de
la época.
Los sucesos históricos en el departamento creado en 1842 no suelen estar en el
anclaje de la memoria colectiva boliviana, ni la grandeza de la civilización
mojeña precolombina; el Moxos colonial, más allá de las misiones jesuíticas; el
rol de los indígenas en las epopeyas libertarias o el significado de la
explotación de la quina (que significó la segunda colonización) y de la goma
(que compitió con el estaño). La mayoría de las imágenes de ese territorio en
el Siglo XIX pertenecen a exploradores europeos y es página desconocida los
sucesos de La Guayochería o Guerra Santa.
Fueron pocos los andinos que exploraron la zona: unos con la intención de
consolidar la presencia del Estado; otros con misiones científicas o militares;
varios para participar en el apogeo de la nueva exploración de los recursos
naturales. La familia Vaca Diez llegó desde Santa Cruz.
Antonio vivió en Trinidad y estudió en Sucre. Fue un destacado alumno y un
médico brillante, en la práctica y con aportes teóricos publicados en textos
científicos o transmitidos en conferencias. Como suele suceder con las
personalidades notables, se dio tiempo para generar espacios de cultura, como
las tertulias literarias. Fue narrador de breves estampas y poeta romántico.
Asimismo, se interesó por la política. Sin militancia, fue un rebelde contra
Mariano Melgarejo y uno de los héroes de la revuelta del 15 de enero de 1871,
al igual que se opuso a otros tiranos. Lijerón asegura que Vaca Diez fue ante
todo un constitucionalista y un demócrata.
En medio de todas esas actividades, el joven médico no olvidaba las necesidades
de su tierra natal y comenzó a imaginar soluciones como la atracción de grandes
migraciones. En el caso boliviano era un espacio que se consideraba “vacío”,
habitado por “chunchos”, por “salvajes”; casi la tercera parte del territorio
boliviano, desde la provincia Caupolicán, el Territorio de Colonias (Pando) y
todo Beni, hasta el Chimoré. Había comprendido que “La Paz no es toda la
nación” y la urgencia de incorporar lo amazónico al desarrollo boliviano.
En 1875 se casó con Lastenia Franco y así nació una de las dinastías más
amplias e influyentes del país. Por esos mismos años fundó periódicos de corta
duración, pero de impacto en la sociedad que buscaba salidas al atraso
nacional. Son muchos los nombres de semanarios donde él escribió y que
merecerán un estudio aparte.
En cada tarea, Antonio Vaca Diez unió su visión ciudadana, particularmente
beniana; su afán científico como médico; su amor por la libertad como
periodista y activista político; como empresario, su afán de progreso con
propuestas ambiciosas para aprovechar los ríos amazónicos y sus riquezas. En
sus viajes tomó apuntes de historiador, de etnógrafo y de antropólogo. Así
encontramos datos sobre los nativos.
Vaca Diez tenía poco aprecio por los habitantes de las tierras altas; en
cambio, aseguraba: “De un mojeño se puede formar un músico, un diplomático, un
orador”. Destacaba la capacidad musical de ese pueblo, mantenido analfabeto
para evitar su rebelión.
Se convirtió en explorador de la Amazonía y en próspero industrial para
desarrollar el comercio internacional en la zona, en paralelo a otros emporios
como el de Nicolás Suárez. Fue esta actividad la que lo consagró como hombre
público notable y que, paradójicamente, precipitó su temprana muerte.
La alianza con Fermín Fitzcarrald
Vaca Diez partió a Europa en 1896 en busca de capitales y
constituyó la The Orthon Rubber Cia Limited en Londres, después de visitar
París y Berlín, junto con nuevos socios, algunos de los cuales lo acompañarán
en su retorno y en su máxima empresa de conquistar el territorio gomero para el
desarrollo industrial y el “progreso”.
Según sus biógrafos, no lo guiaba tanto la búsqueda de gloria y riqueza
personal como el afán de consolidar una patria aún desarticulada. Trajo 500
inmigrantes de más de 10 nacionalidades, que luego se dispersaron; 900
toneladas de mercaderías y tres vaporcitos para cruzar los ríos amazónicos.
Desde un principio enfrentó muchas dificultades, entre ellas las fiebres
palúdicas y la presión de otros empresarios. El Gobierno boliviano no se
interesó en apoyarlo.
Tomó la ruta de Iquitos y los detalles de la aventura son relatados por otros
oficiales, entre ellos el alemán Albert Perl y en documentos originales que
permiten una aproximación a la insólita travesía. Perl y otra correspondencia
detallan cómo era Iquitos en la época, cosmopolita y a la vez pueblerina y
caótica, y las ambiciones contradictorias entre los empresarios gomeros.
Vaca Diez estaba decidido a viajar de Iquitos por el Ucayali y Urubamba arriba
y por el Madre de Dios y el Beni abajo por el río Orthon, donde tenía sus
gomales, aunque la ruta era peligrosa. También Nicolás Suárez estableció una
firma comercial bajo la razón social de Suárez y Fitzcarrald. Carlos Fermín,
con solo 35 años, ya era una leyenda entre aventureros e indígenas y un rico
empresario. Él era propietario de una próspera barraca a orillas del Mishagua,
que desemboca en el Urubamba.
No eran buenos los auspicios cuando la expedición inició su travesía, primero
en el “Laura” y luego en el “Adolfito”, en el invierno de 1897, cuando los ríos
son poco caudalosos. El 8 de julio, en dos canoas, apareció su flamante socio,
Fitzcarrald, con su gente para proveer de pilotos a la misión.
Perl asegura que al atardecer anclaron al “Adolfito” y durante horas escucharon
en el gramófono las piezas favoritas de Vaca Diez, quien aparece como el gran
amante de la música clásica, además de lector voraz, aun en medio de la tupida
selva. Era la víspera de la gran tragedia.
Ese 9 de julio navegaron tranquilos por la mañana. A las tres de la tarde
divisaron una peligrosa cachuela, pero todo parecía bajo control hasta que el
timón no giraba y pocos segundos después el vapor fue cogido por la corriente
desbordada. El río feroz los empujó de un lado a otro y las aguas inundaron el
cuarto de máquinas. Aunque Vaca Diez tenía un salvavidas a mano, aterrado se
olvidó de usarlo y junto con Fitzcarrald saltó por la ventana mientras el
“Adolfito” se hundía, aún envuelto en la melodía de la ópera “Marta, Marta”.
La cachuela se tragó a los dos empresarios y las diversas versiones sobre los
restos son parte del mito. Los sobrevivientes contaron los detalles de la
tragedia. La tumba de Fitzcarrald está “lejos del lugar del siniestro, en medio
del misterio de la jungla y en un lugar olvidado por la civilización”. Vaca
Diez quedó como un héroe.
(1) Con base en Lijerón, Arnaldo, Antonio Vaca-Diez, genio industrial y
geopolítico boliviano; Perl, Albert. Durch de Urwälder Südamerikas; Feichtner
Josef Maria Entre siringueiros y baroes da borracha (1897-1915).
Historiadora y periodista - lcajiasmca@gmail.com
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